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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

A tres metros sobre el cielo (37 page)

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—¿Eres tú, Babi?

Va de inmediato al salón. Babi ha encendido la televisión.

—Sí, mamá, estoy mirando la televisión.

Pero un leve enrojecimiento la traiciona. A Raffaella le basta simplemente eso. Se asoma sin perder tiempo a la ventana que da al patio. El ruido de una moto que se aleja, unas hojas de yedra que todavía se mueven en una esquina. Demasiado tarde. Cierra la ventana. Se cruza con Daniela en el pasillo.

—¿Ha venido alguien a casa?

—No sé, mamá, yo he estado todo el tiempo estudiando en mi habitación.

Raffaella decide dejarlo estar. Con Daniela no sirve de nada insistir. Va a la habitación de Babi, la recorre con la vista. Todo parece estar en su sitio. No hay nada extraño. Incluso la colcha está perfecta. Entonces, procurando que nadie la vea, pasa la mano por encima de ella. Está fría. Nadie se ha tumbado encima. Exhala un suspiro de alivio y va a su habitación. Se quita el traje de chaqueta, lo cuelga de una percha. Luego coge un suéter de angora y una cómoda falda. Se sienta en la cama y se la pone. Ignorante y tranquila, sin que ni siquiera se le pase por la cabeza que, justo allí, poco antes, estaba su hija. Abrazada a ese chico que ella no soporta. Ahí, donde ahora está sentada ella, sobre aquella colcha que aún conserva el calor de tempranas e inocentes emociones.

Claudio llega algo más tarde. Habla largo y tendido con Babi, sobre la firma falsa, los cinco mil euros que ha tenido que pagar, sobre su comportamiento de los últimos días. Luego se sienta delante del televisor, finalmente tranquilo, esperando a que la cena esté lista. Pero justo en ese momento Raffaella lo llama desde la cocina. Claudio se dirige allí sin perder tiempo.

—¿Qué pasa ahora?

—Mira…

Raffaella le señala las dos latas de cerveza que se ha bebido Step.

—Cerveza, ¿qué pasa?

—Estaba escondida en el cubo de la basura debajo de unos Scottex.

—¿Y qué?, habrán bebido un poco de cerveza. ¿Qué hay de malo?

—Ese chico ha estado aquí esta tarde. Estoy segura…

—¿Qué chico?

—El que pegó a Accado, el mismo con el que tu hija se escapó del colegio. Stefano Mancini, Step, el novio de Babi.

—¿El novio de Babi?

—¿No ves cómo ha cambiado? ¿Es posible que no te des cuenta de nada…? Y todo por culpa suya. Va a hacer carreras de motos, firma justificaciones falsas… Y, además, ¿has visto el morado que tiene bajo el ojo? Yo creo que incluso le pega.

Claudio se queda sin saber qué decir. Nuevos problemas. ¿Será posible que haya pegado a Babi? Tiene que hacer algo, intervenir. Se enfrentará a él, sí, lo hará.

—Ten. —Raffaella le tiende un trozo de papel.

—¿Qué es?

—La matrícula de ese chico. Llama a nuestro amigo Davoni, se la dices, consigues su dirección y vas a hablar con él.

Ahora sí que no le queda más remedio que hacerlo. Se agarra a un clavo ardiendo.

—¿Estás segura de que es la suya?

—La leí el otro día delante del colegio de Babi. La recuerdo perfectamente.

Claudio se mete el trozo de papel en la cartera.

—¡No la pierdas!

Aquellas palabras de Raffaella son más una amenaza que un consejo. Claudio vuelve al salón y se deja caer sobre el sofá delante de la tele. Una pareja habla de sus asuntos delante de una mujer de maneras quizá demasiado masculinas. ¿Cómo pueden tener ganas de ir a discutir delante de todos en televisión? Él apenas si puede soportarlo en su casa, entre las cuatro paredes de su cocina. Y ahora le toca ir a hablar con ese muchacho. Le atizará también a él. Piensa en Accado. Puede que acabe en la misma habitación de hospital. Se harán compañía. Tampoco eso lo anima. Accado no le cae demasiado bien. Claudio saca la cartera y se dirige al teléfono. Stefano Mancini, Step. Ese chico le ha costado ya cinco mil euros y dos cervezas. Coge la nota con la matrícula de la moto y marca el número de su amigo Davoni. Luego, mientras espera a que alguien le conteste al otro lado de la línea, piensa en su mujer. Raffaella es increíble. Apenas ha visto una o dos veces la moto de ese chico y recuerda perfectamente la matrícula. Él hace un año que tiene el Mercedes y todavía no se sabe de memoria la suya.

