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Authors: Laura Gallego García

Alas negras (39 page)

BOOK: Alas negras
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—Parece lo más lógico —asintió ella—. Recuerda cómo nos engañaron Marla y Furlaag para mantener abierta la puerta de Vol-Garios. El colmillo de demonio que llevaba estaba vinculado a su lugar de origen, por lo que, al sacarlo de allí, mantenía abierta la puerta entre ambos mundos... el colmillo era un extremo, y el infierno, el otro. Imagínatelo como una cuerda que une ambos extremos, que mantiene unidos ambos mundos e impide que la puerta se cierre. Para que algo así funcione con todas las puertas debe ser un conjuro muy poderoso, pero, además, uno de los extremos debería estar en nuestro mundo, y, el otro, en el infierno. ¿Cómo van a mantenerse las puertas abiertas si ambos extremos de la cuerda están en el mismo lado?

Ubanaziel se acarició la barbilla, pensativo.

—Quizá la magia negra no atienda a problemas de lógica —murmuró—, pero lo que dices tiene sentido. Eso implicaría que nos hemos equivocado de persona. Que Furlaag no es uno de los extremos del conjuro, sino algún otro demonio que se ha quedado en el infierno.

Ahriel echó un breve vistazo al cuerpo decapitado de Furlaag.

—Bueno, pues es una equivocación que yo, por lo menos, no voy a lamentar.

—Ni yo. Pero necesitamos estar seguros, y sólo hay una manera de hacerlo.

—¿Volar hasta Karishia para asegurarnos de que Shalorak está muerto?

—Sí, y no. Porque, si resulta que sí lo está, habremos perdido un tiempo precioso. Tú irás a Karishia y, entretanto, yo volveré a viajar al infierno, por si acaso.

Ahriel lo miró sin poder creer lo que estaba escuchando.

—¿Te has vuelto loco? ¡Ni siquiera estamos seguros de que mi teoría de la cuerda sea correcta! Quizá aún no ha pasado nada porque Shalorak sigue vivo o porque tus fuentes no eran de fiar. Pero, en el caso de que tengas razón, ¿qué piensas hacer en el infierno? ¿Dejar que te maten? ¿Preguntar amablemente a cada uno de los demonios si establecieron alguna clase de pacto con cierto humano llamado Shalorak?

Ubanaziel sacudió la cabeza.

—Mira a tu alrededor, Ahriel. Están todos aquí... o casi todos. El infierno habrá quedado prácticamente vacío. Si algún demonio se ha tomado la molestia de quedarse allí mientras todos sus compañeros están destruyendo nuestro mundo, no será necesario preguntarse por qué.

Ahriel respiró hondo.

—En ese caso, voy contigo.

Ubanaziel le brindó una torcida sonrisa.

—Es mucho lo que tengo que contarte, Ahriel, y apenas me queda tiempo —dijo, abriendo las alas—. Si quieres ayudarme, asegúrate de que Shalorak está muerto. Porque, suceda lo que suceda en el infierno, mi viaje no servirá de nada si él continúa con vida.

Batió las alas y se elevó en el aire, dejándola atrás. Se internó entre los que aún combatían, cortando algunos miembros por el camino, como había hecho a la ida, pero no se detuvo en ningún momento. Muchos ángeles lo vieron partir, y contemplaron, incrédulos, cómo su héroe les daba la espalda y huía de Aleian, abandonándolos a su suerte.

Sólo Ahriel sabía la verdad: que Ubanaziel pretendía volver a entrar en el infierno para encontrar y derrotar al único demonio cuya muerte podía propiciar la salvación del mundo entero.

Pero en aquel momento estaba demasiado confusa como para agradecérselo.

XIII
Vínculo

Mac dio un paso al frente.

—Esto puede acabar aquí y ahora, Marla —dijo—. Estamos asistiendo a algo muy parecido al fin del mundo, así que deberías aceptar que has llegado demasiado lejos en tus escarceos con la magia negra. No sigas adelante. Te conozco desde que eras pequeña y sé que...

