Read Un asesinato musical Online
Authors: Batya Gur
—Tenemos una tonelada de cosas de la orquesta... —dijo—, y los guantes... —quedó en silencio al ver a Izzy parado detrás de Michael.
Mientras se encaminaban hacia allí, Michael había estado cavilando sobre cómo presentar a Izzy. Llegado el momento, dijo sin más:
—Izzy Mashiah, el compañero de Gabriel van Gelden.
A Zippo se le abrió la boca; luego la cerró y se atusó el mostacho de corte militar.
—Empieza a tomarle declaración —le ordenó Michael a Zippo. Y, volviéndose hacia Eli—: Acompáñame ahí fuera un momento —luego, desde la puerta, en espera de que Eli saliera por el estrecho espacio que quedaba entre la mesa y las sillas, en una de las cuales Izzy, empalidecido, ya había tomado asiento, Michael le preguntó a Zippo—: ¿Tienes formularios? —Zippo asintió con un gesto.
—¿Es gay? —preguntó Eli fríamente, ya fuera del despacho.
—Sí, pero no es de los que... Llevaban juntos cinco años, los dos últimos viviendo como una pareja casada. Debes tratarlo como si fuera el cónyuge.
—Sí, pero ¿como al marido o a la mujer? Nunca he comprendido cómo lo ven ellos. Por cierto, he oído comentar que le has cedido a Balilty... que está al frente del equipo o algo así.
—Es por lo del robo.
—Han traído el expediente de Felix van Gelden. Lo solicitaste tú, ¿recuerdas? —dijo Eli Bahar.
—¿Dónde está Tzilla?
—En el lugar de los hechos, con Raffy y Abraham. No nos sobra el tiempo, y yo no he parado de revolver papeles. Me he convertido en el coordinador del equipo —dijo descontento—. Soy el secretario. Y la Dalit esa está con Balilty. Bueno, eso ya lo sabes, pediste que enviaran a una mujer. Tendrías que verla trabajar. ¡Cómo trabaja! Es ambiciosa como ella sola, te lo aseguro. Ya ha telefoneado tres veces. Aún no te he dicho que los guantes son de la mujer que toca el contrabajo.
—¿Cómo dices? ¿Son unos guantes de mujer?
—De una mujer de manos grandes. Tzilla ha llamado para decírmelo. Los músicos lo comentaron. La contrabajista usa guantes porque tiene la tensión baja y se le quedan frías las manos. En fin, que tiene un par de guantes como ésos.
—¡Pero si estamos en septiembre!
—Por lo visto, tiene varios pares iguales. Éste lo guardaba en el auditorio. Hay aire acondicionado y tiene que usarlos. En fin, que un percusionista y un oboísta los han identificado, y otros también los reconocieron, por el color, color mostaza lo llama Tzilla, y porque siempre los lleva puestos. Le toman el pelo por eso. Todo el mundo los conoce.
—¿Y dónde está la contrabajista? ¿Por qué no está aquí?
—Ahí tenemos un problema. No damos con ella. Salió hacia el aeropuerto justo después del ensayo, a recoger algo o a alguien, no está claro. Vive con su madre, que es muy mayor y no se entera de nada, no hay manera de aclarar las cosas. Abraham se ha hecho cargo de buscarla. La traerá en cuanto la encuentre.
—¿Dónde guarda los guantes?
—Tienen taquillas, pero al parecer ella los guarda en otro sitio. No lo sabremos hasta que no hablemos con ella. Aún no han terminado de examinar los guantes. Todavía no han pasado por el laboratorio.
—Vamos a echar un vistazo al expediente —dijo Michael.
—No vas a renunciar al caso, ¿verdad?
—¿Qué caso?
—El de Gabriel van Gelden. ¿No has meditado lo que te dije? ¿No vas a renunciar a él?
—De momento, no.
—De momento —repitió Eli enfurruñado—. ¿Y qué hay de Balilty? —añadió de pronto.
—Conseguiréis arreglároslas —trató de calmarlo Michael.
—Claro que nos las arreglaremos —dijo Eli Bahar—, pero me pregunto si
tú
lo conseguirás.
