—No me lo creo.
—No, ni yo tampoco. Un fraude al seguro sería de bobos, las compañías de seguros están al loro. Así que no sé muy bien qué hacer. ¿Cerrar? Si no consigo pagar el alquiler, habrá quiebra y hostias, ¿sabes lo que significa eso? Si no consigo pagar los impuestos, esto puede acabar con bancarrota personal. Y si no consigo pagar los préstamos, pueden pasar cosas muy desagradables. Estoy en un momento bajo, ¿sabes?
Ella le miró. Claro que sabía qué era una quiebra. Al menos cinco empresas de su padre habían ido a la quiebra. Y eso de no pagar las deudas a ciertas personas; ella no era tonta, claro que lo entendía.
Cuando quería, Viktor era capaz de poner una cara tan triste. Al mismo tiempo que se dio cuenta de adónde quería llegar con esa conversación, se arrepintió de no haber dejado clara su postura hacía diez minutos. No quería mezclar mundos; quería mantener a Viktor alejado de la esfera de su padre. Y sobre todo: al revés.
Se levantó. Procuró terminar la conversación antes de que fuera más lejos.
—Ahora tengo que ocuparme del papeleo para entrar en la universidad.
Era verdad.
Tres horas dedicadas a rellenar los impresos
online
para solicitar una plaza en la Facultad de Derecho. En realidad, no hacían falta ni las notas del bachillerato ni las de la selectividad; resultaba evidente que el que consiguiera rellenar aquellos impresos adecuadamente era suficientemente inteligente.
Pensó en Lollo de nuevo: ya estaba en segundo de carrera. Parecía una vida relajada: Lollo actualizaba su estado en Facebook algo así como veinte veces cada mañana. Sobre todo hablaba de los cafés que no paraba de tomar.
Se acercaba el momento del combate de los pesos pesados. Su padre dijo que ese era el combate que todo el mundo había venido a ver. Y era un serbio el que iba a luchar: Lazar Tomic, de Belgrado, un auténtico luchador UFC. Su adversario era un sueco: Reza Yunis.
Cuando Serbia participaba en la competición, el asunto era serio.
El presentador presentó a los chicos que iban a luchar.
Cuando pronunciaba el nombre del sueco, el ruido se hizo ensordecedor. Por lo menos diez mil voces masculinas aullaban. Apoyo. Respaldo. Fuerza.
Sonó el gong, empezaba el primer asalto. Su padre comentaba los acontecimientos al oído de Natalie. Al parecer, Yunis llevaba la iniciativa y atacaba a Tomic con furia. Solo unos segundos después, ya estaba en el suelo del cuadrilátero después de una zancadilla del sueco. Yunis le saltó encima. Golpes y más golpes contra la cara del serbio. Tomic trataba de protegerse, bloqueaba los golpes lo mejor que podía. Pasaron los segundos. Consiguió enganchar las piernas alrededor del sueco. Rodaron por el suelo. Se pusieron en pie otra vez. Cada uno bailaba alrededor del otro, repartiendo patadas a la altura de la cintura.
El asalto llegó a su fin.
Extreme Affliction Heroes: la mejor variante de MMA. Todo estaba permitido salvo los cabezazos, los mordiscos, meter el dedo en los ojos y golpes en el cogote o en la entrepierna.
Su padre preguntó si quería tomar algo. En la pausa envió a Göran. Volvió con agua mineral para ella, justo antes de que comenzara el segundo asalto.
Su padre seguía charlando.
—Tomic ha competido mucho en Estados Unidos, se le dan bien las fintas y los cambios de ritmo explosivos. Suele tomárselo con calma durante un rato antes de arrancar en serio. Ya lo verás.
