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Authors: Laura Gallego García

Alas negras (42 page)

BOOK: Alas negras
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—¿Y bien? ¿Dejarás que tu mundo muera sólo porque no tienes el valor de pelear? ¿O harás lo que debes, por una vez en tu vida?

Ubanaziel bajó la cabeza, pero no respondió.

—Eso no es justo —resonó una voz cerca de ellos—. Ubanaziel es un Consejero noble, sensato y leal. Ha actuado siempre según lo que consideraba lo más correcto. Si cometió un error en el pasado, no cabe duda de que lo ha lamentado largamente y ha trabajado cada día para ser mejor persona y un líder digno.

Los dos ángeles contemplaron la figura que se alzaba en lo alto de la hondonada, mirándolos, muy seria, con la espada desenvainada.

—¡Ahriel! —exclamó Ubanaziel, consternado—. ¿Se puede saber qué haces aquí?

Ella sonrió.

—He venido a recordarte por qué luchamos —respondió—, y en qué creemos.

—¿En qué creemos? —inquirió Naradel, con una sonrisa socarrona.

Ahriel lo observó un momento y le pareció ver, por un instante, la imagen de lo que ella misma había sido cuando gobernaba Gorlian con mano de hierro. Un ser cruel, vengativo y resentido. Una criatura que había sufrido horriblemente y que culpaba a todo el mundo por ello.

Un ángel con las alas rotas.

Se vio a sí misma reflejada en Naradel y comprendió que no quería ser así. Quizá ya no hubiera esperanza para ella, pero no deseaba que el resto del mundo se viera arrastrado a la perdición por culpa de su dolor y su desesperación.

—Creemos en nosotros mismos —respondió—. En nuestra capacidad para cambiar el mundo. Y creemos también en las personas. Humanos, ángeles... da igual. Lo importante es ser capaces de salir adelante, no importa lo duro que parezca el camino. Ubanaziel ha venido a matarte, y no dudo que le costará mucho, pero lo hará, porque es lo que debe hacer para salvar el mundo. Y también porque, en el fondo, es lo que tú deseas. De lo contrario, no habrías accedido a formar parte de este descabellado plan. Debías de saber, desde el principio, que enviaríamos a alguien a buscar al otro extremo del vínculo. Deseabas, en el fondo, que fuera Ubanaziel. Porque hace mucho que ya no quieres seguir viviendo, y porque sabías que él te creía muerto. Le guardas rencor y querías que se viera obligado a matarte para que se sintiera atormentado por ello, tanto como sufriste tú, o más.

Naradel enarcó una ceja.

—Tú debes de ser la que derrotó a Vultarog. Felicidades, eres buena peleando. Yo también era bueno y, sin embargo, Vultarog me venció y me cortó las alas. Pero eso fue hace mucho tiempo; tanto, que ya he olvidado cómo volar.

—Eso nunca se olvida —respondió Ahriel con una amarga sonrisa.

Naradel sacudió la cabeza.

—¿Qué te hace pensar que me conoces tan bien?

—Tus actos hablan por ti —repuso Ahriel sin piedad—. Todos hacemos cosas estúpidas cuando nos sentimos dolidos para llamar la atención de las personas que nos han herido. Es el único motivo por el cual alguien con un mínimo de cerebro accedería a convertirse en el objetivo primordial del enemigo en una guerra en la que no va a poder tomar parte. ¿Me equivoco?

Naradel le dedicó una burlona reverencia que puso de relieve los muñones de sus alas. Ahriel se estremeció interiormente al verlos, pero no lo dejó traslucir.

—Y, ya que tanto sabes, ¿por qué no participas en nuestra pequeña disputa?

—Lo haré si es necesario, aunque no sea una pelea justa, si con ello salvamos lo que queda del mundo.

—No —cortó Ubanaziel—. Esto es algo entre nosotros dos. Y recuerda, Ahriel, que soy yo quien debe matarlo.

Los ojos de Naradel se centraron en la espada de su contrincante.

—El conjuro de disolución, claro. Puedo sentirlo desde aquí. ¿Desde cuándo juegas con magia negra, Ubanaziel?

Pero él no se dejó intimidar esta vez.

