El olor de componentes de alimento artificial quemado, junto con los paquetes carbonizados, era insoportable en aquel pequeño espacio.
Pese a los estragos causados por el lanzallamas, no todo lo que había en el casillero había quedado destruido. Por todos lados había, dispersas, pruebas de la fuerza del ser extraño, no tocadas por las llamas. Por el suelo yacían paquetes de todos tamaños, "latas" (así llamadas por tradición, no por su constitución metalúrgica) de almacenamiento de metal sólido, habían sido abiertas arrancándoles la cubierta como a frutas. Por lo que todos pudieron ver, el extraño no había dejado casi nada intacto para que lo terminaran las llamas.
Manteniendo a mano los detectores y los incineradores, se abrieron paso entre los restos. Un humo que ya llenaba sus pulmones también les quemó los párpados.
Una inspección cuidadosa de todas las filas de abastos calcinados no produjo el descubrimiento esperado.
Como todos los alimentos almacenados a bordo del
Nostromo
eran artificiales y de composición homogénea, los huesos que descubrieran podían ser los del extraño. Pero lo más parecido que encontraron a unos huesos fueron las bandas de refuerzo de varios grandes embalajes.
Ripley y Lambert, relajándose, estuvieron apunto de apoyarse en una pared aún caliente, pero se acordaron a tiempo.
—No lo logramos —dijo la oficial, decepcionada.
—Entonces, ¿dónde demonios está? —le preguntó Lambert.
—Allá.
Todos se volvieron para ver a Dallas, de pie junto a la pared del fondo, tras una pila de plástico carbonizado. Con su lanzallamas señalaba la pared.
—Allá es donde se fue.
Avanzando, Ripley y los demás vieron que la figura de Dallas estaba bloqueando la abertura del ventilador. La reja protectora que normalmente cubría el hueco yacía en el suelo hecha pedazos.
Dallas se quitó del cinturón su barra de luz y dirigió el rayo hacia la cámara. Tan sólo le reveló metales retorcidos. Cuando volvió a hablar, había excitación en su voz.
—Creo que es tiempo de hacer una pausa.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Lambert.
El la miró, en respuesta.
—¿No lo ves? Eso podría ser en nuestro beneficio. Este ducto termina en la toma de aire principal. Sólo hay otra abertura lo bastante grande para que ese ser escape de allí, y ésta otra podemos cubrirla. Entonces podremos acosarlo con los lanzallamas, y arrojarlo al espacio.
—Sí —dijo Lambert, en un tono indicador de que no compartía el entusiasmo de su capitán por aquella idea—. Nada de eso. Todo lo que tienes que hacer es meterte gateando por el respiradero persiguiéndolo, orientarte entre todo eso hasta que te encuentres frente a frente con él, y entonces rogar al cielo que tenga miedo al fuego.
La sonrisa de Dallas se desvaneció.
—La intervención del elemento humano acaba con toda la sencillez del plan, ¿verdad? Pero saldría bien si el monstruo tiene miedo al fuego. Es nuestra mejor oportunidad. Así no tenemos que arrinconarlo y dejar que las llamas lo maten a tiempo. Puede seguir retirándose hacia el agujero que le aguarda.
—Todo eso está muy bien —convino Lambert—. El problema es ¿quién va a ir tras él?
Dallas examinó al grupo, buscando al personaje adecuado para aquel juego letal. Ash tenía los mejores nervios, pero Dallas aún desconfiaba del científico. De todos modos el proyecto de Ash de encontrar algo que anulara los ácidos del monstruo lo excluía como candidato para la cacería.
Lambert ponía una expresión resuelta, pero era probable que bajo presión ella se desmoronara antes que los otros. En cuanto a Ripley, no lo haría mal en el momento de la actual confrontación. Dallas no estaba seguro de si se quedaría helada o no. No creía que ocurriera, pero no podía apostar su vida a eso.
En cuanto a Parker... Parker siempre había simulado ser un hombre rudo y desalmado. Se quejaba mucho, pero podía hacer un trabajo arduo y bueno cuando fuese necesario. De ello eran prueba los tubos y ahora los lanzallamas. Además, era su amigo el que había sido víctima del monstruo. Y conocía los sistemas de lanzallamas mejor que ninguno de ellos.
—Bueno, Parker, siempre quisiste una participación completa y una bonificación de fin de viaje.
—¿Sí? —dijo el ingeniero indiferente.
—Métete en la cámara.
—¿Por qué yo?
Dallas pensó darle varias razones, pero decidió en cambio decir algo sencillo:
—Simplemente, quiero verte ganar tu parte del dinero, eso es todo.
Parker meneó la cabeza y dio un paso atrás.
—No hay manera; puedes quedarte con mi parte. Puedes quedarte con todo mi salario de este viaje.
Con la cabeza indicó la apertura de la ventilación.
—No me meteré allí.
—Yo iré.
Dallas miró, sorprendido, a Ripley. Ella siempre había querido ofrecerse como voluntaria, tarde o temprano. Extraña chica. El siempre la había subestimado. Y todos los demás también.
