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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (39 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—No me gusta nada.

John da una calada a su cigarrillo y expulsa el humo resoplando. Se lo imaginaba.

—Bueno, entonces tendremos que inventarnos algo, ¿una rosa?

Babi niega con la cabeza.

—¿Otra flor? ¿no?

—No lo sé…

—Bueno, hija mía, o nos echas una mano o podemos estar aquí hasta mañana. Mira que a las siete vienen otros clientes.

—Pero es que no lo sé. Me gustaría hacerme algo fuera de lo común.

John empieza a pasearse por la habitación. Se detiene.

—Una vez tatué sobre el hombro de un tipo una botella de Coca-Cola. Quedó estupenda. ¿Te gustaría?

—La Coca-Cola no me gusta.

—Venga, Babi, dile algo que te guste, ¿no?

—Yo tomo sólo yogur. ¡No querrás que le pida que me tatúe uno en el costado!

Al final encuentran una solución. La propone Step. John se muestra de acuerdo y a Babi le encanta.

Step la distrae contándole la verdadera historia de John, el chino de los ojos verdes. Todos lo llaman así y él se jacta de su aspecto oriental. Se hace pasar por uno de ellos rodeándose de cosas chinas. En realidad es de Centocelle. Vive con una tipa de Ostia con la cual ha tenido incluso un hijo al que ha llamado Bruce, en honor a su ídolo. Lo cierto es que se llama Mario y aprendió a hacer sus primeros tatuajes en el Gabbio. Los ojos rasgados se deben, además, a dos dioptrías de miopía corregidas con gafas de cuatro perras. Mario o, mejor dicho, John, suelta una risotada. Step paga cincuenta euros. Babi controla su tatuaje: perfecto. Poco después, de nuevo sobre la moto, deja el primer botón de sus vaqueros abiertos, abre un poco la venda y lo vuelve a mirar encantada. Step lo nota.

—¿Te gusta?

—Muchísimo.

Sobre su piel delicada, todavía hinchada, un pequeño aguilucho recién nacido, idéntico al de Step, hijo de la misma mano, saborea el viento fresco del atardecer.

Llaman a la puerta. Paolo va a abrir. Delante de él, un señor de aspecto distinguido.

—Buenas noches, busco a Stefano Mancini. Soy Claudio Gervasi.

—Buenas noches, mi hermano no está.

—¿Sabe cuándo volverá?

—No, no lo sé, no ha dicho nada. A veces ni siquiera viene a cenar, vuelve directamente por la noche, tarde. —Paolo observa a aquel señor. A saber qué tendrá que ver con Step. Problema a la vista. Como de costumbre, una nueva historia de peleas—. Mire, si quiere entrar, tal vez vuelva pronto o llame por teléfono.

—Gracias.

Claudio entra en el salón. Paolo cierra la puerta y, acto seguido, no se puede contener.

—Perdone, ¿puedo ayudarle en algo?

—No, sólo quería hablar con Stefano. Soy el padre de Babi.

—Ah, entiendo. —Paolo esboza una sonrisa educada. En realidad, no entiende nada. No tiene ni idea de quién pueda ser esa Babi. Una chica, esta vez no se trata de una paliza. Peor aún—. Perdone un momento.

Paolo sale del salón. Claudio, una vez a solas, curiosea un poco. Se acerca a algunos pósteres colgados de la pared, luego saca la cajetilla de cigarrillos y se enciende uno. Al menos, toda esta historia tiene una ventaja. Puedo fumar tranquilo. Qué extraño, ese es el hermano de Step, del mismo Step que vapuleó a Accado, y, sin embargo, parece una persona como es debido. Puede que entonces la situación no sea tan desesperada. Raffaella, como de costumbre, está exagerando. Tal vez ni siquiera era necesario venir. Esas son cosas de jóvenes. Se arreglan naturalmente por sí solas. Es una historia sin más complicaciones, se han enamorado. Puede que a Babi se le pase enseguida. Mira en derredor buscando un cenicero. Lo ve sobre una mesita que hay detrás del sofá. Se acerca a ella para echar la ceniza.

