Read Un oscuro fin de verano Online

Authors: Inger Wolf

Tags: #Intriga, Policíaco

Un oscuro fin de verano (8 page)

BOOK: Un oscuro fin de verano
6.5Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No sé si tendría algún enemigo declarado, pero era de ese tipo de personas que una vez que abren la boca dicen lo que piensan, y eso a veces la hacía bastante impopular. No le tenía miedo a nadie por muy distinto que fuera su nivel social del suyo, y a veces mostraba una actitud muy suficiente. La he oído explayarse en más de una ocasión.

—¿La consideraba condescendiente?

—No, no es eso, pero puede resultar muy desagradable que alguien formule su opinión demasiado abiertamente.

—¿Y eso llegó a molestarla a usted también alguna vez? –preguntó Jasper—. Hemos oído que no se llevaban demasiado bien últimamente.

—Eso no es cierto –replicó la amiga. ¿Quién se lo ha dicho?

—No podemos revelarlo. ¿Se interesaba por alguna causa?

—Bueno, ora do izquierdas hasta la médula. Y odiaba los coches, siempre cogía el autobús o el tren; debería haber vivido con los
amish
. Protestaba contra todo lo que le parecía antinatural: los pesticidas, los antidepresivos, el exceso tecnológico y, sobre todo, el ejército. Compraba productos ecológicos y lavaba la ropa con un detergente horroroso que olía a coco.

—Entonces está completamente segura de que se llevaban bien.

—Sí, ningún problema.

Jasper consultó el reloj y señaló hacia su estómago. Hacía rato que había pasado la hora del almuerzo. Trokic se puso en pie.

—Le agradeceríamos mucho que nos llamara si se acuerda de algo más. Lo que sea, cualquier cosa es importante, no le quepa duda.

La amiga de Anna Kiehl asintió.

—Por supuesto.

Se levantó para acompañarles a la puerta.

—¿Cuándo podrán entrar sus padres en el apartamento? No hacen más que llamarme para pedirme que vaya a recoger algunas cosas, no acaban de entender por qué no podemos llevárnoslas. Les gusta que todo esté en su sitio, no como a Anna. Vamos, que quieren dar carpetazo a esta parte del asunto lo antes posible.

El comisario cruzó una mirada con Jasper e ignoró la pregunta de la joven.

—¿Son personas ordenadas, no como Anna? —repitió lentamente.

Se pasó una mano por el cuello.

—¿Qué diría si le contara que el apartamento se encuentra en un estado de perfecto orden?

Irene le observó con sonrisa felina.

—Que entonces no estamos hablando del apartamento de Anna. Créame, ensuciaba y revolvía por diez.

Capítulo 16

Lisa no apartaba la vista de la pantalla del ordenador. Tenía delante el programa de correo de la víctima y lo acababa de abrir. Vacío. Tanto la bandeja de entrada y la de salida como la de elementos eliminados. Nada. Por las averiguaciones que había estado haciendo en la universidad, sabía que Anna Kiehl a veces utilizaba una cuenta de correo electrónico de TDC y, sin embargo en el ordenador no había un solo mensaje. Sentía una obstinación que iba en aumento, no podía ser. Cabía la posibilidad de que la antropóloga usara cuentas de correo
online
para mantener correspondencia sin descargarla en el ordenador pero, entonces, ¿por qué configurar el Outlook para recibir mensajes? En fin, no podían andar muy lejos. Los mensajes no se borran del Outlook de forma permanente, como cree la mayoría; no generan un archivo propio, pero se copian en otro mayor de extensión .psi, y allí permanecen, borrados o no, hasta que se comprimen las carpetas. Si encontrara ese archivo .psi, podría abrirlo con un editor hexadecimal, dañarlo y luego recurrir a un programa de reparación para crear una nueva copia del archivo. Después, al abrir ese nuevo archivo con el Outlook, los mensajes borrados volverían a aparecer en la bandeja de elementos eliminados de la que procedían.
¡Alehop!
Como sacar un conejo de una chistera.