—Desde que tú pactas con demonios, Naradel. Con los mismos demonios que te torturaron y te cortaron las alas. Si, pese a todo ello, tú estás dispuesto a ayudarlos a destruir el mundo en el que naciste, entonces tendrás que atenerte a las consecuencias. Y tú —añadió Ubanaziel, volviéndose hacia Ahriel—, no deberías estar aquí. Te ordené que fueras al palacio de Marla, a asegurarte de que Shalorak está muerto.

Ella sacudió la cabeza, y sus cabellos negros se agitaron en torno a su rostro.

—Habrá tiempo para eso, Ubanaziel. ¿Crees que iba a permitir que vinieras solo? Os dejaré pelear y resolver vuestras diferencias, si es lo que quieres, pero no podemos jugarnos el futuro del mundo a una sola carta. Si tú caes, yo estaré aquí para recoger tu espada.

—Di que sí —se burló Naradel—. ¿Para qué vas a dejar a un ángel atrapado en el infierno, si puedes quedarte a hacerle compañía? Podrías aprender de tu amiga, Ubanaziel. Está dispuesta a sacrificarse por ti y por el resto del mundo. Oh, ¿no lo sabías? —añadió al ver el gesto de incomprensión en el rostro de ella—. ¿Es que no te has parado a pensar? ¿Qué crees que pasará si Ubanaziel consigue matarme, si resulta que el hechicero humano también ha caído? Exacto: se cerrarán todas las puertas del infierno. Cualquiera que se encuentre aquí en ese momento quedará encerrado para siempre. No pongas esa cara: es evidente que Ubanaziel lo sabía y quería ahorrarte ese horrible destino. Muy amable por su parte.

Ahriel los contempló a ambos, muda de horror.

—¿Es eso cierto? —logró decir por fin—. ¿Sabías que, si el otro extremo del vínculo se encontraba en el infierno y terminabas matándolo, quedarías atrapado aquí para siempre?

Ubanaziel no respondió, pero Ahriel leyó la verdad en su silencio y sacudió la cabeza.

—Se acabó —decidió—. Márchate de aquí y deja que yo termine vuestro asunto pendiente. Tú no puedes morir, Consejero; nuestra gente te necesita y no puede permitirse el lujo de prescindir de ti. En cambio, yo ya no tengo nada que perder, ni nada que aportar al mundo.

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro del Guerrero de Ébano.

—Te equivocas, Ahriel —respondió—. Te ordenaré por segunda vez que te vayas a Karish y salves tu vida, y en esta ocasión me obedecerás, por tres razones: porque alguien tiene que asegurarse dé que Shalorak está muerto, porque sabes en el fondo que soy yo quien debe enfrentarse a Naradel... y porque sí te queda en nuestro mundo algo por lo que luchar. Y ya es hora de que lo sepas: tu hijo está vivo. Huyó de Gorlian justo antes de que Marla destruyera la esfera. Lo conocí en la Fortaleza Negra; me ayudó a escapar cuando se abrieron las puertas del infierno.

Ella lo miró, atónita, tratando de asimilar sus palabras.

—Eso es... imposible.

Ubanaziel se rió con suavidad.

—Puedes no creer una palabra de lo que te he dicho, Ahriel. Puedes pensar que te lo he dicho sólo para salvarte, y estarías en lo cierto, pero sólo en parte. Es verdad que tu hijo está vivo, y estaba bien, a salvo, la última vez que lo vi. Lo envié a detener a Shalorak, y deseo que haya tenido éxito, no sólo por el bien de nuestro mundo, sino porque le he cogido cariño al chico. Puedes pensar que miento, y quedarte aquí, y condenarte a una eternidad en el infierno, sin haber tenido la oportunidad de volver a ver a tu hijo siquiera un solo instante... o puedes dudar. Y, si dudas, aunque sea sólo un poco, entonces deberías marcharte de aquí ahora mismo.

Ubanaziel tenía razón: Ahriel dudaba. Dio un paso atrás, contemplando a los dos ángeles con los ojos muy abiertos, tratando de asumir la posibilidad de que su hijo pudiera haberse salvado. Luchó contra la tentación de desplegar las alas y salir volando.