—Tenga cuidado. —Paolo está en la puerta con un trapo en la mano—. Lo siento. Pero está caminando justo donde ha hecho pipí el perro.

Pepito
, el pequeño lulú de abundante pelo blanco, aparece en un rincón del salón. Ladra casi feliz de reivindicar su osadía.

Step y Babi se detienen en el patio que hay bajo la casa de ella. Babi mira su sitio en el garaje. Está vacío.

—Mis padres todavía no han vuelto. ¿Quieres subir un momento?

—Sí, venga. —Luego recuerda que ha dejado al perro en casa con su hermano. Saca el móvil—. Espera, antes voy a llamar a mi hermano, quiero saber si necesita algo.

Paolo va a coger el teléfono.

—¿Sí?

—Hola, Pa'. ¿Cómo va? ¿Ha pasado Pollo a recoger al perro?

—No, ese idiota que tienes por amigo todavía no ha venido. Espero diez minutos más y luego lo echo de casa.

—Venga, no seas así. Ya sabes que no hay que maltratar a los animales. Más bien, habría que sacarlo para que hiciera pipí.

—¡Ya lo ha hecho, gracias!

—Caramba, qué previsor, eres cojonudo, hermano.

—No me has entendido. Lo ha hecho solito y, por si fuera poco, ¡sobre la alfombra turca!

Paolo, a la imagen de mánager eficientísimo, prefiere la de simple gafe con trapo en mano que seca el pipí del perro. Todo con tal de que Step se sienta culpable. En vano. Del otro lado de la línea le llega una estentórea carcajada.

—¡No me lo puedo creer!

—¡Créetelo! Ah, oye. Aquí hay un señor que te está esperando.

Paolo se vuelve hacia la pared tratando de que no se le oiga demasiado:

—Es el padre de Babi. ¿Ha pasado algo?

Step mira sorprendido a Babi.

—¿En serio?

—Sí, imagínate si bromeo contigo sobre estas cosas… Entonces, ¿qué es lo que pasa?

—Nada, luego te lo cuento. Pásamelo, venga.

Paolo tiende el auricular a Claudio.

—Señor Gervasi, tiene suerte. Mi hermano acaba de llamar.

Mientras se dirige hacia el teléfono, Claudio se pregunta si es realmente un hombre afortunado. Puede que hubiera sido mejor no encontrarlo. Trata de hablar en tono seguro y grave.

—¿Sí?

—Buenas noches, ¿cómo está?

—Bien, Stefano. Escuche, me gustaría hablar con usted.

—Está bien, ¿de qué quiere que hablemos?

—¡Es una cuestión delicada!

—¿No podemos hablar por teléfono?

—No. Preferiría verle y decírselo en persona.

—Está bien. Como quiera.

—En ese caso, ¿dónde nos podemos ver?

—No sé, dígamelo usted.

—De cualquier forma, es cuestión de pocos minutos. ¿Dónde está usted en estos momentos?

A Step le entra risa. No le parece oportuno decirle que está en su propia casa.

—Estoy en casa de un amigo. En los alrededores de Ponte Milvio.

—Nos podríamos ver delante de la iglesia de Santa Chiara, ¿sabe dónde es?

—Sí. Yo, sin embargo, lo espero en la encina que hay delante. Lo prefiero. ¿Sabe cuál es? Hay una especie de jardín.

—Sí, sí, la conozco. Entonces quedamos allí dentro de un cuarto de hora.

—Está bien, ¿me vuelve a pasar a mi hermano, por favor?

—Sí, enseguida.

Claudio le entrega de nuevo a Paolo el auricular.

—Quiere que se vuelva a poner.

—Sí, Step, dime.

