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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

Zombie Nation (25 page)

BOOK: Zombie Nation
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—Muchacha, estás confundiendo el autor con el agente. Yo no desaté este apocalipsis. Yo sirvo para llevarlo a cabo. Como harás tú.

Ella negó con violencia y comenzó a alejarse de él, moviéndose tan deprisa como podía, caminando descalza sobre las rocas irregulares. El calor del sol, acumulado durante todo el día en la piedra, le quemaba los pies, pero ella seguía adelante. Quería alejarse de él, alejarse de…

—Tú bien podrías no haber existido antes del momento en que te despertaste para encontrarte esto. Fuiste creada para ser la espada en mi mano. Mi arma. —Él se puso delante de ella. No lo había visto moverse, no lo había visto cobrar vida, él… estaba allí sin más. Se paró en seco para no colisionar con él—. ¿Por qué crees que se te olvidó el nombre?

—Eso es sencillo. Daños cerebrales. No había oxígeno en mi cerebro, así que una parte murió.

Él le sonrió.

—Eso suena como una locura para mí. ¿Por qué te traería de vuelta el Padre de los Clanes para dejarte dañada? Él tenía sus razones para arrebatarte la memoria. Te lo puedo asegurar. Él quería que esta tarea fuera fácil para ti. No tienes lazos con ningún humano. Los vivos te odian, podrías odiarlos sin problema porque no recuerdas cómo es ser uno de ellos. Puedes ejercer la violencia sin culpabilidad. Ni siquiera necesitas cuestionarte tus motivos. ¡Qué don se te ha otorgado!

—¡Dios! ¡No soy una especie de malvada guerrera no muerta! ¡Yo no quiero hacer daño a nadie!

—Excepto a Jason Singletary. —Mael depositó la mano en su hombro y apretó. El contacto era agradable a pesar de lo que estaba diciendo, hacía mucho que nadie la tocaba, pero ella se apartó—. He visto tu interior, Nilla. Le habrías sacudido hasta que le castañearan los dientes en la boca si así hubieras conseguido tu nombre. ¿Y qué pasaba con esos chicos en el coche? Los condujiste a su muerte, incluso después de que yo te advirtiera que te mantuvieras alejada de ellos.

Ella le lanzó un puñetazo, su duro puño tenso como un calambre muscular, pero su brazo no encontró resistencia. Notó una cierta viscosidad en el aire, pero no conectó. Alargó la mano y quiso coger su garganta, pero los dedos desaparecieron en su carne como si hubiera metido la mano en una columna de humo. Nilla levantó las manos asqueada y se dio media vuelta para volver por donde había venido.

—La vida de Singletary ha sido una vida tortuosa. Ha padecido dolores desde que era un niño. Sin embargo, no te has compadecido de él. Estabas dispuesta a utilizar su dolor. Querías infligirle más dolor.

—¿Y eso es algo bueno? —preguntó ella. No se sorprendió cuando lo encontró de nuevo ante sí. Trató de atravesarlo, pero él la cogió por los hombros y la detuvo en seco. —. ¿Quieres que haga eso, que le haga daño?

—Muchacha, no has escuchado. Quiero que acabes con su dolor. —Mael miró cañón abajo, hacia la maltrecha cabaña—. Quiero que se lo quites todo.

Nilla también miró y los ojos casi se le salieron de las órbitas. Un hombre muerto estaba en la escalera de entrada de la casita de Singletary. El hombre muerto sin brazos. El cadáver abrió la puerta de un cabezazo y entró.

Ella estuvo a punto de partirse el cuello bajando por la ladera rocosa.

Virgen buscando ayuda desesperadamente antes de que acabe el mundo, martes-jueves 17.00. [Grafiti en un baño, Aeropuerto Internacional O’Hare, 18/04/05]

Dick cruzó torpemente la puerta, dentro el aire era fresco y se meció allí durante un momento, contento de estar fuera del sol castigador, contento de tener suave madera bajo su pie descalzo. Por un momento, sólo un momento, sintió el confort de estar en un lugar con esquinas cuadradas otra vez. No había recuerdos que despertar en su cabeza, ni pensamientos de ningún tipo más que este placer, perfectamente sencillo e inofensivo.

