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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

Studio Sex (35 page)

BOOK: Studio Sex
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Annika se sentó en el borde del sofá.

—Siento mucho que nos presentemos así —contestó Annika—. Pero me preguntaba si recuerdo bien lo que dijiste. ¿Volasteis desde Arlanda con Transwede?

El hombre se rascó ligeramente la barba de dos días.

—Sí —respondió—. Eso es. ¿Queréis un café?

—No, gracias —manifestó Anne—. Nos iremos enseguida.

—Entonces salisteis de la terminal dos, ¿verdad? —dijo Annika—. ¿La de la sala pequeña?

—¿Cuál? —preguntó el hombre.

—No la gran terminal nacional, sino una que está algo más alejada.

Roger Sundström asintió pensativo.

—Correcto —expresó él—. Tuvimos que tomar un autobús y cargar con el equipaje, porque la aduana se pasaba en Estocolmo.

Annika asintió.

—¡Exacto! ¿Y fue ahí, en la salita, dónde tú y Britt-Inger visteis al ministro?

Roger Sundström recapacitó.

—Sí —respondió—, tuvo que ser ahí. Porque fue al facturar.

Annika asintió.

—Comprendo que esto suene extraño —dijo—, pero ¿recuerdas en quégate?

El hombre arqueó las cejas.

—Gueit?—repitió él.

—Puerta, vamos.

—No tengo ni idea.

Annika suspiró en silencio, bueno, lo había intentado.

—Pero —apuntó el hombre— dejamos que los niños se sentaran sobre las maletas dentro de la sala, se lo pasaron bien. Creo que Britt-Inger los filmó. Quizá la puerta se vea en el vídeo.

Annika abrió los ojos.

—¿Sí? —dijo ella.

—Ya veremos —contestó el hombre y se dirigió a la estantería.

Abrió la puerta del mueble bar y comenzó a remover unas pequeñas cintas de vídeos.

—Mallorca, aquí está —anunció, introdujo la cinta en el adaptador y encendió el aparato de vídeo. La imagen de los pequeños jugando en una piscina para niños centelleó. Al parecer el sol estaba en su cénit, todas las sombras eran diminutas. Dos piernas peludas, seguramente de Roger, aparecían a la izquierda de la imagen. La fecha en una esquina indicaba: July 24, 2.27 p.m.

—¿La fecha es correcta? —preguntó Annika.

—Creo que sí —contestó Roger—. Habrá que adelantar la cinta.

Una mujer rubia durmiendo en un avión, con la barbilla caída. La fecha había saltado a July 27, 4.53 p.m.

—Mi mujer —explicó el hombre.

Y entonces apareció, un bronceado y sonriente Roger conduciendo un carrito cargado con el equipaje y los niños, July 27, 7.43 p.m. El niño estaba de pie y se sujetaba al manillar, la niña estaba sentada encima de las maletas. Ambos saludaban con la mano a su madre que estaba grabando. La imagen se movió e hizo un barrido por la sala.

—¡Ahí! —exclamó Annika—. ¿Habéis visto? ¡64!

—¿Qué? —inquirió Roger.

—Rebobina —pidió Annika—. ¿Tienes fotofija?

Roger toqueteó el mando a distancia.

—¡Joder! —exclamó Anne—. ¿Cómo te dio tiempo a verlo?

—Estuve hoy ahí y me acordé de esto —repuso Annika—. Continúa, quizá haya más.

De pronto apareció mucha gente frente a la cámara. Alguien la golpeó, Roger apareció de nuevo en la imagen.

—¡Christer! —gritó desde la pantalla, alzó la mano y saludó.

El Roger de la grabación se puso de puntillas, miró a la izquierda, se volvió hacia su esposa y le habló.

—¿Has visto? ¡Era el Christer de Anna-Lena! Va a volar con nosotros.

—Ve a saludarlo —dijo una voz femenina invisible.

