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Authors: Alejandro Dolina

Tags: #Humor, Relato

Bar del Infierno (19 page)

BOOK: Bar del Infierno
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De la misma desventurada estirpe es el upas cuyo nombre, en javanés, significa veneno. Los primeros viajeros que llegaron a las islas Sonda dictaminaron que aquel árbol era tan venenoso que apestaba un área de treinta kilómetros alrededor de su tronco. Ningún animal podía ingresar en ese círculo sin morir inmediatamente. El veneno no dejaba rastros.

Los exploradores adivinaban la proximidad de un upas al descubrir esqueletos esparcidos por el suelo. Esta alarma resultaba tardía. Muy pronto la sangre hervía en los oídos de los viajeros, su respiración se cortaba y finalmente morían. Al parecer, el upas era un árbol locuaz. Pero no era posible acercarse lo suficiente para escucharlo.

Por suerte, aquellas toxicidades empezaron a decaer allá por el siglo XVI. En verdad, cuando los holandeses colonizaron las islas Sonda, los nativos podían pasear a la sombra árbol pero el upas ya no hablaba. Quedaba como muestra de su anterior ferocidad la condición letal de su savia, que era utilizada para humedecer las puntas de las flechas.

Se discute con frecuencia acerca del sonido de las voces de los árboles parlantes. Previsiblemente, se las compara con suspiros, murmullos y brisas. Tal metáfora facilita al escéptico atribuir cada frase al viento y a la imaginación de los paseantes.

Sin embargo, hay quien sostiene que los árboles no hablan por sí mismos sino que están invadidos por espíritus que viven en sus troncos. O que no son verdaderos árboles sino personas que han sido víctimas de algún sortilegio.

El dios Apolo cortejaba a la ninfa Dafne del modo más explícito y vulgar, de suerte que ella sólo podía evitar el encuentro amoroso huyendo a la gran carrera. Una tarde, agotadas sus fuerzas e inminente la violación, la ninfa pidió a su padre, el dios-río Peneo, que acudiera en su ayuda. Peneo la convirtió en laurel, que en griego se dice Dafne. Hoy, los escépticos se rehúsan a pasmarse ante la elocuencia de los laureles. En verdad, la que habla es Dafne.

A veces, debemos reconocerlo, los árboles hablan en virtud de un fraude liso y llano.

En la afueras de Biblos, un cedro daba respuestas oraculares. Miles de peregrinos llegaban hasta el lugar como suplicantes para oír la voz vegetal que hablaba por inspiración divina.

Ofrendas de toda clase se amontonaban en un templete vecino, custodiado por los sacerdotes de Baal. En el siglo V, el árbol se murió, o fue partido por un rayo, y quedó al descubierto una oquedad que usaban los sacerdotes para instalarse en el interior del árbol y hacer falsos vaticinios.

En el barrio de Flores, un antiguo arce tenía fama de parlanchín, aunque solamente oía. Las hermanas Iglesias tenían por costumbre confiar al árbol sus laberínticos episodios amorosos. Como en verdad estaban un poco locas, atribuían al arce unas opiniones que más tarde hacían valer ante los pretendientes que exoneraban. En cambio, en la calle Artigas, había un roble que hablaba del modo más claro y contundente.

Podría objetarse que ya había dejado de ser un árbol para convertirse en la puerta de la casa del doctor Forlenza. Según los refutadores de leyendas, bastaba dar unos golpes sobre la noble madera para oír estas invariables palabras:

—¿Quién es?

Sin embargo, vecinos más ingenuos opinaban que la puerta gemía, especialmente los martes y jueves por la noche.

Manuel Mandeb y sus amigos no dudaban en atribuir esos gemidos a Lucía, la hija del doctor Forlenza, y a sus novios fervorosos.

Según los caminantes nocturnos, la puerta contaba historias, como la del sultán que compraba rimas a los poetas académicos o la del embajador del Celeste Imperio que se desgració durante la firma de un armisticio.

Hoy, ya casada y ausente Lucía, la puerta permanece callada. Puede uno preferir la leyenda o el sentido común para decir que el roble no hablará hasta que ella no vuelva.

VEGETALES HETERODOXOS

I

Al oeste de la China, en un lugar donde no había ni sol ni luna, se extendía el estado de Sui Ming.

Era un lugar tibio, sin inviernos y sin noche.

La explicación de estas particularidades era ciertamente el notable árbol llamado Sui Mu.

Era enorme. Varios miles de personas con los brazos extendidos no alcanzaban a abrazar su tronco. Sus frondosas ramas se extendían por centenares de
li
.

Pero había algo más prodigioso: el árbol ardía perpetuamente, sin consumirse.

Gracias a aquella enorme fuente de luz y calor, la región no temía al frío ni a la oscuridad.

De las ramas caían frutos ígneos y semillas ardientes, que eran muy codiciadas en todo el imperio. Para conseguirlas, los pobladores de las otras provincias de la China, cruzaban mil montañas y atravesaban diez mil ríos.