Natalie comenzaba a cansarse. Allí arriba se peleaban como locos. Patadas en las espinillas, golpes contra el cuerpo, agarrones cuando estaban tumbados en el suelo. Rodillazos contra las costillas, puñetazos contra la cabeza, golpe tras golpe hacia la cara. La gente chillaba a su alrededor. Los tíos del cuadrilátero resoplaban, luchaban, daban vueltas, una y otra vez, como unos chicos en un bar justo antes de lanzar una ofensiva de ligue a una tía.
Estaba toqueteando su iPhone. Jugaba a Bubble Ball. Miraba el horario del gimnasio. Navegaba por el Face; el estado de Lollo: «Otra vez en casa después de una tarde de chicas guachi en el Foam».
El Extreme Affliction Heroes era más excitante, la verdad.
Algo le salpicó. Gotas de sudor de Tomic aterrizaron en la frente de Natalie.
Göran miró a Natalie.
—Qué guay —dijo Natalie.
Tercer asalto. Continuaban con su guerra. Tomic, el héroe de su padre, dominaba cada vez más. Natalie no prestaba mucha atención. A veces miraba de reojo aftonbladet.se en la pantalla del móvil.
Stefanovic, Göran y uno más de los chicos de su padre, Milorad, se habían puesto en pie. Seguían el combate de manera tan intensa que casi parecía que la paliza era para ellos cuando Tomic recibía los golpes.
Natalie trató de concentrarse durante los últimos segundos.
Tomic daba unos buenos rodillazos, pero Yunis también lo hacía. Tomic trabajaba con los puños y trataba de poner zancadillas. Yunis se metió cerca, golpeando hacia los riñones. Tomic consiguió desprenderse. Atacó con golpes secos contra la cabeza. Pero inesperadamente: los derechazos de Tomic no funcionaban, Yunis le imitaba y Tomic acabó en el suelo en lugar del otro. El sueco se le echó encima. Empujó sus brazos hacia abajo con las rodillas. Inundándole la cara de golpes. Tomic trató de escabullirse. Pero no había manera. Natalie vio cómo los puños de Yunis aplastaban la nariz de Tomic, aterrizando como un martillo sobre la barbilla, las mejillas. Casi parecía que Tomic se rendía.
Pero luego se giró bruscamente. Rodaron por el suelo y acabaron el uno al lado del otro. De repente, el serbio actuó rápido. Agarró la cabeza de Yunis con sus muslos. Apretó. Empujó. La cara de Yunis se puso cada vez más roja. Tomic continuó apretando los muslos. El sueco se estaba asfixiando. El juez dio un golpecito a Tomic. El serbio pasaba de él, continuaba asfixiando al sueco.
El juez le dio otro golpecito. La cara de Yunis se estaba poniendo azul.
El juez empujó a Tomic; entonces se puso de pie.
Todo el mundo esperaba.
Yunis no se movió.
La alegría inundó a Natalie por dentro. Se puso en pie. Levantó el puño.
—¡
Yes
!
El sueco seguía en el suelo. El juez comenzó a contar.
—Uno.
—Dos.
—Tres.
El personal de los servicios médicos entró corriendo en el cuadrilátero. Natalie se sentó. Su padre seguía de pie.
—Ostani
—gritaba—. Quédate ahí. Quédate en el suelo. No te levantes,
pičko
, pringado.
—Cuatro.
—Cinco.
—Seis.
Se desató el caos en el Arena. ¿Estaba el sueco vivo siquiera? El tipo de los primeros auxilios se agachó, gritó al oído de Yunis.
—Siete.
—Ocho.
Yunis se movió en el suelo. Se esforzó por recuperar el aliento.
El juez tenía nueve dedos levantados.
—Nueve.
Era el final.
Cuando salían, Göran iba primero. Abriendo camino entre la muchedumbre como lo había hecho Stefanovic antes. Más o menos como un presidente con guardaespaldas; todos los fans y fotógrafos: apartaos. Pero ahora no era tan fácil como cuando habían llegado. Las masas empujaban. Stefanovic caminaba detrás de ella, hacia un lado, procurando ensanchar el espacio. Detrás de ella caminaba Milorad.
