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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

Studio Sex (38 page)

BOOK: Studio Sex
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Se levantó, se puso detrás de su silla y comenzó a darle un masaje en los hombros.

—Pero yo, sin embargo, te quiero —murmuró él, se inclinó y le mordió el lóbulo de la oreja. Sus manos se deslizaron por su cuello y asieron cuidadosamente sus pechos.

Annika se levantó y sirvió el café.

—Aún no voy a volver a casa —dijo cuidadosamente.

Sven la miró inquisitivamente.

—¿Y tu trabajo? —inquirió él—. Tienes que empezar en elKKdespués de las elecciones.

Ella respiró profundamente.

—Tengo que irme —anunció—. Hoy tengo mucho que hacer.

Se apresuró a salir de la cocina y vestirse. Sven se situó en la puerta y la estudió mientras ella se ponía los vaqueros y la camiseta.

—¿Qué haces durante todo el día? —preguntó.

—Investigo una serie de cosas —contestó Annika.

—¿No estarás viendo a otro?

Annika dejó que los brazos le colgaran en un gesto de abandono.

—Por favor —repuso—. Aun cuando tú piensas que soy una nulidad como periodista hay otros que piensan que soyokey...

Él la interrumpió abrazándola.

—Yo no creo, en absoluto, que seas una nulidad —replicó él—. Al contrario. Me cabrea mucho cuando hablan mal de ti en la radio. Yo ya sé lo fantástica que eres.

Se besaron apasionadamente, Sven comenzó a bajarle la cremallera.

—No —dijo Annika y apartó al hombre de su lado—. Tengo que irme si quiero hacer...

Él la acalló con un beso y la tumbó en la cama.

El archivo delFina Morgontidningenestaba pared con pared de la entrada delKvällspressen.Annika se apresuró a pasar a través de las puertas con la mirada clavada en el suelo. No deseaba encontrarse a nadie conocido y pasó discretamente por la recepción y entre las estanterías de periódicos. Tres hombres estaban sentados donde los microfilmes, en la mesa grande, ella dejó su bolso en la mesa pequeña.

El número nueve deFolket i Bild Kulturfrontde 1973 salió a comienzos de mayo. Cogió el archivador delMorgontidningende abril de ese mismo año y comenzó a hojear. Esto era una idea peregrina, tenía que reconocérselo a sí misma. Arrancó el apunte del cuaderno y lo puso frente a ella:

Archivo nacional, Gravgatan 24.

Archivo internacional, Valhallavägen 56.

Las hojas del periódico estaban amarillentas y rasgadas por algunas partes. El texto era diminuto y difícil de leer, no tenía más de siete puntos. La edición era embrollada y dispersa. Los anuncios de moda la hicieron reír, la gente de principios de los setenta parecía ridícula.

Pero el contenido de los artículos le resultó increíblemente familiar. Millones de personas estaban amenazadas de hambruna en África, a los jóvenes les costaba adaptarse al mercado laboral, Lasse Hallström había hecho una nueva película para televisión que se titulaba:¿Vamos a tu casa, a la mía o cada uno a la suya?

Por lo visto también se celebraba el campeonato del mundo de hockey sobre hielo, Olof Palme había pronunciado un discurso en Kungälv. La guerra del día se combatía en Vietnam y Camboya, el escándalo del Watergate comenzaba a desmadejarse en Washington. Suspiró. Ni una línea sobre lo que buscaba.

Cambió de archivador, del 16-30 abril al 1-15 abril.

El lunes 2 de abril era un día como otro cualquiera. El fin de semana anterior la guerrilla de Camboya había mantenido intensos combates con las tropas gubernamentales en Phnom Penh. Un abogado danés llamado Mogens Glistrup había alcanzado notoriedad con un nuevo partido de sólo un hombre llamado Partido del Progreso. John Mitchell, el anterior ministro de Defensa estadounidense, había accedido a ser interrogado por una comisión del Senado. Y en la página 17 debajo de todo a la izquierda, junto a la noticia «Impresionante aurora boreal sobre Estocolmo», rezaba:

«Extraño robo en unas oficinas».

El pulso de Annika aumentó, se desbocó hasta que pareció llenar la habitación.

Según el corto texto, unas oficinas en Grevgatan 24 habían sido registradas durante el fin de semana, seguramente la noche del domingo. Lo extraño era que no faltaba nada. Todo el material de oficina estaba en su sitio, pero los armarios y cajones estaban revueltos.

Yo sé lo que robaron, pensó. ¡Dios mío, sé lo que desapareció!

La segunda noticia la encontró en el suplemento 2, arriba a la izquierda en la página 34. Habían allanado una oficina en Valhallavägen 56. La noticia era escueta, comprimida entre una foto de Carl Gustaf, el príncipe heredero, que había pescado una trucha salmonada en Mörrumsån y un artículo sobre el cierre de la fábrica Gullfiber AJ3 en Billesholm.

Al parecer, ningún redactor del periódico había visto la relación entre los dos robos, quizá ni siquiera la policía.

