Un asesinato musical (30 page)

BOOK: Un asesinato musical
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Izzy se quitó el anillo y lo dejó sobre la mesa de cristal, volvió a arquear la frente y preguntó sorprendido:

—¿Es necesario que lo sepa con exactitud? —miró a Michael, que asintió; Izzy reconoció que no lo recordaba—. Aunque podría deducirlo —añadió de pronto— gracias a la radio —se puso el anillo—. Me llamó cuando en
La voz de la música
ponían el
Quinteto para piano e instrumentos de viento
de Mozart —dijo con alegría, y se apresuró a coger el periódico, cuidadosamente doblado junto al sofá, y lo hojeó—. Aquí lo tenemos —anunció aliviado, como si hubiera recuperado el control sobre el caos—. Como primero pusieron una sinfonía de Bruckner, que dura unos cuarenta y cinco minutos, y la composición de Mozart terminó al mediodía, porque fue la última pieza del concierto matinal, y la secretaria me llamó durante el segundo movimiento, un momento en el que a mí no se me ocurriría llamar a nadie, por cierto; pues bien, podemos decir que debió de llamarme sobre las doce y veinte, más o menos. Pero ¿por qué le interesa saberlo? —se atrevió al fin a preguntar, y ya había un leve temblor de inquietud en su voz y una arruga entre sus cejas, sobre la montura marrón de las gruesas lentes, que se había vuelto a poner. No, casi nunca asistía a los ensayos generales, sobre todo si los dirigía Theo. Con sonrisa congraciadora, señaló—: No lo paso bien con Theo, sobre todo cuando está dirigiendo. A Gabi tampoco le gusta que asista; y, en todo caso, un día como hoy no habría podido ir, con todo lo que tenía que hacer.

—¿Es usted matemático? —quiso saber Michael.

—Qué va —respondió Izzy sorprendido—. Soy epidemiólogo. ¿Qué le ha llevado a pensar que soy matemático? —luego se apresuró a añadir que trabajaba para el Instituto Weizmann y también para el Hospital Universitario.

—Theo comentó algo en ese sentido —explicó Michael.

—Ah, Theo —dijo Izzy—. Apenas me conoce. El prójimo no le interesa en absoluto. Aunque alguien le hubiera contado a qué me dedico, no se acordaría. Gabi prefiere que no nos veamos, Theo y yo, porque, cuando estoy delante, Theo sufre lo que Gabi llama «ataques de afabilidad». Gabi no soporta esos intentos forzados de Theo por mostrarse amigable conmigo. Ya lo conoce. No sé si Theo le tratará a usted afablemente. Sí sé que Gabi aprecia mucho lo que está usted haciendo por Nita. Pero no sé qué opinión tiene Theo —quedó a la espera de una respuesta.

Michael señaló que había pasado muy poco tiempo en compañía de Theo y que no tenía elementos de juicio.

—Pues conmigo hacía esfuerzos especiales, según decía Gabi, porque quería aparentar que no tenía prejuicios, con respecto a Gabi y a mí, me refiero. Las personas con prejuicios suelen hacer lo imposible por demostrar que no los tienen —añadió con una sonrisa—, ya me entiende. Pero ante todo trataba de ser amistoso conmigo porque yo le ataqué, y en ese sentido también consideraba importante no aparentar prejuicios, mostrarse abierto a la crítica. Le expresé algunas opiniones sobre su manera de interpretar la música... ¿Le interesa a usted la música?

Michael cabeceó.

—Me interesa —dijo incómodo—, pero soy un ignorante.

