Así habló Zaratustra (43 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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¡Dulce lira! ¡Dulce lira! ¡Yo alabo tu sonido, tu ebrio sonido de sapo! ¡desde cuánto tiempo, desde qué lejos viene hasta mí tu sonido, desde lejos, desde los estanques del amor!

¡Vieja campana, dulce lira! Todo dolor te ha desgarrado el corazón, el dolor del padre, el dolor de los padres, el dolor de los abuelos, tu discurso está ya maduro,

maduro como áureo otoño y áurea tarde, como mi cora­zón de eremita ahora hablas: también el mundo se ha vuel­to maduro, el racimo negrea,

ahora quiere morir, morir de felicidad. Vosotros hom­bres superiores, ¿no oléis algo? Misteriosamente gotea hacia arriba un aroma,

un perfume y aroma de eternidad, un rosáceo, oscuro aroma, como de vino áureo, de vieja felicidad,

de ebria felicidad de morir a medianoche, que canta: ¡el mundo es profundo,y más profundo de lo que el día ha pensa­do!

7

¡Déjame! ¡Déjame! Yo soy demasiado puro para ti. ¡No me to­ques!
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¿No se ha vuelto perfecto en este instante mi mundo?

Mi piel es demasiado pura para tus manos. ¡Déjame, tú día es­túpido, grosero, torpe! ¿No es más luminosa la medianoche?

Los más puros deben ser señores de la tierra, los más des­conocidos, los más fuertes, las almas de medianoche, que son más luminosas y profundas que todo día.

Oh día, ¿andas a tientas detrás de mí? ¿Extiendes a tientas tu mano hacia mi felicidad? ¿Soy yo para ti rico, solitario, un tesoro escondido, un depósito de oro?

Oh mundo, ¿me quieres a mí? ¿Soy para ti mundano? ¿Soy para ti espiritual? ¿Soy para ti divino? Pero, día y mundo, vo­sotros sois demasiado torpes,

tened manos más inteligentes, tendedlas hacia una felici­dad más profunda, hacia una infelicidad más profunda, ten­dedlas hacia algún dios, no hacia mí:

mi infelicidad, mi felicidad son profundas, oh día extra­ño, pero yo no soy un Dios, un infierno divino: profundo es su dolor.

8

¡El dolor de Dios es más profundo, oh mundo extraño! ¡Tien­de tus manos hacia el dolor de Dios, no hacia mí! ¡Qué soy yo! ¡Una dulce lira ebria,

una lira de medianoche, una campana-sapo que nadie en­tiende, pero que tiene que hablar delante de sordos, oh hom­bres superiores! ¡Pues vosotros no me comprendéis!

¡Todo acabó! ¡Todo acabó! ¡Oh juventud! ¡Oh mediodía! ¡Oh tarde! Ahora han venido el atardecer y la noche y la me­dianoche, el perro aúlla, el viento:

¿no es el viento un perro? Gimotea, gañe, aúlla. ¡Ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe, cómo resuella y jadea la mediano­che!

¡Cómo habla sobria en este momento, esa ebria poetisa!, ¿acaso ha ahogado en más vino su embriaguez?, ¿se ha vuelto superdespierta?, ¿rumia?

su dolor es lo que ella rumia, en sueños, la vieja y profun­da medianoche, y, aún más, su placer. El placer, en efecto, aunque el dolor sea profundo: el placer es aún más profundo que el sufrimiento.

9

¡Tú vid! ¿Por qué me alabas? ¡Yo te corté, sin embargo! Yo soy cruel, tú sangras: ¿qué quiere esa alabanza tuya de mi cruel­dad ebria?

«Lo que llegó a ser perfecto, todo lo maduro ¡quiere mo­rir!», así hablas tú. ¡Bendita, bendita sea la podadera del viña­dor!
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Mas todo lo inmaduro quiere vivir: ¡ay!

