Albert Speer (27 page)

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Authors: Memorias

Tags: #Biografía, Historia

BOOK: Albert Speer
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Entre el Arco de Triunfo y la Gran Sala, once ministerios aislados interrumpían nuestra calle. Además de un Ministerio del Interior, otro de Comunicaciones, uno de Justicia, otro de Economía y uno de Abastecimientos, después de 1941 todavía tuve que incorporar al proyecto un Ministerio de Colonias.
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Así pues, ni siquiera durante la campaña de Rusia renunció Hitler a establecer colonias alemanas. Los ministros que esperaban conseguir con nuestros proyectos la concentración de sus dependencias, desperdigadas por Berlín, quedaron decepcionados cuando Hitler dispuso que los nuevos edificios se destinaran sobre todo a fines representativos y no al aparato del Gobierno.

A continuación de aquella monumental parte de la calle, trataba de imponerse un carácter comercial y de esparcimiento a un trayecto de más de un kilómetro que desembocaría en la Plaza Redonda, en la intersección con la Potsdamer Strasse. A partir de este punto y en dirección al norte, la calle volvía a adquirir un carácter solemne: a mano derecha se elevaba la «Galería de los Soldados» diseñada por Wilhelm Kreis, un cubo gigantesco sobre cuya finalidad Hitler no se manifestó nunca abiertamente, aunque es posible que pensara en una combinación de arsenal y monumento conmemorativo. En cualquier caso, tras el armisticio con Francia ordenó que la primera pieza que se expusiera en aquel lugar fuera el vagón comedor en el que se había sellado la derrota de Alemania en 1918 y el derrumbamiento de Francia en 1940. También estaba previsto que hubiera una cripta para albergar los féretros de los mariscales alemanes más famosos del pasado, el presente y el futuro.
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Más allá de la Galería se extendían por el Oeste, hasta la Bendlerstrasse, los edificios destinados a alojar al Alto Mando del Ejército de Tierra.
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Göring, después de examinar estos proyectos, sintió que su Ministerio del Aire debía superarlos. Me convenció para que me pusiera a su servicio,
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y encontramos un solar ideal para sus fines ante la «Galería de los soldados», en el límite del Tiergarten. Göring se mostró entusiasmado con los planos del nuevo edificio, que después de 1940, bajo el nombre de «Departamento del Mariscal del Reich», habría de reunir la totalidad de sus cargos. Hitler, en cambio, dijo con decisión:

—El edificio es demasiado grande para Göring; destaca demasiado. Además, no me gusta que emplee a mis arquitectos para construirlo.

Aunque muchas veces hablaba con desagrado de los planes de Göring, nunca encontró el valor necesario para refrenar a su ministro. Göring, que conocía a Hitler, me tranquilizó con estas palabras:

—Deje las cosas como están y no se preocupe. Lo vamos a construir así, y ya verá cómo, al final, el
Führer
estará entusiasmado.

Hitler se mostraba muy a menudo así de indulgente en su esfera particular. Por ello cerraba los ojos ante los escándalos conyugales que se producían a su alrededor, siempre y cuando, como en el caso Blomberg, no se les pudiera sacar partido político. Así, podía sonreírse ante el afán de ostentación y pronunciar cáusticas observaciones en su círculo íntimo, sin insinuar siquiera a los afectados que consideraba incorrecta su conducta.

En el anteproyecto del edificio de Göring había gran cantidad de escaleras, salas y vestíbulos, que ocupaban más espacio que las zonas de trabajo. El punto central de la parte destinada a fines representativos habría de estar constituido por un vestíbulo con una pomposa escalinata que llegaría hasta el cuarto piso y que era probable que nunca fuera utilizada, pues, naturalmente, todo el mundo preferiría emplear el ascensor. Desde luego, el conjunto era una pura obra de exposición; para mí constituyó el paso definitivo del neoclasicismo que hasta entonces había pretendido, que quizá aún fuera perceptible en la nueva Cancillería del Reich, a una recargada arquitectura representativa propia de nuevos ricos. El 5 de mayo de 1941, la Crónica de mi departamento oficial registra que al mariscal del Reich le había gustado mucho la maqueta del edificio y que había parecido particularmente entusiasmado por la escalera. En ella comunicaría todos los años su consigna a los oficiales de la Luftwaffe. De acuerdo con lo registrado en la Crónica, Göring dijo literalmente:

—Breker tiene que hacer un monumento al Inspector General de Edificación para colocarlo en esta escalinata, que será la más grande del mundo. La expondremos aquí en honor del hombre que ha concebido una obra tan grandiosa.