—¿Sí, Enrico?

—Sí.

—Hola, soy Claudio Gervasi.

—¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Estupendamente… me alegro de oírte.

—Oye, perdona que te moleste, pero necesito un favor.

Por un momento, Claudio espera que Enrico no sea excesivamente amable.

—¡Claro! Cuéntamelo todo.

No hay duda, cuando menos necesitas un favor, más gente encuentras dispuesta a hacértelo.

Cuarenta y cinco

No alcanza a comprender si aquel leve repiqueteo sobre la persiana es sueño o realidad. Podría tratarse del viento. Se mueve en la cama. Lo oye de nuevo. Un poco más fuerte, preciso, casi una señal. Babi baja de la cama. Se acerca a la ventana. Mira a través de las rendijas. Lo ve, iluminado por la luz de la luna llena. Es él. Levanta sorprendida la persiana tratando de hacer el menor ruido posible.

—Step, ¿qué haces aquí? ¿Cómo has hecho para subir?

—Facilísimo. He saltado el muro y luego he trepado por las cañerías. Venga, vamos.

—¿Adónde?

—Nos esperan.

—¿Quiénes?

—Los demás. Mis amigos. Venga, no te hagas la remolona, ¡vamos! Que esta vez, si nos pillan tus padres, se organizará una buena.

—Espera, me pongo algo.

—No, vamos aquí cerca.

—Pero no llevo nada debajo del camisón.

—Mejor.

—Venga, cretino. Espera un momento.

Entorna la ventana, se sienta en la cama y se viste rápidamente. Sostén, bragas, una sudadera, un par de vaqueros, las Nike y de nuevo a la ventana.

—Vamos, pero por la puerta.

—No, bajemos por aquí, es mejor.

—Pues sí, ¿estás de broma? Tengo miedo. Si me caigo desde aquí me mato. Si mis padres se despiertan con un grito y el golpe, ¿qué hacemos? Venga, ven conmigo… pero ¡con cuidado!

Lo guía en la oscuridad de aquella casa dormida, dando pequeños pasos sobre la moqueta mullida y procurando que los picaportes de las puertas se doblen sin hacer ruido. Quita la alarma, coge las llaves y sale. Un pequeño tirón a la puerta que se cierra tras ellos, acompañada hasta el último momento, para no hacer ruido. Luego, por las escaleras, hasta el patio, sobre la moto, cuesta abajo, con el motor apagado para que no los oigan. Superada la verja, Step arranca, mete la segunda y da gas. Se alejan a toda velocidad, ya seguros, libres de ir juntos a donde quieran, mientras todos piensan que están durmiendo en la cama.

—¿Qué hay aquí?

—Sígueme y verás. No hagas ruido, por favor.

Están en la calle Zandonai, sobre la iglesia. Entran por una pequeña puerta. Recorren un sendero a oscuras rodeado de algunos arbustos.

—Aquí, pasa por debajo.

Step levanta un trozo de red que ha sido arrancada en la base. Babi se agacha teniendo mucho cuidado de no engancharse. Poco después caminan a oscuras sobre la hierba recién cortada. La luna ilumina todo cuanto hay a su alrededor. Están en el interior de una urbanización.

—Pero ¿adónde vamos?

—Chsss.

Step le hace una señal para que se calle. Luego, tras saltar un muro bajo, Babi oye ruidos. Carcajadas a lo lejos. Step le sonríe y le coge la mano. Tras pasar un seto, aparece ante sus ojos. Está allí, bajo la luz de la luna, azul y transparente, en calma, bordada por la noche. Una gran piscina. Dentro hay algunos muchachos. Se mueven nadando sin hacer demasiado ruido. Unas olas pequeñas rebosan sus bordes yendo a morir sobre la hierba que la rodea. Se siente como una extraña respiración, el agua que va y viene, perdiéndose en el vacío de una pequeña rejilla.

