A tres metros sobre el cielo (41 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: A tres metros sobre el cielo
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—Entonces, ¿se puede saber cómo ha ido? ¡Vamos, cuéntamelo!

—Bien, mejor aún, maravillosamente bien. En el fondo, Step es una persona como es debido, un buen muchacho. No hay por qué preocuparse.

—¿Cómo que no hay por qué preocuparse? ¿Te olvidas de que le rompió la nariz a Accado?

—Puede que le provocara. ¿Qué sabemos nosotros? Y, además, Raffaella, seamos sinceros, Accado es un tío insoportable…

—Pero ¿qué estás diciendo? ¿Le has dicho al menos que deje en paz a nuestra hija, que no tiene que volver a verla, llamarla, irla a recoger al colegio?

—La verdad es que no llegamos a esa parte.

—Entonces, ¿qué le has dicho? ¿Qué has estado haciendo hasta ahora? ¡Es medianoche!

Claudio se derrumba.

—Hemos jugado al billar. Imagínate, cariño, ¡hemos ganado a dos fanfarrones! Yo he hecho las dos últimas bolas. Hasta he ganado cien euros. Genial, ¿eh?

—¿Genial? Eres sólo un idiota, un incapaz. Estás borracho, hueles a humo y ni siquiera has conseguido poner en su sitio a ese delincuente.

Raffaella, enfadada, se marcha dejándolo a solas. Claudio intenta calmarla por última vez.

—¡Espera, Raffaella!

—¿Qué pasa?

—Step ha dicho que irá a la universidad.

Raffaella se encierra en su cuarto dando un portazo. Ni siquiera ha servido esta última mentira. «Caramba, debe de estar realmente enfadada. Para ella un diploma universitario lo es todo. En el fondo, a mí no me ha perdonado nunca que no hubiera ido a la universidad.» Luego, desanimado por aquella última consideración, inquieto por los acontecimientos de aquella noche en general, se arrastra borracho hasta el baño. Alza la tapa del váter y vomita. Más tarde, mientras se desnuda, un trozo de papel se le cae de la chaqueta. Es el número de teléfono de Francesca. La belleza del pelo negro azabache y la piel de color miel. Debe de habérmelo metido mientras me besaba en el coche. Sí, aquella escena le recuerda la película
Papillon
. Steve McQueen, en la cárcel, recibe un mensaje de Dustin Hoffman y se lo traga para deshacerse de él. Claudio memoriza el número pero, para hacerlo desaparecer, prefiere tirarlo al váter. Si hubiera intentado tragárselo, habría vomitado de nuevo. Tira de la cadena, apaga la luz, sale del baño y se mete en la cama. Flota entre las sábanas ligeramente borracho, dulcemente transportado por aquel mareo. Una noche espléndida. Un golpe magnífico. Una carambola increíble. La cerveza, el whisky, su amigo Step. Han ganado doscientos euros. ¿Y Francesca? Han bailado juntos, la ha rodeado con sus brazos y ha estrechado contra el suyo su cuerpo duro. Recuerda su pelo oscuro, la piel color miel, el dulce beso en el coche, tierno y sensual, perfumado. Se excita. Piensa de nuevo en el trozo de papel que ha encontrado en el bolsillo. Es a todas luces una invitación. Es suya. Un paseo. «Mañana la llamo. Dios mío, ¿cómo era el número?» Prueba a recordarlo. Pero se adormece presa de un sentimiento de desesperación. Lo ha olvidado ya.

Cincuenta

—¿Y ganasteis?

Pollo apenas se lo puede creer.

—¡Les ganamos doscientos euros!

—Júramelo, ¿y qué, el padre de Babi, es un tío simpático?

—¡Un mito, un auténtico colega! Piensa que Francesca me ha dicho que le gusta mucho.

—¡A mí me parece bobo!

—¿Por qué? ¿Cuándo lo has visto?

—Cuando fui a tu casa a recoger el perro.

—Ah, ya. Por cierto, ¿cómo está
Arnold
?