Roger Sundström se volvió, y Annika vio en la pantalla cómo de pronto la gente se apartaba, y a lo lejos en la imagen, si bien desenfocado, vio cómo Christer Lundgren corría hacia una puerta. Era el ex ministro de Comercio Exterior, no había ninguna duda.

—¿Habéis visto? —exclamó Annika—. ¡Tiene un billete en la mano! Es cierto que va a volar.

El Roger de la grabación perdió al ministro entre la gente, miró hacia otro lado, gritó «Christer», y entonces la pantalla quedó en negro. La imagen se disolvió, la cinta se rebobinaba. Annika sintió que una intensa ola de adrenalina le recorría todo el cuerpo.

—No es extraño que no lo vierais en el avión —dijo ella—. Christer Lundgren embarcó desde la puerta 65. No la 64.

—¿Adónde voló entonces? —preguntó Anne Snapphane desconcertada.

—Tendremos que investigarlo —respondió Annika—. Muchísimas gracias por las molestias, Roger...

Ella apretó su mano y se apresuró a salir.

—¿Qué era lo que yo decía? —se regocijó al llegar a Ankarskatavägen—. ¡Ese cabrón estuvo en alguna parte esa noche, y no puede decir dónde!

Dio unos pasos de danza sobre la calzada.

—Sabemos dónde estuvo —repuso Anne Snapphane sobria—. En el puticlub.

—No —replicó Annika—. Viajó a alguna parte, a un lugar supersecreto.

—¡Venga ya! —exclamó Anne—. No digas chorradas.

Annika hizo una pirueta.

—Es tan jodidamente secreto que prefiere ser acusado de asesinato y dimitir.

—¿En lugar de qué?

Annika se detuvo.

—De decir la verdad —dijo ella.

Diecinueve años, cuatro meses y siete días

Tengo que decidir lo que es importante. Tengo que llegar a una conclusión de lo que soy. ¿Existo, a no ser a través de él? ¿Respiro, si no es a través de su boca? ¿Pienso, fuera de su concepción del mundo?

He intentado hablar de esto con él. Su lógica es sencilla y clara. ¿Existo yo, a no ser a través de ti?, pregunta él. ¿Vivo sin ti?, inquiere. ¿Puedo amar sin tu amor? Luego responde. No.

Él me necesita. No puede vivir sin mí. No me abandones nunca, dice. En el mundo no hay nada más importante que nuestra relación.

Él dice que nunca me dejará marchar. Llevo mucho tiempo sola.

Lunes, 3 de septiembre

Patricia había dormido unas horas cuando se despertó debido a una sensación desagradable e indefinida. Se incorporó en el colchón, se apartó el cabello del rostro, vio al hombre y gritó.

—¿Quién eres? —le preguntó al joven que estaba junto a la puerta. La miraba como si la hubiese estado observando un buen rato.

Patricia se cubrió con la colcha hasta la barbilla y retrocedió hasta la pared.

—¿Quién eres? —repitió ella.

—Me llamo Sven —contestó Sven—. ¿Dónde está Annika?

Patricia tragó saliva e intentó comprender la situación.

—Yo... ella... no lo sé.

—¿No regresó ayer de su viaje?

Patricia carraspeó.

—Sí, creo que sí. Su ropa estaba colgada secándose cuando volví a casa.

—¿A casa?

Ella bajó la mirada.

—Annika me dijo que podría vivir aquí un tiempo. Yo vivía con una amiga que... Ayer no la vi. No ha dormido en casa.

Las palabras quedaron en el aire, vibrantes, Patricia sintió una extraña sensación dedéjà vu.

—¿Y dónde crees que está ahora?

Ella había oído antes esta pregunta, la habitación le dio vueltas, respondió lo mismo que entonces.

—No lo sé, quizá haya salido a comprar, quizá esté en tu casa...

El muchacho la observó inquisitivo.

—¿Y tampoco sabes cuándo volverá?

Ella dijo que no con la cabeza, sintió cómo las lágrimas le quemaban.

