Así habló Zaratustra (42 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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Y el asno rebuznó I-A.

Tú recorres caminos derechos y torcidos; te preocupas poco de lo que nos parece derecho o torcido a nosotros los hombres. Más allá del bien y del mal está tu reino. Tu inocen­cia está en no saber lo que es inocencia.

Y el asno rebuznó I-A.

Mira cómo tú no rechazas a nadie de tu lado, ni a los men­digos ni a los reyes. Los niños pequeños los dejas venir a ti
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y cuando los muchachos malvados te seducen,
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dices tú con toda sencillez I-A.

Y el asno rebuznó I-A.

Tú amas las asnas y los higos frescos, no eres un remilgado. Un cardo te cosquillea el corazón cuando sientes hambre. En esto está la sabiduría de un Dios.

-Y el asno rebuznó I-A.

* * *

La fiesta del asno
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1

En este punto de la letanía no pudo Zaratustra seguir domi­nándose, gritó también él I-A, más fuerte que el propio asno, y se lanzó de un salto en medio de sus enloquecidos huéspe­des. «¿Qué es lo que estáis haciendo, hijos de hombres?, excla­mó mientras arrancaba del suelo a los que rezaban. Ay, si os contemplase alguien distinto de Zaratustra:

¡Todo el mundo juzgaría que vosotros, con vuestra nueva fe,
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sois los peores blasfemos o las más tontas de todas las vie­jecillas!

Y tú mismo, tú viejo papa, ¿cómo cuadra contigo el que adores de tal modo aquí a un asno como si fuese Dios?» «Oh Zaratustra, respondió el papa, perdóname, pero en asuntos de Dios yo soy más ilustrado que tú.
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Y ello es justo. ¡Es preferible adorar a Dios bajo esta forma que bajo ningu­na! Medita sobre esta sentencia, noble amigo: enseguida adi­vinarás que en tal sentencia se esconde sabiduría.

Aquel que dijo “Dios es espíritu”
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fue el que dio hasta ahora en la tierra el paso y el salto más grandes hacia la incredulidad: ¡no es fácil reparar el mal que esa frase ha hecho en la tierra!

Mi viejo corazón salta y retoza al ver que en la tierra hay to­davía algo que adorar. ¡Perdónale esto, oh Zaratustra, a un viejo y piadoso corazón de papa!»

«Y tú, dijo Zaratustra al caminante y sombra. ¿Tú te de­nominas y te crees un espíritu libre? ¿Y te entregas aquí a tales actos de idolatría y comedias de curas?

¡Peor, en verdad, te comportas tú aquí que con tus perver­sas muchachas morenas, tú perverso creyente nuevo!
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»

«Bastante mal, respondió el caminante y sombra, tienes ra­zón: ¡mas qué puedo hacer! El viejo Dios vive de nuevo, oh Zaratustra, digas lo que digas.

El más feo de los hombres es culpable de todo: él es quien ha vuelto a resucitarlo. Y aunque dice que en otro tiempo lo mató: la muerte no es nunca, entre los dioses, más que un pre­juicio».

«Y tú, dijo Zaratustra, tú perverso mago viejo, ¡qué has he­cho! ¿Quién va a creer en ti en lo sucesivo, en esta época libre, si tú crees en tales asnadas divinas?

Ha sido una estupidez lo que has hecho: ¡cómo has podido cometer, tú inteligente, tal estupidez!»

«Oh, Zaratustra, respondió el mago inteligente, tienes razón, ha sido una estupidez, y me ha costado bastante cara.»

«Y tú sobre todo, dijo Zaratustra al concienzudo del espí­ritu; ¡reflexiona un poco y ponte el dedo en la nariz!
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¿No hay aquí nada que repugne a tu conciencia? ¿No es tu espíritu de­masiado puro para estas oraciones y para el tufo de estos her­manos de oración?»

«Algo hay en ello, respondió el concienzudo del espíritu y se puso el dedo en la nariz, algo hay en este espectáculo que incluso hace bien a mi conciencia.

