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Authors: Javier Marías

Tags: #Intriga, Relato

Tu rostro mañana (6 page)

BOOK: Tu rostro mañana
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Pero aquel rato vino más tarde. Y, como ocurre casi siempre cuando uno hace más de una pregunta sin pausa, la joven Pérez Nuix empezó por contestar la última. 'Aún no me has pedido el favor del todo, todavía ignoro en qué consiste, exactamente. Y qué particulares son esos, qué particulares particulares', habían sido mis dos preguntas, repitiendo esa expresión de ella, 'particulares particulares'.

—Por extraño que hoy nos resulte, Jaime, con los nervios siempre de punta y el permanente pánico al terrorismo —dijo—, ha habido unos cuantos años, y además recientes aunque nos parezcan lejanos, en los que al MI5 y al MI6, digamos que les faltó trabajo. Desde la caída del Muro de Berlín sus funciones disminuyeron tanto como sus preocupaciones, y los presupuestos de que disponían se derrumbaron, ahora se ha visto que fue una gran imprudencia. Se pasó, por ejemplo, de casi novecientos millones de libras para el MI5 en 1994 a menos de setecientos en el 98. Luego fueron subiendo otra vez, tímidamente y poco a poco, pero hasta los atentados de las Torres Gemelas en 2001, que hicieron dispararse las alarmas, trajeron golpes de pecho y destituciones de cargos intermedios, hubo un periodo de siete u ocho años en el que buena parte de los Servicios de Inteligencia del mundo, y desde luego de los nuestros, se sintió casi inútil y superflua, cómo decir, desocupada, prescindible, ociosa, y lo peor, aburrida. Mucha de la gente dedicada durante décadas a estudiar a la Unión Soviética se encontró, si no en el paro, casi sobrante, con la sensación de haber perdido no sólo el tiempo, sino una gran porción de su vida, que de repente concluía. Con la abrupta sensación de ser pasado. Quienes sabían alemán, búlgaro, húngaro, polaco, checo, dejaron de ser llamados con la frecuencia habitual, y hasta los expertos en ruso perdieron protagonismo y tareas. De pronto había una especie de excedente no reconocido, de pronto personas fundamentales ya no servían, o sólo para asuntos menores. Fue tan deprimente que hasta los jefes se dieron cuenta de lo desmoralizador de la situación, y te aseguro que son siempre los más ciegos, como en todos los trabajos y en todas partes, para advertir los problemas de sus subordinados. Bueno, la verdad es que se percataron los últimos, con increíble tardanza, y tan sólo unos días antes del 11 de septiembre, si mal no recuerdo, la prensa,
The Independent
creo, sacó la noticia de que el MI5, a través del entonces Director General Sir Stephen Lander, se aprestaba a ofrecer sus servicios de espionaje a las grandes empresas del país, como British Telecom, Allied Domecq, Cadbury Schweppes y otras, a las que podía proporcionar información muy útil sobre sus competidores extranjeros. Al parecer fue la agencia la que se ofreció a las compañías, y no a la inversa, en el curso de un seminario celebrado en su sede ahí en Millbank, al que fueron invitados, por primera vez en la historia si no me equivoco, representantes de la industria y de las finanzas, tanto del sector público como sobre todo del privado. La coartada era que resultaba tan patriótico y vital ayudar a la economía británica y hacerla más competitiva en el mundo, así como resguardar a nuestras grandes firmas de los espías ajenos que sin duda existen, como proteger a la nación de los peligros y amenazas contra su seguridad, interiores y exteriores, políticos, bélicos y terroristas. La idea era, de hecho, comercializar las actividades del SIS —recordé las siglas, se las había oído a Tupra o a Wheeler: Secret Intelligence Service, a ella le salieron en inglés aunque habláramos en español,
s, i, s,
o
es, ai, es,
a nuestros oídos— y conseguir lucrativos contratos que equivalían a privatizar parcialmente la agencia, obtener de inmediato grandes beneficios y rescatar del hastío a buen número de ociosos y de deprimidos, destinándolos al servicio más o menos directo de las empresas. Y eso, claro está, implicaba el riesgo seguro de repartir sus fidelidades. Lander lo negó todo tajantemente a través de un portavoz, quien aseguró que ofrecerse a espiar para compañías privadas a cambio de remuneraciones excedía las competencias del MI5 y que semejante propuesta sería ilegal. Admitió que el MI5 ya montaba, desde hacía tiempo, operaciones con vistas a descubrir la presencia de espías extranjeros en nuestras compañías, y que asesoraba, gratuita y principalmente, a las industrias de defensa y nuevas tecnologías cuando se disponían a firmar contratos importantes o ante sospechas de fraude informático. Pero aseveró que la controvertida ponencia de Lander durante aquel seminario, cuyo tema había sido
Trabajo secreto en una sociedad abierta,
había versado tan sólo sobre la amenaza creciente de los
hackers, y
que, sin cargo alguno, habían aconsejado a las empresas públicas y privadas acerca de los mejores métodos para precaverse de ellos y combatir el pirateo informático. Varios de los invitados, sin embargo, reconocieron bajo anonimato que la iniciativa de Lander había sido otra, y que les había prometido beneficiarlos en sus negocios con información privilegiada y constante sobre compañías e individuos, si ellos se lo 'pedían'.