—Estupendamente. Tengo que reconocer que ese perro es realmente inteligente. Estoy seguro de que no tardará en aprender a traer las cosas en la boca. El otro día estaba debajo de casa, le tiré un bastón y fue a recogerlo. Sólo que luego se puso a jugar en el parque con una perrita. Ése se va con todas, pobrecito, me parece que la Giacci no le dejaba follar nunca.

Step se detiene delante de un portón.

—Hemos llegado. Te lo ruego, no me organices ningún lío.

Pollo lo mira mal.

—¿Por qué, acaso organizo yo tantos líos?

—Continuamente.

—¿Ah, sí? Mira que si he venido es sólo para hacerte un favor.

Suben al segundo piso. Babi está cuidando a Giulio, el hijo de los Mariani, un niño de cinco años de pelo tan claro como su piel.

Babi los espera en la puerta.

—Hola.

Step la besa. Ella se queda un poco sorprendida de ver también a Pollo, quien, tras balbucear algo parecido a un «hola», se acomoda enseguida en el sofá junto al niño. Cambia de canal tratando de ver algo mejor que esos estúpidos dibujitos animados japoneses. Giulio, como no podía ser menos, protesta de inmediato. Pollo intenta convencerlo.

—No, venga, ahora empieza lo mejor. Ahora llegan las tortugas voladoras.

Giulio se lo traga enseguida. Se pone a ver él también
Il processo del lunedì
, esperando confiado. Babi se dirige a la cocina con Step.

—¿Se puede saber por qué lo has traído?

—Bah, insistió mucho. Y, además, a Pollo le encantan los niños.

—¡Pues no lo parece! Lo ha hecho llorar nada más llegar.

—Entonces, digamos que lo he hecho para poder quedarme a solas contigo. —La abraza—. Claro que soy realmente sincero, tú sólo sacas lo mejor de mí. ¿Por qué no nos desnudamos?

La arrastra riéndose hasta el primer dormitorio que encuentra. Babi trata de resistir, pero al final se deja convencer por sus besos. Ambos acaban sobre una pequeña cama.

—¡Ay!

Step se lleva la mano a la espalda. Un tanque puntiagudo le ha dado de lleno entre los dos omóplatos. Babi se echa a reír. Step lo tira sobre la alfombra. Libera la cama de guerreros electrónicos y de algunos monstruos desmontables. Luego, finalmente tranquilo, cierra la puerta con el pie y se concentra en su juego preferido. Le acaricia el pelo besándola, su mano corre veloz sobre los botones de su blusa, desabrochándolos. Le levanta el sostén y la besa sobre la piel más clara, más aterciopelada, rosada. De repente, algo le pincha en el cuello.

—¡Ay!

Step se lleva rápidamente una mano al punto donde ha recibido el golpe. La ve reír en la oscuridad, armada con un extraño muñeco de orejas puntiagudas. Y aquella sonrisa tan fresca, aquel aire tan ingenuo lo conmueven aún más profundamente.

—¡Me has hecho daño!

—No podemos estar aquí, en la habitación de Giulio. Imagínate si entra…

—Pero si está con Pollo. Le he dado instrucciones precisas. Ese niño terrible está prácticamente en sus manos, inmovilizado. No se puede levantar del sofá.

Step se lanza de nuevo sobre su pecho. Ella le acaricia el pelo dejando que la bese.

—Giulio es buenísimo. El único niño terrible eres tú.

Mientras Pollo da buena cuenta de un bocadillo que ha cogido de la cocina y se bebe una cerveza, Giulio se levanta del sofá.

—¿Adónde vas?

—A mi habitación.

—No, tienes que quedarte aquí.

—No, quiero ir a mi habitación.

Giulio hace ademán de marcharse, pero Pollo lo agarra por el pequeño suéter de lana rojo y lo arrastra hasta colocarlo junto a él sobre el sofá. Giulio trata de rebelarse, pero Pollo le mete el codo en la tripa, inmovilizándolo. Giulio empieza a protestar.

—¡Déjame, déjame!