—Ven. —Algunos de los presentes la saludan.

Babi reconoce sus caras mojadas. Los amigos de Step. Se sabe ya algunos nombres: el Siciliano, Hook, Bunny. Son más fáciles de recordar que los que suelen decirse en las presentaciones normales donde todos se llaman Guido, Fabio, Francesco. Están también Pollo y Pallina, quien se acerca hasta la orilla nadando.

—Caramba, estaba convencida de que no vendrías. He perdido la apuesta.

Pollo la aparta del bordillo.

—¿Has visto? ¿Qué te había dicho?

Se ríen.

Pallina prueba a hundirlo, sin conseguirlo.

—Ahora te toca pagar.

Se alejan salpicándose y besándose. Babi se pregunta lo que se habrán apostado y se le ocurre alguna que otra cosa.

—Step, pero yo no llevo el bañador.

—Yo tampoco, sólo los bóxers. ¿Qué más te da?, nadie lo lleva puesto.

—Pero hace frío…

—He traído unas toallas para luego, también una para ti. Venga, no le des tantas vueltas.

Step se quita la cazadora. Poco después, el resto de su ropa está en el suelo.

—Mira que si te tiro vestida es peor. Sabes que soy capaz de hacerlo.

Ella lo mira. Es la primera vez que lo ve desnudo. El reflejo plateado de la luna sobre su cuerpo hace resaltar aún más su musculatura. Abdominales perfectos, pectorales cuadrados y compactos. Babi se quita la sudadera. Su apodo le va como anillo al dedo, piensa. Se merece, por lo menos, el 10 y la Matrícula de Honor. Pocos minutos después, los dos están ya en el agua. Nadan uno junto a otro. Un escalofrío la hace estremecerse.

—Brrr, hace frío.

—Ahora entrarás en calor. Procura no ir bajo el agua con los ojos abiertos. Está llena de cloro. Es la primera piscina abierta de la zona, ¿lo sabías? Se trata de algo así como una especie de inauguración. Dentro de nada estaremos ya en verano. Bonita, ¿no?

—Magnífica.

—Ven aquí.

Se acercan al bordillo. Hay botellas flotando por doquier.

—Ten, bebe.

—Pero yo soy abstemia.

—Te quitará el frío.

Babi coge la botella y da un trago. Siente aquel líquido fresco, ligeramente ácido y burbujeante, bajarle por la garganta. Está bueno. Suelta la botella y se la pasa a Step.

—No está mal, me gusta.

—No lo dudo, es champán. —Step da un largo sorbo. Babi mira a su alrededor. ¿Champán? ¿De dónde lo habrán sacado? Lo más probable es que lo hayan robado también—. Ten.

Step le vuelve a pasar la botella. Ella decide que es mejor no pensar y da un nuevo sorbo. Casi se atraganta y el champán le sale con todas sus burbujitas por la nariz. Se echa a toser. Step suelta una carcajada. Espera a que se recupere. Luego nadan juntos hacia el otro lado. Un seto algo más grande los protege de los rayos de la luna. Tan sólo deja pasar algunos reflejos plateados que no tardan en apagarse sobre su pelo mojado. Step la mira. Es guapísima. Besa sus labios y se abrazan. Sus cuerpos desnudos se rozan completamente por primera vez. Envueltos en aquella agua fría, buscan y encuentran en ellos el calor, se van conociendo, se emocionan, se separan de cuando en cuando para que la situación no llegue a ser demasiado comprometida. Step se aleja de ella, da una pequeña brazada lateral y vuelve al poco tiempo con una nueva presa.

—Ésta está todavía llena.

