Agua del limonero (35 page)

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Authors: Mamen Sánchez

BOOK: Agua del limonero
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Tampoco se llamaba Iluminada su jefa, sino que era dueña de otro nombre, también de los que siguen a María, pero menos resplandeciente y más recogido, y muy conocido en el mundo del periodismo banal, que, si lo digo en voz alta, sabes de quién se trata, así que me lo callo, no le vayas a seguir la pista y descubras quién es realmente el canalla de Hinestrosa. Te aseguro que si un día me lo cruzo por la calle, o me sientan a su lado en una entrega de premios, o me toca cenar con él en alguna recepción de esas ilustres a las que me invitan de vez en cuando, le pongo tal cara de asco que se va a acordar de mí.

Por supuesto, Greta Bouvier, Emilio y Bárbara Rivera, Tom, Carol y hasta el mismísimo príncipe Boris Vladimir, por no hablar de Rosa Fe y el indio Pedro, Gloria, Oskar Waffen, Hansel y Frida y, por supuesto, Bartek Solidej, tienen otros nombres en la vida real.

Todos los vivos siguen vivos, y los muertos, muertos, o eso espero, al menos, no nos vayamos a topar un día con alguno de los actores secundarios de este drama y nos demos un susto de mil demonios. Yo, al menos, desde que supe de la existencia de alguno de ellos, cierro bien las cortinas antes de desnudarme, y a veces noto un frío muy raro recorriéndome la espalda cuando me parece que estoy a punto de ser rotundamente feliz.

He tenido la curiosidad de viajar a Nueva York y me he sentado en el banco que lleva inscrito en una plaquita de metal «Aquí pasó sus últimos días E. R. intentando olvidar», sólo que las iniciales son otras y la búsqueda es complicada, puesto que ya hay cientos de bancos como ése repartidos por Central Park. Pero, desde ese rincón en concreto, si uno levanta la vista hacia Park Avenue, se ve una casa muy linda que tiene las ventanas de madera y una Virgen de Guadalupe en la puerta. Y un poco más allá hay una mansión señorial, con rotonda y rosaleda, donde aseguran que vive una de las mujeres más ricas del mundo. No digo más.

Clara Cobián —vamos a llamarla así— me contó que sigue trabajando en la revista de Iluminada, porque el periodismo es para ella lo que el aire para el resto de los mortales, pero que de aquella experiencia no ha querido publicar nada de nada. Su jefa le insistió para que al menos escribiera un artículo menor, en tono amable, sin dobleces, y que lo firmara con un seudónimo, pero ella se negó en redondo. Dijo que sólo existía un modo de contar las cosas y que sólo los protagonistas de esta historia estaban llamados a descubrirse entre las letras. Que unos llorarían de pena y otros de rabia, y otros de vergüenza, pero que iban a llorar todos, porque la vida está hecha de lágrimas negras, que son del color del cemento.

Le pregunté si pensaba seguir escribiendo novelas y me dijo que sí. Que ya tiene otra en el tintero, con un título también muy sugerente: Gafas de sol para días de lluvia. Por lo visto, es una historia que se cruza con ésta. Le pregunté cómo y me respondió que en Navidad.

Tiene gracia.

Total, que vamos a publicarla y que sea lo que Dios quiera. Yo, a estas alturas, te juro que sigo sin saber por qué unas novelas pitan y otras no. Ojalá existiera la fórmula matemática del éxito editorial. Ojalá no se hubieran inventado los e-books ni la piratería. Ojalá siguiéramos escribiendo a máquina, reuniéndonos en el Café Comercial después de clase, soñando con que tú llegarías a ser un famoso dramaturgo, yo, una editora con suerte, y Mónica, Premio Nobel de Literatura. Es lo que nos merecemos, ¿no crees?

Ah, una cosa más. Qué curioso: la semana pasada se celebró una boda doble en Nueva York. Se han casado al tiempo un padre y su hija. No sabes qué guapo es el hombre: alto, elegante, con los ojos color avellana. La hija es muy joven, casi una niña, pero tiene el don de hacer que el aire se mezcle con el agua del mar y dicen que todo a su alrededor sabe a sal. Mira, me alegro por ellos.

Te paso el manuscrito por e-mail para que me des tu opinión, pero no te lo vayas a olvidar en el teatro, como la última vez, que nadie sabe a qué isla de Nunca Jamás van los niños perdidos de los libros, como este Agua del limonero. Puedes mezclarlo con ron, o con tequila, o con la nostalgia de sabernos un poco más cerca del abismo a cada paso. Y que Dios te guarde, como dicen en México, y que usted lo vea, como responden en mi pueblo.

FIN

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