Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (24 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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En junio salió el último número de
Sagitario
. El grupo, con buena parte de sus miembros encarcelados y el resto perseguidos, ahogado económicamente, no pudo sostener la tarea editorial. Librado encontró un nuevo espacio, aunque poco efectivo, para transmitir su mensaje a los trabajadores mexicanos y escribió algunos artículos en
Cultura Proletaria
de Nueva York, desde la cárcel. En uno de ellos decía: «Las verdades que lanzaba en la cátedra contra la dictadura de entonces, hoy las lanzo desde el presidio contra la dictadura de hoy y las seguiré lanzando mientras no me acorten el resuello en sus calabozos regeneradores».

Tras siete meses de prisión, el 4 de noviembre, Librado Rivera salió en libertad. En vista de que se había negado a aceptar la libertad condicional tuvieron que decretar el «sobreseimiento de la causa». En la cárcel había cumplido los sesenta y tres años.

Un día antes de la salida de Librado de la cárcel, un proyecto periodístico estimulado por él nació en Monterrey. El nuevo periódico, bautizado
Avante
, incluyó en su primer número dos largos artículos del magonista: uno, la reproducción de un discurso que pronunció en la prisión el 16 de septiembre, donde establecía su singular versión de la independencia de México, y el otro, dedicado a probar un paralelismo entre su primer encarcelamiento en 1902 y el actual. Detrás del diario se encontraba el sindicato metalúrgico de la ciudad, pero duró tan sólo tres números. En febrero de 1928, renació ya en Villa Cecilia, iniciando de nuevo su numeración y ya con Librado Rivera como director. Ahí arranca una trayectoria similar a la de
Sagitario.
Un poema a la terquedad y la irreductibilidad.

Avante
asume la labor de propaganda, la difusión de la idea: circulares de grupos anarquistas, campañas por la libertad de presos, textos «clásicos». Formalmente es un periódico superior a
Sagitario
, de cuatro páginas apenas, pero de mayores dimensiones. Pero Librado no debe de estar demasiado orgulloso de su nuevo hijo. Ya no es un órgano de combate, es tan sólo un órgano de propaganda de las ideas, de denuncias aisladas, de resistencia. La CGT, ante la continua ofensiva de los gobiernos de Obregón y Calles, se ha replegado; formalmente mantiene su línea de absoluta independencia respecto al poder central y de acción ofensiva permanente contra el capital, pero la organización se encuentra desgastada. Muchos de sus mejores cuadros la han abandonado, sus sindicatos están mermados por decenas de luchas, despidos, cierres constantes en la industria. La crisis de la CROM la hará revivir temporalmente, pero no encontrará la continuidad de su vieja línea.

Librado persiste. Los ritmos del movimiento no son los suyos. Él sólo tiene un ritmo: continuo y pa´ delante.

A la muerte de Obregón, el 17 de julio de 1928, Librado responde con un artículo titulado «La muerte de Álvaro Obregón», en el que declara: «La humanidad de los oprimidos está de pláceres, ha desaparecido un tirano». Sus amigos distantes de
Verbo Rojo
en el D. F. siguen su ejemplo y publican «Un tirano menos», con lo que los autores van a dar a la cárcel. Suena premonitorio de lo que va a suceder. Dejemos que Librado lo narre:

«Como a la una de la tarde del día 22, se presentó en mi modesta ofi cina una persona de aspecto obrero, con un recado verbal de que me llamaban urgentemente los compañeros a la imprenta.

»Algo extraordinario ocurre, me dije, porque los compañeros nunca me mandan llamar [...] Pero ya en mi camino noté la presencia de varios esbirros: apostados en las esquinas de la cuadra. Uno de ellos, al verme voltear la esquina se dirigió hacia mí y hablándome por mi nombre me detuvo presentándome una orden de arresto [...] Al llegar a la jefatura de policía de Cecilia […] la persona que me leyó la orden del general Benignos, jefe de las operaciones militares en el puerto, me indicó que me quitara el sombrero.

»—No acostumbro hacerlo cuando alguien me lo ordena —le dije—, sino cuando yo quiero. Además, ¿no están ustedes luchando por establecer en México una democracia?

»—Está bien —me contestó.

»—Entonces sí, ahora me lo quito, por pura cortesía.

»—Después de leerme la orden que tenía en sus manos fui conducido por cuatro o cinco esbirros que me llevaron al Cuartel de la jefatura de operaciones de Tampico, en donde fui encerrado en un calabozo custodiado por guardias armados hasta los dientes, como si se tratara de un asesino feroz.

»Cinco horas más tarde me llevaron a la ofi cina del general quien a la sazón leía
Avante
. En la primera plana ya se veían marcados con tinta roja los artículos “La muerte de Álvaro Obregón” y “El desbarajuste político”.

»—¿Usted publica este periódico?

»—Sí —contesté yo.

»—En él calumnia usted al general Obregón, ¿por qué lo hace usted?

»—No lo calumnio, lo que digo es la pura verdad.

