Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (23 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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Al mismo tiempo, en torno a él, en la zona petrolera veracruzana y tamaulipeca, cuyo centro estaba en Tampico, se producían grandes movimientos. La huelga de la Mexican Gulf fue derrotada, pero casi inmediatamente surgió la de la Huasteca Petroleum (febrero de 1925), encabezada también por los anarquistas, y luego hubo movimientos en los campos de la Corona y la Transcontinental donde había una previa organización de IWW. Librado fue afinando sus posiciones ante el movimiento sindical y comenzó a denunciar los juegos sucios de la CROM, sus alianzas con el gobierno y los capitalistas para hacerse con la dirección del movimiento.

En febrero de 1925, el viejo anarquista se involucró profundamente en el movimiento de los profesores de enseñanza básica de Villa Cecilia, que dirigía la federación local de la CGT.

Durante los seis primeros meses de 1925, la cuestión de qué fuerza sindical sería determinante en la región petrolera permaneció sin respuesta. Librado puso su granito de arena para apoyar a los anarcosindicalistas con su máquina de escribir y con
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. En ocho meses editó once números del periódico en colaboración con Pedro Gudiño y escribió veintiséis artículos. No fue suficiente. Ni la tenacidad publicitaria de Librado, ni la labor de los cuadros de la CGT, Ríos, Valadés y Antonio Pacheco que permanecieron en Tampico varios meses tratando de afianzar el movimiento, ni las tremendas huelgas de los trabajadores de las dragas, los maestros, los estableros y los petroleros. Sometidos a la represión, atacados por los sindicatos blancos, la CROM y los autónomos, presionados por las compañías y el gobierno, los anarcosindicalistas fueron derrotados en esta oleada. Para agosto de 1925, el movimiento estaba reducido a su mínima expresión. Librado y el grupo Hermanos Rojos permanecían en pie y seguía saliendo
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, aunque con menos regularidad y con menos fuerza tras de sí.

En mayo de 1925, Librado advertía que la llegada de Plutarco Elías Calles a la presidencia de la república significaría, tanto para el movimiento obrero y campesino como para su corriente más radical, una negra etapa. En un artículo significativamente titulado «Abajo todo gobierno», comentaba: «Estamos en pleno despotismo. Entramos en el período álgido de la tiranía». Y comparando al nuevo presidente con su viejo opositor, decía: «Díaz no se hacía llamar revolucionario ni amigo de los trabajadores».

La crisis del sindicalismo rojo en la zona petrolera no desanimó al viejo magonero, que en materia de derrotas había reunido mucha sabiduría sobre sus espaldas. Durante 1925 y 1926 hizo suyas varias campañas. Quizá la más importante fue la que emprendió por la liberación de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, que sólo habría de terminar después de la ejecución de los dos anarquistas italoamericanos en 1927. Conectado con ellos a través de la red de publicaciones ácratas existentes en Estados Unidos, Librado intercambió con los dos detenidos correspondencia personal, fragmentos de la cual fueron publicados como parte de la campaña.

Vanzetti le escribía a Librado, a mediados de 1925, una carta en que agradecía la labor de los grupos de Tampico y Villa Cecilia, se preocupaba por la suerte de los presos de Texas y terminaba: «Deposita en mi nombre una flor roja en la tumba de nuestro inolvidable Ricardo». Probablemente Librado nunca llevó a Ciudad de México la flor que le pedía Bartolomeo Vanzetti, pero lo que sin duda no olvidó fue a los dos anarquistas italianos. La campaña de
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, a la que se sumaron otros periódicos anarquistas mexicanos, sensibilizó a los sindicatos rojos.

En enero de 1926 se produjeron manifestaciones obreras en Puebla, frente al consulado norteamericano. En mayo de ese mismo año, Vanzetti le escribía a Rivera y éste reproducía en
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«Mi querido camarada Rivera: hoy todo el tribunal de la Suprema Corte del estado de Massachusetts negó nuestra apelación para un nuevo jurado. Estas noticias llegarán y sorprenderán como un rayo en cielo raso. Tú conoces a este país demasiado bien para no comprender lo que la negación significa. ¡No hay que forjarse ilusiones! Solamente los trabajadores del mundo y todos ustedes, camaradas nuestros, pueden salvarnos de la silla eléctrica y darnos libertad. Ánimo, camarada Rivera, y que nuestra suerte no te entristezca. Sabremos ser hombres hasta la muerte. Nuestro lema todavía es y será: dadnos la libertad o dadnos la muerte. Con recuerdos fraternales a todos los trabajadores de México».