—No sabes nada de mí —cortó ella—. Y tienes razón, he provocado el fin del mundo —se rió amargamente—. Pero todo eso ya no me importa. Por mí, el mundo puede estallar en mil pedazos con todos nosotros en él. Me da igual. ¿Y sabes por qué? Porque lo único por lo que merecía la pena vivir... —se detuvo y contempló unos instantes, con emoción contenida, el cuerpo de Shalorak, tendido a sus pies—, ya no existe —Mac fue a hablar, pero Marla lo interrumpió de nuevo—. Y es por tu culpa. ¿Acaso crees que yo quería enterarme del secreto de Shalorak? ¡Habría sido mucho más feliz ignorándolo! Pero no, maestro Karmac, tenías que volver de Gorlian para terminar de destrozar mi vida y corromper lo que más me importaba. ¿Querías vengarte de mí, querías que sufriera, querías verme humillada? Enhorabuena: lo has conseguido.

Mac la miró con cierta pena.

—Shalorak tenía que morir —dijo—. Era la única forma de salvar nuestro mundo.

Marla ladeó la cabeza.

—¿De veras? —echó un vistazo por la ventana, pero todo parecía seguir igual; a lo lejos, la oscura sombra alada de un demonio surcaba el firmamento—. Bueno, pues Shalorak ya está muerto y yo no noto ningún cambio.

Zor y sus compañeros también se habían percatado de ello. «Eso es que Ubanaziel no ha logrado derrotar a Furlaag aún», pensó el muchacho. «O que estábamos equivocados con respecto al conjuro de vinculación.»

—No era la única condición —dijo Mac—. Aún hay otra cosa que hemos de hacer para resolver todo esto, Marla, pero lo importante es que existe una esperanza. Eres ambiciosa, pero nunca pretendiste llevar al mundo hasta su destrucción total.

Ella rió de nuevo.

—No trates de engañarme. Sé muy bien que no hay salvación para ninguno de nosotros. Pero hay algo que quiero hacer antes de morir, y es acabar con aquellos que lo han echado todo a perder. Y, aunque probablemente ya no vuelva a ver a Ahriel, sí puedo vengarme de ti, mi odiado maestro.

—Sé razonable, Marla. Estás sola. Somos tres contra ti...

Mac no terminó de hablar. Una fuerza invisible lo lanzó contra la pared, impidiéndole respirar.

—Olvidas —dijo Marla torvamente— que yo también he estudiado los secretos de la magia negra. Que, aunque puede que no tenga tanto talento como Shalorak, llevo también mucho tiempo practicando... y que aprendí no sólo de ti... sino también de Fentark.

Ahriel iba a alzar el vuelo cuando una voz la detuvo, llamándola por su nombre. Se volvió y vio llegar a un ángel que se acercaba volando con elegancia. Reconoció a Lekaiel antes de que ella aterrizara a su lado en la cornisa.

La Consejera también había padecido los efectos de la situación. Portaba un escudo que llevaba grabado el símbolo de la ciudad y esgrimía una espada ligera y afilada. Su cabello blanco, habitualmente peinado de forma impecable, le caía sobre el hombro derecho en una trenza medio deshecha. Tanto ésta como su túnica estaban salpicadas de sangre.

Sus ojos violetas, sin embargo, relucían llenos de ira.

—¡Creí haber dejado claro que debías quedarte encerrada! ¡Creí haber entendido que no pensabas oponer resistencia!

Ahriel recordó de golpe que pesaba sobre ella un juicio y una posible condena a muerte.

—Era Ubanaziel —se justificó—. De algún modo logró sobrevivir a la apertura de los portales y había regresado para luchar contra Furlaag, el demonio que ha guiado a las huestes infernales a la batalla.

Lekaiel ahogó una exclamación de sorpresa.

—Entonces, ¿es cierto lo que dicen? ¿Ubanaziel está vivo?

Ahriel asintió.

—Pensé que necesitaría algo de ayuda y salí de la celda...

—... de la habitación en la que te teníamos recluida —corrigió Lekaiel, frunciendo el ceño.