Copió los dos artículos y volvió a colocar los archivadores en la estantería.

Voy por buen camino, pensó.

Luego cogió el 62 hasta Hantverkargatan.

Sven se había marchado, Patricia aún dormía. Ella se sentó en el salón con el cuaderno y el teléfono.

¿Qué áreas de responsabilidad tiene el ministro de Comercio Exterior?, escribió y suspiró.

Comercio y exportación, pensó. Promover el comercio con otros países. ¿Qué autoridad podría pagar estos viajes?

La Comisión de Exportación, escribió.

¿Qué exporta Suecia en realidad? Coches. Bosque. Papel. Mineral de hierro. Electricidad. ¿Quizá energía atómica?

El Consejo Superior de Energía Atómica, escribió.

¿Más? Medicinas.

Sanidad, anotó.

Productos electrónicos. Armas.

¿Armas? Sí, la exportación de armamento entraba dentro de las atribuciones de Comercio Exterior.

El Inspector de Material Bélico, escribió y a continuación estudió la lista. Esas eran las exportaciones que se le ocurrían, debía de haber muchas más que no conocía.

No vale la pena especular más, pensó, y marcó el número de la Comisión de Exportación.

El jefe de información no estaba y una mujer se hizo cargo de la llamada.

—No pertenecemos a la administración. Aquí no facilitamos ningún documento —dijo secamente.

—¿Está segura de eso? —repuso Annika—. ¿Podría decirle al jefe de información que me llamara cuando regrese?

Dio su nombre y número.

—Se lo notificaré, pero la respuesta será la misma —contestó la dama, enfadada.

Gilipollas, pensó Annika.

A continuación, buscó el Consejo Superior de Energía Atómica, advirtió que se encontraba en Klarabergsviadukten 90. Estaba cerrado hasta las 12.30. No encontró a ningún Inspector de Material Bélico en la guía, así que llamó a información.

—Han cambiado el nombre por Inspección de Productos Estratégicos —informó la telefonista de Telia.

El registrador de Sanidad estaba almorzando. Annika carraspeó, dejó el bolígrafo y se recostó en el sofá.

Lo mejor sería comer algo.

Klarabergsviadukten 90 era un complejo de cristal relativamente nuevo junto al puente de Kungsholm. Annika se paró frente a la puerta y leyó la lista de empresas: grupo Amu, Departamento de Protección de la Naturaleza, Consejo Superior de Energía Atómica, Inspección de Productos Estratégicos-IPE.

Aquí puedo matar dos pájaros de un tiro, pensó Annika.

Llamó al Consejo Superior de Energía Atómica pero no obtuvo respuesta. En cambio, llamó al timbre del nuevo Inspector de Material Bélico.

—Edificio A, quinto piso —dijo una voz vacilante por el intercomunicador.

Salió del ascensor en el quinto piso y se encontró con múltiples copias de sí misma, el rellano era una sala de espejos de acero pulido. Sólo había una puerta, la de IPE. Llamó al timbre.

—¿A quién deseas ver?

La mujer rubia que abrió la puerta era amable pero circunspecta.

Annika miró a su alrededor. La oficina parecía pequeña e íntima, el pasillo se extendía hacia ambos lados. No había ninguna recepción, al parecer, la mujer que abrió la puerta se sentaba en la oficina contigua.

—Me llamó Annika Bengtzon —dijo nerviosa—. Desearía consultar unos documentos públicos.

La mujer rubia pareció inquietarse.

—El noventa por ciento de nuestros archivos son secretos —dijo disculpándose—. Puedes hacer una solicitud y estudiaremos si podemos entregarte el documento en cuestión.

Annika suspiró en silencio. Seguro. Debería de haber pensado en eso.

—¿Hay algún registrador aquí? —preguntó.

—Por supuesto —contestó la mujer y señaló hacia el pasillo—. Su oficina está allí, la penúltima puerta.

—Pero el archivo no estará aquí —apuntó Annika y se dispuso a marcharse.

—Sí, está aquí —replicó la mujer.

Annika se detuvo.

—¿Entonces las facturas de viaje de hace cinco o seis semanas las tenéis aquí?

—Sí, pero no en el archivo. Soy yo quien se ocupa de estas facturas. Las guardo hasta el momento de hacer el balance. Soy la encargada de hacer las reservas de los viajes, que en realidad son muchos. IPE participa en numerosos congresos internacionales.

Annika observó a la mujer detenidamente.

—¿Las facturas de viajes son secretas?

—No —contestó la mujer—. Forman parte del diez por ciento de documentos públicos.

—¿Con qué frecuencia participan ministros en estos congresos?

—Si un ministro participa por parte de la Inspección, generalmente es Asuntos Exteriores quien se hace cargo de los gastos.

—¿Y si es el ministro de Comercio Exterior?

—Bueno, entonces Asuntos Exteriores se ocupa de la factura.

—Pero éste depende del Ministerio de Industria desde el punto de vista organizativo.

—Ah, entonces la factura debería llegar aquí.