El llamado desesperado de Vanzetti y la campaña de Librado promovieron un acuerdo de la sección local de la CGT de Tampico para que los obreros boicotearan las mercancías norteamericanas, y un acuerdo del congreso cegetista de julio de 1926 para intensificar la campaña solidaria con Sacco y Vanzetti. Hubo manifestaciones de los IWW y una amplia intervención del PCM en el asunto a través de su Liga internacional Pro Luchadores Perseguidos. A pesar de la movilización internacional, de la que los actos mexicanos representaban una mínima parte, la hora del «asesinato legal» se acercaba. En mayo, Vanzetti y Sacco dirigieron una nueva carta a los anarquistas mexicanos: «Se ha fijado el día 10 de julio para ejecutarnos: el enemigo no nos ha dejado más que unos pocos días de vida [...] Llevaremos vuestro recuerdo al fondo de nuestras sepulturas. Pero permitidnos que también os hablemos de la vida. Camaradas y amigos: vivid alegres y altivos. No hay que doblegarse o detenerse ante el dolor o la derrota [...] el enemigo no puede destruir ideas, derechos, verdades o causas».

La respuesta de la CGT fue una huelga de un día, el 15 de junio de 1927, con movilizaciones frente a los consulados norteamericanos, y envío de mensajes y telegramas. La huelga se repitió el 10 de agosto (doce días antes de la ejecución) y en ella participaron incluso sindicatos cromistas.

Los últimos meses de 1925 y el año 1926, con el movimiento sindicalista revolucionario de la región petrolera en crisis, vieron a Librado concentrarse en labores de propaganda ideológica. A lo largo de esos quince meses, produjo artículos sobre la «farsa de la repartición de las tierras», fijando una posición antipolítica, cooperativista y anarquista ante el problema de la distribución de la tierra y llamando a la defensa armada de los campesinos contra las agresiones de los militares y de las bandas armadas de los terratenientes. Polemizó contra los comunistas con gran violencia y defendió a los indios yaquis, en guerra contra el gobierno central.

En esa etapa, la represión callista comenzó a golpear a los grupos anarquistas de la región, pero dejando en paz a los «viejitos» de
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. En octubre de 1925, un mitin del grupo Afinidad fue atacado por la policía y hubo abundantes disparos, tras los que fueron detenidos tres de los organizadores y un repartidor de
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. En enero de 1926 fue detenido Román González, repartidor de propaganda anarquista de los grupos Afinidad y Luz al Esclavo; finalmente, el 31 de marzo de 1927 la policía cayó sobre Florentino Ibarra, uno de los distribuidores de
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.

En ese periodo, Librado había producido trece números de
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el último, del 26 de marzo, estaba encabezado por un virulento ataque firmado por él contra la política gubernamental de llevar la guerra a los indios yaquis en Sonora.

El primero de abril de 1927, un viejo flaco y con un traje astroso se presentó en la oficina del jefe de policía de Tampico; ante él, «un individuo de muy baja estatura, cara redonda, color amarillento de la piel». Era el coronel Rivadeneira.

Librado le preguntó: «Deseo saber la causa de la detención del obrero Florentino Ibarra». El coronel dijo que lo ignoraba y mandó al viejo a entrevistarse con el preso. Ibarra, en la rejilla, contó que fue arrestado cuando estaba vendiendo
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. Librado no quedó satisfecho y de nuevo fue a ver al coronel. Le respondieron que el jefe de policía no podía tener en la memoria las causas de la detención de un preso y que aquello no era una agencia de información pública. Los policías presentes trataron de acallar al viejo, que continuó reclamándoles. Librado les respondió: «Esbirros desgraciados». Lo detuvieron por insultos a la policía. Librado les preguntó: «¿Qué se trata de hacer conmigo?». Se hizo un largo silencio. «Puede retirarse», dijo uno de ellos. Pero el viejo no se quedó ahí. Fue a visitar al juez de distrito, quien dijo no saber nada; regresó con la policía nuevamente y ésta es la narración que dejó de los hechos:

«Volví a ver al jefe de policía, a quien le referí lo dicho por el juez de distrito.

»—Bueno —me dijo—, ¿es usted el que escribe este periódico?

»—Sí, yo soy quien lo escribe. Si hay algo malo en él, yo soy el único responsable de todo; deseo que ponga en completa libertad a Ibarra.

»—Que se detenga a este hombre, por orden del juzgado del distrito.

»—El juzgado de distrito no sabe nada de este asunto —aclaré yo—, ¿o son ustedes los que van a ordenar al juez de distrito?

»—Nosotros somos la autoridad y la autoridad manda».

Librado es enviado a la prisión de Andonegui. El día 3 de abril, comparece ante el agente del ministerio público. Se presenta en esos momentos una comisión de la Liga Internacional Pro Luchadores Perseguidos a pedir la libertad de los dos detenidos. El agente, para amedrentarlos, les pregunta si comulgan con las ideas de
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. Uno de los comisionados, Francisco Flores, contesta que sí y es detenido de inmediato; otros dos evaden la respuesta diciendo que defienden la libertad de expresión y a los trabajadores.