Diez minutos después fue a buscar un café, esta vez más preocupada. El archivo .psi no había dado ningún resultado, de modo que o no había nada o habían comprimido las carpetas. Se imponía un cambio de estrategia. Revolviendo en el cajón encontró algo, un viejo disco duro muy fragmentado. Si no era capaz de hacerlo sola, habría que pedir ayuda de fuera y no sería barato. A veces enviaban material de difícil acceso a otros países y solían tardar una semana entera en devolvérselo. Llegado el caso, antes tendría que consultárselo a sus superiores. Observó la pantalla; su intuición le decía que había habido algo. Instaló el disco en el ordenador, puso al programa de recuperación a buscar áreas de datos y cruzó los dedos.

Se levantó para aclararse un poco las ideas y se acercó a charlar un rato con Kurt Tønnies, del departamento técnico.

—¿Encontráis algo?

Normalmente enviaban las pruebas reunidas al departamento técnico de Copenhague, que pertenecía al NEC
[1]
, donde había más de un geniecillo con la creatividad suficiente para ingeniar nuevas formas de extraer información de aquellas pistas.

—Nada que funcione, de momento. Joder, para mí que le dio un repaso con un cepillo para las uñas; igual hasta le pasó la aspiradora, teniendo en cuenta lo poco que hemos encontrado. Hemos localizado varias fibras en la chica, pero no sabemos si son de la ropa que llevaba. La amiga y la vecina dicen que solía correr con una camiseta corriente y pantalón de ciclista. También han aparecido dos colillas, Kings amarillo, a poca distancia, pero no han encontrado restos de ADN en ellas, así que, en principio, no tenemos gran cosa a que agarrarnos. Nos encantaría creer que son del asesino, pero no parece muy lógico montar toda esa puesta en escena en el lugar del crimen y poco menos que esterilizarlo para luego quedarse a echar un cigarrito.

—No sería el primero —comentó Lisa—, se les olvida que lo han encendido.

Pensó en Tony Hansen. Fumaba tabaco de liar, no Kings. El técnico suspiró y se restregó los ojos. Lisa adivinó que no debía de haber dormido gran cosa la noche anterior. Los técnicos de la casa eran unos entusiastas, a nada que la cafetera estuviese bien repleta de un café negro como el alquitrán, eran capaces de trabajar día y noche sin descanso.

—¿Qué me dices del pelo que encontró Trokic en el collar?

—Lo han pasado por el microscopio y lo que había bastaba de por sí para confirmar que de Anna Kiehl no era, así que lo hemos mandado a ADN, lo que seguramente será tirar el dinero. Puede ser de cualquier hijo de vecino.

—¿Y del apartamento?

—Tampoco hay gran cosa. La mayoría de las huellas son del crío.

Lisa pensó en aquel niño de tres años despertándose solo y abandonado. Se preguntó si ya habría salido del estado de shock.

—Luego también hay de ella, claro, y algunas más. Supongo que acabaremos descubriendo que son del portero, de la vecina, de la amiga o de cualquiera que soliese ir por allí.

La inspectora hizo un gesto de impotencia.

—Muchas gracias. Tengo que volver al ordenador.

Él le dio un apretón en el brazo por toda respuesta y la empujó con delicadeza hasta la puerta.

Revisó las páginas visitadas mientras el programa de recuperación de datos continuaba trabajando. Las carpetas que contenían sus hábitos internáuticos estaban repletas de cientos de sitios web, los portales más frecuentados: Google, TV2 y Danmarks Radio, el ayuntamiento, la biblioteca, la guardería, el Instituto de Metereología, Netdoktor, varios grupos musicales, asociaciones de antropología nacionales y extranjeras y resultados de investigaciones de universidades en inglés y en francés en los más diversos campos: antropología, etnografía, arqueología, microbiología, neuroquímica, historia de la cultura y sociología.