Esta parte del Ministerio, cuya fachada, de 240 metros de longitud, daba a la gran avenida, estaba unida a un ala de las mismas dimensiones que se orientaba hacia el Tiergarten y acogía los salones para fiestas que Göring me había pedido y que, al mismo tiempo, constituirían las estancias de su vivienda. Dispuse los dormitorios en el piso superior. Pretextando razones de protección antiaérea, proyecté cubrir el edificio con un espesor de cuatro metros de tierra de jardín, de manera que incluso se pudieran plantar grandes árboles en ella. Así, sobre los tejados de Berlín, a cuarenta metros por encima del Tiergarten, habría surgido un gran parque de 11.800 m
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, con piscina y campo de tenis, fuentes, estanques, columnatas, pérgolas y un bar, así como un teatro de verano con capacidad para doscientos cuarenta espectadores. Göring quedó abrumado y enseguida se puso a soñar con las fiestas que celebraría en aquella terraza ajardinada:

—Iluminaré la gran cúpula con bengalas y desde allí organizaré unos grandes fuegos artificiales para mis invitados.

Sin contar los sótanos, el edificio de Göring habría tenido un volumen de 580.000 m
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, mientras que la Cancillería del Reich recién construida sólo tenía 400.000. No obstante, Hitler no se sintió superado por Göring; en el discurso que pronunció el 2 de agosto de 1938, muy ilustrativo respecto a sus ideas constructivas, manifestó que únicamente podría utilizar diez o doce años más la nueva Cancillería, porque el gran proyecto urbanizador de la ciudad de Berlín preveía la edificación de una obra mucho mayor como vivienda del canciller y sede gubernamental. Tras una inspección conjunta a la sede oficial de Hess en Berlín, Hitler decidió que el edificio se levantaría en la Voss-Strasse. El de Hess tenía una escalera en llamativos tonos rojos y una decoración mucho más sencilla que la de estilo transatlántico que él y los jerarcas del Reich preferían. De nuevo en la Cancillería del Reich, Hitler criticó con expresión de horror la falta de criterio artístico de su lugarteniente:

—A Hess no lo han favorecido en absoluto las musas. Jamás permitiré que levante ninguna obra nueva. Más adelante, su sede será la actual Cancillería del Reich, y no dejaré que haga en ella la menor modificación, pues no entiende de esto.

Una crítica semejante, relativa además al criterio estético, podía a veces acabar con una carrera, y así lo interpretaron todos en el caso de Rudolf Hess: sólo en presencia del propio Hess se expresó Hitler con moderación. Pero bastaba con constatar el comportamiento reservado de la corte para que Hess se diera cuenta de que su cotización había descendido considerablemente.

• • •

Al igual que al sur del proyectado centro urbano, también al norte había una estación central. Un estanque de 1.100 metros de largo y 350 de ancho la separaría de la Gran Sala, situada casi a dos kilómetros. No uniríamos aquel enorme estanque con el Spree, cuyas aguas estaban llenas de basura. Como antiguo deportista acuático, quería que el agua del lago estuviese limpia para los nadadores. Vestuarios, cobertizos para las barcas y solarios debían flanquear un baño al aire libre en plena capital, que probablemente habría creado un singular contraste con las grandes edificaciones que se reflejarían en el lago, que proyecté por un motivo muy sencillo: aquel subsuelo pantanoso no era adecuado para construir en él.

Había planeado situar tres grandes edificios en el lado oeste del lago: en el centro, el nuevo Ayuntamiento de Berlín, de casi medio kilómetro de longitud. Hitler y yo nos inclinábamos por dos anteproyectos distintos; después de muchas discusiones, conseguí imponer mis argumentos. El Ayuntamiento estaría flanqueado por el Alto Mando de la Marina de Guerra y la Jefatura Superior de Policía de Berlín. En el lado este del gigantesco estanque se construiría una nueva academia militar, rodeada de espacios verdes. Los planos de estos edificios se concluyeron según lo previsto.

Sin duda, el sector comprendido entre las dos estaciones centrales pretendía demostrar, traducido a lenguaje arquitectónico, el poderío político, militar y económico de Alemania. El soberano absoluto del Reich se hallaría en el centro de la gran avenida, y la expresión máxima de su poder sería la cercana Gran Sala, cuya cúpula dominaría el Berlín del futuro. Al menos sobre los planos se había convertido en realidad aquella expresión de Hitler de que «Berlín tendría que cambiar su faz para adaptarse a su nueva y gran misión».
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En la actualidad, cuando trato a veces de comprender los motivos de mi aversión hacia Hitler, me parece que, además de todas las cosas terribles que realizaba o planeaba, también hay que tener en cuenta la decepción personal que me deparó su juego con la guerra y las catástrofes. Pero también soy consciente de que todos aquellos proyectos sólo habrían sido posibles mediante ese juego de poder sin escrúpulos.