Sven se puso en pie.

—Ahora que hemos aclarado quién soy yo y qué quiero. ¿Quién coño eres tú?

Patricia suspiró.

—Me llamo Patricia. Conocí a Annika cuando trabajaba en elKvällspressen.Me dijo que podía vivir aquí un tiempo.

—¿Así que eres periodista? ¿Qué escribes? ¿La conoces desde hace mucho tiempo?

El malestar hizo que Patricia sintiera un hormigueo por la columna vertebral. Había contestado a tantas preguntas, había tenido que responder por tantas cosas con las que no tenía nada que ver. El hombre dio unos pasos hacia delante y se situó justo encima de ella.

—Últimamente Annika no ha sido la misma —comentó él—. Pensaba que podría hacer algún tipo de carrera aquí, en la gran ciudad, pero estaba condenada al fracaso. ¿Eres tú quien la ha influenciado?

Las palabras relampaguearon en la cabeza de Patricia, gritó.

—¡Yo no he influenciado a nadie! ¡Nunca! ¿Cómo puedes decir que es mi culpa?

Miró al hombre de hito en hito, éste retrocedió un paso.

—Annika volverá a mudarse pronto a casa, a Hälleforsnäs —dijo él—. Espero que entonces tengas algún sitio adonde ir. Me quedo un par de días, dile que volveré esta noche.

Patricia oyó sus pasos a través del apartamento, después oyó cerrarse la puerta de la calle. Un gemido surgió de su boca, se acostó de lado, se hizo un ovillo y entrelazó las manos con fuerza. Comenzó a llorar, sollozó hasta quedarse dormida.

Hasse Snapphane bebía café y leía el periódico cuando Annika entró en la cocina.

—Hay huevos duros en la cocina —dijo.

Annika pescó uno, lo enjuagó bajo el grifo y se sentó.

—Mi hija duerme, ¿verdad?

Annika asintió y sonrió.

—Ha trabajado duro durante mucho tiempo —le comentó.

Hasse Snapphane suspiró y cerró el periódico.

—Me parece bien que haya dejado de trabajar allí. Aquel lugar no era bueno para ella. El nuevo puesto en la tele tiene mejores condiciones, un horario de trabajo más humano y hay más mujeres en puestos de dirección.

Annika analizó al hombre cuidadosamente, parecía inteligente.

—¿Puedo usar el teléfono? —preguntó Annika cuando él se levantó para coger su maletín.

—Claro, pero tened cuidado con la música de Jim Steinman durante un rato. Esta noche Britt-Inger vuelve a trabajar hasta tarde.

Se despidió con la mano desde el coche.

Annika se comió el huevo y subió al piso de arriba corriendo sin hacer ruido. Comenzó por llamar a la oficina de información de tráfico aéreo de Arlanda.

—Hola, me gustaría saber si pueden informarme de cuándo partió un vuelo determinado —preguntó ella.

—Sí, claro —respondió el hombre de atención al cliente—. ¿Cuál?

—Hay un pequeño problema —explicó Annika—, pues sólo sé en qué puerta embarcó.

—Eso no importa, si fue hoy o ayer.

Annika se desilusionó.

—No, no fue hoy. ¿Entonces no se puede averiguar?

—¿Sabes la hora? Nosotros podemos comprobar los vuelos de ayer y los de los próximos seis días.

El corazón de Annika le dio un vuelco.

—Fue hace cinco semanas —dijo ella.

—¿Y sólo sabes la puerta de embarque? Entonces será algo complicado. Desgraciadamente nosotros no podemos saberlo desde aquí.

—Pero vosotros debéis de tener los horarios —repuso ella—. Sé más o menos a la hora que salió.

—Entonces tendrás que dirigirte a la compañía aérea directamente. ¿De qué se trata? ¿Es un asunto de seguros?

—No, en absoluto —replicó ella.

Hubo un silencio en el auricular.

—Bueno —dijo el hombre de tráfico aéreo—, tendrás que dirigirte a la compañía en cuestión.