Dejó escapar un suspiro y sacó del cajón una bolsita de nueces del Brasil, sus favoritas, y también las de Flossy; crujían entre los dientes y llenaban. No había nada más que revisar. En pocas palabras, obviando aquella papelera de reciclaje y aquel programa de correo electrónico vacíos, a juzgar por su ordenador, Anna Kiehl era una persona de lo más normalita.

—¿Encuentras algo?

Jasper arrastró una silla hasta colocarla junto a la de ella.

—No, y eso es lo más misterioso.

—¿Y no estará en la papelera?

—No.

Le explicó rápidamente el funcionamiento del Outlook.

—Como así no encuentro nada, tendré que buscar fragmentos de textos.

Señaló hacia el programa que había en la pantalla. Había terminado.

—El ordenador coloca los datos en áreas donde no vuelven a usarse mientras no sea necesario, ya estemos hablando de mensajes o de cualquier otra cosa que escribamos con él, o sea que, en realidad, se podría decir que lo único que se borra es el acceso al archivo. Pero si ya ha pasado mucho tiempo desde que se borraron y el disco duro es pequeño y viejo, como éste, que no tiene mucho espacio, puede estar sobrescrito tantas veces que haya desaparecido para siempre. Y su disco está más fragmentado que después de un bombardeo.

Arrastró la silla hasta pegarse a la pantalla.

—El programa ya ha sacado todos los datos del disco duro, ahora sólo hay que ver si encontramos correos electrónicos.

Voy a intentar buscar su propia dirección, que aparecerá en los mensajes.

Abrió una ventana de búsqueda y tecleó la dirección.

—Ahora buscará todos los sitios borrados donde figure la dirección, vamos a ver.

El aparato localizó ciento dos coincidencias en una décima de segundo.

—¡Aja!

—Son muchísimas.

—No, lo cierto es que no. La última vez que lo hice en el ordenador de casa, por pasar el rato, salieron once mil fragmentos con mi propia dirección. Pero esto demuestra que sí que ha usado el correo desde este ordenador.

Abrió el primero.

—Joder, vaya lío —exclamó Jasper.

—Sí, la mayoría de los mensajes se escriben en HTML. Éste es de la primavera pasada, seguramente lleva ya mucho tiempo borrado y por eso está todo a trozos, el ordenador lo ha ido sobrescribiendo.

—Pero, entonces, ¿sólo tiene doscientos dos mensajes en total?

—No, puede haber más con su dirección sobrescrita, pero entonces tengo que usar otra cosa para dar con ellos. Lo que pasa es que, en realidad, no sé qué estoy buscando y lo único que puedo hacer es comprobar que puedo encontrar algo.

Abrió el siguiente. Aún más fragmentado.

—Supongo que habrá que echarle todo el día —le explicó.

—Vaya. Pues tenemos otro problema.

—¿Cuál?

—Hemos ido a buscar a Tony Hansen, pero no había nadie. La vecina dice que le ha visto un poco antes con una mochila grande. El tío se ha esfumado.

Capítulo 17

Eran las diez de la noche y Lisa dormitaba en el sofá cuando un prolongado repiqueteo la devolvió a la penumbra de su salón. Las siluetas de la habitación danzaban a su alrededor produciéndole la sensación de no estar del todo despierta. Alargó el brazo hacia el auricular.

—Perdona que llame tan tarde.

Trokic. Contempló el teléfono con asombro.

—No pasa nada —contestó.

De pronto recordó que, según la pantallita del aparato, el tipo de Copenhague con el que había pasado el fin de semana no había llamado, con lo que el humor le cayó otro par de enteros. Su vida de soltera no tenía visos de ir a terminar nunca. Los últimos años habían sido duros, sobre todo porque era la única desparejada de su círculo de amistades, así que, mientras cuantos la rodeaban traían hijos al mundo, compraban casas y corrían estresados de un lado a otro, ella se sentía cada vez más sola. Prisión incomunicada, pensaba a veces. Encendió un pitillo y se entregó a la conversación.