—Paolo, ¿me has hecho quedar bien? ¿Lo has invitado a sentarse? Por favor, ¿eh?, me interesa. Es una persona importante. Piensa que su hija se ha comido todas tus galletitas de mantequilla…

—Desde luego…

A Paolo no le da tiempo a contestarle, Step cuelga antes.

Claudio se encamina hacia la puerta.

—Disculpe, me tengo que marchar, quisiera despedirme.

—Ah, claro, le acompaño.

—Espero que tengamos ocasión de volvernos a ver con más calma.

—Por supuesto…

Se dan la mano y Paolo abre la puerta. En ese preciso momento llega Pollo.

—Hola, he venido para llevarme al perro.

—Menos mal, ya era hora.

—Bueno, yo me despido.

—Buenas noches.

Pollo mira perplejo a aquel señor que sale por la puerta.

—¿Quién era ése?

—El padre de una cierta Babi. Quería ver a Step. ¿Qué ha pasado? ¿Quién es esa Babi?

—Es la novia actual de tu hermano. ¿Dónde está el perro?

—En la cocina. Pero ¿por qué quiere hablar con Step? ¿Hay algún problema?

—¡Y yo qué sé! —Pollo sonríe al ver al perro—. Venga,
Arnold
, vamos.

El lulú, recién bautizado, corre a su encuentro ladrando. Entre los dos parece haber una cierta simpatía aunque también puede ser que el perro prefiera su nombre actual al de
Pepito
. Es posible que la Giacci no haya entendido nunca que él, en realidad, es un duro.

Paolo lo detiene.

—Eh, ¿no será que esa Babi está…?

Hace un arco con la mano, aumentando el volumen de su tripa, ya de por sí bastante echada a perder.

—¿Embarazada? ¡Qué va! Según me ha parecido entender, Step no lo conseguiría ni aun siendo el Espíritu Santo.

—Eh, Babi, me tengo que marchar.

Step la abraza.

—¿Adónde? Quédate un poco más.

—No puedo. Tengo una cita.

Babi lo aparta.

—Sí, ya sé yo con quién has quedado. Con esa tipa terrible, la morena. Pero ¿es que no lo entiende? ¿No le ha bastado la paliza que le di el otro día?

Step se echa a reír y la abraza de nuevo.

—Pero ¿qué dices?

Babi trata de oponer resistencia. Luchan por un momento. Step vence con facilidad y le da un beso. Babi mantiene cerrados los labios. Al final acepta la dulce derrota. Pero le muerde la lengua.

—¡Ay!

—Dime enseguida con quién vas a salir.

—No lo adivinarías nunca.

—No es la que he dicho antes, ¿verdad?

—No.

—¿La conozco?

—Perfectamente. Perdona, antes de nada, pregúntame si es un hombre o una mujer.

Babi resopla.

—¿Hombre o mujer?

—Se trata de un hombre.

—Eso me deja ya más tranquila.

—Voy a ver a tu padre.

—¡¿Mi padre?!

—Ha ido a buscarme a casa. Cuando he llamado estaba allí. Hemos quedado ahora en la plaza Giochi Delfici.

—¿Y se puede saber qué es lo que quiere mi padre de ti?

—¡No lo sé! Cuando me entere te llamo y te lo digo. ¿De acuerdo?

Le da un beso irresistible. Ella lo deja hacer, todavía estupefacta y sorprendida por aquella noticia. Step arranca la moto y se aleja veloz. Babi se lo queda mirando hasta que desaparece por la esquina. Luego sube a su casa. Silenciosa, realmente preocupada. Trata de imaginarse su encuentro. ¿De qué hablarán? ¿Qué pasará? Después, pensando sobre todo en su padre, confía en que no acaben a bofetadas.

Cuarenta y nueve

Cuando Claudio llega Step está ya allí, sentado sobre el borde del muro fumando un cigarrillo.

—Hola.

—Buenas noches, Stefano.