—En fin, no sé por qué dije aquellas cosas. No era mi intención, pero surgió así durante una conversación sobre Wagner —dijo Izzy con una sonrisa que revelaba unos dientes blancos muy grandes y un hueco en la parte izquierda que mermaba su resplandor. Dijo todo esto con su voz profunda y agradable, y, a medida que hablaba, se iba pronunciando más y más el frunce vertical entre sus pobladas cejas; mientras Izzy se acariciaba delicadamente la oreja, Michael se fijó en una gran cicatriz que la flanqueaba. Tenía el rostro bien rasurado y sus ojillos claros relucían y parpadeaban, lo que a Michael le recordó el parpadeo de Gabi; y la visión del semblante de Gabi, con los ojos abiertos fijos en el techo, y de su cuerpo tendido al pie del pilar, arrastró a un primer plano la imagen de su cuello prácticamente hendido de lado a lado. Sintió una repentina debilidad en las rodillas, y precisamente por eso, se obligó a insistir en la pregunta de si Izzy no había salido de casa en todo el día.

—Ni siquiera para ir al ultramarinos —le aseguró Izzy Mashiah, y extendió la fina mano sobre el pecho. Sus dedos morenos, largos y delicados resaltaban sobre la sudadera negra que vestía, y su anillo despidió un centelleo verde. Fue entonces cuando, como si despertase de un sueño, se quitó las gafas, se frotó los ojos, que adquirieron un tinte rosado, y preguntó cauta y cortésmente por qué quería saberlo y qué había ocurrido. Sus hombros se tensaron y se enderezó, separándose del respaldo del mullido sofá.

Michael le informó de los hechos. Tuvo buen cuidado de no mencionar la cuerda, los guantes, la postura del cuerpo de Gabi. «Un corte en la garganta» fueron las palabras que empleó para describir el motivo de la muerte. Procuró hacer acopio de desapego para escudriñar a Izzy, para identificar posibles rastros de falsedad en su estallido emocional, en el hundimiento que estaba presenciando. Algún día tendría que recopilar sus impresiones sobre la primera reacción ante la noticia de la muerte de un ser querido.

Se podía clasificar a las personas en categorías. En primer lugar, distinguir a quienes se refrenaban de quienes daban rienda suelta a sus sentimientos. Esta clasificación no era ajena, tal vez, a los orígenes del doliente; así, por ejemplo, el dolor de las gentes de extracción polaca es contenido y silencioso, aunque también solapado, nada más opuesto a la vocinglería de los marroquíes, para quienes se diría que el momento exacto en que lanzan los alaridos está marcado por la etiqueta ritual. Habría que hacer un subgrupo con los llorones contenidos, y otro con los imperturbables, quienes no derraman ni una lágrima y además, en cuanto oyen la noticia, parecen desprenderse de su espíritu, que sale volando hacia remotas regiones mientras su rostro se convierte en una máscara. Si se les pregunta qué sienten, no saben responder. Era a éstos a los que se refería Elroi, el psicólogo, al hablar del estado de ausencia. También existía una diferencia entre quienes lloran en seco y quienes derraman lágrimas. Hay quienes hablan —incesante, compulsivamente, como Theo— y quienes quedan en absoluto silencio. Y luego están los que lloran en silencio y cuyas lágrimas te calan hondo a pesar de la fuerza de la costumbre y de los esfuerzos por mantenerte al margen. Te pulsan las fibras sensibles, como Izzy Mashiah en esos momentos.

Izzy tenía el rostro sepultado en las manos y sus hombros temblaban. Preguntó un par de veces si era verdad y cómo y cuándo había sucedido, y si Gabi había sufrido.

Michael omitió los detalles. Dio una respuesta concisa y vaga. Volvió a recordarse, a la luz de la determinación de Izzy por conocer los detalles, que toda coartada puede refutarse, que cualquiera es un sospechoso en potencia. No te podías permitir que las preferencias y manías determinasen a quién considerabas un asesino y a quién no. La compasión que le inspiraba el dolor de Izzy era una debilidad. Hubo de advertírselo como se lo habría advertido a cualquiera, y como Tzilla o Eli, y sin lugar a dudas Balilty, también lo habrían señalado.