—Venga, que ahora empiezan los dibujitos animados.

—Mentira.

Giulio mira de nuevo la televisión y, puede que también a causa de un primer plano de Biscardi, estalla en sollozos. Pollo lo suelta.

—Ten, ¿quieres probarla? Está buenísima, la beben sólo los mayores.

Giulio parece ligeramente interesado. Se adueña con ambas manos de la lata de cerveza y le da un sorbo.

—No me gusta, está amarga.

—Entonces, mira lo que te da el tío Pollo…

Poco después, Giulio juega feliz en el suelo. Hace rebotar los globitos rosados que le ha regalado el tío Pollo. Éste lo mira sonriente. En el fondo, hace falta muy poco para contentar a un niño. Bastan dos o tres preservativos. De todos modos, esa noche no los iba a necesitar. Del dormitorio no llega ningún ruido. «Ni siquiera a Step parecen hacerle falta, piensa divertido.» Luego, visto que se está aburriendo, decide llamar por teléfono.

En la penumbra de aquella habitación llena de juguetes, Step le acaricia la espalda, los hombros. Desliza su mano por el brazo y a continuación lo coge y se lo acerca a la cara. Lo besa. Su boca la roza, recorre su piel. Babi tiene los ojos entornados, dulcemente prisionera de sus suspiros. Step le abre la mano con delicadeza, le besa la palma y luego la posa sobre su pecho desnudo, abandonada a sí misma. Babi se queda paralizada, repentinamente asustada. «Dios mío, sé lo que quiere pero no lo podré hacer nunca. No lo he hecho jamás. No lo conseguiré.» Step sigue besándola tiernamente en el cuello, detrás de las orejas, en los labios. Mientras sus manos, más seguras y tranquilas, más expertas, se apoderan de ella como en un suave oleaje, dejando en aquella playa desconocida un náufrago placer.

De repente, arrastrada por aquella corriente, por aquella brisa de pasión, ella se mueve también. Osa. Su mano se aleja lentamente del lugar donde ha sido apoyada y empieza a acariciarlo. Step la estrecha entre sus brazos alentándola, tranquilizándola. Babi se abandona. Sus dedos descienden paulatinamente por aquella piel. Siente su tripa, sus fuertes abdominales. Cada movimiento es para ella como una sima, un abismo, un paso difícil de ejecutar, casi imposible. Y, sin embargo, lo tiene que conseguir. En la oscuridad de aquella habitación, salta de repente conteniendo la respiración. Sus dedos acarician aquella primera barrera de rizos suaves. Después se deslizan por los vaqueros y van a parar sobre aquel botón, el primero para ella en todos los sentidos. En ese momento, sin saber por qué, piensa en Pallina. Ella, ya más segura, más experta. Imagina cuando se lo cuente: «¿Sabes? Entonces no pude pasar de ahí, no lo conseguí.» Puede que sea eso lo que la anima, lo que le da el último impulso. Lo hace. Aquel primer botón dorado sale del ojal con un ruido ligero, de vaqueros. En el silencio de la habitación, es posible oírlo, llega hasta sus oídos nítido y claro. Lo ha logrado. Casi exhala un suspiro. A partir de entonces, todo resulta más fácil. Su mano, perdido ya el miedo, pasa al segundo, al tercero, y luego cada vez más abajo; los bordes de los vaqueros se van separando, más y más libres. Step se separa dulcemente de ella, deja caer la cabeza hacia atrás. Babi se apresura a alcanzarlo, refugiándose tímida en aquel beso, avergonzándose de aquella mínima distancia. Entonces se produce un ruido inesperado. Portazos.

—¿Qué pasa?

Y, como por arte de magia, el encanto se desvanece. Babi levanta la mano y se incorpora.

—¿Qué ha sido eso?

—¿Y yo qué sé? Vamos, ven aquí.

Step la atrae de nuevo hacia él. Otro ruido. Algo se ha roto.

—¡No, venga, ahí fuera está pasando algo!