Se dan la mano. Claudio se enciende también un cigarrillo para relajarse un poco. Desgraciadamente, no consigue el resultado esperado. Ese chico es extraño. Ahí está, sonriéndole sin decir nada, sin dejar de mirarlo, vestido con esa cazadora oscura. No se parece en nada a su hermano. Entre otras cosas, es mucho más corpulento. De repente, justo cuando está a punto de sentarse a su lado en el muro, recuerda algo. Ese chico vapuleó a su amigo Accado y le rompió la nariz. Ahora sale con su hija. Ese muchacho es un tipo peligroso. Habría preferido mil veces hablar con su hermano.

Claudio permanece de pie. Step lo mira con curiosidad.

—Entonces, ¿de qué hablamos?

—Bueno, mire, Stefano. En mi casa ha habido últimamente problemas.

—Si supiera los que ha habido en la mía…

—Sí, lo sé, pero mire, nosotros éramos antes una familia muy tranquila. Babi y Daniela son dos buenas chicas.

—Eso es verdad. Babi es una chica realmente estupenda. Oiga, Claudio, ¿no podríamos tutearnos? A mí, normalmente, no me gusta hablar demasiado pero si encima tengo que romperme la cabeza con todos esos ustedes, entonces sí que me resulta ya completamente imposible.

Claudio sonríe.

—Claro.

En el fondo, ese chico no es antipático. Por lo menos todavía no le ha puesto las manos encima. Step baja del muro.

—Oye, ¿por qué no vamos a sentarnos a algún lado? Al menos hablamos más cómodos, incluso podríamos tomarnos algo.

—Está bien. ¿Adónde vamos?

—Aquí cerca hay un sitio que han abierto unos amigos míos. Será como estar en casa, no nos molestará nadie. —Step monta en la moto—. Sígueme.

Claudio sube al coche. Está satisfecho. Su misión le está resultando más fácil de lo previsto. Menos mal. Sigue a Stefano en dirección a la Farnesina. En Ponte Milvio giran a la derecha. Claudio procura no perder de vista a ese pequeño faro rojo que corre en la noche. Si le sucede una cosa por el estilo Raffaella no se lo perdonará nunca. Poco después, se detienen en un callejón que hay detrás de la plaza Clodio. Step le indica a Claudio un sitio vacío donde puede meter el coche mientras él deja la moto justo delante de la entrada del Four Green Fields. En el piso de abajo hay una gran confusión. Junto a la barra hay numerosos grupos de jóvenes sentados en taburetes. A su alrededor, cuadros y escudos de cervezas de varios países. Un tipo con gafitas y el pelo despeinado se mueve frenéticamente detrás de la barra preparando cócteles de frutas y simples gin-tonics.

—Hola, Antonio.

—Ah, hola, Step, ¿qué te pongo?

—No sé, lo pensamos ahora. ¿Tú qué tomas?

Mientras van a sentarse, Claudio recuerda que no ha comido nada. Decide pedir algo ligero.

—Un Martini.

—Una cerveza clara y un Martini.

Se sientan a una de las mesas del fondo, donde hay un poco menos de alboroto. Casi de inmediato llega a su mesa una guapísima chica de piel color ébano que se llama Francesca. Les trae lo que han pedido y se demora un poco en la mesa para charlar con Step. Éste le presenta a Claudio, quien se levanta y le da la mano educadamente. Francesca se queda sorprendida.

—Es la primera vez que viene alguien así a este local.

Retiene la mano de Claudio un poco más de lo habitual.

Él la mira ligeramente avergonzado.

—¿Es un cumplido?

—¡Claro! Es usted un caballero fascinante.

Francesca se ríe. Su larga melena negro azabache danza animada delante de sus preciosos dientes blancos. Después se aleja sensual, perfectamente consciente de que la están mirando. Claudio decide no decepcionarla. Step se da cuenta.

—Bonito culo, ¿eh? Es brasileña. Las brasileñas tienen un culo maravilloso. Al menos eso dicen. Yo no lo sé porque todavía no he estado en Brasil, pero si son todas como Francesca…

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