»—Siendo usted uno de los precursores de la revolución hoy hecha gobierno, respete usted las leyes emanadas de esa revolución.

»—Allí está el error —le repliqué—, en creer que nosotros iniciamos la revolución para quitar del gobierno a Porfirio Díaz y poner otro igual en su lugar».

El general Benignos, tras otro par de discusiones similares que Rivera sostuvo con dos de sus subordinados, le informó que quedaba detenido. Sin embargo, poco tiempo después lo sacaron del calabozo y le dijeron que estaba libre. Ocho días más tarde narraba la historia en el número 13 de
Avante
.

Librado continuó su labor editorial. A lo largo de 1928 editó veinte números de
Avante
y un extra; inició campañas contra la política de Calles ante el conflicto religioso y denunció las represiones locales contra los anarquistas de los grupos.

Muy ilustrativo de su posición en esos momentos fue el debate en que intervino en torno a la posibilidad de crear una Federación de Grupos Anarquistas en México. Respondiendo a la iniciativa de
Verbo Rojo
,
Avante
se pronunció contra la federación, «por ser esencialmente una idea antianarquista». Volvían los viejos tiempos de la propaganda, no los tiempos de la organización.

Desde diciembre de 1928, ocupaba el poder interinamente, por la muerte de Álvaro Obregón, un hombre que conocía bien a Librado, Emilio Portes Gil, fundador del Partido Socialista Fronterizo de Tamaulipas, gobernador del estado, abogado de sindicatos en la época carrancista, padrino de la tendencia sindical neutra contra la que habían chocado violentamente la CGT y los grupos anarquistas. Si en el resto del país su política laboral inicial permitió un amplio espacio de movimiento a las corrientes de izquierda (en aquella época el ejecutivo estaba liberándose de la CROM) e incluso trató de atraerlas, en Tamaulipas la ofensiva contra la izquierda fue más lejos de lo que había ido anteriormente.

El ejecutor había de ser el general Eulogio Ortiz, jefe de la zona militar. Librado cuenta:

«Fui arrestado el 19 de febrero; se me sacó en la noche de mi calabozo para ser conducido a las ofi cinas del general Eulogio Ortiz, jefe de la guarnición militar del puerto de Tampico; se me hizo despóticamente la pregunta siguiente:

»—¿Conque usted es enemigo del gobierno?

»—De todos los gobiernos —le contesté.

»Dirigiéndose luego a su secretario, le ordenó en términos enérgicos:

»—Mañana me levanta usted un acta bien detallada sobre la declaración que dé este viejo cabrón [...].

»—En la mañana del 20 fui llevado nuevamente a la oficina del general Eulogio Ortiz, quien se paseaba en el salón con
Avante
en las manos. Se me puso un asiento y comenzó el interrogatorio.

»—¿Quién escribió este artículo “Atentado dinamitero”?

»—Yo lo escribí.

»—Léalo usted para que recuerde bien lo que dice.

»Como me negué a hacerlo, por estar seguro de su contenido, el general, enfurecido y colérico, se arrojó sobre mí, diciéndome:

»—¡Mire, viejo cabrón; usted me va a decir aquí toda la verdad!

»—Siempre que he convenido decirla, la he dicho y la diré, aunque por decirla me cueste la vida.

»Esta contestación terminó con dos formidables puñetazos en mi cara y tomando en seguida un cinturón de cuero se puso en actitud amenazadora.

»—¿Por qué hijos de la chingada llama usted parásito al presidente de la república, viejo cabrón?

»La pregunta fue acompañada de fuertes correazos en la cabeza.

»—Juzgo que mi criterio en el uso de esa palabra es muy distinto al suyo. Yo llamo parásito al que vive del trabajo ajeno —contesté.

»—¡Entonces usted también es un parásito porque vive de los que le mandan dinero para publicar su periódico! —arguyó el esbirro.

»—Usted no encontrará en el periódico cantidad alguna destinada para mí. Los trabajadores que mandan dinero para publicar su periódico lo hacen por amor a las ideas y con el fin de contribuir a la ilustración del pueblo para propagar y llevar la luz al cerebro de sus compañeros explotados.

»—A ver, tráiganme el fuete para arreglar a este viejo loco cabrón —dijo Ortiz a los que le rodeaban.

»Se presenta en seguida un ayudante trayendo un diccionario:

»—Anarquía —dice— es la falta de todo gobierno; desorden y confusión por falta de autoridad.

»—Esa definición es la propagada por los escritores burgueses, y no la anarquía que yo propago en
Avante
, en donde se ve la acción violenta de los gobiernos confirmada en los hechos. Entretanto, deseo saber el nombre de usted, que me ha ultrajado tan infamemente —increpé al general Ortiz.

»—Su padre, cabrón —contestó el esbirro.

»—Mi padre no era tan bestia.

»—¿Qué dice usted?

»Y se arrojó sobre mí propinándome varios fuetazos acompañados de nuevos insultos.

»—¿Y qué opinión tiene del ejército? —me preguntó.