—¡Teníamos tantos planes! —sollozó Izzy, y volvió a cubrirse el rostro con las manos. Continuó con voz amortiguada—: Estaba convencido de que yo sería el primero en morir, y ahora tengo que enterrarlo a él, y seguir viviendo —de pronto, se retiró las manos de la cara y dijo con voz seca—: No sé quién ni qué ha podido provocar esto, pero le juro por mi vida que Gabi no se ha suicidado. ¡Eso téngalo por seguro! —sacudió la cabeza y trató de cobrar aliento.

—Supongamos que no ha sido un suicidio —dijo Michael lentamente—, y no hay motivos para deducir que lo haya sido. ¿Se le ocurre quién ha podido asesinarlo?

Izzy soltó una risotada desabrida y negó con la cabeza.

—Nadie, nadie podía querer matar a Gabi —dijo en un tono de profunda convicción, y quedó en silencio.

—No ha sido un accidente —replicó Michael—. Ha sido un asesinato premeditado, deliberado, y la persona que lo ha cometido se ha arriesgado mucho. No queda más remedio que suponer que alguien tenía enormes deseos de matarlo.

Izzy se cubrió de nuevo el rostro durante unos segundos, luego resolló, se enjugó la cara, se pasó los dedos por el pelo y asintió.

—No hay más remedio —repitió—. ¡Pero no tengo ni idea! —exclamó con súbita vehemencia—. ¡No puedo ni imaginarlo! ¿Tendrá algo que ver con su padre? —se estremeció.

—¿En qué sentido? —preguntó Michael, y se inclinó hacia delante con interés.

—¡Ni idea! Parece algo lógico, pero no sé cómo.

—Voy a formular la pregunta de otra manera, se lo diré sin rodeos: ¿quién puede haber salido beneficiado del asesinato de Gabi?

—No lo sé, de verdad. No puedo creerlo.

—¿Podría usted haber salido beneficiado?

—¿Yo? ¿Beneficiado? —Izzy volvió a soltar una carcajada desabrida—. Usted no entiende nada —susurró con voz ronca a la vez que inclinaba la cabeza.

—¿A quién pertenece este piso?

—¿A qué se refiere? ¿Legalmente?

Michael asintió con un gesto.

—A Gabi, pero teníamos intención de... —dirigió una mirada sobresaltada a Michael y luego esbozó una sonrisa amarga. Su voz se transformó al decir quedamente, con incredulidad—: ¿Me está interrogando?

Michael no respondió.

—¡Está de servicio! —exclamó Izzy atónito—. ¿Cómo es posible si está viviendo con Nita? ¿Está permitido? Disculpe que se lo pregunte, ¿es un interrogatorio oficial?

—Es un interrogatorio, pero extraoficial.

—¿Qué quiere decir eso?

—Los interrogatorios oficiales tienen lugar previa citación, en mi despacho. Esto es más bien una conversación, pero, francamente, no puedo decirle que no esté relacionada con la investigación.

—En tal caso —dijo Izzy incorporándose— tengo que contarle unas cuantas cosas. Aunque el piso está registrado a nombre de Gabi, él lo trataba como si fuera de los dos. Y en lo relativo a los seguros, Gabi había suscrito un seguro de vida, por una cantidad muy importante, hace un año, más o menos. Y yo soy el beneficiario. Yo también tengo un seguro, por deseo suyo, pero él no es el beneficiario, también por expreso deseo suyo. Fue él quien rellenó los formularios, yo me limité a firmarlos. Aprovechó una buena oferta que le hizo un agente de seguros... En fin, yo le dije que no tenía más que cuarenta y tres años, pero él se empeñó. E insistió en que mi hija fuera la beneficiaría en lugar de él...

—¿Tiene usted una hija?

—Sí. Estuve casa... Estuve casado diez años antes de... antes de saber, antes de comprender que...

—¿Y ha tenido relaciones con otros hombres aparte de Gabi?

Izzy meneó lentamente la cabeza, como si acabara de comprender algo.

—Creo entender lo que está insinuando, pero nuestra historia no era corriente.

—Ninguna lo es —dijo Michael, odiándose por el tono de superioridad que le había salido—. Todas las historias íntimas resultan especiales cuando se conocen a fondo —prosiguió en un intento de suavizar sus palabras.