La joven Pérez Nuix hizo un alto y ahora sí me aceptó alguna bebida, se le estaría secando la boca con su parlamento, boca de atractivos labios firmes y encarnados, labios de Sigrid o de tebeo, uno mira siempre los de quien le habla seguido, los alumnos los de los profesores, los oyentes los de los conferenciantes, los auditorios los de los intérpretes, los espectadores los de los locutores y los políticos (éstos salen tan mal parados). Me levanté, fui a la cocina, y desde allí (no mucha distancia, era mediano mi apartamento) le voceé lo que había en casa, solamente Coca-Cola, cerveza, vino y agua, un mal anfitrión porque en Londres no tenía apenas costumbre de serlo, casi todas las personas que venían a verme, muy pocas, venían nada más que a eso, a estar brevemente ocupadas conmigo. También le ofrecí café y leche, o café con leche si le apetecía algo caliente, me contestó que vino si lo había blanco y estaba frío. Recordé que también guardaba seis botellas intactas de Sangre y Trabajadero, que me había enviado un antiguo y amable amigo de Cádiz, pero me daba pereza ponerme a abrir a aquellas horas una caja claveteada.

—Aquí tienes. Para mi gusto está frío, no sé para el tuyo —le dije, depositando ante sus rodillas, sobre sendos posavasos (soy un hombre de limpieza) la botella de un Ruländer que descorché allí mismo (entiendo poco de vinos) y una copa no del todo adecuada, que me permitió llenarle hasta casi el borde. 'Como lo beba por sed, pronto va a emborracharse', pensé al ver que nunca alzaba en horizontal la mano, para interrumpirme. La carrera de la media le crecía siempre, cada vez que hacía un movimiento, por pequeño o delicado que fuese, o cruzaba las piernas, y las cruzaba y descruzaba a menudo, con el consiguiente retroceso de la falda, mínimo en cada cruce pero más subida paulatinamente la falda (hasta que de un tirón se la bajase). Seguía sin percatarse del estropicio en marcha, cuando tal vez ya le tocaba. Dentro de lo que son las carreras, no le sentaba mal a su pierna, aunque parecía destinada a convertirle en andrajos las medias si nuestra conversación duraba lo bastante, y ella ya había olvidado enteramente su anuncio de 'un momentito', y quizá yo también, en parte. Me di cuenta de que, tras la estrañeza y el sentimiento de provisionalidad iniciales, me agradaba tener visita larga, y además con perro a los pies, si se están quietos hacen que uno se sienta más apacible, y aun acomodado. El animal, en apariencia ya mucho más seco, seguía adormilándose con un ojo abierto, echado cerca de su dueña.
('Sleep with one eye open, when you slumber',
canturreo y cito a veces para mis adentros.) Se lo veía bondadoso e ingenuo y recto, lo contrario de un chistoso y de un vivales.

—¿Tú no te sirves? —me preguntó Pérez Nuix—. No me digas que no me acompañas. Qué bochorno, beber yo sola. —Y lo superó al instante, porque dejó vacía la copa de un solo trago como si fuera Lord Rymer la Frasca en sus momentos más ávidos. Tenía sed, sin duda, era normal tras la caminata bajo la lluvia, lo raro era que no me hubiera pedido algo antes. Volví a llenársela, no tan alta.

