Alien (19 page)

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Authors: Alan Dean Foster

Tags: #Ficción, Aventuras, Terror

BOOK: Alien
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—Estamos en posición —dijo.

—Adelante —dijo Dallas observando intensamente ciertos datos, con los dedos sobre una hilera de botones rojos.

—Estamos desplazándonos —la atención de Ripley enfocaba dos pantallas al mismo tiempo—. Se reduce la distancia. Veinte, quince... ¡ya está!

Manipuló un interruptor.

Dallas oprimió los controles rojos:

—Motores apagados, energía primaria de compensación. Tenemos estabilidad inercial. Activen el cerrojo de hiper-impulso.

—Activado —le informó Ripley—. Ya estamos unidos.

Al ser activado ahora, el
Nostromo
generaría un campo de hiperimpulso suficiente para incluir la refinería. Viajaría junto con ellos, envuelta en esas misteriosas manifestaciones de irrealidad que capacitan a naves y hombres a viajar con mayor velocidad que la luz.

—Rumbo fijo hacia la tierra —ordenó Dallas tensamente—. Entonces, enciende el grande, y llévanos a la velocidad de la luz más cuatro.

—Con todo gusto.

—Curso computado, y cerrado —dijo Lambert, un momento después—. Es hora de ir a casa.

Luego añadió, para sí misma: "Pies míos, sacadme de aquí".

Ripley tocó un gran control. El pequeño mundo con la extraña nave aprisionada se desvaneció como si nunca hubiese existido. El
Nostromo
alcanzó y superó la velocidad de la luz. Un efecto de corona se materializó a través de la nave y la refinería. Sobre ellos, las estrellas se volvieron azules, y las que se quedaron atrás cambiaron al color rojo.

Seis miembros de la tripulación se encaminaban, tranquilizados, a casa. Seis miembros de la tripulación, y algo más llamado Kane.

Se sentaron alrededor de la mesa a tomar café o cualquier otro líquido cálido que estimulara, según sus gustos y sus hábitos. Sus posturas relajadas mostraban su estado de ánimo actual, que hasta entonces había sido tan rígido como el cristal, y doblemente frágil. Ahora, unas piernas colgaban despreocupadamente de los brazos de los sillones, y las espaldas se hundían entre los cojines.

Lambert aún seguía en el puente, haciendo las últimas correcciones antes de darse el lujo de descansar. Ash se hallaba abajo en la enfermería acompañando a Kane. El oficial ejecutivo y su estado eran el principal tema de conversación.

Parker escanció un té humeante, y chasqueó los labios con poca delicadeza, proponiendo con su habitual confianza:

—Lo mejor será congelarlo. Eso detendrá la maldita enfermedad.

—No sabemos si la congelación alterará su estado de algún modo —arguyó Dallas—. Podría empeorarlo. Lo que podría intensificar eso que lo ha poseído.

—Es mil veces mejor que no hacer nada —dijo Parker, esgrimiendo su taza como un bastón—. Y eso es lo que hasta hoy ha hecho el automédico: nada. Tenga lo que tenga, está por encima de su capacidad. Exactamente como dijo Ash. Esa computadora médica está programa para curar cosas como mareos y huesos rotos, no algo por ese estilo.

—Todos sabemos que Kane necesita ayuda especializada.

—Que acabas de reconocer que no podemos prestarle.

—Correcto —dijo Parker, apoyándose sobre su respaldo—. Exactamente. Por eso digo: Congélenle hasta que estemos en casa, y pueda revisarlo un médico especializado en enfermedades extrañas.

—Correcto —añadió Brett.

Ripley sacudió la cabeza y pareció irritada.

—Siempre que él dice algo, tú añades: "correcto". ¿Sabes eso, Brett?

Brett rió:

—Correcto.

Ripley se dio vuelta para mirar al ingeniero.

—¿Qué piensas de eso, Parker? Tu equipo se limita a decir "correcto". Como los loros.

Parker se volvió hacia su colega:

—Sí. Di otra cosa. ¿Eres un tipo o un loro?

—Correcto.

—¡Oh, ciérrala!

A Dallas le dio lástima el ingeniero. Un poco de frivolidad les vendría bien a todos, y él tenía que oponerse. ¿Por qué tenía que ser así? Las relaciones entre los miembros de la tripulación eran de más confianza entre iguales que en un tipo de cadena de mando, de jefe a subordinado. Entonces, ¿por qué súbitamente se habían visto obligados a recordarle que él era el capitán?

Quizás porque se hallaban en una situación crítica, en cierto modo, y alguien tenía que estar al mando oficialmente. Estaba harto de la responsabilidad. Mal empleo. Precisamente, habría preferido estar en el cargo de Ripley o de Parker. Especialmente en el de Parker. Los dos ingenieros podían estar allá, tranquilos en su cubículo privado, y olvidarse alegremente de todo lo que no les afectase de manera directa. Mientras estuviesen funcionando las máquinas y los sistemas de la nave, no eran responsables ante nadie.