Babi se levanta de la cama. Se coloca la falda en su sitio, se abrocha la blusa y sale a toda prisa de la habitación. Step se deja caer sobre la cama con los brazos abiertos.

—¡Vete a la mierda, Pollo!

Luego se abrocha los vaqueros y, cuando llega al salón, apenas puede creer lo que ve allí.

—¿Qué coño hacéis?

Están todos. Bunny y Hook están enzarzados en una especie de lucha sobre la alfombra. Junto a ellos hay una lámpara volcada. Schello está sentado con los pies sobre el sofá, comiendo patatas y mirando
Sex and the City
. Lucone tiene al niño sobre las piernas y le está haciendo fumar un porro.

—¡Mira, Step! Mira la cara tan descompuesta que tiene este niño.

Babi se arroja iracunda sobre Lucone, le quita el porro de las manos y lo apaga en un cenicero.

—¡Fuera! ¡Fuera de aquí inmediatamente!

Al oír aquellos gritos, Dario y otro amigo salen de la cocina con una cerveza en la mano. Llega también el Siciliano con una tipa. Tienen la cara roja. Step se imagina que deben de haber hecho aquello que Babi y él ni siquiera han probado. ¡Qué afortunados! A empujones, Babi los va sacando uno a uno de allí.

—¡Salid todos…! ¡Fuera!

Divertidos, se dejan expulsar, causando todavía más alboroto. Step la ayuda.

—Vamos, tíos, fuera. —El último que saca de allí es Pollo—. Contigo ajustaré cuentas luego.

—Pero si yo sólo llamé a Lucone; la culpa es de él, que avisó a los otros.

—Cállate.

Step le da una patada en el culo y lo tira de allí. Después ayuda a Babi a poner las cosas en su sitio.

—Mira, mira lo qué han hecho esos vándalos.

Le enseña una lámpara rota y el sofá manchado de cerveza. Patatas por todas partes. Babi tiene los ojos anegados en lágrimas. Step no sabe qué decir.

—Perdona. Te ayudo a limpiar.

—No, gracias, me las arreglaré sola.

—¿Estás enfadada?

—No, pero es mejor que te vayas. Sus padres no tardarán en volver.

—¿Estás segura de que no quieres que te ayude?

—Segura.

Se dan un beso apresurado. Luego ella cierra la puerta. Step baja. Mira a su alrededor. No hay nadie. Sube a la moto y arranca. Pero justo en ese momento, el grupo sale de detrás de un coche. Un coro se eleva en la noche: «¡Tres hurras por la
baby sitter
!», acompañado de aplausos. Step baja al vuelo de la moto y empieza a correr detrás de Pollo.

—¡Oye, que yo no tengo la culpa! ¡Enfádate con Lucone! ¡Es culpa suya!

—¡Maldito seas, yo te mato!

—Venga, que no estabas haciendo nada allí dentro. ¡Te estabas aburriendo!

Siguen corriendo por la calle entre las risas lejanas de los otros y la curiosidad de algún que otro inquilino insomne.

Babi recoge los trozos de lámpara, los tira a la basura, limpia el suelo y quita las manchas del sofá. Al final, cansada, mira en derredor. Bueno, podría haber sido peor. Diré que se me cayó la lámpara mientras jugaba con Giulio. El niño, por otra parte, no podrá negarlo nunca. Duerme profundamente, bajo los efectos de la marihuana.

Cincuenta y uno

A la mañana siguiente, Step se despierta y va al gimnasio. Busca a alguien. Al final lo encuentra. Se llama Giorgio. Es un muchachito de quince años que siente una admiración ilimitada por él. No es el único. También los amigos de Giorgio hablan de Step como si se tratase de Dios, de un mito, de un ídolo. Conocen todas sus historias, todo lo que se cuenta sobre él y no se dedican sino a alimentar aún más lo que ha llegado a ser ya una especie de leyenda. Ese muchachito es de confianza. El único al que puede pedirle un favor sin correr el peligro de que lo putee. También porque allí donde acaba la admiración, empieza el terror.

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