—Luego, dentro de unos minutos me sirvo —le contesté—. Continúa. —Y para que aquello no sonara a orden, me incliné y acaricié otra vez al perro en la cabeza y el lomo, huesos menudos. Ahora ya ni siquiera irguió el cuello, se habría acostumbrado a mi presencia y no me hizo maldito el caso, era muy digno aquel pointer. Pero todo el mundo cree suavizarse si muestra afecto a los animales, y con mi maniobra yo busqué ese efecto. (Si hay algo que no soporto es a esos escritores, hay cientos, que se fotografían con sus perros o gatos para dar una imagen afable, cuando solamente la dan afectada y cursi.) Aproveché mi inclinación amistosa para mirarle a la joven Pérez Nuix los muslos a su altura y con detenimiento, no negaré que me iban llamando. Supongo que ella fingió no darse cuenta, no se los cubrió ni los apartó un milímetro. Ahora sí me sentí tan pueril como De la Garza, pero la admiración sexual previa al sexo es pueril siempre, qué puede hacerse.

—Esas medidas no sé en qué quedaron, posiblemente fueron adelante, pero bajo cuerda y con menos énfasis del previsto —prosiguió entonces ella, tras soplarse también, sin pausa, la mitad del vino de la copa segunda: esperaba que no se le pusiera la lengua gorda—. Porque poco después vino el 11 de septiembre y a partir de aquel día nadie volvió a ser enteramente superfluo. Pero esas medidas, sobre todo, si eran ciertas, llegaban demasiado tarde y no eran originales, sino la oficialización de lo que ya venía ocurriendo desde hacía años sin intervención ni casi conocimiento de los altos mandos, o bueno, conocimiento lo había a medias, pero acompañado de pasividad, vista gorda, algo de curiosidad y manga ancha. Los agentes más desocupados, una vez superado el prolongado periodo de desconcierto tras la caída del Muro, se habían ido procurando sus clientes externos, ocasionales o no, cada uno dentro de sus respectivos ámbitos y posibilidades. Unos pocos arrumbados incluso renunciaron, los que pudieron se dieron de baja (según la responsabilidad adquirida eso aquí no es fácil, a veces ni es factible). Pero la mayoría no lo logró o simplemente no lo quiso, y sin embargo empezaron a trabajar aquí y allá desde dentro, y a servir, por tanto, a diferentes amos. Ofrecieron sus habilidades al mejor postor o aceptaron los encargos mejor pagados. ¿Y qué clase de personas o de entidades particulares tenían o tienen interés en contratar a agentes? Sí, a algunos les cayeron tareas propias de detectives, comprobar una infidelidad, investigar desfalcos o malversaciones, cobrar deudas a morosos; o de guardaespaldas, proteger a figuras del espectáculo o a potentados en actos públicos, cosas así. Otros echaron una mano o las dos a aquellos de sus excompañeros convertidos en mercenarios, de éstos ha habido unos cuantos, no les falta actividad en África. Pero el círculo de encargos se fue ampliando, con el tiempo los agentes de campo rasos se los propusieron y luego se los proporcionaron a los cargos intermedios, y me imagino que para el 2001 éstos habían convencido a los altos mandos de las ventajas de trabajar no sólo para el Estado. Lo cierto es que durante esos siete u ocho años, durante aquel largo intervalo sin principal enemigo, se creó una red paralela de clientes diversos, de todo tipo. Más de una vez, seguramente, miembros del MI5 y del MI6, ignorándolo o sabiéndolo, o no queriéndolo saber pero intuyéndolo, habrán prestado servicios a delincuentes, o incluso al crimen organizado, o quizá a Gobiernos extranjeros al final de la cadena, en la remota sombra. Puede ser, nadie lo sabe ni va a averiguarlo, a estas alturas nada es muy nítido y todo está muy mezclado. Uno se acostumbra a no preguntar a quienes lo recompensan, y además casi todo se tramita y se ventila a través de intermediarios y de testaferros. Si uno tuviera que llevar a cabo una investigación previa para saber quién está detrás de cada encomienda, no se acabaría ni se empezaría nunca, y el negocio no valdría la pena.