—¿Estás bien? —se interesó su jefe.

—Sí, no hay problema.

Se produjo una pausa.

—¿Y el esperma que encontramos en la víctima? ¿Tenemos ya los resultados del ADN?

—No es de nadie que conozcamos. Es posible que pidamos un análisis de sangre a los más íntimos.

A continuación pasó a referirle los demás interrogatorios del día. Según la declaración de la amiga, Anna Kiehl era el desorden personificado, lo que parecía coincidir con la opinión general; pero el apartamento había aparecido en perfecto orden y aquello al comisario no acababa de encajarle.

—¿Me estás diciendo que Anna Kiehl no limpió ni recogió, sino que alguien volvió a la casa? —preguntó sorprendida—. Eso deja fuera a Tony Hansen.

—A lo mejor es ir demasiado lejos, pero yo creo que el asesino le quitó las llaves que llevaba. Quizá para entrar a buscar algo.

—Eso suena muy arriesgado. Estaba el niño, podría haberse despertado.

—Según la vecina de arriba, estaba profundamente dormido. Además… si se hubiese despertado, hay muchas maneras de cerrarle la boca a un crío. El niño sufría un shock y no hubo manera de sacarle una palabra. ¿Por qué?

Imaginó al asesino de Anna moviéndose por el apartamento y al niño, ignorante del destino de su madre. Suspiró cansado.

—Es ir demasiado lejos.

—Yo no estoy tan segura.

Le contó la llamativa ausencia de mensajes en el Outlook.

—Eso también encaja. Aquí hay gato encerrado —prosiguió—. Sencillamente, no es propio de Kiehl. Es posible que el asesino estuviera buscando algo, lo revisara todo y volviera a colocarlo en su sitio. Luego limpió las superficies donde podrían haber quedado huellas. Puede que por eso oliera a detergente y los vecinos se obstinaran en asegurar que después del entrenamiento de Anna hubo actividad en el apartamento. ¿No podríamos conseguir información acerca de los mensajes a través del proveedor de Internet?

—Ya les he preguntado —contestó Lisa— y no hay nada, pero pienso desmenuzar ese disco duro, así que me he hecho con un programa de regeneración de datos que, para empezar, ha encontrado doscientos dos fragmentos que pueden considerarse mensajes de correo.

—Ah, ¿sí? No sabía que se pudiera hacer eso. Es magnífico. ¿Algo que nos sirva?

Lisa sonrió. Para ella no era más que cuestión de rutina, algo muy sencillo, pero ¿por qué no dejar que su jefe siguiera creyendo que había llevado a cabo una proeza extraordinaria?

—Usaba el correo sobre todo para cuestiones prácticas relacionadas con la facultad y con la gente para la que trabajaba, nada interesante. Se trata de una buena cantidad de datos borrados muy mezclados, necesitaría tener algo concreto que buscar si quiero encontrar más cosas. Un nombre, por ejemplo, o la dirección de otra persona.

—Espero que dentro de poco podamos darte algo.

Cuando terminaron de hablar, a Lisa le zumbaba la cabeza. Trokic pretendía volver al despacho a buscar el informe de los técnicos y terminar el que tenía que entregarle a Agersund.

BOOK: Un oscuro fin de verano
6.5Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Private Lives by Tasmina Perry
Bipolar Expeditions by Martin, Emily
The Mayan Priest by Guillou, Sue
Of Sea and Cloud by Jon Keller
Princess In Love by Meg Cabot
Shooter: The Autobiography of the Top-Ranked Marine Sniper by Gunnery Sgt. Jack, Capt. Casey Kuhlman, Donald A. Davis Coughlin
La música del azar by Paul Auster
Things Not Seen by Andrew Clements