El dolor dice: «¡Pasa! ¡Fuera tú, dolor!» Mas todo lo que su­fre quiere vivir, para volverse maduro y alegre y anhelante,

anhelante de cosas más lejanas, más elevadas, más lumi­nosas. «Yo quiero herederos, así dice todo lo que sufre, yo quiero hijos, no me quiero a mí»,

mas el placer no quiere herederos, ni hijos, el placer se quiere a sí mismo, quiere eternidad, quiere retorno, quiere todo-idéntico-a-sí-mismo-eternamente.

El dolor dice: «¡Rómpete, sangra, corazón! ¡Camina, pier­

na! ¡Ala, vuela! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Dolor!» ¡Bien! ¡Adelante! Oh viejo corazón mío: el dolor dice: «¡pasa!»

10

Vosotros hombres superiores, ¿qué os parece? ¿Soy yo un adi­vino? ¿Un soñador? ¿Un borracho? ¿Un intérprete de sueños? ¿Una campana de medianoche?

¿Una gota de rocío? ¿Un vapor y perfume de la eternidad? ¿No lo oís? ¿No lo oléis? En este instante se ha vuelto perfecto mi mundo, la medianoche es también mediodía,

el dolor es también placer, la maldición es también bendi­ción, la noche es también sol, idos o aprenderéis: un sabio es también un necio.

¿Habéis dicho sí alguna vez a un solo placer? Oh amigos míos, entonces dijisteis sí también a todo dolor. Todas las co­sas están encadenadas, trabadas, enamoradas,

-¿habéis querido en alguna ocasión dos veces una sola vez, habéis dicho en alguna ocasión «¡tú me agradas, felicidad! ¡Sus! ¡Instante!»
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¡Entonces quisisteis que todo vuelva!

todo de nuevo, todo eterno, todo encadenado, trabado, enamorado, oh, entonces amasteis el mundo,

vosotros eternos, amadlo eternamente y para siempre: y también al dolor decidle: ¡pasa, pero vuelve! Pues todo placer quiere ¡eternidad!

11

Todo placer quiere la eternidad de todas las cosas, quiere miel, quiere heces, quiere medianoche ebria, quiere sepul­cros, quiere consuelo de lágrimas sobre los sepulcros, quiere dorada luz de atardecer

¡qué no quiere el placer!, es más sediento, más cordial,

más hambriento, más terrible, más misterioso que todo sufri­miento, se quiere a sí mismo, muerde el cebo de sí mismo, la voluntad de anillo lucha en él,

quiere amor, quiere odio, es sumamente rico, regala, disi­pa, mendiga que uno lo tome, da gracias al que lo toma, qui­siera incluso ser odiado,

es tan rico el placer, que tiene sed de dolor, de infierno, de odio, de oprobio, de lo lisiado, de mundo, pues este mundo, ¡oh, vosotros lo conocéis bien!

Vosotros hombres superiores, de vosotros siente anhelo el placer, el indómito, bienaventurado, ¡de vuestro dolor, oh fracasados! De lo fracasado siente anhelo todo placer eterno.

Pues todo placer se quiere a sí mismo, ¡por eso quiere también sufrimiento! ¡Oh felicidad, oh dolor! ¡Oh, rómpete, corazón! Vosotros hombres superiores, aprendedlo, el placer quiere eter­nidad,

el placer quiere eternidad de todas las cosas, ¡quiere pro­funda, profunda eternidad!

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¿Habéis aprendido mi canción? ¿Habéis adivinado lo que quiere decir? ¡Bien! ¡Adelante! Vosotros hombres superiores, ¡cantadme ahora, pues, mi canto de ronda!

¡Cantadme ahora vosotros la canción cuyo título es Otra vez, cuyo sentido es «¡Por toda la eternidad!», cantadme voso­tros, hombres superiores, el canto de ronda de Zaratustra!

¡Oh hombre! ¡Presta atención!

¿Qué dice la profunda medianoche?

«Yo dormía, dormía,

De un profundo soñar me he despertado:

El mundo es profundo,

Y más profundo de lo que el día ha pensado.

Profundo es su dolor.

El placer es aún más profundo que el sufrimiento:

El dolor dice: ¡Pasa!