Tal vez a mí no me sea lícito creer en Dios: pero lo cierto es que en esta figura es en la que Dios me parece máximamente creíble.

Dios debe ser eterno, según el testimonio de los más piado­sos:
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quien tanto tiempo tiene se toma tiempo. Del modo más lento y estúpido posible: de ese modo alguien así puede llegar muy lejos.

Y quien tiene demasiado espíritu querría sin duda estar loco por la estupidez y la necedad mismas. ¡Reflexiona sobre ti mismo, oh Zaratustra!

Tú mismo ¡en verdad!, también tú podrías sin duda con­vertirte en asno a fuerza de riqueza y sabiduría.

¿No le gusta a un sabio perfecto caminar por los caminos más torcidos? La evidencia lo enseña, oh Zaratustra, ¡tu evi­dencias!
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»

«Y también tú, por fin, dijo Zaratustra y se volvió hacia el más feo de los hombres, el cual continuaba tendido en el sue­lo, elevando el brazo hacia el asno (le daba, en efecto, vino de beber). Di, inexpresable, ¡qué has hecho!

Me pareces transformado, tus ojos arden, el manto de lo su­blime rodea tu fealdad: ¿qué has hecho?

¿Es verdad lo que éstos dicen, que tú has vuelto a resuci­tarlo? ¿Y para qué? ¿No estaba muerto y liquidado con ra­zón?

Tú mismo me pareces resucitado: ¿qué has hecho?, ¿por qué tú te has dado la vuelta? ¿Por qué tú te has convertido? ¡Habla tú, el inexpresable!»

«Oh Zaratustra, respondió el más feo de los hombres, ¡eres un bribón!

Si él vive aún, o si vive de nuevo, o si está muerto del todo, ¿quién de nosotros dos lo sabe mejor? Te lo pregun­to.

Pero yo sé una cosa, de ti mismo la aprendí en otro tiempo, oh Zaratustra: quien más a fondo quiere matar, ríe.

“No con la cólera, sino con la risa se mata”- así dijiste tú en otro tiempo,
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Oh Zaratustra, tú el oculto, tú el aniquilador sin cólera, tú santo peligroso, ¡eres un bribón!»

2

Y entonces sucedió que Zaratustra, asombrado de tales res­puestas de bribones, dio un salto atrás hacia la puerta de su caverna, y, vuelto hacia todos sus huéspedes, gritó con fuerte voz:

«¡Oh vosotros todos, vosotros pícaros, payasos! ¡Por qué os desfiguráis y os escondéis delante de mí!

¡Cómo se os agitaba, sin embargo, el corazón a cada uno de vosotros de placer y de maldad por haberos vuelto por fin otra vez como niños pequeños, es decir, piadosos,

por obrar por fin otra vez como niños, es decir, por rezar, juntar las manos y decir “Dios mío”!

Mas ahora abandonad este cuarto de niños, mi propia ca­verna, en la que hoy están como en su casa todas las niñerías. ¡Refrescad ahí fuera vuestra ardiente petulancia de niños y el ruido de vuestros corazones!

Ciertamente: mientras no os hagáis como niños pequeños no entraréis en aquel reino de los cielos.
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(Y Zaratustra seña­ló con las manos hacia arriba.)

Mas nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, y por eso que­remos el reino de la tierra.»

3

Y de nuevo comenzó Zaratustra a hablar. «¡Oh, mis nuevos amigos, dijo, vosotros gente extraña, hombres superiores, cómo me gustáis ahora,

desde que os habéis vuelto alegres otra vez! Todos voso­tros, en verdad, habéis florecido: paréceme que flores tales como vosotros tienen necesidad de nuevas fiestas,
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de un pequeño y valiente disparate, de algún culto divino y alguna fiesta del asno, de algún viejo y alegre necio-Zaratus­tra, de un vendaval que os despeje las almas con su soplo.