»—El ejército sirve para sostener a los gobiernos en el poder.

»—El ejército sirve para defender a la patria, a sus instituciones —dijo Ortiz.

»—El ejército es además el pedestal en el que descansan todas las tiranías y considero que los jueces que me juzgan en este momento son mis más feroces enemigos.

»Y como sentí que la sangre me chorreaba por las sienes, me paré indignado pidiendo a mi verdugo que me matara de un balazo, pero que no me golpeara tan cobardemente. Y en un momento de distracción mía, el monstruo aquel sacó su revólver y disparó un balazo sobre mí. Creí por un momento estar herido en la cabeza porque, debido al adormecimiento causado por la sordera, nada sentía. Pero pasados unos segundos, comprendí que sólo se trataba de torturarme para producir en mí algún síntoma de cobardía o arrepentimiento.

»Ortiz y sus ayudantes se apresuraron a buscar la bala y por haberse aplastado dijeron que había pegado en parte dura. Mientras a mi espalda esto acontecía, me quedé tan firme y sereno como si nada hubiera sucedido. La noble causa que siento y amo de corazón me hacía estar muy por encima de aquellos lobos.

»—Le voy a leer el acta para que la firme —me dijo el secretario.

»—Yo mismo deseo leerla para informarme de su contenido —le contesté. Y como la redacción de aquel documento estaba confeccionada de tal forma que yo mismo me consideraba culpable, me negué de plano a firmarla, aunque firmé dos que yo escribí con mi puño y letra.

»Vuelto a mi calabozo, pasé ese día torturado por el insomnio que produce una pesadilla. Al siguiente día fuimos sacados del cuartel, el compañero Santiago Vega y yo, en medio de una fuerte escolta rumbo a la playa. Nos pareció al principio que ésa iba a ser nuestra última morada; pero se nos llevó a un tren de pasajeros rumbo a Monterrey».

Los rumores de que Librado había sido detenido y golpeado por los militares salieron de Tampico y recorrieron el país. En Ciudad de México, el Consejo federal de la CGT se reunió el 26 de febrero y discutió la posibilidad de decretar una huelga general. «¡Se habían atrevido a golpear al viejo!», decía la voz anónima en el interior de un movimiento sindical que aunque se encontraba a la defensiva aún no había perdido toda su fuerza anterior.

¿Dónde estaba Librado? El presidente Portes Gil señaló que desconocía el paradero, aunque él había dado instrucciones al general Ortiz para la detención. La imprenta de
Avante
había sido confiscada por el ejército, los grupos de Tampico y Cecilia eran perseguidos. La pregunta seguía siendo: ¿dónde estaba Librado?

El viejo había sido conducido a una hacienda propiedad de Calles, llamada «El Limón» y de ahí a una segunda propiedad del ex presidente, llamada «La Aguja», mientras los militares decidían que hacer con él. Librado cuenta:

«Se encuentra allí un campamento militar en donde se nos tuvo secuestrados ocho días; en cuyo tiempo los soldados o sus mujeres nos daban de comer; pero los que mejor se portaron, facilitándonos alimentos, fueron unos chinos. Volvimos a la hacienda “El Limón”, donde se nos hicieron proposiciones de libertad con la condición de que abandonáramos el estado de Tamaulipas; pero como me negué a aceptar la libertad en esas condiciones, se nos dejó libres al día siguiente, ya sin ninguna condición.

»Nos sentíamos orgullosos de nuestro inesperado triunfo […] abandonados en aquellos campos y sin dinero; tuvimos la suerte de encontrar allí mismo buenos amigos que nos facilitaron dinero para nuestro regreso».

Excarcelado el primero de marzo, llegó a su hogar sólo para encontrar que la imprenta de
Avante
ya no existía. Un mes más tarde, el primero de abril, fue detenido nuevamente por unas breves horas. Pero estaban locos si creían que podían impedir su trabajo. El 15 de abril, elaborado en una imprenta sacada de quién sabe dónde, aparecía un nuevo número de
Avante
, donde se daba información sobre lo sucedido, en un artículo firmado por el propio Librado, escrito con su prolijo estilo informativo.

Mientras tanto las protestas de los grupos anarquistas se producían a lo largo del país y las autoridades eran inundadas por cartas en las que se pedía la devolución de la imprenta a Librado Rivera. La policía de Cecilia y Tampico y el ejército se dedicaron a perseguir al equipo editor y a otros militantes de los grupos: así cayó encarcelado Emeterio de la O, quien fue deportado al D. F. y puesto a disposición de las autoridades militares.

La muerte del líder amarillo Isauro Alfaro, a manos del alijador rojo Esteban Hernández, el 14 de abril, en medio de una pelea callejera al finalizar una asamblea, dio el pretexto para la detención de Leandro Porras, que fue apaleado y quedó al borde de la muerte, y aunque Hernández reconoció en su declaración que el suyo había sido un acto individual y en defensa propia, fueron detenidos cuarenta miembros más de los grupos, once de los cuales fueron enviados a Ciudad de México.

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