Mas todo placer quiere eternidad,

-¡Quiere profunda, profunda eternidad!»

* * *

El signo

A la mañana después de aquella noche Zaratustra se levan­tó de su lecho, se ciñó los riñones
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y salió de su caverna, ardien­te y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.

«Tú gran astro, dijo, como había dicho en otro tiempo,
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profundo ojo de felicidad, ¡qué sería de toda tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!

Y si ellos permaneciesen en sus aposentos mientras tú estás ya despierto y vienes y regalas y repartes: ¡cómo se irritaría contra esto tu orgulloso pudor!

¡Bien!, ellos duermen todavía,
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esos hombres superiores, mientras que yo estoy despierto: ¡ésos no son mis adecuados compañeros de viaje! No es a ellos a quienes yo aguardo aquí en mis montañas.

A mi obra quiero ir, a mi día: mas ellos no comprenden cuáles son los signos de mi mañana, mis pasos no son para ellos un toque de diana.

Ellos duermen todavía en mi caverna, sus sueños siguen rumiando mis mediasnoches. El oído que me escuche a mí, el oído obediente
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falta en sus miembros.»

Esto había dicho Zaratustra a su corazón mientras el sol se elevaba: entonces se puso a mirar inquisitivamente hacia la altura, pues había oído por encima de sí el agudo grito de su águila. «¡Bien!, exclamó mirando hacia arriba, así me gusta y me conviene. Mis animales están despiertos, pues yo estoy despierto.

Mi águila está despierta y honra, igual que yo, al sol. Con garras de águila aferra la nueva luz. Vosotros sois mis anima­les adecuados; yo os amo.

¡Pero todavía me faltan mis hombres adecuados!»

Así habló Zaratustra; y entonces ocurrió que de repente se sintió como rodeado por bandadas y revoloteos de innumera­bles pájaros, el rumor de tantas alas y el tropel en torno a su cabeza eran tan grandes que cerró los ojos. Y, en verdad, so­bre él había caído algo semejante a una nube, semejante a una nube de flechas que descargase sobre un nuevo enemigo. Pero he aquí que se trataba de una nube de amor, y caía sobre un nuevo amigo.

«¿Qué me ocurre?», pensó Zaratustra en su asombrado co­razón, y lentamente dejóse caer sobre la gran piedra que se ha­llaba junto a la salida de su caverna. Mientras movía las manos a su alrededor y encima y debajo de sí, y se defendía de los ca­riñosos pájaros, he aquí que le ocurrió algo aún más raro: su mano se posó, en efecto de manera imprevista sobre una es­pesa y cálida melena y al mismo tiempo resonó delante de él un rugido, un suave y prolongado rugido de león.

«El signo llega»,
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dijo Zaratustra, y su corazón se transfor­mó. Y, en verdad, cuando se hizo claridad delante de él vio que a sus pies yacía un amarillo y poderoso animal, el cual estre­chaba su cabeza entre sus rodillas y no quería apartarse de él a causa de su amor, y actuaba igual que un perro que vuelve a encontrar a su viejo dueño. Mas las palomas no eran menos vehementes en su amor que el león; y cada vez que una paloma se deslizaba sobre la nariz del león éste sacudía la cabeza y se maravillaba y reía de ello.

A todos ellos Zaratustra les dijo tan sólo una única frase: «mis hijos están cerca, mis hijos»,
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entonces enmudeció del todo. Mas su corazón estaba aliviado y de sus ojos goteaban lágrimas y caían en sus manos. Y no prestaba ya atención a ninguna cosa, y estaba allí sentado, inmóvil y sin defenderse ya de los animales. Entonces las palomas se pusieron a volar de un lado para otro y se le posaban sobre los hombros y aca­riciaban su blanco cabello y no se cansaban de manifestar su cariño y su júbilo. El fuerte león, en cambio, lamía siempre las lágrimas que caían sobre las manos de Zaratustra y rugía y gruñía tímidamente. Así se comportaban aquellos anima­les.