—Vamos a dejarlo —dijo Michael con creciente irritación—. Ahora no quiero preocuparme de eso. Mientras Zippo rellena los formularios con Mashiah, quiero revisar el expediente de Felix van Gelden.
—Está en el despacho de Balilty.
—Aquí lo tienes —dijo Eli, señalando un sobre grande. Habían tomado asiento a ambos lados de la mesa del despacho de Balilty—. Ahí está todo, todo lo que se ha descubierto sobre el caso.
—¿Se sabe algo más sobre la cuerda?
—No —respondió Eli—. Me he puesto al habla con un experto, y él me ha explicado que hay una serie de talleres que las fabrican. Es imposible deducir de qué instrumento concreto procede. Ninguno de los músicos ha dicho que echara de menos alguna cuerda. Sólo nos queda hablar con Nita van Gelden. Balilty se ocupará de eso.
—¿A ella todavía no la han interrogado sobre eso? —preguntó Michael asombrado—. ¿Precisamente a ella?
—Puede que sí —replicó Eli, desviando la cara con vergüenza—. Supongo que sí. Pero Balilty no me lo cuenta todo. ¿Quieres que me informe?
—Ahora no —masculló Michael, y vació el sobre en la mesa. Lo que tenía que hacer era dejar en manos de Balilty la cuestión de las cuerdas de Nita y no inmiscuirse más, pensó a la vez que repasaba despacio el contenido del sobre. Echó una ojeada a las bolsitas de plástico, leyó los informes, manoseó las cuerdas con las que habían atado al viejo Van Gelden—. ¿Qué es esto? —quiso saber, y colocó a contraluz una bolsita transparente.
—Parece... —Eli Bahar recogió la etiqueta que se había desprendido de la bolsa—. Es el esparadrapo que usaron para amordazarlo. Eso dice aquí.
—¿Qué más dice?
—Nada.
—¿Cómo que nada? ¿No han descubierto nada en el laboratorio?
Eli ojeó los papeles y ratificó:
—No.
—¿No lo han examinado en el laboratorio?
—¿Qué quieres que te diga? Pregúntaselo a Balilty —replicó Eli molesto.
—Eso es exactamente lo que voy a hacer —dijo Michael. Repiqueteó impaciente con el bolígrafo hasta que Theo respondió a la llamada. Pidió que se pusiera Balilty sin preguntar por Nita ni por los niños. Oía ruidos y voces de fondo, y transcurrieron unos segundos antes de que Balilty dijera:
—¡Señor!
—El esparadrapo con el que amordazaron a Felix van Gelden...
—¿Qué pasa con él? —la respiración acelerada y superficial de Balilty resonaba con fuerza, como si tuviera la boca pegada al auricular.
—¿No lo has enviado al laboratorio?
—¿Para qué? No hacía falta.
—Así que no lo has enviado.
—No, no lo he enviado —replicó Balilty desafiante—. ¿Por qué opinas que debería haberlo hecho? ¿Plantea alguna incógnita?
—No lo sabremos hasta que no lo hayamos verificado.
—Pues envíalo tú.
—Eso mismo voy a hacer ahora mismo. ¿Alguna novedad?
—Nada especial —dijo Balilty sombrío—. Estoy tomando nota de todo. ¿Lo hablamos en la reunión de equipo de mañana? ¿O quieres enterarte antes?
—Cuando haya terminado con lo que estoy haciendo, veremos.
—¿Piensas esperar ahí toda la noche la respuesta del laboratorio? ¿Con respecto al esparadrapo?
—Aparte de eso, he traído a Izzy Mashiah —dijo Michael.
—¿Quién es Izzy Mashiah? Ah sí, el novio... ¿Quieres que llevemos a los otros dos esta tarde? ¿Para interrogarlos? ¿Quieres que los interroguemos en la comisaría esta noche? —preguntó Balilty.
—Decídelo tú —dijo Michael. Y añadió nervioso—: ¿Has verificado lo de las cuerdas de Nita?