—No —dijo Izzy—, no me está comprendiendo. Probablemente usted... no sé qué preferencias tendrá. Imagino que prefiere a las mujeres. Dado lo de Nita... —Michael refrenó el impulso espontáneo de aclarar su situación con Nita—. En fin, supongo que albergará usted los estereotipos habituales sobre el amor homosexual, y probablemente pensará que me dedicaba a rondar por los parques y tenía todo tipo de... Pero no fue así. Primero conocí a Gabi, y después caí en la cuenta...

—¿En serio? —dijo Michael sorprendido— ¿Hasta entonces creía que le gustaban las mujeres?

Izzy se revolvió en su asiento.

—No es tan fácil de explicar. Ni siquiera sé si me gustan los hombres. A veces pienso que sólo me gusta Gabi, pero por lo visto hay algo más, porque siempre tuve dificultades con las mujeres, siempre fui un hombre problemático... pero no a la manera estereotipada. Nunca tuve relaciones antes de Gabi. Aunque me parece que sus prejuicios sobre los gays le impedirán creerme —concluyó con un deje de indignación.

—Estamos hablando con franqueza —dijo Michael—, y puedo decirle con toda seriedad que ni siquiera sé cuáles son mis prejuicios. Apenas he tenido contacto con la homosexualidad, fuera del trabajo, me refiero.

—Dado el tipo de trabajo que hace, imagino que habrá topado con su cara más sórdida.

—En mi trabajo todo se vuelve sórdido —dijo Michael—. Los asesinatos no dejan mucho espacio para la belleza o la elegancia. Pero debo decirle que hasta ahora nunca había conocido a una pareja de hombres que vivieran juntos. Es algo que nunca se había cruzado en mi camino. En mi vida personal, quiero decir. Y, si he de ser sincero, le diré que en principio su reacción no me parece muy distinta de la de una mujer... —avergonzado, se apresuró a corregirse—, o de un hombre. Es decir, de un cónyuge —concluyó con desasosiego. A él mismo le sorprendía la franqueza y la claridad con que había hablado.

—Ya ve, su manera de rebuscar las palabras delata sus prejuicios.

—También es cuestión de costumbre —replicó Michael—. Es que no estoy acostumbrado a hablar con sinceridad a... sobre este tema con alguien que está implicado... No estoy acostumbrado a hablar con un hombre que ama a otro sobre su relación.

—Lo que me gustaría que entendiese —dijo Izzy con la misma pasión que lo había inflamado antes— es que vivíamos como una pareja en todos los aspectos, una relación plena, de amor, de amistad, de cuidados y... —se le escapó un sollozo; se enjugó los ojos metiendo un dedo tras las gruesas lentes de sus gafas y respiró hondo antes de continuar—. Y tengo una buena relación, buena, no simplemente correcta, con mi ex mujer, y con mi hija, que tiene dieciséis años, y viene a vernos, lo llevamos todo abiertamente, sin tapujos. Tal como lo decidimos. Y el piso está registrado a nombre de Gabi porque lo compró antes de que yo apareciera, antes de que nos conociéramos y viniera a vivir con él. Ni siquiera sé si ha hecho testamento; yo lo quería, nunca habría... nunca... ¿Qué pretende decir con eso de salir ganando? —se acaloró—. ¡No tengo nada que ganar con la muerte de Gabi! Sólo puedo perder. Es... es mi ruina. Para mí, la muerte de Gabi es...

Miró a Michael y los ojos volvieron a anegársele en lágrimas a la vez que se le suavizaba la expresión.

—Ya sé que no lo puede evitar, es su trabajo. Lo comprendo. Estoy tratando de comprenderlo. Pero no debe... me gustaría que se liberase de sus estereotipos y prejuicios y no pensara que todo homosexual es un... —miró a Michael expectante—. En fin, no he salido de casa en todo el día... ¿A qué hora...? ¿A qué hora lo encontró? —preguntó con voz cascada.

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