—Pero... ¡pero no puedo abandonarte!

—Yo escogí mi destino cuando decidí atravesar por tercera vez la puerta del infierno, Ahriel. Tú escogiste el tuyo cuando casi provocaste el fin del mundo tratando de recuperar a tu hijo. Si ahora, después de todo lo que ha pasado, no vas volando a reunirte con él, no te lo perdonaré jamás.

Ahriel sacudió la cabeza de nuevo, con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Y hacer lo que hiciste tú? ¿Dejar a un compañero abandonado en el infierno y lamentarlo toda la vida?

—Sí, porque es lo que quiero que hagas, Ahriel. Sal de aquí, escapa y asegúrate de que Shalorak está muerto y tu hijo sigue a salvo. Ésa es tu responsabilidad. Naradel —añadió, dirigiendo una larga y profunda mirada al ángel sin alas— es la mía. Vete, Ahriel. Vete a enfrentarte a tu pasado, y deja que yo me ocupe del mío. Porque, si pierdes esta oportunidad, lo lamentarás eternamente.

Ahriel asintió por fin. Desplegó las alas y le gritó a su compañero:

—¡Te esperaré, Ubanaziel! ¡Haz lo posible por salir vivo de ésta!

El Guerrero de Ébano sonrió, pero no respondió, ni se volvió para mirarla. Oyó cómo las alas de ella batían el aire viciado del infierno al despegar, y murmuró:

—Vuela, Ahriel. Escapa de aquí y sé libre... por todos nosotros.

—¡Te esperaré al otro lado! —repitió ella desde la lejanía.

Naradel dejó escapar una breve carcajada cargada de sarcasmo.

—Otro ángel que abandona a uno de los suyos en el infierno —comentó—. No sé si sentirme reconfortado por no ser el único al que dejan atrás, o avergonzado por pertenecer a semejante raza de cobardes.

—Como gustes —respondió Ubanaziel—. Pero yo en tu lugar me sentiría avergonzado, no por el comportamiento de tu raza, sino por el tuyo propio. Cuando viniste a rescatarme admiré tu valor y tu espíritu de sacrificio, porque estabas ofreciendo tu vida a cambio de la mía. O eso me pareció entender. Sin embargo, ahora me echas en cara aquella decisión que tomaste entonces. Yo también he venido voluntariamente al infierno, y, al igual que tú cuando acudiste en mi rescate, lo he hecho siendo consciente de que no voy a salir con vida de aquí. Pero yo, a diferencia de ti, me alegro de que un compañero haya podido escapar. Prefiero caer yo solo antes que arrastrar a Ahriel conmigo. Si tú no estabas dispuesto a sacrificarte, entonces no deberías haber acudido a rescatarme entonces. Podrías haberme dejado morir en el infierno y, sin embargo, escogiste arriesgarte por mí. Y, aunque siempre me sentiré en deuda contigo por ello, jamás creí que me lo reprocharías de esta manera.

Si Naradel acusó el golpe, no lo demostró.

—Eso lo dices ahora, Ubanaziel. Es fácil ser generoso y sacrificado, es fácil hacerse el héroe cuando aún no se han probado los tormentos del infierno. Cuando lleves aquí una temporada, maldecirás a Ahriel con todas tus fuerzas.

—No lo creo —sonrió Ubanaziel.

—Puede que tengas razón. Quizá te mate yo antes de que eso ocurra, ¿verdad?

Y volvió a arremeter contra él. Pero, en esta ocasión, Ubanaziel no se limitó a defenderse. Contraatacó con fuerza, con seguridad y con maestría. Naradel tuvo problemas para rechazarlo, pero eso, lejos de molestarle, hizo brotar de sus labios una sonrisa de satisfacción.

—Por fin peleas en serio.

—Hay demasiado en juego como para no hacerlo —respondió Ubanaziel, impertérrito.

Sin embargo, su corazón sangraba por el amigo que creía haber recuperado y que, ahora empezaba a asumirlo, en realidad había perdido irremisiblemente.