—Olvídalo.
—¿Por qué? —preguntó ella, resentida.
—Sí, ¿por qué? —repitió Parker—. Si ella está dispuesta a ir, ¿por qué no dejarla?
—Mi decisión está tomada —dijo Dallas secamente mirándola y contemplando en su rostro una mezcla de resentimiento y confusión. No pudo comprender por qué él la había rechazado. "Bueno, no importa, algún día quizás me lo explicará".
Pero Dallas no podía explicárselo ni a sí mismo.
—Tú sigues el respiradero —dijo Dallas a Ripley—. Ash, tú te quedas aquí y cubres este extremo, por si de algún modo se coloca detrás de mí. Parker, tú y Lambert cubren la salida lateral de la que les hablé.
Todos ellos lo miraron, con distintos grados de comprensión. No había duda de quién entraría en el respiradero.
Respirando trabajosamente, Ripley llegó al vestíbulo de estribor. Una mirada a su detector no le mostró ningún movimiento en el área. Tocó entonces un cercano interruptor rojo. Un suave zumbido llenó esa sección del corrredor. El pesado cerrojo se apartó. Cuando vio que no había nadie y que el zumbido había cesado, hizo accionar el intercomunicador.
—Respiradero de estribor, listo.
Parker y Lambert llegaron a la sección del corredor especificada por Dallas, y allí se detuvieron. El respiradero, cubierto por su reja y de aspecto tranquilo, mostraba junto a la pared tres cuartos del camino hacia arriba.
—De aquí es donde saldrá, si prueba por esta sección —observó Parker.
Lambert asintió, y se acercó al micrófono más cercano para informar que ya estaba en su posición.
Allá en la alacena, Dallas escuchó con expresión intensa el informe de Lambert, que siguió al de Ripley. Dallas hizo un par de preguntas, escuchó las respuestas y cortó la comunicación. Ash le entregó su lanzallamas. Dallas ajustó el cañón y disparó un par de descargas rápidas.
—Aún funciona bien. En cuestiones de maquinaria, Parker es aún mejor de lo que cree.
Advirtió entonces la expresión del rostro de Ash.
—¿Ocurre algo?
—Tú tomaste tu decisión. No es momento para comentarios.
—Tú eres el científico. Adelante, di lo que tengas que decir.
—Esto no tiene nada que ver con la ciencia.
—Bueno, no es momento de sutilezas. Di lo que tengas que decir.
Ash lo miró con verdadera curiosidad.
—¿Por qué tuviste que ser tú el que fuera? ¿Por qué no enviaste a Ripley? Estaba dispuesta y es bastante competente.
—Yo no debí ni sugerir a nadie más que a mí mismo —dijo Dallas revisando el nivel del fluido del lanzallamas—. Ese fue un error. Es mi responsabilidad. Dejé que Kane descendiera en la nave extraña. Ahora, me toca a mí. Ya he delegado bastantes riesgos sin correr ninguno yo mismo. Es el momento de hacerlo.
—Tú eres el capitán —replicó Ash—. Es el momento de ser prácticos, no heroicos. Hiciste lo adecuado al enviar a Kane. ¿Por qué cambiar ahora?
Dallas le sonrió. No era frecuente pescar a Ash en una contradicción.
—No te corresponde a ti hablar de los procedimientos adecuados. Tú abriste el cerrojo y nos dejaste volver a la nave, ¿recuerdas?
El científico no contestó.
—Así pues, no me sermonees acerca de lo apropiado.
—Será más difícil para los que quedamos si te pasa algo. Especialmente ahora.
—Acabas de decir que considerabas bastante competente a Ripley. Estoy de acuerdo. Ella es la que seguirá al mando. Si no regreso, no hay nada que yo pueda hacer que ella no sepa.
—No estoy de acuerdo.
Estaban perdiendo el tiempo. No podía saberse dónde se hallaba la criatura.
Dallas estaba cansado de discutir.
—Ya no importa. Esa es mi decisión y es definitiva.
Se volvió, puso el pie derecho en la abertura del respiradero y luego deslizó delante de él su lanzallamas, cuidando que no resbalara en la superficie ligeramente inclinada.
—No resultará así —murmuró, mirando hacia abajo—. No hay espacio suficiente para ponerse en cuclillas.
Hizo pasar luego su otra pierna.
—Tendré que avanzar a gatas.
Se agachó y entró, teniendo que doblarse mucho por la abertura.
En el respiradero había menos espacio del que había creído. Cómo algo del tamaño descrito por Parker y Ripley había logrado pasar por aquel minúsculo espacio era algo que no podía imaginar. ¡Bueno! Dallas tuvo esperanzas de que el respiradero continuara angostándose. Quizás la criatura, en su prisa por huir, se dejaría acorralar definitivamente. Eso simplificaría las cosas.
—¿Cómo está todo? —le dijo una voz desde atrás.
—No demasiado bien —informó Dallas a Ash; su voz encontró eco a su alrededor.
Dallas logró colocarse a gatas.
—Es lo bastante grande para ser incómodo.