¡No olvidéis esta noche y esta fiesta del asno, hombres su­periores! Esto lo habéis inventado vosotros en mi casa, y yo lo tomo como un buen presagio, ¡tales cosas sólo las inventan los convalecientes!

Y cuando volváis a celebrarla, esta fiesta del asno, ¡hacedlo por amor a vosotros, hacedlo también por amor a mí! ¡Y en memoria mía!
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»

Así habló Zaratustra.

* * *

La canción del noctámbulo
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1

Entretanto todos, uno detrás de otro, habían ido saliendo fue­ra, al aire libre y a la fresca y pensativa noche; Zaratustra mis­mo llevó de la mano al más feo de los hombres para mostrarle su mundo nocturno y la gran luna redonda y las plateadas cas­cadas que había junto a su caverna. Al fin se detuvieron unos junto a otros, todos ellos gente vieja, mas con un corazón va­liente y consolado, y admirados en su interior de sentirse tan bien en la tierra; y la quietud de la noche se adentraba cada vez más en su corazón. Y de nuevo pensó Zaratustra dentro de sí: «¡Oh, cómo me agradan ahora estos hombres superiores!» pero no lo expresó, pues honraba su felicidad y su silencio.­

Mas entonces ocurrió la cosa más asombrosa de aquel asombroso y largo día: el más feo de los hombres comenzó de nuevo, y por última vez, a gorgotear y a resoplar,
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y cuando consiguió hablar, una pregunta saltó, redonda y pura, de su boca, una pregunta buena, profunda, clara, que hizo agitarse dentro del cuerpo el corazón de todos los que le escuchaban.

«Amigos míos todos, dijo el más feo de los hombres, ¿qué os parece? Gracias a este día yo estoy por primera vez con­tento de haber vivido mi vida entera.

Y no me basta con atestiguar esto. Merece la pena vivir en la tierra: un solo día, una sola fiesta con Zaratustra me ha en­señado a amar la tierra.

“¿Esto era la vida?” quiero decirle yo a la muerte. `¡Bien! ¡Otra vez!
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Amigos míos, ¿qué os parece? ¿No queréis vosotros decirle a la muerte, como yo: ¿Esto era la vida? Gracias a Zaratustra, ¡bien! ¡Otra vez!»

Así habló el más feo de los hombres; y no faltaba mucho para la medianoche. ¿Y qué creéis que ocurrió entonces? Tan pronto como los hombres superiores oyeron su pregunta co­braron súbitamente consciencia de su transformación y cura­ción, y de quién se la había proporcionado: entonces se preci­pitaron hacia Zaratustra, dándole gracias, rindiéndole venera­ción, acariciándolo, besándole las manos, cada cual a su manera propia: de modo que unos reían, otros lloraban. El viejo adivino bailaba de placer; y aunque, según piensan algu­nos narradores, entonces se hallaba lleno de dulce vino,
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ciertamente se hallaba aún más lleno de dulce vida y había ale­jado de sí toda fatiga. Hay incluso quienes cuentan que el asno bailó en aquella ocasión: pues no en vano el más feo de los hombres le había dado antes a beber vino. Esto puede ser así, o también de otra manera; y si en verdad el asno no bailó aquella noche, ocurrieron entonces, sin embargo, prodigios mayores y más extraños que el baile de un asno. En resumen, como dice el proverbio de Zaratustra: «¡qué importa ello!»

2

Mas Zaratustra, mientras esto ocurría con el más feo de los hombres, estaba allí como un borracho: su mirada se apaga­ba, su lengua balbucía, sus pies vacilaban. ¿Y quién adivinaría los pensamientos que entonces cruzaban por el alma de Za­ratustra? Mas fue evidente que su espíritu se apartó de él y huyó hacia adelante y estuvo en remotas lejanías, por así de­cirlo «sobre una elevada cresta, como está escrito, entre dos mares,

entre lo pasado y lo futuro, caminando como una pesada nube».
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Poco a poco, sin embargo, mientras los hombres supe­riores lo sostenían con sus brazos, volvió un poco en sí y apartó con las manos la aglomeración de los veneradores y preocupa­dos; mas no habló. De repente volvió con rapidez la cabeza, pues parecía oír algo: entonces se llevó el dedo a la boca y dijo: «¡Ve­nid!»