Sin embargo, jamás podían llegar hasta el estado de Sui Ming. A decir verdad, un solo hombre pudo completar la jornada. El guerrero Sui Ren llegó hasta el pie del árbol encendido y pudo llevar a su pueblo unos brotes de fuego perpetuo. También contó a sus vecinos que el árbol Sui Mu estaba poblado por pájaros de fuego que hacían brotar chispas del tronco cuando lo picoteaban. Sui Ren dijo además que la lluvia no apagaba el árbol.

Centenares de años después de su muerte, los descendientes de Sui Ren todavía mostraban una silla en llamas que, según decían, había sido construida con la madera del árbol maravilloso.

II

El katsura es un laurel, crece en la Luna y es el único árbol que hay allí.

En el Japón se piensa que algunas de sus hojas, al desprenderse, caen a la Tierra. El que se apodera de una hoja del katsura consigue encuentros amorosos, tantas veces como se lo propone.

Siglos atrás, cuando llegaba el otoño, las chicas y los muchachos recorrían los campos en cuatro patas, buscando una de aquellas hojas.

Los cronistas anotan el siguiente abuso: ante el hallazgo de cualquier hoja, los jóvenes declaraban su pertenencia al katsura y reclamaban a las niñas el cumplimiento de las conductas establecidas por la leyenda.

Las niñas no dudaban en absoluto de la veracidad de aquellos juicios botánicos.

III

Luciano de Samosata ha dicho que en la isla de Dioniso crecía una vid de cepas enormes que en su parte superior era una mujer de extraordinaria belleza. De la punta de sus dedos colgaban sarmientos cargados de uvas.

Esas mujeres eran parlantes y muy seductoras.

Luciano recomendó a los viajeros no permitir el abrazo de aquellas criaturas. El que se dejaba tentar caía en un sopor y rápidamente olvidaba su familia y su patria. Y el que iba más allá y se unía carnalmente con las damas, se transformaba él mismo en vid y echaba raíces en aquel lugar.

Se cuenta que un pirata de Megara decidió desafiar la leyenda y, asistido por unos compañeros, violó a una de aquellas mujeres arborescentes. Después ordenó a sus hombres que lo sacaran de allí a la carrera, sin dar tiempo a la metamorfosis. El pirata llegó hasta Megara y siguió siendo un hombre, pero le salían del cuerpo brotes y racimos de un modo tan enojoso que no pudo soportarlo y se mató.

BARES

I

A fines del siglo XIX funcionaba en Londres, en el siniestro barrio de Whitechapel, un bar frecuentado por suicidas. Allí, cada noche, alguien era obligado a matarse.

No está claro cuál era el procedimiento para establecer cuál de los parroquianos debía morir. Algunos hablan de un sorteo, o de un juego de naipes, o de un licor envenenado.

Durante un tiempo, el establecimiento estuvo de moda, no sólo entre los que buscaban la muerte, sino también entre jóvenes aristócratas deseosos de emociones fuertes, que iban allí a tomar una copa como quien juega a la ruleta rusa.

Pasado su momento de esplendor, el bar se hizo menos concurrido y, por lo mismo, más peligroso.

Algunas noches no iba nadie y los aburridos mozos, por pura seriedad profesional, se suicidaban.

II

Cerca del puerto de Nueva Tiro, en la antigüedad clásica, había una taberna en donde se auspiciaba la embriaguez de los extranjeros para apresarlos y entregarlos a los piratas, que los vendían luego como esclavos en el sur de Italia.

La codicia de los propietarios los condujo a ampliar las capturas, de modo que fueron abolidos los requisitos del alcohol y el nacimiento lejano. Así, se procedía a esclavizar directamente a todo el que entraba.

Ante ese trato descomedido, la gente dejó de ir.

EL BAR VII

L
a tarea de custodiar secretos genera unas prerrogativas para quienes la ejercen. Los sacerdotes de Tebas, los hierofantes de los misterios, los tesoreros, los conocedores de claves, los jefes de los servicios de espionaje, son personas cuya posición se vería drásticamente menoscabada en un mundo de puertas abiertas. Por esta razón, no sólo despliegan estrategias para impedir la revelación de asuntos confidenciales, sino que ejercen presión intelectual para que la mayor cantidad de nociones y datos sean considerados secretos.

En el Bar operan unos gitanos, vendedores de elixir, que aprovechan la unánime convicción de que lo crucial se mantiene en secreto, para hacer ingresar en terrenos de misterio minucias para las que piden inmediatamente la jerarquía de cruciales.

Estos sofistas tratan de legitimar sus productos y argumentos presentándolos como la violación de un secreto. Cuanto más exótica es la guardia burlada, más interesante parece lo revelado.

PINTORES CHINOS

L
a pintura china estuvo, desde sus comienzos, relacionada con la caligrafía. Los pintores dibujaban letras. Y los poetas acostumbraban a adornar sus escritos con dibujos complementarios.

Al parecer, primero nacía la estrofa y en torno a ella se diseñaba el cuadro. Al principio, estos cuadros se realizaban únicamente con tinta negra.