Era un juego. El universo de Dick se había convertido en una especie de juego. Había premios que ganar, como este momento de confort. También había reglas que seguir.

—No…, no, ahora no —dijo alguien desde debajo de él, y su momento acabó.

El hambre subió a toda velocidad por su columna y llegó a su cerebro, y él volvió la cabeza a un lado y otro, olisqueando lo que fuera que había hecho ese ruido. Tropezó con la mesa y cayó metal al suelo, agudos sonidos de golpeteo y estruendos en un ritmo
staccato,
se volvió, dio un paso adelante y estuvo a punto de pisar la cosa que estaba buscando.

Regla Uno: Dick comerá lo que Dick encuentra.

Amontonado en el suelo yacía un hombre semidesnudo, hecho un ovillo alrededor de una pata de la mesa, con la cabeza entre las manos.

—No te he oído entrar —dijo él con una sonrisa triste y amable en la voz.

Dick no comprendió las palabras, las palabras como unidades estaban fuera de su alcance. Lo cual era un alivio más que otra cosa. Cuando la gente le hablaba sabía que estaban intentando llamar su atención, que estaban tratando de comunicarse. Sin embargo, eso era inútil, por mucho que suplicarán no se librarían. Dick no sentía frustración cuando no lograba comprender a la gente. Había reglas en este mundo que seguir, pero no decisiones que tomar.

Dick se arrodilló. La comida que tenía delante gimoteaba suavemente, pero no intentó huir. Dick no sintió punzadas en la conciencia. A veces la comida corría y tenías que perseguirla todo el día, el hambre persiguiendo cada pisada, cada momento que transcurría era una agonía de deseo. Cuando la comida se quedaba totalmente quieta era mejor.

Se agachó y bajó la boca hacia la reluciente energía de la comida. Parecía un poco debilucho, un poco atontado, como si esta comida ya estuviera herida, pero no cambiaba nada. Dick dejó los dientes al descubierto y se lanzó a por la garganta de la comida.

Detente ahora. Espera mi orden.

La voz no sorprendió a Dick a pesar de que la comprendió a la perfección. El mensaje no se componía de palabras, sino de puro voltaje neuronal. Se insertó en su sistema nervioso como un programa de ordenador descargándose de un disco.

Dick podría haber detenido más fácilmente una excavadora en marcha con la cara que haber desobedecido esa orden.

Regla Dos: Dick obedece a la Voz. La Voz es la Voz de la Fuente. No hacen falta más explicaciones.

La puerta se abrió de nuevo y entró otro. Una sombra como él, diferente en un modo que no importaba. En todos los sentidos que importaban eran uno, y eso significaba que ella era competencia por la comida. Dick la había visto antes, pero era incapaz de generar nuevos recuerdos y no le interesaba conectar los puntos de los antiguos. Se quedó donde estaba.

La competidora se movió por la pequeña habitación con un ritmo agitado, más rápido de lo que Dick podía moverse, mucho más ágil. Cogió algo pesado y de metal de la estantería y fue hacia Dick, con la mano en alto, su arma preparada para golpearle la cabeza.

¿Ahora quieres destruirlo a él? ¿A un perfecto inocente?
Las palabras no iban dirigidas a Dick. Las ignoró.

La competidora gruñó y mantuvo la mano en el mismo lugar, preparada para caer sobre el cráneo de Dick. Dick no sentía temor, a pesar de que comprendía lo que estaba sucediendo a su oscura manera y sabía que podía morir en un segundo. Estaba bien.

Regla Tres: Dick y la muerte eran viejos amigos.

—¡Es un asesino! ¡Un monstruo descerebrado!

Tienes más en común con este enfermo que con la cosa viva del suelo. La única diferencia es que aquí mi amigo no puede ser considerado responsable de sus acciones.

La otra no dijo nada, pero bajó el brazo.