XIV
Redención

Al salir al corredor, Marla había encontrado el ventanal abierto y había deducido lo ocurrido. No se había dado prisa en perseguir a los prófugos de Gorlian, sin embargo. Primero había cargado con el cuerpo de Shalorak hasta su alcoba y lo había tendido sobre la cama. No sabía si le iba a sobrevivir durante mucho tiempo, pero sí tenía claro que, pese a todo, no quería dejarlo abandonado sobre el frío suelo del salón de baile. Tras depositar un último beso de despedida sobre los labios yertos del hechicero engendro, Marla había salido en busca de los fugitivos. No podían haber ido muy lejos. El Loco Mac estaba abusando de la magia, y había llovido mucho desde su última invocación. Los seres demoníacos que le habían prestado su poder tanto tiempo atrás le habían retirado su favor hacía mucho. Probablemente, cuanta más magia utilizaba, con más facilidad recordaba todo lo que había aprendido pero, al mismo tiempo, menos energía le restaba. Si un hechicero no invocaba a un demonio a menudo, acababa por utilizar sus propias fuerzas como fuente de poder, y éstas, a diferencia de la magia otorgada por las criaturas infernales, no eran ilimitadas. El viejo debía de estar en las últimas. Marla no creía seriamente que fuera una amenaza, ni tampoco que tuviese alguna forma de salir de allí. Quizá el medio ángel, el hijo de Ahriel, lograra escapar si se decidía a dejar atrás a sus amigos. Eso a Marla no le importaba en realidad. No tenía nada en contra de aquel muchacho, y no tenía sentido matarlo si Ahriel no estaba delante para verlo. Pero Mac era otra cosa. Él había destruido su única posibilidad de ser feliz junto a Shalorak, le había desvelado aquella horrible verdad que ella habría preferido no conocer. Podía llegar el fin del mundo aquella misma tarde, pero Marla no pensaba permitir que Mac escapara con vida de su palacio.

Había subido a las almenas de la muralla norte, suponiendo que cualquier conjuro de levitación no habría podido llevarlo mucho más lejos, pero ellos no estaban allí. Pensativa, alzó la mirada hacia lo alto, y entonces vio la torre. Echó un breve vistazo a la ventana por la que debían de haber salido volando y calculó la distancia entre ambos puntos. Sí; habría requerido un esfuerzo considerable por parte de Karmac, si había utilizado la magia, o incluso para el chico, si había cargado con ambos, pero existía la posibilidad de que hubiesen llegado hasta allí. En tal caso, estaban atrapados. Todos, salvo el medio ángel, que siempre podía huir volando. Pero, desde luego, sería demasiado tarde para Mac. Marla recordaba perfectamente el estado en el que se encontraba poco antes de escapar del salón de baile. Después de haber sellado la puerta y salido volando, era poco probable que le quedasen energías para realizar cualquier otro conjuro.

Sonriendo para sí, Marla volvió a entrar en el palacio y se dirigió a la pequeña escalera de caracol que conducía a la torre.

Ahriel se detuvo un instante, suspendida en el aire, cerca de la puerta que la conduciría de vuelta a su mundo. Allí estaba, la gran espiral de color rojo sangre, una de las siete que rasgaban el tejido que dividía ambas realidades. Podía cruzarla en un instante y estaría a salvo, pero había dejado atrás a Ubanaziel, y eso no podría perdonárselo. Las palabras del Consejero seguían resonando en su mente, y todavía le costaba trabajo tomárselas en serio: «Tu hijo está vivo...», había dicho. ¿Cómo era posible? Sin embargo, independientemente de que fuera o no cierto lo que le había revelado Ubanaziel, no podía dejarlo atrás. Ahriel permaneció junto a la puerta unos instantes más, aguardando al Consejero, oteando el horizonte con la esperanza de verlo aparecer en cualquier momento, batiendo las alas vigorosamente, para reunirse con ella. Naradel había dicho que, si su antiguo compañero lograba abatirlo, quedaría atrapado para siempre en el infierno, pero quizá exageraba. Tal vez las puertas no se cerrasen instantáneamente. Con un poco de suerte, tardarían un poco en desaparecer del todo, y tal vez Ubanaziel tuviese tiempo de salvarse.

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