Todo esto duró mucho tiempo, o poco tiempo: pues, ha­blando propiamente, para tales cosas no existe en la tierra tiempo alguno. Mas entretanto los hombres superiores que estaban dentro de la caverna de Zaratustra se habían desper­tado y estaban disponiéndose para salir en procesión a su en­cuentro y ofrecerle el saludo matinal: habían encontrado, en efecto, cuando se despertaron, que él no se hallaba ya entre ellos. Mas cuando llegaron a la puerta de la caverna, y el rui­do de sus pasos los precedía, el león enderezó las orejas con violencia, se apartó súbitamente de Zaratustra y lanzóse, ru­giendo salvajemente, hacia la caverna; los hombres superio­res, cuando le oyeron rugir, gritaron todos como con una sola boca y retrocedieron huyendo y en un instante desapa­recieron.

Mas Zaratustra, aturdido y distraído, se levantó de su asiento, miró a su alrededor, permaneció de pie sorprendido, interrogó a su corazón, volvió en sí, y estuvo solo. «¿Qué es lo que he oído?, dijo por fin lentamente, ¿qué es lo que me acaba de ocurrir?»

Y ya el recuerdo volvía a él, y comprendió con una sola mi­rada todo lo que había acontecido entre ayer y hoy. «Aquí está, en efecto, la piedra,
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dijo y se acarició la barba, en ella me encontraba sentado ayer por la mañana; y aquí se me acercó el adivino, y aquí oí por vez primera el grito que acabo de oír, el gran grito de socorro.

Oh vosotros hombres superiores, vuestra necesidad fue la que aquel viejo adivino me vaticinó ayer por la mañana.

A acudir a vuestra necesidad quería seducirme y tentar­me: oh Zaratustra, me dijo, yo vengo para seducirte a tu últi­mo pecado.
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¿A mi último pecado?, exclamó Zaratustra y furioso se rió de sus últimas palabras: ¿qué se me había reservado como mi último pecado?»

Y una vez más Zaratustra se abismó dentro de sí y volvió a sentarse sobre la gran piedra y reflexionó. De repente se le­vantó de un salto,

«¡Compasión! ¡La compasión por el hombre superior!, gritó, y su rostro se endureció como el bronce. ¡Bien! ¡Eso tuvo su tiempo!

Mi sufrimiento y mi compasión ¡qué importan! ¿Aspiro yo acaso a la felicidad? ¡Yo aspiro a mi obra!
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¡Bien! El león ha llegado, mis hijos están cerca, Zaratustra está ya maduro, mi hora ha llegado:

Ésta es mi mañana, mi día comienza: ¡asciende, pues, as­ciende tú, gran mediodía!»

Así habló Zaratustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuer­te como un sol matinal que viene de oscuras montañas.

Fin de "ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA"

Notas

{*}
F. Nietzsche, Ecce homo. Introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual (El Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, número 346, Madrid, 1971). Todas las indicaciones de páginas van referidas a esta edición.

Notas Prólogo

{1}
Así habló Zaratustra reproduce literalmente el aforismo 342 de "La gaya ciencia"; sólo «el lago Urmi», que allí aparece, es aquí sustituido por «el lago de su patria». El mencionado aforismo lleva el título "Incipit tragedia" (Comienza la tragedia) y es el último del libro cuarto de La gaya ciencia, titulado "Sanctus Januarius" (San Enero).

{2}
Es la edad en que Jesús comienza su predicación. Véase el Evange­lio de Lucas, 3, 23: «Éste era Jesús, que al empezar tenía treinta años». En el buscado antagonismo entre Zaratustra y Jesús es ésta la primera de las confrontaciones. Como podrá verse por toda la obra, Zaratustra es en parte una antifigura de Jesús. Y así, la edad en que Jesús comienza a predicar es aquella en que Zaratustra se retira a las montañas con el fin de prepararse para su tarea. Inme­diatamente después aparecerá una segunda contraposición entre ambos: Jesús pasó sólo cuarenta días en el desierto; Zaratustra pasará diez años en las montañas.

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