Se sentía bien. El ambiente era bueno. Lazar Tomic, un héroe. Extreme Affliction Heroes, un éxito. Hablaban del combate, se tronchaban, explicaban una y otra vez: los cuádriceps de Tomic, la jeta azul marino de Yunis.
Era un día memorable. Iban a ir al Clara’s Kök & Bar todos juntos. Aunque Natalie se sentía rara. Algo así como una sensación de malestar en el estómago. No era dolor premenstrual; era otra cosa. Algo desagradable.
Bajaron al parking. Manadas de gente salían de los ascensores. Los coches estaban haciendo cola para salir a la noche holmiense.
Stefanovic llevaría a Natalie. Su padre iría con Göran y Milorad. Vio su Lexus un poco más adelante. Él se dio la vuelta para darle un abrazo, decir «hasta dentro de un rato». Besarle en la frente como siempre hacía.
Entonces oyó algo.
Unos ruidos agudos. Estallidos.
Como fuegos artificiales.
Natalie vio a su padre delante de ella. Sus movimientos se quedaban entrecortados. Como si ella estuviera viendo lo que ocurría imagen por imagen, a través de un programa de edición de vídeo. Como si estuviera viendo los fotogramas de unos dibujos animados. Pequeñas alteraciones, como saltitos entrecortados, en el flujo. Lo vio todo: los cambios en los gestos de la gente, las expresiones en sus caras, las maneras de respirar.
Otro estallido retumbó en el parking.
Y otro más.
Los movimientos a su alrededor se detuvieron.
—Me han dado —gritó su padre.
Después, todo pasó muy rápido. Stefanovic se le echó encima. Empujó a papá al suelo. Al momento, ella misma estaba bajo Göran. Vio a Milorad agitando una pistola. Gritando a la gente que se apartara.
Todo el mundo gritaba.
Notó cómo Göran tiraba de ella. El parking parecía tan pequeño.
Vio a su padre debajo de Stefanovic.
Vio cómo se extendía un charco de sangre.
Vio su mano, quieta en el suelo de cemento.
No.
NO.
E
ra el primer reclutamiento propiamente dicho; Tom Lehtimäki, por supuesto, dijo que sí.
El tío era listo. Ya de entrada se sacaría dos, tres millones en efectivo, o lo que pudiera corresponderle: AB; Al Bolsillo. Tanta pasta no podía levantarla ni él en tan poco tiempo, hiciera los trucos económicos que hiciese.
En los días que transcurrieron después, Jorge habló con Sergio, Robert Progat y Javier, en ese orden.
Todos tenían la misma actitud: Jorge Bernadotte
[12]
, el rey: eres Jesús. Por supuesto que queremos participar.
POR SUPUESTO.
La banda se estaba formando. El grupo creció. El equipo se estableció.
Heat, Reservoir Dogs, Ocean’s Eleven
; ahora ocurría de verdad.
Al mismo tiempo: el acontecimiento de la década acababa de ocurrir en Estocolmo.
La noticia del siglo. El punto álgido del puto milenio: alguien había intentado cargarse a Radovan. El jefe de los yugoslavos para Jorge: un odio tan profundo que le estaba haciendo un agujero por dentro. Jorge ya había atacado los intereses del Sr. R antes: el golpe en Smådalarö, los tiros en el burdel de Hallonbergen. Y en el mundo de los sueños: una y otra vez. Un buen día, J-boy suprimiría al rey de los yugoslavos de una vez por todas. Cierto: el atentado contra Radovan era algo grande. No solo para Jorge. Para todo el mundo criminal. Todos parloteaban, charlaban, especulaban. Ventilaban opiniones. Un cambio de poder en ciernes, un nuevo señorito camino de convertirse en rey. Una oportunidad para varios jugadores de proclamarse dueño del territorio.
