—Prepárate a agarrarlo si se va de tu lado.
Lambert se preparó del lado opuesto de la columna.
Apareció el cuerpo de Kane, meciéndose lentamente al extremo del cable, colgado, inerte, a la luz mortecina.
Dallas estiró los brazos por encima del agujero tratando de asir el cuerpo inmóvil del ejecutivo, por el arnés del pecho. Su mano ya casi hacía contacto cuando notó una criatura gris, igualmente inmóvil, dentro del casco, que rodeaba la cabeza de Kane. Retiró su mano extendida, cual si se hubiera quemado.
—¿Qué pasa? —preguntó Lambert.
—¡Mira! Hay algo en su cara, dentro del casco.
Lambert rodeó el agujero.
—¿Qué dem...? —empezó a decir, y luego tuvo la primera vista de aquella criatura, limpiamente introducida en el casco como un molusco en su concha.
—¡Cielos!
—¡No lo toques! —ordenó Dallas, estudiando el cuerpo inerte de su compañero.
Luego, para probar agitó una mano ante aquella cosa pegada al rostro de Kane; no se movió. Preparándose para saltar hacia atrás y correr, tendió la mano hacia ella. Su mano se movió cerca de la base y luego hacia aquella protuberancia en forma de ojo, en el dorso. La bestia no pareció enterarse, y no dio otra señal de vida que una lenta pulsación.
—¡Es una cosa viva! —dijo Lambert, cuyo estómago estaba revolviéndose. Se sentía como si acabara de tragar un litro de los desperdicios de semi-reciclados del
Nostromo.
—
No se mueve, pero creo que tiene vida. Toma a Kane de los brazos, y yo lo tomaré de las piernas. Quizá podamos sacarle eso.
Lambert se apresuró a obedecer; hizo una pausa y luego miró vacilante a Dallas.
—¿Cómo lo tomo de los brazos?
—¡Oh, diablos! ¿Quieres cambiar?
—Sí.
Dallas cambió de lugar con ella. Al hacerlo, le pareció ver moverse un dedo de la mano, muy ligeramente, pero no quedó seguro.
Empezó a colocarse bajo los brazos de Kane; sintió el cuerpo muerto, y vaciló.
—Así nunca lograremos llevarlo a la nave. Tómalo de un lado, y yo lo tomaré del otro.
—Me parece justo.
Cuidadosamente dieron vuelta al cuerpo del ejecutivo, dejándolo sobre un lado; la criatura no cayó del casco. Permaneció fija al rostro de Kane, tan firmemente como cuando éste había yacido de espaldas.
—No sirvió. Fueron ganas de creer. En realidad, no creí que cayera. Llevémoslo a la nave.
Dallas deslizó uno de sus brazos tras la espalda de Kane y lo incorporó; luego pasó uno de los brazos del ejecutivo sobre sus hombros. Lambert hizo lo mismo del otro lado.
—¿Estás lista?
Lambert asintió con la cabeza.
—No quites un ojo a esa criatura. Si parece que va a desprenderse, suelta tu lado y apártate.
Ella volvió a asentir.
—En marcha.
Se detuvieron al llegar a la entrada de la nave extraña; ambos ya respiraban con dificultad.
—Colócalo en el suelo —ordenó Dallas.
Lambert lo hizo así, de buen grado.
—Esto no sirve. Sus pies tropezarán con cada roca, se hundirán en cada grieta. Quédate aquí con él. Trataré de hacer una camilla.
—¿Con qué?
Dallas iba ya de regreso rumbo a la nave, hacia la cámara de la que acababan de salir.
—Con el trípode —le oyó decir Lambert, en su casco—. Es bastante fuerte.
Mientras aguardaba el regreso de Dallas, Lambert se sentó lo más lejos de Kane que pudo.
El viento aullaba fuera del casco de la nave abandonada, anunciando la próxima caída de la noche. De pronto, Lambert descubrió que no podía apartar la mirada del pequeño monstruo pegado a Kane, de dejar de especular sobre lo que habría ocurrido.
No logró impedirse pensar en lo que aquello podía estar haciéndole a Kane. Tenía que hacerlo, porque la histeria se hallaba al cabo de ese proceso mental.
Dallas retornó con unas secciones del trípode desarmado bajo su brazo derecho. Extendiendo las piezas en el puente, empezó a formar una plataforma en la cual extender a Kane. El miedo daba rapidez a sus dedos enguantados.
Una vez terminada la armazón, Dallas probó su resistencia contra la superficie. Se dobló un poco, pero no se rompió. Dallas decidió que podía sostener al ejecutivo inconsciente hasta llegar al
Nostromo.
El breve día se apresuraba a su fin. La atmósfera estaba volviéndose color de sangre, y el viento se levantaba aullando. No era que no pudiesen arrastrar a Kane o encontrar al remolcador en la oscuridad, pero Dallas tenía ahora menos deseos que nunca de encontrarse de noche en aquel mundo azotado por el viento.
Algo inimaginablemente grotesco había surgido de las profundidades de la nave abandonada para imprimirse sobre el rostro de Kane, y sobre la mente de todos ellos.