Y al punto se hizo el silencio y la calma en derredor; de la profundidad, en cambio, subía lentamente el sonido de una campana. Zaratustra se puso a escuchar, lo mismo que los hombres superiores; luego volvió a llevarse el dedo a la boca y volvió a decir: «¡Venid! ¡Venid! ¡Se acerca la medianoche!» y su voz estaba cambiada. Pero continuaba sin moverse del si­tio: entonces se hizo un silencio más grande y una mayor cal­ma, y todos escucharon, también el asno, y los dos animales heráldicos de Zaratustra, el águila y la serpiente, y asimismo la caverna de Zaratustra y la luna redonda y fría y hasta la propia noche. Zaratustra se llevó por tercera vez el dedo a la boca y dijo:

¡Venid!iVenid!¡Caminemos ya!Es la hora: ¡caminemos en la noche!

3

Vosotros hombres superiores, la medianoche se aproxima: ahora quiero deciros algo al oído, como me lo dice a mí al oído esa vieja campana,

de modo tan íntimo, tan terrible, tan cordial como me ha­bla a mí esa campana de medianoche, que ha tenido mayor número de vivencias que un solo hombre:

que ya contó los latidos de dolor del corazón de vuestros padres ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe en sueños!, ¡la vieja, profunda, profunda medianoche!

¡Silencio! ¡Silencio! Ahora se oyen muchas cosas alas que por el día no les es lícito hablar alto; pero ahora, en el aire fresco, cuando también el ruido de vuestros corazones ha callado,

ahora hablan, ahora se dejan oír, ahora se deslizan en las almas nocturnas y desveladas: ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe en sueños!

-¿no oyes cómo de manera íntima, terrible, cordial te habla a ti la vieja, profunda, profunda medianoche!

¡Oh hombre, presta atención!
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4

¡Ay de mí! ¿Dónde se ha ido el tiempo? ¿No se ha hundido en pozos profundos? El mundo duerme

¡Ay! ¡Ay! El perro aúlla,
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la luna brilla. Prefiero morir, mo­rir, a deciros lo que en este momento piensa mi corazón de medianoche.

Ya he muerto. Todo ha terminado. Araña, ¿por qué tejes tu tela a mi alrededor? ¿Quieres sangre? ¡Ay! ¡Ay!, el rocío cae, la hora llega

la hora en que tirito y me hielo, la hora que pregunta y pregunta y pregunta: «¿Quién tiene corazón suficiente para esto?

¿quién debe ser señor de la tierra? El que quiera decir: ¡así debéis correr vosotras, corrientes grandes y pequeñas!»

la hora se acerca: oh hombre, tú hombre superior, ¡presta atención!, este discurso es para oídos delicados, para tus oídos ¿qué dice la profunda medianoche?

5

Algo me arrastra, mi alma baila. ¡Obra del día! ¡Obra del día! ¿Quién debe ser señor de la tierra?

La luna es fría, el viento calla. ¡Ay! ¡Ay! ¿Habéis volado ya bastante alto? Habéis bailado: pero una pierna no es un ala.

Vosotros bailarines buenos, todo placer ha acabado ahora, el vino se ha convertido en heces, todas las copas se han vuel­to blandas, los sepulcros balbucean.

No habéis volado bastante alto: ahora los sepulcros balbu­cean: «¡redimid a los muertos! ¿Por qué dura tanto la noche? ¿No nos vuelve ebrios la luna?» ,

Vosotros hombres superiores, ¡redimid los sepulcros, des­pertad a los cadáveres! Ay, ¿por qué el gusano continúa royen­do? Se acerca, se acerca la hora,

retumba la campana, continúa chirriando el corazón, si­gue royendo el gusano de la madera, el gusano del corazón ¡Ay! ¡Ay! ¡El mundo es profundo!

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