A partir de ese momento se inicia un duelo entre el agente del ministerio público y el viejo anarquista, que resulta cautivador:

«—¿Conoce usted este periódico, señor Rivera?

»—Sí, lo conozco, puesto que yo lo hice, y aunque hay artículos que no están firmados también fueron escritos por mí, por un olvido no les puse mi nombre.

»—El primer artículo, “Por la razón o la fuerza”, así como el segundo traen frases calumniosas para el señor presidente, especialmente en donde dice que es asesino.

»—Asesino es toda persona que mata a otra con toda premeditación, alevosía y ventaja. Actualmente ha ordenado Calles el asesinato y exterminio de los yaquis, y aunque él no lo haga personalmente, es el cómplice primero de ese crimen.

»—La pretensión de usted de negar la necesidad de gobierno se encuentra en completa contradicción con los hechos. El hombre nunca ha dejado de tener gobierno.

»—No es cierto eso, porque el hombre primitivo no tuvo gobierno; nació libre, completamente libre en las selvas y en los bosques de las montañas. ¿O cuál fue ese gobierno? ¡Si lo sabe, dígamelo usted!

»—Yo juzgo indispensable ordenar la detención de usted, señor Rivera, porque considero a usted un embaucador y un explotador de los trabajadores, a quienes engaña pidiéndoles dinero o usándolos para que le vendan el periódico como acontece a ese pobre obrero Florentino Ibarra que está aquí sufriendo por causa suya. También figuran aquí en la administración del periódico cantidades de dinero, como Manuel Rizo, envió dos pesos...

»—¿Y cuánto de ese dinero recibido es para mí? ¿Puede usted decírmelo?

»—Siendo usted enemigo del asesinato, ustedes lo autorizaban para venir a matar gente. ¿Cómo me explica esa contradicción manifiesta en su modo de pensar?

»—Nosotros los anarquistas estamos de acuerdo con hacer uso de la fuerza armada para derrocar a la fuerza organizada del gobierno. Sin el ejército y sin esa esbirrada que se llama policía, los gobiernos caerían en menos de veinticuatro horas sin necesidad de hacer uso de la fuerza.

»—Yo lo considero a usted un desviado de su cerebro, un extravagante y un vividor del sudor de los ignorantes trabajadores que llega usted a sugestionar predicándoles la igualdad, etcétera. Si usted aconseja esas teorías, ¿por qué no empieza usted a practicarlas con sus mismos compañeros? Veo a usted con corbata y no se la pasa a su compañero que no la trae; la camisa también se la debería dar. ¡Vamos! ¿Por qué no lo hace usted que ama tanto la igualdad?

»—Porque con esa repartición no conseguiría yo nada más que el beneficio de otro compañero. Las cosas continuarían como están y la humanidad de hambrientos y necesitados continuaría en las mismísimas situaciones de antes. Nuestra lucha no tiende a remediar las condiciones miserables de unos pocos. Sino las de todos los habitantes de la Tierra [...] Un cambio completo […] un mundo sin fronteras y sin patrias [...] cuyos representantes son los gobiernos, de los que usted, señor agente del ministerio público, es uno de sus puntales y uno de los parásitos sociales que viven chupando la sangre de los que trabajan.

»—¿Ha terminado usted con sus insultos, señor Rivera?

»—Sí, he terminado, aunque no considero como insultos las verdades que estoy refiriendo».

El día 8 se declaró la formal prisión de Rivera. Y casi inmediatamente comenzaron a producirse protestas en la prensa obrera y la prensa anarquista internacional, así como movilizaciones para su liberación.

Los cargos de «injurias al primer magistrado de la república» no eran suficientes para mantenerlo en prisión, y el juez se declaró incompetente, con lo que se turnó el caso a jueces de orden común manteniéndose a los detenidos en la penitenciaría de Andonegui.

El gobierno de Calles estaba dispuesto a pagar el costo del desprestigio que la detención del viejo luchador social representaba, a cambio de sentar el precedente de que la guerra del Yaqui era sagrada.

El siguiente número de
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salió repitiendo los artículos por los que Librado había sido detenido y con Pedro Gudiño oculto. Un número más vio la luz en mayo conteniendo las múltiples protestas de los sindicatos nacionales y una reafirmación de fe de Librado:

«No quito ni una sola letra a lo expuesto en los artículos denunciados, que no contienen calumnias de ningún género, sino el mérito de exponer verdades que han lastimado la susceptibilidad del actual mandatario, a quien sólo rodea una colmena de serviles aduladores».

De abril a noviembre de 1927, Librado permaneció en una húmeda celda de la prisión de Andonegui. De nada sirvieron las movilizaciones y cartas enviadas a Calles por organizaciones mexicanas y extranjeras.

Su mayor dolor era no poder empujar la campaña por la libertad de Sacco y Vanzetti que en esos meses llegaba a su punto más alto con las huelgas generales. Librado estaba en la cárcel cuando se produjo la ejecución.

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