Se le ocurrió a Dallas que no le gustaba personalmente tomar decisiones. Por ello estaba al mando de un viejo remolque y no de una nave de línea. Y algo más revelador: quizás por ello nunca se quejaba de eso. Como capitán del remolcador podía pasar la mayor parte del tiempo en el hipersueño, no haciendo más que dormir y cobrar su salario. En el hipersueño no tenía que tomar decisiones.

"Pronto" se dijo a sí mismo. Pronto retornarían todos a las comodidades privadas de sus ataúdes individuales. La aguja señalaría cantidades bajas, los soporíferos entrarían en sus venas, embotarían sus cerebros, y ellos se dejarían ir gratamente hasta una tierra en donde ya no había que tomar decisiones y no existían las sorpresas desagradables de un universo hostil. En cuanto terminaran su café.

—Kane tendrá que entrar en cuarentena —dijo tranquilamente, dando un sorbo a su café.

—Sí, y nosotros también —dijo Ripley, desalentada ante aquel pensamiento.

Eso era comprensible. Tendrían que hacer el largo recorrido hasta la Tierra tan sólo para pasar semanas en aislamiento, hasta que los médicos se convencieran de que ninguno de ellos llevaba nada parecido a lo que había afectado a Kane. Visiones de grata hierba verde bajo sus pies y altos cielos azules pasaron por su mente. Vio una playa y un hermoso pueblecillo en la costa de El Salvador. Era penoso tener que aislarlos a todos. Sus ojos se volvieron cuando apareció una nueva figura. Lambert parecía cansada y deprimida.

—¿Quieren que les diga ciertas cosas para bajarles los ánimos?

—A ver, un poco de suspenso —respondió Dallas, tratando de prepararse mentalmente para lo que sospechaba que vendría. Sabía que la navegante se había quedado en el puente preparando algo.

—Según mis cálculos, basados en el tiempo pasado en ir y volver a esa nave y en el alto no programado, la cantidad de tiempo que pasamos al desviarnos...

—Dame la versión abreviada —la interrumpió Dallas—. Ya sabemos que nos hemos desviado al obedecer a aquella señal. ¿Cuánto falta para llegar a la Tierra?

Lambert terminó su taza de café, se dejó caer en una silla y dijo tristemente:

—Diez meses.

—¡Cielos!

Ripley contempló el fondo de su taza; nubes, hierba y playa se alejaron en su imaginación, se confundieron con un halo pálido, con un azul verdoso fuera de su alcance.

Cierto, diez meses en hipersueño no se diferenciaban de un mes. Pero sus mentes trabajaban con tiempo real. Ripley habría soportado la idea de seis meses; en cambio, de diez...

El intercomunicador zumbó, pidiendo atención y Dallas lo encendió:

—¿Qué ocurre, Ash?

—Ven a ver ahora mismo a Kane.

Había urgencia en su voz, y sin embargo cierta extraña duda.

Dallas se sentó muy derecho, así como los demás ante la mesa:

—¿Algún cambio de su estado? ¿Es grave?

—Es más sencillo que vengas a verlo.

Hubo una carrera general hacia el corredor. El café quedó humeante sobre la mesa desierta.

Horribles visiones pasaron por el cerebro de Dallas, que se abría paso hasta la enfermería, con los demás siguiéndole los talones. ¿Qué espantosos efectos posteriores habría producido la extraña enfermedad en su ejecutivo? Dallas se imaginó un hormigueo de minúsculas manos grises con su ojo único brillando húmedamente, adueñándose de las paredes de la enfermería, o algún hongo como lepra que envolviera el cuerpo descompuesto del infortunado Kane.

Llegaron a la enfermería jadeando por el esfuerzo de correr escaleras arriba y abajo. No había ningún hormigueo de manos extrañas por las paredes. Ningún extraño crecimiento, fungoide o no, invadía el cuerpo del ejecutivo. Ash había hablado muy discretamente del estado de Kane.

El ejecutivo estaba sentado sobre la plataforma médica, con los ojos abiertos y claros, funcionando en perfecta armonía con su cerebro. Sus ojos se volvieron al ver llegar a todos.

—¡Kane! —Lambert no podía creer a sus ojos—. ¿Estás bien?

"Parece perfectamente", pensó, asombrada. "Como si nada le hubiese ocurrido".

—¿Deseas algo? —le preguntó, cuando Kane no respondió a la pregunta de Lambert.

—Tiene la boca seca —dijo Dallas, pensando súbitamente en lo que Kane en su situación actual le recordaba: un hombre que volviera de la amnesia. El ejecutivo parecía alerta y bien, pero desconcertado por alguna razón particular, como si tratara de organizar sus pensamientos.

—¿Pueden darme un poco de agua?

Ash corrió hacia un dispensario, tomó una copa de plástico, la llenó y la tendió a Kane. El ejecutivo la vació de un solo golpe. Dallas notó distraídamente que la coordinación muscular parecía normal. Los movimientos de la mano a la boca habían sido hechos instintivamente, sin pensarlo.

Aunque enormemente tranquilizadora, la situación era ridícula. Tenía que haber algo mal en Kane.