—¡Lo que sea! —se impacientó Ahriel—. Simplemente, no podía quedarme quieta. No cuando todo esto es en gran parte culpa mía. No después de creer que Ubanaziel estaba muerto.

Lekaiel entornó los ojos y la observó con atención, calibrando la sinceridad de sus palabras.

—Hay ángeles que afirman haber visto a Ubanaziel huyendo de la batalla y abandonándonos a nuestra suerte. Y empiezo a creer que es algo más que un rumor sin fundamento.

Ahriel apretó los dientes. Recordó la historia que le había contado el propio Ubanaziel acerca de su primera experiencia en el infierno, y pensó que la vida tenía extrañas ironías. Entonces había sido aclamado como a un héroe, cuando en realidad había desertado como un cobarde. En cambio, ahora que iba a correr un riesgo incalculable para salvarlos a todos, todo el mundo lo recordaría como poco menos que un traidor.

—Ha derrotado a Furlaag —replicó, señalando a sus pies.

Lekaiel bajó la mirada y vio el cuerpo descabezado del demonio en lo que quedaba de la Sala del Consejo.

—Por la Luz y el Equilibrio —exclamó, horrorizada; pareció darse cuenta entonces del estado en el que se encontraba el edificio, y volvió a mirar a Ahriel con ojos llameantes—. ¿Cómo...?

—Eso no es lo más importante ahora —cortó ella—. Ubanaziel no ha huido de la batalla: se dirige al infierno porque está convencido de que allí encontrará la forma de devolver a todos los demonios a su dimensión y salvar así lo que queda de la ciudad. Pero es una locura, prácticamente un suicidio.

Lekaiel se apoyó sobre su escudo y suspiró con cansancio; sin embargo, pareció que las noticias la aliviaban en parte, probablemente porque le resultaba difícil creer que Ubanaziel pudiera haberlos traicionado.

—¿Por qué estás tan segura de ello? Ubanaziel siempre ha sido un ángel muy sensato, y nadie conoce el infierno como él. Quizá deberías confiar más en su criterio.

—Porque no ha querido que lo acompañase. Me ha encomendado otra misión...

—¿De veras? —interrumpió Lekaiel—. ¿Y es importante esa misión?

Ahriel dudó. Si su teoría era correcta y Shalorak seguía con vida, entonces era crucial acabar con él. Si se equivocaba, o si el hechicero estaba muerto, entonces su viaje a Karish sería en vano. Apretó los dientes.

—Lo ignoro, Consejera. Todo lo que sé es que se ha ido solo, y, por vital que sea lo que me ha ordenado que haga, no puedo, no debo...

—Ahriel —cortó ella—. Debes obedecer. Ubanaziel es tu superior. Ya sabes lo que eso significa.

—Sí: seguir sus órdenes sin cuestionarlas —murmuró Ahriel.

Había habido una época en que ella estaba de acuerdo con aquella forma de pensar. Pero esos tiempos quedaban muy atrás.

—No puedo —concluyó, desplegando las alas— voy a ir tras él, lo quiera o no. Si de su incursión en el infierno depende la salvación de nuestro mundo, no debería haber ido solo. Y, en cualquier caso, yo ya no tengo nada que perder. Prefiero morir peleando a su lado que...

—... ¿que ejecutada por el Consejo?

Ahriel guardó silencio un instante. Después, clavó en Lekaiel una mirada intensa y sincera.

—Lo que te dije antes lo mantengo, Consejera. No me opondré a mi ejecución, si eso es lo que decide el Consejo. Pero será más adelante. Si existe alguna posibilidad de ayudar a Ubanaziel, la encontraré. Se lo debo. Y, si salimos con vida, juro que volveré para cumplir con mi castigo.

La Consejera abrió la boca para contestar, pero Ahriel tomó impulso y se elevó en el aire, sin aguardar respuesta.

—¡Espera! —le gritó Lekaiel; desplegó las alas y salió volando tras ella—. ¿Crees que puedes marcharte así, a jugar a ser una heroína, cuando desvelaste a los demonios la forma de llegar hasta aquí?