Encendió entonces su barra de luz y durante un momento buscó antes de localizar el micrófono de cuello que se había colocado. La luz le mostró el respiradero oscuro y vacío delante de él; avanzaba en una línea metálica recta, más adelante con una ligera curva hacia abajo. La curva se intensificaría, bien lo sabía Dallas. Tenía que descender todo un nivel antes de salir detrás de la criatura, allá en el respiradero de estribor.
—Ripley, Parker, Lambert, ¿me oyen? Estoy ahora en el respiradero preparándome a descender.
Abajo, Lambert se dirigió al intercomunicador de pared.
—Podemos oírte. Trataré de seguirte en cuanto estés al alcance de nuestro detector.
Cerca de ella, Parker levantó su lanzallamas y miró intensamente la reja que cubría al ducto.
—Parker, si trata de salir por donde están ustedes dos, asegúrate de hacerlo retroceder —instruyó Dallas al ingeniero—. Yo trataré de echarlo hacia allá.
—Entendido.
—Estaré junto a la cámara —informó Ripley—. Está abierta, esperando compañía.
—Queda en su camino —dijo Dallas, y empezó a avanzar a gatas, con la mirada fija en el túnel delante de él y los dedos en los controles del incinerador. Allí el respiradero tenía menos de un metro de ancho. El metal parecía frotar insistentemente sus rodillas, y Dallas se arrepintió de no haberse puesto un overol extra. "Demasiado tarde para cambiarse", murmuró. Todo el mundo estaba preparado. El no podía retroceder.
—¿Cómo va eso? —sonó una voz por el micrófono.
—Muy bien, Ash —dijo al ansioso científico—. No te preocupes por mí. No despegues la mirada de esa abertura, por si de algún modo se colocara detrás de mí.
Dio vuelta a la primera curva, tratando de visualizar en su cerebro la posición exacta del sistema de ventilación de la nave. El esquema impreso y los mapas eran confusos en su memoria. La ventilación no se encontraba en los sistemas más críticos de la nave. Era demasiado tarde ahora para estudiarlos mejor.
Después de varias curvas, pudo ver el respiradero delante de él. Hizo una pausa, respirando con dificultad, y levantó el cañón de su lanzallamas. Nada indicaba que algo pudiese estar oculto tras aquellas curvas, pero era mejor no correr riesgos. El nivel de combustible del incinerador indicaba que estaba casi lleno. No estaría mal indicarle a la criatura lo que podía estar siguiéndole de cerca; quizás la pondría en fuga sin que Dallas tuviera que enfrentársele.
Un toque al botón rojo envió una enorme llamarada por el túnel. Su rugido fue amplificado por lo estrecho de las paredes del respiradero, y el calor llegó como una oleada a su piel.
Dallas volvió a echar a andar, teniendo cuidado de mantener sus manos enguantadas lejos del metal ardiente sobre el que se arrastraba. Un poco de calor pasó por la gruesa textura de sus pantalones. Mas no lo sintió. Todos sus sentidos estaban concentrados hacia adelante, en busca de algún movimiento y de algún olor.
En la zona de equipaje, Lambert contemplaba, pensativa, la abertura con su gruesa cortina. Retrocediendo, encendió un interruptor. Hubo un sonido y la reja de metal se deslizó fuera de su vista, dejando un enorme agujero en la pared.
—¿Estás loca? —dijo Parker mirándola, sin poder dar crédito a sus ojos.
—Es por allí por donde vendrá, si se aparta del respiradero principal —contestó ella—. Dejémosla abierta. Detrás de la reja está demasiado oscuro. Deseo ver si viene.
Parker iba a discutir, pero luego pensó que mejor emplearía sus energías manteniendo un ojo avizor a la apertura, con o sin reja. De todas maneras, Lambert tenía graduación superior a la suya.
El sudor cubría los párpados de Dallas, persistente como hormigas, y él tuvo que detenerse para enjugárselo. Delante de él, la curva súbitamente se hacía pronunciada. El había estado esperando aquel descenso, pero la satisfacción de confirmar sus recuerdos no le produjo ningún placer. Ahora, ya no sólo tenía que vigilar el propio túnel, sino su propia velocidad y equilibrio.
Arrastrándose hasta el descenso, inclinó el lanzallamas y disparó otra feroz descarga. Ni gritos, ni olor a carne quemada llegaron hasta él. La criatura aún se hallaba lejos.
Dallas pensó que quizás estaría arrastrándose, acaso furiosa, acaso aterrorizada en busca de una salida. O quizás estuviese esperando, dispuesta a enfrentarse a su persistente perseguidor con inimaginables métodos de defensa.
Hacía calor en el túnel, y Dallas empezó a cansarse. Había otra posibilidad, según pensó: ¿qué pasaría si la criatura hubiese descubierto, de alguna manera, un método para salir del túnel? En ese caso, de nada serviría aquella tensa y dolorosa búsqueda. Sin embargo, sólo había una manera de resolver todos los problemas. Inició el empinado descenso con la cabeza hacia abajo, manteniendo el lanzallamas en equilibrio y apuntando hacia adelante.