—Más —fue todo lo que dijo Kane, y continuó actuando como un hombre con completo dominio de sí mismo. Ripley encontró un recipiente más grande, lo llenó hasta el borde y se lo tendió.

Kane vació el contenido como un hombre que acabara de pasar diez años en un desierto y luego se echó hacia atrás en la plataforma, abriendo mucho la boca, como necesitado de aire.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Dallas.

—Muy mal. ¿Qué me sucedió?

—¿No te acuerdas? —preguntó Ash.

Así pues, notó Dallas con satisfacción, la analogía con la amnesia había sido más cercana de lo que él creyera.

Kane se estiró ligeramente, más por músculos doloridos por el desuso que por otra cosa, y respiró profundamente.

—No me acuerdo de nada. Apenas puedo recordar mi nombre.

—Tan sólo para anotarlo... para el informe médico —preguntó Ash, profesionalmente—, ¿cómo te llamas?

—Kane, Thomas Kane.

—¿Eso es todo lo que recuerdas?

—Por el momento, sí.

Kane hizo que su mirada recorriera cada una de aquellas caras ansiosas:

—Me acuerdo de todos ustedes, pero aún no recuerdo sus nombres.

—Ya los recordarás —le aseguró Ash, con confianza—. Te acuerdas de tu nombre y reconoces nuestras caras. Buen principio. También es señal de que tu pérdida de memoria no es absoluta.

—¿Te duele algo?

Sorprendentemente, el estoico Parker fue el que hizo la primera pregunta de persona sensible.

—Me duele todo. Me siento como si alguien hubiera estado apaleándome todo un año.

Kane volvió a sentarse en la camilla, echó sus piernas a un lado y sonrió.

—¡Dios mío, tengo hambre! ¿Cuánto tiempo estuve fuera?

Dallas continuó contemplando incrédulo a Kane, aparentemente ileso:

—Un par de días. Desde luego, ¿no te acuerdas de lo que te ocurrió?

—No. Absolutamente de nada.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó Ripley.

—No lo sé.

—Estabas con Dallas y conmigo en un planeta extraño, explorando. ¿Te acuerdas de lo que pasó allí?

La frente de Kane se llenó de arrugas, mientras él batallaba con la niebla que oscurecía su memoria. Los recuerdos permanecían desconcertantemente fuera de su alcance, y concretarlos era imposible y doloroso.

—Simplemente, un sueño horrible acerca de algo que se fundía. ¿Dónde estamos ahora? ¿Todavía en el planeta?

Ripley negó con la cabeza.

—No, me alegra decírtelo. Estamos en el hiperespacio, de regreso a casa.

—Prepárense para volver a los congeladores —añadió Brett, optimista.

Estaba tan ansioso como los demás por volver a la protección y la inconsciencia del hipersueño. Ansioso por la pesadilla que se había impuesto a ellos.

Aun cuando contemplar al ileso Kane hacía difícil reconciliar sus recuerdos con la imagen del extraño horror que había llevado a bordo, la criatura petrificada aún estaba allí, inmóvil en el tubo para quien quisiera inspeccionarla.

—Estoy por eso —se apresuró a decir Kane—. Estoy mareado y exhausto; hasta podría entrar en el sueño profundo sin los congeladores.

Echó una mirada de desconcierto a su alrededor, por toda la enfermería.

—Sin embargo, en este momento me muero de hambre. Quiero un poco de alimento antes de descender.

—Yo mismo estoy hambriento —dijo Parker, cuyo estómago gruñó sin ninguna delicadeza.

—Es difícil salir del hipersueño sin que el estómago proteste. Más vale descender con la barriga llena. Así es más fácil salir.

—No refutaré yo eso —dijo Dallas, sintiendo que había que celebrar algo, a falta de material para una fiesta, un último festín antes del hipersueño no vendría mal.

—A todos nos vendría bien un poco de alimento, una comida antes de volver a la cama.

9

Sobre la mesa había ya café y té, por servicio individual de cada uno. Todos comían lentamente. Su entusiasmo provenía del hecho de que una vez más eran una tripulación completa, y no por la mezquina colación que les ofrecía el
autochef.

Tan sólo Kane comía de otra manera, dando enormes mordiscos a las carnes y las legumbres artificiales. Ya había devorado dos platos normales y empezaba con un tercero, sin dar señales de calmar su apetito. Sin fijarse en aquellas exhibiciones de glotonería humana, el gato Jones comía delicadamente de su plato en el centro de la mesa.

Kane levantó finalmente la mirada, y agitando una cuchara dijo con la boca llena:

—Lo primero que haré cuando volvamos es comer algo decente; estoy harto de cosas artificiales. No me importa lo que digan los manuales de la compañía, esto sabe a reciclado. Hay un dejo en lo artificial que no puede eliminar ninguna especie ni sazón.

—He comido cosas peores —comentó Parker, pensativo—, pero también mejores.

Lambert miró con el ceño fruncido al ingeniero, con una cucharada de un
bistec
que no lo era de verdad, entre el plato y sus labios:

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