Esto es una prueba, muchacha. Una prueba para ti. Nadie abandonará esta cabaña hasta que Jason Singletary esté muerto. Ahora has de hacer una serie de elecciones. Lamento forzarte, pero tengo que cumplir mi deber. Puedes permitir que mi amigo le arranque la garganta a tu psíquico, o puedes hacerlo tú misma.

—No —gimoteó la competidora, un sonido distorsionado como de sacudir la cabeza, como el sonido del comienzo de una avalancha—. No.

—Nilla —dijo alguien. Sonaba como la Voz, pero incluso Dick sabía que no era la Voz. ¿Procedía de la comida? Eso no tenía sentido. Afortunadamente, y por el bien de Dick, no importaba. Sólo las reglas importaban—.
Ese lugar, el fuego en las montañas. ¡No te distraigas ahora!

—No, yo no… —reclamó la otra.

«Tienes que ir allí, ¡eres la única que puede hacerlo!»

Ignórale,
dijo la Voz.
Tienes que comprender esto, muchacha. Yo me apartaría si pudiera. No es así. Mi amigo y yo hemos hecho algunas cosas… algunas cosas terribles. Juntos hemos envenado el agua, muchacha. Hemos sembrado una cosecha salvaje. Pero todavía no hemos acabado y no es hora de descansar. Eres una de nosotros. Te necesitamos para lo que viene a continuación.

—El fin del mundo —jadeó la otra.

Somos ese fin. Tú, yo y mis amigos. Ha sido decidido por poderes a los que estoy obligado a servir. Tú también debes servirles. ¿Lo entiendes ahora? Nos ha sido asignado este trabajo por fuerzas más grandes que nosotros mismos.

—No, yo no… —La otra sonaba llena de reproche. ¿Qué podía molestarla tanto? Había comida. Ella debía tener hambre, como Dick sabía de sobra. ¿Por qué no quería comer? Incluso la Voz estaba de acuerdo. ¡Ella debía comer!

Regla Cuatro: Las preguntas se alejan de Dick como las ondas de agua en un lago.

Habían desaparecido antes de que nadie tuviera tiempo de decir nada más.

«¡Nilla, las montañas de cumbres nevadas! ¡El fuego!»

Todo sucede por alguna razón. Tú fuiste creada por una razón. Se te permitió conservar una parte de tu inteligencia. Eso te hace especial. No te hace libre. El Padre de los Clanes ha juzgado a la humanidad y la humanidad ha sido hallada deficiente. Alguien debe llevar a cabo este dictamen. Alguien debe hacer borrón y cuenta nueva. Cuando esté hecho, Nilla, el mundo será un lugar sano de nuevo. Será limpio y tan hermoso como lo fue en su día. ¿Acaso los humanos se merecen permanecer en un mundo que han contaminado? ¿Tienen los poderosos derecho a expoliar por el simple hecho de ser poderosos? Debe haber límites, muchacha. Debe haber una venganza. Una justicia. Sin la amenaza de un castigo, ¿por qué no cometería el hombre un delito? Ésta es nuestra carga. Nosotros morimos para que otros fueran purificados.

—Éste no es mi propósito. No… no es el mío.

Muchacha, lo es. Pero los ancianos son buenos, incluso cuando son horribles. También nos han otorgado un don. Tú y yo no somos como los demás. Conservamos la capacidad de pensar y tomar algunas decisiones. Y se nos permite, hasta cierto punto, elegir la misericordia. Aquí mi amigo matará a este hombre de un modo doloroso y sangriento. O puedes hacerlo tú misma.

—No, yo… no —dijo en voz baja.

Ella se hizo pequeña, cayó de rodillas, agachándose sobre la comida. Su cara se acercó mucho a la de Dick y sus ojos se encontraron. Dick no tenía ni idea de qué podría encontrar en su mirada. Él sólo veía su energía oscura.

¡El fuego eterno!

Podemos esperar tanto como quieras. Pero eso sólo prolongará el miedo de Singletary, ¿o no?

Movió la cabeza, bajando la boca hasta casi tocar la comida. Muy despacio. Dick comprendía su lentitud.

No importaba, al final llegabas.

¡Nilla!

Regla Cinco: Antes o después, todo el mundo sigue las reglas de Dick.

P: He oído que existe una vacuna, pero que el gobierno se niega a distribuirla libremente hasta que haya sido probada a fondo. ¡Pero la necesitamos ahora!

R: En cualquier crisis hay rumores que desafían el descrédito, pero tienes que asumir que si algo parece demasiado bueno para ser cierto, probablemente lo es. No existe vacuna. Si alguien intenta venderte una vacuna, denúncialo de inmediato a las autoridades.

P: Mi madre/hermano/hermana/abogado estaba en California, en uno de los campos de realojamiento el 8 de abril, el día que anunciaron que California estaba tomada. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que tengamos noticias de los campos?

R: En la actualidad no lo sabemos. Se están haciendo todos los esfuerzos posibles para reasegurar California, pero por ahora todo lo que podemos hacer es esperar y rezar.

[Página web «Datos contrastados sobre la crisis» de FEMA, apartado de preguntas frecuentes, publicada el 09/04/05]

—Eran civiles. No puedes volarle la cabeza a civiles norteamericanos sin más…, es una jodienda. Antes decía que sólo era una enfermedad, que podía haber cura.

—Sí, los oficiales dicen un montón de cosas. Acostúmbrate.

Bannerman Clark abrió los ojos y vio sus pies sobresaliendo por el extremo del jergón, sus pies cálidos y secos en los calcetines del uniforme. Vio el lugar en el que había zurcido un agujero en el calcetín izquierdo, vio la protuberancia angular de su dedo gordo bajo el fino tejido, como algo tallado en madera suave. Se dio cuenta de que alguien debía de haberle quitado los zapatos.

Se sentó y los vio colocados pulcramente al lado del jergón, alineados de manera que pudiera ponérselos nada más levantarse. Los habían lustrado y les habían cambiado los cordones.

—¡Algunos eran niños! Un montón… un montón eran niños. Nos piden mucho. Primero la reducción, luego las ampliaciones de servicio y descansos y la supresión de la libertad, y ¿qué pasa a continuación? ¿Nos quedamos aquí y hacemos guardia para siempre? ¿Vivimos aquí, en una cárcel, cuando el resto del mundo está muerto?

—¿Tienes otro lugar al que ir?

Había soldados al otro lado de la puerta, cotilleando. Como habían hecho los soldados durante los últimos mil años, desde que se inventó la guerra. Clark no estaba muy preocupado por sus críticas.

Había tenido un sargento segundo en Vietnam, en el pasado, cuando recibía órdenes de sargentos segundos, que sonreía y mostraba sus dientes blanquísimos cada vez que oía a un soldado quejándose del estado de las bases de apoyo o de las patrullas por la selva o de lo mucho que había llovido la noche anterior.

—Un soldado que tiene tiempo de criticar —le había dicho a Clark—, es un soldado feliz. Es cuando no hablan en absoluto cuando tienes que tener ojos en la nuca.

Sargento Willoughby, así se llamaba el hombre. Si tenía un nombre de pila, nunca se lo había dicho a los del rango de Clark.

Metió sus estrechos pies en los zapatos y se los ató fuerte, con el aliento contenido en el pecho mientras se agachaba. Eso era la edad. No parecía estar herido o enfermo. Levantándose con cuidado para evitar marearse, miró a su alrededor en busca de su gorra. El gorro de combate había desaparecido y había vuelto a su gorra de plato de uniforme. Un mensaje del sargento Horrocks. Se había acabado la hora del gatillo y la sección había sido reasignada a las tareas de guarnición, lo que significaba uniformes apropiados y una cadena de mando más rígida. Clark le sonrió a su gorra. La elegancia del mensaje le gustó. Un buen sargento de sección debía ser mitad Mussolini mitad Martha Stewart, y Horrocks era un excelente sargento de sección.

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