En el siglo XII, el emperador Hui Tsung hizo que la pintura formara parte de las pruebas de ingreso a la administración pública. A cada postulante se le recitaba una frase tomada de los clásicos o inventada por el propio emperador. Luego, el postulante debía ilustrarla. A los jueces les importaba menos el parecido con los objetos reales que el carácter alegórico de la obra. La traducción servil era despreciada y las oraciones de los exámenes admitían siempre más de un significado.

En el año 1122, los aspirantes se encontraron con estos textos:

«Había en los cascos de aquel caballo olor a flores destrozadas».

«Cada tarde, el sol pasa más rápido frente a mi casa».

«Yo que he sido el verano y el otoño, ya no seré la primavera».

Sólo sabemos que el primer enunciado fue resuelto exitosamente por un alumno que pintó un enjambre de mariposas en torno a las patas de un caballo.

En los Anales aparecen innumerables ejemplos de las complejas relaciones que existían entre los pintores y los príncipes. Se cuenta que un emperador de los tiempos míticos ordenó a sus artistas pintar el mundo en tamaño natural. Ésta es una tautología de difícil realización: el mundo es grande, el mundo cambia, el mundo contiene dentro de sí a los pintores y a la pintura.

Otro emperador, llamado Kao Ch'in, ordenó a sus pintores que hicieran un fresco sobre el muro de su palacio. Terminada la ejecución, Kao Ch'in la encontró tan buena, tan perfecta y admirable que hizo decapitar a los autores para que no hubiera otra obra semejante a ésa en todo el imperio.

Durante la dinastía Hsia, el pintor Liang Chieh se entretenía pintando en las alas de las mariposas el rostro de su bella hermana, Wang Li. Luego, dejaba que aquellos retratos voladores viajaran por todo el imperio.

Una tarde, el legendario emperador Ta Yu, el perforador de cordilleras, cazó una de aquellas mariposas, vio el rostro de Wang Li y se enamoró de ella. Inmediatamente, mandó que un ejército recorriera las provincias para encontrar a aquella mujer. Se hicieron miles de copias de las alas de la mariposa que halló Ta Yu. Pero Wang Li no aparecía.

Para evitar castigos, los oficiales solían presentar ante el emperador numerosas jovencitas que se parecían lejanamente a la chica de las alas de la mariposa. El emperador se indignaba ante cada fracaso, pues no hay nada más enojoso que una dama que se parece mucho a la mujer que uno ama. Ta Yu empezó a ordenar la ejecución lisa y llana de los comisionados ineficaces, como así también de las jovencitas que no eran Wang Li.

Pasaron los años y Ta Yu comprendió que los sueños suelen no cumplirse aunque se trate de los sueños de un emperador. Contrajo la morbosidad intelectual de solazarse cuando algún suceso parecía comprobar tan amargo dictamen. Así, ante cada nueva jovencita, deseaba que no fuera la mujer esperada, porque había envejecido y se complacía más en tener razón que en ser dichoso.

Una tarde, unos capitanes le trajeron al pintor Liang Chieh junto a su hermana Wang Li. El emperador los creyó unos farsantes y ordenó su ejecución inmediata.

Mucho tiempo después, Ta Yu fingió creer en la autenticidad de una muchacha que ni siquiera había nacido cuando el emperador cazó la mariposa. Se casó con ella y declaró, mediante un bando oficial, que los sueños finalmente se cumplían. Los cronistas dicen que el bando fue derogado años más tarde.

PINTORES CHINOS II

E
l duque Ling era un cruel tirano del Estado de Tsin que tenía la costumbre de cazar a sus súbditos como si fueran animales salvajes. Súbitamente entusiasmado por las artes, convocó a su palacio a los mejores pintores de la región y los obligó a trabajar día y noche. Era su intención que las obras de aquellos artistas fueran las más perfectas de los estados chinos.

Todos los días, el duque inspeccionaba las pinturas. Jamás las encontraba de su gusto. Se complacía en señalar a cada pintor la diferencia entre las ilustraciones y la realidad.

—¿Por qué el ruiseñor parece más grande que el perro? —preguntaba con ironía—. ¿Dónde has visto soles verdes? ¿Por qué no puedes pintar la lluvia con cada una de sus gotas? Ese mandarín jamás podrá entrar por la puerta de la pagoda que se divisa en el fondo.

Muy frecuentemente los pintores pagaban su incompetencia con la vida. Finalmente, hizo traer desde Ch'u al pintor y calígrafo Hui, que tenía un prodigioso dominio del pincel y el estilete. Sus obras reproducían la realidad de un modo tan fiel que muchas veces se confundían con ella. Las abejas solían acercarse a los jazmines que dibujaba Hui. También realizaba estupendos trabajos de escultura y orfebrería. Había construido una jaula de plata con dos pájaros de oro en su interior, tan perfectos que los servidores del palacio les acercaban mijo para alimentarlos. Las frutas de cera engañaban a los mirlos más astutos.

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