Terrores aún más espantosos podían estar reuniéndose en aquella penumbra impregnada de polvo. Dallas anhelaba encontrarse entre las seguras paredes del
Nostromo.
Cuando el sol se puso tras las nubes que se elevaban, el anillo de luces que punteaba la parte baja del remolcador se encendió. Las luces no alegraron el paisaje que rodeaba a la nave; simplemente sirvieron para dar brillo a los contornos siniestros de la roca ígnea en que descansaba. Ocasionales remolinos de polvos más espesos giraban frente a ellos, anulando temporalmente hasta ese débil intento de disipar las tinieblas.
En el puente, Ripley aguardó con resignación alguna palabra de la silenciosa partida de los exploradores. La primera sensación de desamparo ya se había desvanecido, sólo para ser reemplazada por un vago embotamiento de cuerpo y alma. Ripley no podía animarse a mirar por una escotilla; tan sólo podía estar sentada, inmóvil, tomando de vez en cuando sorbos de un café tibio, y mirando estúpidamente sus datos, que cambiaban con lentitud.
El gato Jones estaba sentado frente a una escotilla. La tormenta le había interesado y él había inventado el juego frenético de tratar de cazar las partículas de polvo más grandes, cada vez que una chocaba con el exterior de la nave. Jones sabía que en realidad nunca podría cazar una de aquellas motas voladoras. Comprendía las leyes fijas subyacentes en una transparencia sólida. Ello reducía la emoción del juego, pero no la anulaba. Además, él podía hacer como si los fragmentos oscuros de piedra fueran aves, aunque nunca había visto una. Pero instintivamente comprendía ese concepto.
Otros monitores junto al de Ripley estaban siendo observados, otros aparatos regularmente calibrados. Como era el único tripulante del
Nostromo
que no tomaba café, Ash realizaba su trabajo sin estímulos líquidos. Su interés se despertaba sólo con nueva información.
Dos aparatos habían estado inmóviles durante algún tiempo y de pronto habían vuelto a la vida; los números afectaron el sistema nervioso del oficial en ciencias, tan poderosamente como cualquier narcótico. Redujo los amplificadores y los revisó silenciosamente antes de abrir la intercomunicación con el puente y anunciar su recepción.
—¿Ripley? ¿Eres tú, Ripley?
Ripley notó la intensidad del tono de Ash y se puso rígida en su asiento.
—¿Buenas noticias?
—Creo que sí, acabo de recobrar las señales de sus trajes. Y las imágenes están de nuevo en las pantallas.
Ripley suspiró profundamente, e hizo la pregunta aterradora pero inevitable:
—¿Cuántos vuelven?
—Todos ellos. Tres señales continuas.
—¿Dónde están?
—Cerca, muy cerca. Alguien habrá pensado en encender para que pudiéramos rastrearlos. Vienen hacia acá con ritmo continuo; lentamente, pero no dejan de avanzar. Todo parece bien.
"No esperes demasiado", pensó Ripley al activar el transmisor de su estación.
—Dallas... Dallas... ¿Puedes oírme?
Le contestó un verdadero huracán de sonidos atmosféricos, y ella trató de sintonizar mejor.
—Dallas, habla Ripley, ¡Contesta!
—Calma, Ripley, te oímos, casi hemos regresado.
—¿Qué sucedió? Los perdimos en las pantallas, perdimos las señales en las rocas cuando entraron en la nave. He visto las cintas de Ash. ¿Ha ocurrido...?
—Kane está herido —dijo la voz de Dallas, exhausta y furiosa—. Necesitaremos alguna ayuda para meterlo; está inconsciente. Alguien tendrá que darnos una mano.
Una rápida respuesta sonó en los amplificadores:
—Yo iré.
Era Ash.
Allá en el departamento de ingeniería, Parker y Brett escuchaban atentamente la conversación.
—Inconsciente —repitió Parker—. Siempre supe que Kane se metería en apuros algún día.
—De acuerdo —respondió Brett, preocupado.
—Sin embargo, no es mal tipo para oficial de una nave. Lo prefiero a él sobre Dallas. No da órdenes tan bruscas. Quisiera saber qué diablos les ocurrió allá.
—No lo sé; pronto lo averiguaremos.
—Quizás —continuó Parker—, simplemente se cayó y se hizo daño.
La explicación resultó tan poco convincente para Parker como para Brett. Ambos guardaron silencio, con su atención fija en el altoparlante.
—Allá está —dijo Dallas, al que aún le quedaron fuerzas para hacer una señal con la cabeza.
Varias formas tenues y semejantes a árboles asomaron en la cercanía, entre aquella penumbra.
Sostenían una gran forma indefinida: El casco del
Nostromo.
Casi habían llegado a la nave cuando Ash llegó al cerrojo del interior; allí se detuvo, se aseguró de que el cerrojo se abriría fácilmente, y tocó el tabique del comunicador más cercano.
—Ripley, estoy junto a la escotilla interior —dijo, luego dejó abierto el canal y se colocó junto a una pequeña puerta contigua.