A Ahriel no la sorprendió que la acusara de ello. Sin embargo, se volvió y respondió, sin detenerse:

—¡No fui yo, Consejera! ¡Échale las culpas a Marla, porque nos odia a todos, y es lo suficientemente lista y retorcida como para hacer algo así!

Lekaiel no parecía muy convencida. Sin embargo, tuvo que frenarse en el aire, porque un demonio le salió al paso. Ahriel no tenía tiempo para ayudarla y, cuando oyó a sus espaldas su grito de guerra, deseó de corazón que saliera viva de aquella batalla. No soportaría otra muerte más pesando sobre su conciencia.

Remontó el vuelo todo lo que pudo para elevarse por encima de los contendientes. Esquivó a malcarados demonios y a perversos diablillos y se alejó de Aleian como una flecha, dejándolos a todos atrás, como había hecho Ubanaziel apenas unos momentos antes. Sabía que él le llevaba ventaja, pero esperaba poder alcanzarlo cerca del portal. Dudaba mucho que hubiese vuelto a Vol-Garios; recordaba la lista de lugares que Shalorak había enumerado, y sabía que la puerta más cercana a Aleian era la de Sin-Kaist.

De modo que se dirigió hacia allí, esperando no llegar demasiado tarde. «Ya me ocuparé de Shalorak después, si es que sigue vivo», se dijo, batiendo las alas con todas sus fuerzas. «Primero he de asegurarme de que ese ángel testarudo sale del infierno sano y salvo; y después, ya se verá.»

Justo cuando el Loco Mac levantaba de nuevo su escudo de protección, Zor se volvió hacia la puerta y se aferró al picaporte instintivamente, en una acción desesperada. Para su sorpresa, la puerta del salón de baile se abrió hacia afuera de golpe, libre ya de la magia de Shalorak. Y todo sucedió muy deprisa. Zor y Cosa cayeron al suelo, la magia de Marla rebotó en la defensa tejida por Mac, éste se apresuró a salir del salón tras sus compañeros, tropezando con Cosa y cayendo sobre ellos... Por fortuna, para entonces el engendro se había incorporado de un salto, y se lanzó sobre la puerta para cerrarla de golpe tras ellos.

—¡Séllala! ¡Séllala! ¡Séllala! —gritó Mac, histérico, sin dirigirse a nadie en particular, mientras aferraba el picaporte con fuerza para que Marla no pudiera moverlo desde el otro lado. Luego, afortunadamente, pareció darse cuenta de que el único que podía sellar mágicamente la puerta era él, y trató de concentrarse para recordar cómo se hacía. Un chispazo azul brotó de sus dedos y recorrió el picaporte, y después toda la puerta, justo a tiempo: un instante después, algo la golpeó con violencia desde el otro lado, pero no logró hacerla temblar siquiera.

—¿Estamos a salvo? —preguntó Zor, sin poder creerlo.

—¡Qué dices! —respondió Mac con una risotada nerviosa, empujándolo hasta una ventana abierta—. ¿Cómo vamos a estar a salvo aquí? Por el momento ya hemos cumplido, chaval, así que vámonos ahora que podemos. Carga con Cosa y salid volando, rápido.

El engendro y el medio ángel se precipitaron hacia la ventana de forma automática. Sin embargo, cuando Zor tenía ya puesto un pie sobre el alféizar, se volvió hacia Mac, confuso:

—Pero, ¿y tú? ¿Qué vas a...? ¡Aaaah! —gritó, cuando su amigo, por toda respuesta, lo lanzó al vacío de un empujón. Agitó las alas y se elevó un poco en el aire, todavía pendiente de la ventana. Vio a Mac y a Cosa asomados a ella, y se preguntó si el viejo pretendería que cargara con los dos. Pero Cosa, alentada por Mac, dio un formidable salto y se enganchó a los pies de Zor, y el muchacho aleteó desesperadamente para recuperar la estabilidad y evitar caer en picado sobre el patio del palacio.

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