—Pues sí —dijo Balilty en un tono precavido, neutro—. Se podría decir que existe la posibilidad de que el objeto fuera suyo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Michael, y se enjugó el sudor que le había empapado súbitamente la frente—. ¿Es suya la cuerda?
—Podría serlo —masculló Balilty—, pero no es seguro. Aún estamos indagando. Hay problemas de memoria.
—¿No recuerda cuántas cuerdas tenía? —inquirió Michael.
—Más o menos —repuso Balilty con hostilidad—. ¿Podríamos hablar de esto en otro momento? Aún no he terminado.
—¿Te has puesto ya al habla con tu hermana? —preguntó Eli una vez que Michael terminó de hablar con el policía de servicio en el laboratorio de Criminalística.
—Aún no, es tarde y...
—¿Cómo que es tarde? ¡Si sólo son las diez! ¿Es que Yvette se va a la cama a la vez que las gallinas?
Michael lo miró atónito. En todos los años que llevaban trabajando juntos, Eli nunca le había hablado con tanta rudeza y agresividad.
—Lo siento —dijo Eli—, todo este asunto me está destrozando los nervios. ¿Quién está interrogando a Nita? No has comentado nada de ella. ¿La está interrogando Balilty? Este asunto me está volviendo loco.
—¿Te refieres al asunto de la niña?
—A todo. La niña, tu amiga... todo el barullo. No sé si tú... si yo... si es posible... y Shorer, ¡es el colmo! —parpadeó. Las largas y oscuras pestañas taparon el brillo verde de sus ojos. Manchas plateadas salpicaban su barba incipiente.
Michael no dijo nada. Al escudriñarse por dentro, al enfrentarse a sus verdaderos pensamientos y sentimientos, el corazón se le caía a los pies. Temía perder a la nena. Quién sabe si volvería a gozar del placer de ver la boquita expectante ante el biberón, de las sonrisas inesperadas, del dulce aroma de la nena. A la hora de comer, ya en casa, de vuelta del auditorio, la nena se había quedado dormida mientras succionaba rítmicamente el biberón. Michael pasó largo tiempo contemplándola dormida. Observó la espesa pelusa de su cabeza, oscurecida en los últimos días, y le rozó la arrebolada mejilla con el dedo. La nena se despertó antes de que saliera a trabajar, cuando la niñera llamó al timbre. Tumbada boca abajo, levantó la cabeza y echó una mirada desenfocada a su alrededor, hasta que sus ojos toparon con la cara de Michael y él se quedó prendido de su luz azulada. Una vez que Michael la hubo sentado en la sillita, y después de que colgara a su lado el conejillo que creía su juguete favorito, la niña volvió la cabeza y sonrió con evidente orgullo, según le pareció a Michael, despertando exclamaciones de admiración de la niñera.
Ahora, Michael miró a Eli Bahar implorante.
—Apóyame en esto. Dame un poco de... ¿De acuerdo?
Eli Bahar bajó los ojos avergonzado, frunció los labios y se quedó en silencio.
—Es difícil. Complicado. No digo que no lo sea —Michael oía su voz como en un eco. Y percibía una leve nota falsa, pero no sabía de dónde procedía la presunta falsedad ni qué era, aunque estaba dispuesto a revelársela a Eli Bahar. Pero ni él mismo era capaz de explicárselo en aquel momento. En su interior bullía un torbellino de sentimientos—. Es como una lavadora —dijo al fin.
—¿Qué es como una lavadora? —preguntó Eli asustado—. ¿De qué lavadora hablas?
—Mi cabeza, mis pensamientos, están dando vueltas como en una lavadora, sin parar... Todo está revuelto y no sé...
—Dejémoslo estar por el momento —sugirió Eli Bahar—. Pero ¿hablarás pronto con Shorer?
Michael asintió.
—¿Y Balilty? Si Balilty está al mando —prosiguió Eli—, no puedo contar con Rafi, aunque nos haga falta. Y tampoco es que yo me lleve muy bien con él. No sé qué va a pasar. No es fácil tratar con él, ya lo sabes.