—No hay señales de ellos; afuera es casi de noche, pero cuando lleguen al ascensor, yo veré las luces de sus trajes.
—Muy bien —contestó Ripley, que estaba pensando a toda velocidad, y algunos de sus pensamientos habrían sorprendido al científico. Resultaron sorprendentes para ella misma.
—¿En qué dirección? —preguntó Dallas, tratando de penetrar con la mirada aquel polvo, e intentando ver las huellas de la nave a la luz mortecina.
Lambert hizo un ademán hacia su izquierda.
—Por allá, según creo. Por esa primera columna. El ascensor debe estar detrás.
Continuaron por la misma dirección hasta que casi chocaron contra el borde del ascensor, firmemente emplazado en el terreno duro. Pese a su fatiga, lograron sacar el cuerpo inerte de Kane de la camilla y ponerlo en el ascensor manteniendo apoyado entre ambos al ejecutivo.
—¿Crees que lo puedes mantener de pie? ¿Será más fácil si no tenemos que levantarlo de nuevo.
Lambert respiró profundamente.
—Sí, creo que sí. Siempre que alguien nos ayude a salir de la cámara.
—Ripley, ¿estás ahí?
—Aquí mismo, Dallas.
—Vamos a subir —dijo Dallas echando una mirada a Lambert—. ¿Lista?
Ella asintió con la cabeza.
Dallas oprimió un panel. Hubo una sacudida y luego el ascensor se elevó limpiamente, y se detuvo a la misma altura de la puerta de salida.
Dallas se inclinó ligeramente y tocó un interruptor. La escotilla interna se deslizó a un lado, y ellos entraron en la cámara de aire.
—¿Está presurizada? —preguntó Lambert.
—No importa. Podemos admitir una bocanada de aire. Entraremos dentro de un minuto, y entonces podremos quitarnos estos malditos trajes.
Cerraron la escotilla y aguardaron a que se abriera la puerta interior.
—¿Qué le ocurrió a Kane? —dijo nuevamente la voz de Ripley.
Dallas estaba demasiado fatigado para notar algo en su voz, aparte de la preocupación normal.
Cambió a Kane ligeramente sobre su hombro sin preocuparse ya demasiado por la criatura. En todo el viaje de regreso a la nave no se había movido un solo centímetro, y Dallas no esperaba que ahora se moviera de pronto.
—Algún tipo de organismo —contestó, y el eco débil de su propia voz le resultó tranquilizador en su propio casco—. No sabemos cómo ocurrió ni de donde vino, pero se ha fijado en él. Nunca he visto cosa parecida. No se ha movido ni ha cambiado de posición en todo el regreso. Tendremos que llevar a Kane a la enfermería.
—Necesito una definición clara —respondió Ripley fríamente.
—¡Al demonio las definiciones claras!
Dallas trataba de contestar de modo tan racional como le fuera posible, y no revelar con sus palabras su furia y amargura.
—¡Mira, Ripley, no vimos lo que ocurrió! Él había bajado por una especie de columna, muy por debajo de nosotros. No supimos que había ocurrido algo hasta que tiramos de él. ¿Es esa una definición clara?
Hubo un silencio en el otro extremo del canal.
—¡Mira, simplemente abre la escotilla!
—Espera un momento —Ripley escogía sus palabras cuidadosamente—: Si lo dejamos entrar, puede infectar toda la nave.
—¡Maldita sea! ¡No es un germen! Es más grande que mi mano y de apariencia muy sólida.
—Ya conoces los procedimientos de cuarentena —respondió la voz de Ripley, con una determinación que ella no sentía—. Veinticuatro horas para descontaminación. A los dos les queda en su traje aire más que suficiente para eso, y de ser necesario podemos mandarles otros tanques. Veinticuatro horas tampoco probarán concluyentemente que ese ser no será ya peligroso, pero esa no es mi responsabilidad. Simplemente tengo que aplicar las reglas. Lo sabes tan bien como yo.
—¡También sé de excepciones! Y yo soy el que está sosteniendo lo que queda de un buen amigo, no tú. En veinticuatro horas podría estar muerto, si no lo está ya. ¡Abre la escotilla!
—Escúchame —imploró Ripley—. Si rompemos la cuarentena, todos podemos morir.
—¡Abre la maldita escotilla! —gritó Lambert—. ¡Al demonio las reglas de la Compañía! Tenemos que llegar a la enfermería, donde el médico pueda atenderlo.
—¡No puedo! Si estuvieras en mi lugar, con la misma responsabilidad, harías lo mismo.
—Ripley —dijo Dallas lentamente—. ¿Puedes oírme?
—Te oigo muy claro.
La voz de ella estaba llena de tensión.
—La respuesta sigue siendo negativa. Veinticuatro horas, y luego podrás meterlo.
Dentro de la nave, otra persona llegó a una determinación. Ash golpeó el panel de emergencia fuera de la cámara. Una luz roja se encendió, acompañada por un rechinar claro y conocido.
Dallas y Lambert miraron fijamente la puerta interior, que empezaba a correrse a un lado. El tablero de Ripley se iluminó y en ella aparecieron las palabras increíbles: