»“¿Y qué creéis? —me respondieron—, cuando el alcalde manda una cosa, ¿quién ha de oponerse?” Hay, sin embargo, en este asunto un lado cómico. El alcalde y el cura (porque éste pensaba sacar algún provecho del disparate cometido por su mujer, que con frecuencia le quema la sangre) el alcalde y el cura, digo, pensaban repartirse el fruto de los árboles cortados; pero el administrador de rentas lo supo y dio con el plan en tierra, haciendo valer antiguos derechos sobre el patio del presbiterio donde habían estado los nogales, que fueron vendidos en pública subasta. En resumen, ya no hay nogales… ¡Oh, si yo fuera príncipe, ya les diría a la mujer del cura, al alcalde y al administrador…! ¡Príncipe!… ¡Ah!, si yo fuera príncipe ¿qué me importarían los árboles de mi país?»
10
DE OCTUBRE
«Me basta ver sus ojos negros para ser feliz. Lo que me apena es que Alberto no parece tan dichoso como él esperaba y como él mismo creía. ¡Ah! si yo… No me gusta emplear reticencias; pero no puedo expresarme de otro modo…, y me parece que me explico con bastante claridad.»
12
DE OCTUBRE
«Ossián ha desbancado a Homero en mi espíritu. ¡A qué mundo nos transportan los sublimes cantos de aquel poeta! ¡Vagar por los matorrales, aspirar el aire de fuego que columpia en las nubes las sombras del firmamento a los pálidos rayos de la luna, oír quejarse en la montaña la voz de trueno del torrente de la selva, y los gemidos de las plantas medio abrasadas por el viento, confundiéndose quejas y gemidos con los suspiros de la joven que agoniza al pie de cuatro piedras cubiertas de musgo, bajo las cuales reposa el héroe glorioso que fue su amante! ¡Oh!, cuando en aquel desierto contemplo al bardo encanecido por los años, que busca las huellas de sus padres y sólo encuentra sus sepulcros, mientras, sollozando, vuelve la vista hacia la estrella de la tarde, medio escondida entre el oleaje de una mar tempestuosa; cuando veo que renace el pasado en el alma del héroe, que como en los tiempos en que la misma estrella irradiaba sobre los bravos guerreros exploradores, o la luna ayudaba con su propia claridad al regreso de sus naves victoriosas, cuando leo en su frente un profundo dolor, y le veo solo en el mundo caminando trémulo hacia la tumba, saboreando una suprema y dolorosa alegría en la aparición de los fantasmas inmóviles de sus padres; cuando le oigo gritar, fijos los ojos en la tierra seca y en la hierba doblada por el viento: “El viajero vendrá; vendrá el que me ha conocido en mi esplendor, y preguntará dónde está el bardo, preguntará qué ha sido del hijo de Finga. ¡Y su pie hollará mi tumba mientras su voz llamará en vano!…” Entonces, amigo mío, quisiera, como leal escudero, sacar la espada, y con ella librar a mi príncipe de las angustias de una vida que es una muerte lenta, hiriéndome después a mí mismo para enviar mi alma en pos de la del héroe libertado.»
19
DE OCTUBRE
«¡Ay de mí! Este vacío, este horrible vacío que siente mi alma… Muchas veces me digo: “Si pudiera un momento, uno solo estrecharla contra mi corazón, todo este vacío se llenaría.”»
26
DE OCTUBRE
«Sí, amigo mío, cada día estoy más convencido de que la vida de una criatura vale bien poco. Ayer estuvo a ver a Carlota una amiga suya. Entré en una pieza inmediata y cogí un libro para distraerme; pero no tenía la cabeza bastante despejada para fijarme en la lectura. Oí que hablaban en voz baja. Charlaron de cosas indiferentes, de las novedades que ocurrían en el pueblo, de que tal persona se había casado y tal otra se hallaba enferma, muy enferma. “Tiene una tos seca —dijo la amiga—, las mejillas hundidas, la cara más larga. No daría yo un ochavo por su vida.” “M. N. —dijo Carlota— está también bastante echado a perder.” “Es verdad —repitió la otra—; tiene el cuerpo hinchado de una manera que asusta.”
»Así platicaban tranquilamente, mientras yo me transportaba con la imaginación al lado de estos desdichados y veía con cuánta ansiedad sentían escapárseles la vida, y cómo se asían a la más débil esperanza. Después de todo, Guillermo, estas jóvenes hablaban del asunto como habla todo el mundo cuando se trata de la muerte de un extraño. Yo paseando mi vista en torno mío, viendo echados acá y allá los vestidos de Carlota, y los papeles de Alberto sobre estos muebles que han llegado a serme familiares hasta el punto de notar la menor alteración, me decía a mí mismo: “Puede asegurarse que en esta casa eres todo para todos; tus amigos te honran, tú contribuyes a su alegría, y parece que no podríais vivir los unos sin los otros. No obstante, si tú te alejases de su lado, sentirían… ¿cuánto tiempo sentirían el vacío que tu pérdida dejaría en sus existencias?” ¡Ah!, el hombre es tan versátil por naturaleza, que, aun donde tenga seguridad de ser apreciado en algo, aun allí donde pueda dejar un recuerdo profundo de su existencia o de su paso en la memoria y en el alma de los que le son queridos, aun allí debe extinguirse y desaparecer; y esto, ¡ay!, demasiado pronto.»
27
DE OCTUBRE
«Es cosa de arañarse y romperse la cabeza considerar lo poco que valemos unos para otros. ¡Ay de mí! Nadie me dará el amor, la alegría, el goce de las felicidades que no siento dentro de mí. Y aunque no tuviera el alma llena de las más dulces sensaciones, no sabría hacer dichoso a quien en la suya careciese de todo.»
27
DE OCTUBRE POR LA NOCHE
«¡Siento tantas cosas…, y mi pasión por ella lo devora todo! ¡Tantas cosas!… ¡Y sin ella todo se reduce a nada!»
30
DE OCTUBRE
«Más de cien veces he estado a punto de arrojarme a su cuello. Sólo Dios sabe cuánto me cuesta mirar y remirar tantos encantos, sin atreverme a extender mis manos hacia ella. Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra vista y nos embelesa, ¿no es un instinto propio de la humanidad? ¿No se esfuerza el niño por coger cuanto le gusta? Y yo…»
3
DE NOVIEMBRE
«Sólo Dios sabe cuántas veces me he dormido con el deseo y la esperanza de no despertar jamás. Y al día siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol y siento de nuevo el peso de mi existencia.
»¡Ah! ¿Por qué no soy uno de esos maniquíes que se amoldan a todo, a todo, menos a sí mismos? Entonces, al menos, el insoportable fondo de mi desolación no pesaría sobre mí más que a medias. Por desgracia, comprendo que la culpa es únicamente mía. ¡La culpa! No. Bastante es ya que lleve en mí la fuente de todos los dolores, como hace poco llevaba el manantial de todos mis placeres. ¿No soy siempre aquel hombre que otras veces se deleitaba con los más puros goces de una exquisita sensibilidad que a cada paso creía descubrir un paraíso, y cuyo corazón abierto a un amor sin límites, era capaz de abrazar el mundo entero? Este corazón está ahora muerto, cerrado a todas las sensaciones; mis ojos están secos, y mis acerbos dolores, que no tienen desahogo, llenan de prematuras arrugas mi frente. ¡Cuánto sufro! He perdido ese don del cielo, que por sí solo embellece mi vida, esa fuerza vivificante que hacía crear mundos a mi dolor. Cuando desde mi ventana contemplo el horizonte y tras la cumbre de las colinas el sol disipa las brumas matinales y desliza sus primeros rayos hasta el fondo de los valles, mientras el sosegado río corre mansamente hacia mí, serpenteando entre los viejos troncos de los sauces desnudos; este admirable cuadro, ahora inanimado y frío como una estampa de color, este espléndido espectáculo que otras veces ha hecho desbordarse mi corazón, no derrama ahora en él ni una sola gota de entusiasmo o de contento. Allí está el hombre, inmóvil, árido, frente a su Dios, siendo un pozo vacío, una cisterna cuyas piedras se han roto con la sequía. Muchas veces me he arrodillado para pedir lágrimas al Señor, como el labrador implora la lluvia cuando ve sobre su cabeza un cielo cobrizo y a sus pies la tierra muriéndose de sed. Pero, ¡ay!, Dios no concede la lluvia ni el sol a nuestros ruegos importunos. ¿Por qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata, era para mí tan dichoso? Porque entonces yo esperaba, confiado en que el cielo no me olvidaría, y recogía las delicias con que me embriagaba un corazón lleno de reconocimiento.»
8
DE NOVIEMBRE
«Carlota ha censurado mis excesos… ¡pero con qué tierno interés! ¡Mis excesos! Porque después de apurar un vaso de vino, sigo algunas veces bebiendo hasta consumir una botella.
»“No volváis a hacer eso —me dijo—; pensad en Carlota.”
»“¡Pensar! —exclamé—. ¿Qué necesidad tenéis de recordármelo, puesto que, piense o no piense, siempre estáis presente en mi alma? Hoy me senté en el mismo sitio donde en otro tiempo os bajasteis del coche.”
»Cambió la conversación para impedirme que hablase del asunto.
»Amigo mío, aquí me tienes en un estado tal, que esta mujer hace de mí cuanto quiere.»
15
DE NOVIEMBRE
«Te doy las gracias, Guillermo, por el tierno interés que me manifiestas y por los buenos consejos que me das; pero te ruego que no te alarmes, que me dejes arrostrar la crisis. A pesar de mi abatimiento, me siento aún con bastantes fuerzas para llegar hasta el fin. Respeto la religión, bien lo sabes: para el que desmaya es un apoyo; para el que se siente devorado por la sed es un bálsamo vivificante. Pero ¿puede ni debe dar a todos la salud? ¿A cuántos ha dejado de dársela, y a cuántos no se la dará jamás, conózcanla o no la conozcan? Y a mí, ¿me salvará? ¿El mismo hijo de Dios no ha dicho que sólo estarán con él los que su padre le dé? ¿Y si su padre quiere reservarme para sí, como presiente mi corazón…?
»No interpretes mal mis palabras ni veas, en lo que es una idea sencilla, la menor intención de mofarse, te lo suplico. Te hablo con el corazón en la mano. A no ser así, preferiría callarme, porque no me gusta perder el tiempo diciendo palabras vanas sobre materias de que los demás entienden tan poco como yo. ¿Qué otra misión puede tener el hombre más que la de llenar todo el camino con sus dolores, y apurar su cáliz hasta las heces? Y puesto que este cáliz fue amargo al mismo Dios del cielo cuando lo acercó a sus labios de hombre, ¿por qué he de fingir yo una fuerza sobrehumana haciendo creer que lo encuentro dulce y agradable? ¿Por qué no he de confesar mi angustia en este momento en que mi ser tiembla y fluctúa entre la vida y la muerte, en que el pasado se proyecta como un relámpago en el sombrío abismo del porvenir, en que todo lo que me rodea se desploma y en que el mundo parece acabarse conmigo? ¿No reconoces la voz de la criatura extenuada, desfallecida, que se hunde sin remedio, y a pesar de su inútil lucha, gritando con amargura: “¡Dios mío, Dios mio! ¿Por qué me has abandonado?” ¿Y ha de darme vergüenza esta exclamación, y he de temer que llegue el momento en que se escape de mi boca, cuando se escapó de la vida de Aquel que, hijo de los cielos, se ha envuelto en ellos como un sudario?»
21
DE NOVIEMBRE
«Carlota no ve ni conoce que prepara por sí misma un veneno mortal para los dos, y yo llevo con voluptuosidad la copa fatal que ella me presenta. ¿Qué significa el aire de bondad con que frecuentemente me mira? ¡Frecuentemente! No, algunas veces. ¿Por qué muestra complacencia al notar el efecto que su vista me produce a despecho mío? ¿Qué causa reconoce la compasión que revela en sus ojos?
»Ayer, cuando me retiraba, me dio la mano diciéndome: “Buenas noches, querido Werther.” ¡Querido Werther! Es la primera vez que me ha llamado así, y hasta en lo más hondo de mi alma he sentido una dicha inefable. Más de cien veces he repetido estas palabras, y por la noche, al acostarme, hablando conmigo mismo, exclamé, sin darme cuenta de ello: “¡Buenas noches, querido Werther!” No he podido menos de reírme de semejante puerilidad.»
22
DE NOVIEMBRE
«Al dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir: “¡Conservádmela!” Y, sin embargo, hay momentos en que creo que me pertenece. Tampoco puedo decir: “¡Dádmela!”, porque pertenece a otro. Así es como me agito sin cesar sobre mi lecho de dolores. Basta; no sé adónde iría a parar si continuase.»
24
DE NOVIEMBRE
«No ignora Carlota lo que sufro. Su mirada ha penetrado hoy hasta lo más profundo de mi corazón. La encontré sola: yo no despegaba mis labios, y ella me miraba fijamente. Absorto ante aquella mirada sublime, llena de afectuoso interés y dulce compasión, no veía en aquel momento su seductora belleza ni la aureola de inteligencia que ilumina su frente. ¿Por qué no me arrojé a sus pies o la estreché en mis brazos cubriéndola de besos? Se puso al piano: a sus armoniosos acordes unió su dulce y melodiosa voz. No he visto nunca más adorables sus labios; parecía que se entreabrían lánguidamente para aspirar los dulces sonidos del instrumento, y exhalarlos de nuevo, suavizados por su hálito. ¡Ah, si yo pudiera hacer que compartieses conmigo lo que entonces sentí! Incliné la cabeza, desfallecido, y me juré no atreverme jamás a imprimir un beso en aquella boca…, en aquella boca donde revoloteaban los celestiales serafines. Y, sin embargo, yo quiero… No; hay una barrera inaccesible que la separa de mi alma. ¡Destruir esta pureza!… Y luego, el castigo siguiendo al pecado… ¡Un pecado!…»
26
DE NOVIEMBRE
«Suelo decirme a mí mismo: “Tu destino no tiene igual: comparados contigo, los demás hombres son felices; porque jamás mortal alguno se vio atormentado como tú.” Entonces leo a cualquier poeta antiguo y me parece que es el libro mi propio corazón. ¡Qué! ¿Aún me queda tanto que sufrir? ¿Y antes que yo ha habido hombres tan desgraciados?»
30
DE NOVIEMBRE
«Nunca, nunca podrá tranquilizarse mi espíritu. Por dondequiera que voy encuentro algo que me pone fuera de mí. Hoy mismo…, ¡Oh destino!, ¡oh pobre humanidad…! Me había ido a pasear a la orilla del río, a la hora de comer, porque no tenía ningún apetito. No había nadie. El oeste frío y húmedo soplaba de la montaña; algunas nubes grises rodeaban el valle. A larga distancia distinguí un hombre mal vestido que andaba encorvado entre las rocas, como si buscase algo. Me acerqué a él, y al ruido de mis pasos se volvió. Tenía una fisonomía interesante, con cierta expresión de tristeza que revelaba un corazón honrado. Sus negros cabellos le caían en bucles sobre la frente, y los de atrás descendían hasta la espalda, formando una apretada trenza. Como su traje indicaba que era un hombre del pueblo, creí que no se disgustaría porque me ocupase de él, y le pregunté qué hacía.
»Dando un profundo suspiro, me contestó: “Busco flores y no las encuentro.” “Lo creo —repuse sonriendo—; ahora no es tiempo de flores.” “Hay muchas —añadió, acercándose a mí—. En mi jardín tengo rosas y dos especies de madreselvas… Una me la regaló mi padre; ésta crece con la rapidez que los hierbajos, y, sin embargo, hace dos días que busco una y no la encuentro. También aquí hay flores en todo tiempo: las hay amarillas, azules, rojas… y hay centenares que son unas florecillas muy lindas. Pues en vano las busco, no encuentro una siquiera.”