—¿Siempre es así? —preguntó Annika.

De pronto la mujer se volvió recelosa.

—Quizá no siempre —replicó.

Annika la observó.

—Quisiera saber si tienes una factura de Christer Lundgren del 27, 28 de julio del año en curso.

La mujer observó a Annika detenidamente.

—Sí, la tengo.

Annika parpadeó.

—Perfecto. ¿La puedo ver?

La mujer se chupó los labios.

—Primero debo hablar con mi jefe —respondió y retrocedió hacia su despacho.

—¿Por qué? —inquirió Annika—. Dijiste que las facturas de viajes eran documentos públicos.

—Bueno, pero éste es algo especial.

Annika podía oírse el pulso retumbar en los oídos.

—¿Por qué?

La mujer dudó.

—Cuando llega la factura de un ministro, especialmente cuando no se espera, la sorpresa es mayúscula. Es muy extraño.

—¿Qué hiciste? —preguntó Annika.

—Se la enseñé a mi jefe. Él llamó a algún ministerio y le dieron la autorización. La aboné hace un par de semanas.

Annika tenía la boca completamente seca.

—¿Me puedes dar una copia de la factura y de los billetes?

—Primero tengo que preguntárselo a mi jefe —respondió la mujer y desapareció a otro despacho.

Salió al cabo de un rato y se dirigió hacia el fondo del pasillo. Treinta segundos más tarde le entregó a Annika unas fotocopias.

—Aquí tienes —dijo y esbozó una sonrisa.

A Annika le temblaban los dedos cuando recibió el documento.

—¿Dónde estuvo? —inquirió y hojeó los papeles.

—Voló con Estonian Air a Tallin la noche del 27 y alquiló un avión privado para regresar por la noche, aterrizó en Barkarby. El avión privado era estonio. ¿Deseas la suma de la cantidad en coronas suecas?

—No, gracias, no es necesario —respondió Annika.

Miró fijamente las copias de los recibos de las tarjetas de crédito que tenía frente a ella. Habían llegado a la Inspección el lunes 30 de julio. El ministro alquiló el avión con la Eurocard del gobierno. Annika esperaba encontrar la misma firma desordenada que en el recibo de Studio Sex, pero ésta era redonda e infantil.

—Muchísimas gracias —dijo Annika y sonrió a la mujer—. No sabes lo mucho que esto significa para mí.

—De nada —repuso la mujer.

Sus pies resonaban contra el asfalto casi sin tocarlo, rebotaban sobre las cámaras de aire de las zapatillas y la lanzaban hacia arriba junto a sus entrecortadas carcajadas.

¡El jodido agarrado no pudo esperar a que alguien pagara sus gastos!

Casi parecía levitar mientras regresaba a Hantverkargatan. ¡Tenía razón! El ministro había estado en otra parte y no deseaba que se supiera.

Cabrón, pensó. ¡Está quemado!

El teléfono sonaba cuando abrió la puerta de la casa, se lanzó sobre él y respondió jadeando.

—Hola, soy el jefe de información de la Comisión de Exportación —dijo un hombre con una pronunciación bien clara—. Al parecer deseabas tener acceso a unos documentos.

Annika se dejó caer sobre el sofá con el abrigo y el bolso colgando del hombro.

—Me han informado de que la Comisión Superior de Exportación no pertenece ahora a la administración y que no es posible tener acceso.

—Sí que lo es, tienes que hacer una petición por escrito, luego la registramos y comprobamos si el documento se puede entregar. Aunque muchos son confidenciales.

Vaya, pensó. Ahora sí se puede.

—Muchísimas gracias por llamar —dijo Annika fatigada.

La señora de la Comisión con la que había hablado primero no tenía ni idea, pero Annika no tenía fuerzas para irritarse por la estupidez de los funcionarios. Muchos aún no sabían que el principio de acceso del pueblo a los documentos públicos era una parte del derecho de libertad de prensa de la Constitución. Todos los documentos públicos debían ser entregados inmediatamente si alguien los solicitaba, a no ser que fueran confidenciales.

Una tenía que hacer de todo, pensó Annika, si quería que las cosas salieran bien.

Se levantó y colgó el abrigo y el bolso, luego llamó a la empresa Cherry para informarse de cuándo podía empezar a trabajar.

—Estamos completos —informó el jefe de personal—. Llama en primavera.

La realidad la alcanzó como un ladrillazo en la nuca. Colgó el auricular y exhaló un suspiro. ¿Qué podía hacer?

Se puso de pie inquieta, bebió agua en la cocina y miró en el cuarto de Patricia. La mujer dormía profundamente con la boca abierta. Annika se la quedó mirando un rato.

Patricia sabe mucho más de lo que me ha contado, pensó. Es una estupidez que la policía no sepa dónde está.

Cerró la puerta con cuidado y se dirigió de nuevo al teléfono. Q estaba en su oficina.

—Claro que me acuerdo de ti —dijo él—. Tú eras la que investigaba sobre Josefin Liljeberg.

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