La joven Pérez Nuix se detuvo y dio cuenta de la segunda mitad de su copa segunda. Dudé, pero por cortesía hice un ademán mínimo de volver a llenársela, sin llegar a tocar la botella. Hasta ahora no le había notado ningún titubeo ni dificultad en el habla, pero si continuaba a aquel ritmo podrían aparecerle en cualquier instante, o la incoherencia, o la somnolencia, y yo ya quería oírlo todo. De nada de eso había indicios, debía de estar habituada al vino. Hasta su vocabulario era escogido y preciso, de persona leída, no se me había escapado su utilización de vocablos no demasiado frecuentes, 'arrumbados', 'encomienda', 'rasos'. Tal vez era, pese a su ascendencia paterna, como esos ingleses que han aprendido mi lengua más en los libros que hablándola, y su español resulta libresco. Así que me levanté y le anuncié, antes de que ella pudiera decir 'Sí' o 'No' a mi amago de gesto interrogativo:

—Voy por una copa para mí, ahora ya sí me apetece. —Y a continuación me permití la advertencia, o la reserva—: No sé si a ti te convendría una tercera, en tan poco tiempo. Eso sería beber como una inglesa, no como una española. Traeré algo de picar, en todo caso.

Cuando regresé con mi copa y unas aceitunas y unas patatas fritas de bolsa en sendos cuencos, la pillé inspeccionándose la carrera. Desde el pasillo, antes de entrar, casi oculto a ella—me detuve y la espié unos segundos: uno, dos, tres; y cuatro—, la vi mirándosela y pasándole un índice con cuidado (acaso un índice ensalivado, o acaso con una gota de esmalte de uñas, como se ponían antiguamente las mujeres en el punto suelto para frenar el corrimiento, a ver si la media les aguantaba aparente al menos hasta volver a casa; aunque para frenar nada era ya tarde). Cuando volvió a tenerme delante, cruzada ella de brazos y también de piernas, no hizo referencia alguna al desperfecto indumentario, lo cual era extraño: habría sido el momento para sorprenderse, lamentarse y hasta disculparse si hubiera querido, por el aspecto teóricamente tirado que la raya le confería, a mí no me desagradaba ni me producía mal efecto, y aun me entretenía, observar con discreción su avance. Me pregunté cuánto más tiempo mantendría la ficción de no haberse enterado, y por qué la mantenía, aquello era ya indisimulable. Y entonces me vino por primera vez aquella noche —y por primera vez nunca— la idea de que no era sólo que no me descartase, sino que, sin palabras y sin rozarme, sin ni siquiera mirarme —o me miraba sólo de frente al hablarme, como si allí no hubiera más mirar que el del habla explicativa y neutra—, me estaba diciendo que podía suceder lo que sucedió finalmente, bastante más tarde y cuando no era de esperar, pese a la cercanía insistente de los dos en mi cama, que no era tan amplia: la abertura de la seda o nylon como símil y como promesa o anuncio, sus progresivas longitud y ensanchamiento, el no suprimirla ni ponerle remedio yendo al cuarto de baño a quitarse la prenda o incluso a cambiársela (conozco a mujeres que llevan siempre en el bolso un par de repuesto, y Luisa es una de ellas), el dejar la carrera ir creciendo e ir desnudando mayor superficie de muslo y pronto, posiblemente, alguna de la parte anterior de la pantorrilla, que nunca he sabido cómo se llama o si tiene nombre, quizá es garrón, quizá canilla, no le sienta bien ninguno; aunque esa zona la cubrían las botas, que sin embargo también se habían abierto fugazmente antes, por sus cremalleras, nada más llegar su dueña empapada y sentarse; sí, la carrera en la media como cremallera sin dientes, incivilizada y autónoma e incontrolable, con el elemento salvaje de lo que en realidad se rasga, sólo que este era un rasgado en el que no intervenía mi mano ni la de nadie, la tela se separaba sola y aun así quedaba pegada a la pierna, cubriendo y descubriendo al tiempo y marcando el contraste, avanzando en ambas direcciones la carne sin velo, hacia abajo y hacia arriba, hacia la rodilla suave y hacia el muslo alto, y casi todos los varones sabemos lo que se encierra o se abre al final de un muslo femenino alto. (Yo lo distinguiría sin querer más adelante —un pico oscuro— en el lavabo de mujeres de una discoteca, donde se me diría con desparpajo:
'You come and see'
o 'Ven tú a verlo'.)

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