Otra botella. Están rodeados. Babi sonríe y bebe, esta vez lentamente, con cuidado para no atragantarse. Le parece mejor. Después busca de nuevo sus labios. Siguen besándose en aquel modo, efervescentes, mientras ella se siente flotar sin entender muy bien la razón. ¿Será el efecto normal del agua o el del champán? Deja caer dulcemente la cabeza hacia atrás, la apoya en el agua y, por un momento, esta deja de darle vueltas. Oye y no oye los ruidos que hay a su alrededor. Sus oídos, acariciados por minúsculas olas, acaban de vez en cuando bajo el agua y extraños y agradables sonidos silenciosos la alcanzan aturdiéndola todavía más. Step la tiene entre sus brazos, la hace dar vueltas alrededor de él, arrastrándola. Ella abre los ojos. Breves encrespamientos de corriente le acarician las mejillas y diminutas y desdeñosas salpicaduras alcanzan de cuando en cuando su boca. Le entran ganas de reír. En lo alto, nubes plateadas se desplazan con parsimonia en el azul infinito. Se incorpora. Abraza sus hombros robustos y lo besa con pasión. Él la mira a los ojos. Posa una mano mojada sobre su frente y, acariciándola, le aparta el pelo hacia atrás, dejando al descubierto su rostro terso.

Luego desciende por la mejilla, hasta llegar al mentón, por el cuello y, después, aún más abajo, hasta llegar al sitio donde él ha sido el primero, él y sólo él, que se ha atrevido a acariciarla. Ella lo abraza con mayor intensidad. Apoya la barbilla sobre su hombro y con los ojos entornados mira a lo lejos. Una botella medio vacía flota cerca de ellos. Sube y baja. Piensa en el mensaje enrollado que lleva en su interior: «Socorro. Aunque prefiero que nadie me salve.» Cierra los ojos y empieza a temblar, no sólo a causa del frío. Mil emociones se apoderan de ella. De repente, lo entiende. Sí, está naufragando.

—Babi, Babi.

Oye que la llaman de repente y que la sacuden con fuerza. Daniela está frente a ella.

—¿Qué pasa, no has oído el despertador? Venga, muévete que llegamos tarde. Papá está casi listo.

Su hermana sale de la habitación. Babi se da la vuelta en la cama. Piensa en la noche anterior. Step entrando en su casa a escondidas. La huida en la moto, el baño en la piscina con Pallina y los demás. La borrachera. Él y ella dentro del agua. Su mano. Tal vez se haya imaginado todo. Se toca el pelo. Está completamente seco. Lástima, ha sido un sueño precioso, pero sólo un sueño. Saca la mano de la colcha y busca a tientas la radio. La encuentra y la enciende. Animada por la nueva canción alegre de los Simply Red,
Fake
, baja de la cama. Todavía no se ha despertado del todo y le duele un poco la cabeza. Se acerca a la silla para vestirse. El uniforme está apoyado en ella pero no ha preparado el resto de las cosas. «Qué extraño, piensa, me he olvidado.» Es la primera vez. «Mis padres tienen razón. Tal vez sea verdad que estoy cambiando. Acabaré siendo como Pallina. Es tan desordenada que se olvida de todo. Bueno, eso significa que seremos aún más amigas.» Abre el primer cajón. Saca un sostén. Luego, mientras hurga en la ropa interior buscando un par de bragas, encuentra una dulce sorpresa. Escondidos al fondo, dentro de una pequeña bolsa de plástico, hay un sostén y un par de bragas mojados. Llega hasta ella un ligero olor a cloro. No ha sido un sueño. Anoche puso ese conjunto sobre la silla, como siempre, sólo que luego lo usó como traje de baño. Sonríe. Recuerda entonces haber estado entre sus brazos. Es cierto, ha cambiado. Mucho. Se viste y, al final, mientras se pone los zapatos, toma una decisión. No le volverá a permitir que vaya más allá. Resueltas ya sus dudas, se mira al espejo. Su pelo es el de siempre, sus ojos los mismos que se pintó hace algunos días. Hasta la boca es la que es. Se peina sonriendo, pone el cepillo en su sitio y sale corriendo de la habitación para desayunar. No sabe que, muy pronto, volverá a cambiar de nuevo. Tanto que cuando pase delante de aquel espejo no será capaz de reconocerse.

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