Annika suspiró.

—No sé de qué compañía se trata —apuntó ella—. ¿Cuáles vuelan desde la terminal dos?

El hombre las enumeró.

—Maersk Air, una compañía danesa que vuela a Jylland entre otros lugares, Sabena que vuela a Bruselas, Alitalia, Delta Air a Estados Unidos, Estonian Air, Austrian Airlines y Finnair.

Annika anotó.

—¿Y todas vuelan desde distintas puertas de embarque?

—No —contestó el hombre—, los vuelos internacionales salen de la 65 a la 68 y de la 70 a la 73, que están un piso más abajo, y desde las que se embarca con autobuses.

—¿Qué? —exclamó Annika—. ¿La 65 es internacional?

—Dentro hay un control de aduanas y de seguridad.

—¿Y la 64, que clase de embarque es?

—Generalmente, nacional —informó el hombre—. Las puertas van por pares. Si bien es cierto que se pueden cambiar modificándolas de una forma especial...

—Muchas gracias —dijo Annika rápidamente y colgó.

Internacional, vaya. Christer Lundgren voló al extranjero el viernes 27 de julio por la noche y regresó después de las cinco de la madrugada del 28.

—No voló a Estados Unidos —se dijo Annika en alto, y tachó Delta Airlines.

Pudo volar ida y vuelta a Jylland, Finlandia, Bruselas, Tallin o Viena, las distancias eran lo suficientemente cortas y hacían que fueran destinos posibles teniendo en cuenta la hora del regreso. Un vuelo a Italia parecía algo más dudoso.

Pero la cuestión era ¿cómo regresó a casa a medianoche?, pensó. Tuvo que tener una reunión importante de cojones, debió de durar algún tiempo.

Contó con los dedos.

Digamos que salió a las ocho de la tarde, a cualquier sitio a donde fuera no llegaría antes de las nueve y media contando con el control de aduanas. Luego probablemente tendría que desplazarse a algún lugar en taxi o en coche particular, a no ser que la reunión tuviera lugar en el aeropuerto.

A las diez, pensó ella, debió de comenzar la reunión. Digamos que acabó a las once, de vuelta al avión y facturar. Realmente, no pudo estar de vuelta antes de medianoche.

A esa hora del día no hay muchos vuelos regulares, no con estas compañías. ¿Qué es Maersk Air, en realidad?

Suspiró.

Pudo regresar a casa de otra manera, pensó, en coche o en barco. Eso elimina Viena, Bruselas e Italia.

Bajó la vista a su cuaderno. Quedaban Jylland, Finlandia y Tallin. Buscó en la guía la oficina de billetes de Finnair, marcó un número 902 y acabó en el servicio telefónico de la compañía en Helsinki.

—No —dijo una voz amable que sonaba como un Mumitroll—, yo no puedo comprobar los datos en el ordenador de esta manera. ¿No tienes un número de vuelo? En tal caso no podré informarte.

Annika cerró los ojos, se pasó la mano por la frente.

—¿A qué ciudades voláis desde Estocolmo?

El hombre consultó su ordenador.

—Helsinki, claro —respondió—. Y Oslo, Copenhague, Viena, Berlín y Londres.

Dead end.De esta manera no podría controlar adonde iba el avión, era imposible.

—Una última pregunta —dijo ella—. ¿Cuándo sale el último vuelo a Estocolmo?

—Desde Helsinki. A las 21.45 y llega a Estocolmo a las 21.40. Hay una hora de diferencia.

Ella dio las gracias y colgó.

Tuvo que regresar a casa de otra manera que no fuera en un vuelo regular. Avión privado, pensó. Podía haber alquilado un avión para volver.

Es caro, pensó, y recordó los chismorreos sobre los vuelos privados del primer ministro. El alquiler hay que abonarlo, y ella no creía que el propio Christer Lundgren pagara el gasto. Esto atentaba contra su forma de ser.

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