—Ya veremos —dijo Michael—. Mañana lo veremos. Ahora vamos a liberar a Izzy Mashiah de Zippo. Por cierto, ¿podrías decirme qué demonios pinta Zippo en todo esto?
—No soportaba verlo así, descolgado, dando vueltas sin nada que hacer, buscando público para sus historias mientras espera la jubilación. Ahora me está contando cómo eran los viejos tiempos en Jerusalén. Antes de mi época. Me habla de todos los tipos extraños que pululaban por aquí. Cuando llegaste estaba hablándome de la tía del rabino Levinger, la loca a la que todo el mundo llamaba Cuatro-en-Uno, que por lo visto se paseaba por el centro de Jerusalén pegándoles etiquetas a los transeúntes. Creía que Buda, Jesucristo, Moisés y Mahoma eran una sola persona. Recuerdo las historias de mi tío, y ahora me las está repitiendo Zippo. Dice que va a escribir un libro sobre todos esos locos. ¿Por qué no le dices a él que lleve el esparadrapo?
Y así, Zippo, a quien nadie llamaba por su verdadero nombre, Isaac Halevi, sino simplemente Zippo, debido a una anécdota sobre su mechero, anécdota que él mismo relataba de muy buena gana a cualquiera, demostrase o no interés, pues bien, Zippo se marchó a llevar la prueba al laboratorio de Criminalística del cuartel de la policía nacional y Michael regresó a su despacho y se sentó frente a Izzy Mashiah. Eli Bahar tomó asiento en la silla que estaba junto a la puerta.
—¿Está seguro de que quiere hacerlo? —preguntó Michael.
—Ya se lo he dicho —replicó, impaciente, Izzy.
—Entonces sólo resta explicarle de qué se trata. ¿Se ha sometido alguna vez a una prueba poligráfica?
—¿Yo? —exclamó Izzy horrorizado—. Si nunca había pisado una comisaría.
—Hay dos métodos —explicó Michael—. Nosotros no empleamos uno de ellos.
Por el rabillo del ojo vio que Eli Bahar abría la boca y la cerraba y que un gesto de protesta se asentaba en su cara mientras Michael proseguía:
—Ese método ha demostrado ser un fracaso absoluto. Se basa en preguntas con truco, preguntas que... —titubeó, percibiendo las ondas de oposición que emanaban de Eli, quien nunca había visto con buenos ojos la sinceridad que empleaba Michael con los sospechosos y, en más de una ocasión, había expresado sus objeciones y el miedo a que, algún día, su jefe se pasara de la raya.
Izzy aguardaba en silencio.
—Pues bien, digamos que se formulan una serie de preguntas cuyas respuestas se conocen de antemano. Por ejemplo, si se llama Izzy Mashiah, si ha nacido en Jerusalén, si su padre se llama, pongamos por caso, Moisés, si su mujer se llama Shula, si es cierto que ayer lo sorprendieron en la cama con el vecino de arriba.
Izzy se enderezó y cruzó las manos.
—De pronto, se hace una pregunta chocante. Y luego se extraen conclusiones de la reacción que ha tenido el interrogado ante ese cambio abrupto. Estamos en contra de este método porque consideramos que no indica nada. El mínimo cambio, como una luz que se enciende o un lagarto que corretea por el suelo, influye en las reacciones de la persona que está sometiéndose a la prueba. Estamos a favor del segundo método.
Eli Bahar apoyó el codo en la mesa y reposó la barbilla en la mano.
—Explícaselo tú —le pidió Michael—, yo voy a hablar con la técnica en poligrafía.
—Estoy al lado de la puerta —replicó Eli a la vez que se levantaba de un salto—. Iré yo a hablar con ella.
—El segundo método, el que preferimos —continuó Michael—, se basa en el supuesto de que muy pocas personas son capaces de engañar al detector. Así pues, es mejor informar de antemano al sujeto de cuáles van a ser las preguntas, antes de conectarlo al polígrafo. Yo le diré qué le vamos a preguntar y luego lo conectarán. Las diversas variables, la tensión, el sudor, la adrenalina, nos revelarán lo demás.