Aun así: no podía concentrarse en eso ahora. Ahora tocaba montar el atraco a los transportes de valores más inteligente de la historia. Jorge pensaba en los titulares que él querría leer en los periódicos después: «No quedan billetes en los cajeros automáticos de Estocolmo; los atracadores se hicieron con un botín histórico. Un golpe que supera a todo lo anterior. El robo a los transportes de valores más grande de todos los tiempos».
El último reclutamiento: dos vikingos.
Eran las órdenes del Finlandés desde el principio. «Necesitáis a unos vikingos también. Para conseguir las herramientas, vehículos y esas cosas. Gente con más contactos en el mundo de la construcción que vosotros».
Jorge no se negó. Tom Lehtimäki propuso algunos nombres. Discutieron pros y contras. Qué gente era de fiar. Qué gente era de fiar al cien por cien.
Jorge quedó personalmente con los dos que había propuesto.
Uno de ellos se llamaba Jimmy. Curraba en el sector de la pavimentación, declaraba cero, pero levantaba un dinerito en B y vendía maquinaria para la construcción robada en Internet. El tío: exageradamente positivo, a muerte con ellos, totalmente de acuerdo.
El otro tío: más tranquilo. Hablaba como si ya dominara el asunto. A pesar de todo, transmitía buenas vibraciones; el chaval no parecía tonto. Tenía su propia empresa. Trabajaba con coches y lanchas. Él mismo conducía un BMW X6. Su nombre era Viktor.
Tom decía que Viktorito estaba desesperado por conseguir
cash
. Parecía que la empresa del tío iba mal, aunque él dijera lo contrario. Y estaba endeudado hasta las depiladas cejas con préstamos privados. Jorge veía posibilidades: un tío que debería estar dispuesto a ocuparse del trabajo sucio.
Jorge dio las gracias a Tompa por las recomendaciones; estos tíos serían un recurso a tener en cuenta.
Jorge y Mahmud habían quedado de nuevo con el Finlandés.
Esta vez: una zona totalmente distinta. El tío: asquerosamente listo; si hubieran sido unos infiltrados, no habrían podido preparar a la pasma acerca de dónde le iban a ver.
Jorge y Mahmud se inventaron diferentes nombres para referirse a él. El Poseedor de Recetas, el Planificador, el Cerebro.
Bajaron por la autovía sur, el túnel, en línea recta hacia Nacka.
El coche de siempre, el
pickup
. Pero Mahmud había colgado una cosa verde con texto musulmán del espejo retrovisor.
—Te da suerte —afirmó, señalándola.
Jorge sonrió con malicia.
–Es que creéis en tantas bobadas, tío.
—¿Qué hay de bobo en eso?
Jorge dio un golpecito en el pequeño cacharro de plástico con el dedo. Se bamboleó de un lado para otro.
—¿Y qué se supone que este cacharro aportará al coche? ¿Lo sabes leer, para empezar?
—Déjalo. Si no tienes ni idea. Es la profesión de fe. Lo más importante que tenemos en nuestra religión. En serio, es la cosa más importante del mundo para todos.
Walla
.
—Ya, vale, en fin… —Jorge adoptó una actitud irónica. Mahmud no hacía más que decir chorradas: el tío no tenía más fe que un vikingo.
Mahmud mantuvo los ojos en la carretera.
—Contéstame, entonces. ¿Sabes leerlo?
Afuera: diluviaba. Los limpiaparabrisas trabajaban a un ritmo constante.
El árabe no dijo nada.
—¿Lo sabes o no lo sabes?
El silencio continuaba.
—Qué hostias te importa —dijo Mahmud, al final.
El aparcamiento de la playa estaba totalmente vacío. Más adelante: un quiosco cerrado. Unos columpios abandonados. Detrás del quiosco: un Ford Focus aparcado. ¿Sería del Finlandés? Vaya un cochecito de pringado.