Los anteproyectos de tal magnitud revelan, desde luego, una permanente megalomanía. Aun así, sería injusto desdeñar sin más todo el proyecto de aquel eje norte-sur. Desde el punto de vista de las proporciones actuales, la amplia avenida y las nuevas estaciones centrales, con su tráfico subterráneo, eran de dimensiones tan poco exageradas como nuestros edificios comerciales, hoy sobrepasados con mucho en todo el mundo por Ministerios y rascacielos. Si rompían el marco de lo humano era más por su impertinencia que por su tamaño. La Gran Sala, la futura Cancillería del Reich de Hitler, el grandioso edificio de Göring, la «Galería de los Soldados» y el Arco de Triunfo fueron proyectos que vi con los ojos políticos de Hitler, —¿Comprende usted ahora por qué lo hacemos todo tan grande? La capital del Imperio germánico… Si disfrutara de salud…

• • •

Hitler tenía prisa por ver realizado el núcleo de su planificación urbanística, de siete kilómetros de longitud. Tras efectuar unos cálculos muy precisos, en primavera de 1939 le prometí que todas las obras estarían terminadas en 1950. Esperaba que con eso le daría una gran alegría, por lo que me sentí defraudado al comprobar que se limitaba a tomar nota con satisfacción de ese plazo, que implicaba una actividad constructora incesante. Quizá estuviera pensando al mismo tiempo en sus planes militares, que a la fuerza convertirían mis cálculos en ilusorios.

Sin embargo, otros días mostraba tal empeño en que las obras se concluyeran en el plazo previsto y parecía sentirse tan impaciente porque llegara el año 1950 que, si lo único que impulsaba sus fantasías urbanizadoras era el deseo de ocultar sus propósitos expansionistas, esta fue su mejor maniobra de distracción. Las frecuentes observaciones que hacía respecto al alcance político de sus planes deberían haberme hecho sospechar algo, aunque las compensaba la seguridad que parecía tener en el cumplimiento de los plazos fijados. Ya estaba acostumbrado a que hiciera de vez en cuando comentarios alucinantes; ahora resulta más fácil que entonces descubrir los hilos que los unían entre sí y con mis proyectos de construcción.

Hitler procuraba evitar que nuestros planes se conocieran; sin embargo, como no podíamos trabajar excluyendo por completo a la opinión pública, porque había demasiada gente ocupada en los trabajos previos, dejamos ver partes aparentemente inocuas del proyecto, y también explicamos la idea urbanística general en un artículo que publiqué con autorización de Hitler.
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El cabaretista Werner Fink se burló del proyecto y fue internado en un campo de concentración, aunque seguramente hubo otros motivos. Yo pensaba acudir al local en el que actuaba para demostrar que no me sentía ofendido, pero lo detuvieron justo el día antes de que lo hiciera.

Nuestra precaución también se ponía de manifiesto en asuntos de poca monta: cuando consideramos la posibilidad de derribar la torre del Ayuntamiento de Berlín, publicamos por medio del subsecretario Karl Hanke un «comunicado» en un periódico berlinés con objeto de saber cómo reaccionaría la opinión pública. Desistí de mi propósito al constatar la colérica protesta de la gente, cuyos sentimientos teníamos que respetar. Se planteó también la posibilidad de reconstruir el agradable palacio de Monbijou en el parque del palacio de Charlottenburg, dado que en su ubicación original se había previsto levantar un museo.
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Incluso la torre de comunicaciones continuó en su lugar por razones similares, y tampoco se eliminó la Columna de la Victoria, que se interponía en el camino de las nuevas obras; Hitler veía en ella un monumento de la historia alemana y, para aumentar más su efecto, pensó aprovechar la ocasión para levantar un poco más la columna. Para este fin dibujó un boceto que todavía se conserva, y se burló de la mezquindad de un Estado prusiano triunfante que había escatimado incluso en la altura de su Columna de la Victoria.

Calculé los costes totales del proyecto de la planificación urbanística de Berlín entre cuatro y seis mil millones de marcos del Reich, que equivaldrían actualmente a entre dieciséis y veinticuatro mil millones de marcos. Durante los once años que aún faltaban hasta 1950, había que gastar cada año en edificaciones alrededor de quinientos millones de marcos del Reich, una cifra en absoluto utópica, pues tal cantidad sólo equivalía al cuatro por ciento del volumen total de la construcción alemana.
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Para justificarme y tranquilizarme a la vez, establecí en aquel tiempo otra comparación, sin duda muy discutible: calculé qué porcentaje de lo que el Estado prusiano ingresaba en concepto de impuestos había destinado el rey Federico Guillermo I, padre de Federico el Grande y conocido por su austeridad, a la realización de sus obras de Berlín. La cantidad superaba varias veces nuestros gastos, que ascendían poco más o menos al tres por ciento de los 15.700 millones de marcos de los impuestos. Desde luego, la comparación era cuestionable, pues la recaudación de ambas épocas no era equivalente.

El profesor Hettlage, mi asesor en cuestiones presupuestarias, resumió sarcásticamente nuestras ideas sobre la financiación con estas palabras:

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