Studio Sex (42 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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Se sentó en el sofá del cuarto de estar y realizó dos llamadas. Tuvo suerte. Los dos hombres estaban localizables. Acordó encontrarse con el primero al cabo de una hora y con el otro al día siguiente. Luego se volvió a meter en la cama e intentó dormir media hora más. Cuando se levantó estaba aún más cansada. Olía a un sudor fuerte y ácido, pero no tuvo fuerzas para bajar a ducharse. Se pasó un poco de desodorante por las axilas y se puso un jersey grueso.

Él ya había llegado, estaba sentado a una mesa junto a la ventana y miraba fijamente a la lluvia correr por la vidriera. Delante tenía una taza de café y un vaso de agua.

—¿Te acuerdas de mi? —preguntó Annika y alargó la mano.

El hombre se levantó y esbozó una sonrisa.

—Claro —respondió—. Tuvimos un buen encontronazo.

Annika se sonrojó, se dieron la mano y se sentaron.

—¿Qué quieres exactamente? —inquirió Q.

—Studio Sex lleva doble contabilidad —dijo Annika—. Joachim engaña a Hacienda. Los libros de verdad, en los que figuran las auténticas cifras, sólo están en el club de vez en cuando.

Annika se bebió de un trago el vaso de agua del policía. Q arqueó las cejas.

—Be my guest—dijo él—. De cualquier manera no tenía sed.

—Ahora están ahí hasta el sábado.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó el policía con calma.

—Trabajo allí como crupier. Ya no soy periodista. He dejado mi trabajo y he abandonado el sindicato. A las chicas del club les pagan directamente en mano. No se pagan impuestos ni seguridad social.

—¿Quién te ha contado todo eso?

—Patricia. Ella no es responsable ni tiene nada que ver con la economía, pero escribe las cifras en los libros de recaudación del bar. Y además lo vi esta madrugada.

El policía se levantó y se dirigió a la barra, pidió otra taza de café y cogió dos vasos de agua. Lo colocó todo sobre la mesa.

—Pareces necesitar una dosis de cafeína —apuntó él.

Annika bebió, el café estaba templado.

—¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó Q quedamente.

Ella no respondió.

—¿Sabes lo que estás haciendo? —inquirió él.

Ella bebió agua.

—¿Qué?

—Estás cooperando con la policía —anunció él—. Creía que eso quedaba por debajo de tu dignidad.

—Ya no tengo que preocuparme de proteger a mis fuentes —respondió Annika secamente—. No represento a los medios, le digo a la policía lo que quiero.

Él la observó divertido.

—¡Venga ya! —exclamó—. Las cosas no son tan sencillas. Si te conozco bien, estás ahí sentada pensando en el provecho que le sacarás a esto.

Ella se agitó.

—Bullshit—repuso ella—. No me conoces en absoluto.

—Sí, a la periodista que hay en ti.

—Está muerta.

—Bullshit—contraatacó él—. Está herida y cansada. Sólo está tomándose un respiro y pronto saldrá de nuevo a la pista.

—Nunca —espetó ella.

—¿Así que vas a ser crupier en tugurios de mala muerte el resto de tu vida? Sería una pena.

—Creía que pensabas que soy un coñazo.

Q sonrió ampliamente.

—También lo eres, como un grano en el culo. No está mal, lo necesitamos. Tenemos que sentir que estamos vivos.

Ella lo observó con desconfianza.

—Te estás quedando conmigo —dijo.

—Sí, quizá un poco —repuso él.

—Lo podéis detener por la contabilidad —apuntó ella—. No sé lo que hay en ella, pero debería ser suficiente como para cerrar el club. Además yo misma estoy cometiendo un delito, practico juegos de azar en la ruleta. A Joachim le parece bien.

—Entonces acabarán pillándote —dijo Q—. Más tarde o más temprano.

—Esta noche pienso volver allí, luego lo dejaré. Ayer gané ocho mil coronas, con una noche más me apañaré hasta que me den el desempleo.

—Eso dicen todos —replicó él.

Annika calló, la vergüenza le quemaba el rostro. Comprendió que él tenía razón, bajó la vista hacia sus manos.

—Ya he hablado demasiado —dijo—. Ahora sólo quiero escuchar.

El policía se levantó y regresó con un sándwich de queso.

—Esto es completamenteoff the record—señaló él—. Si alguna vez escribes algo te asaré a fuego lento.

—Coacción y amenazas —replicó Annika.

Él esbozó una rápida sonrisa y luego se puso serio.

—Tenías razón —informó él—. El asesinato de Josefin Liljeberg está policialmente resuelto.

—¿Por qué no lo detenéis? —preguntó Annika demasiado alto.

Q se inclinó sobre la mesa de mármol.

—¿No crees que lo haríamos si pudiéramos? —contestó en voz baja—. Joachim tiene una coartada perfecta. Seis chicos aseguran que estaba en Sturecompagniet a las cinco y que luego se fue con ellos en un taxi limusina a una fiesta privada. Todos los muchachos cuentan la misma historia.

—¡Pero están mintiendo! —exclamó Annika.

El policía mordió su pan seco.

—Por supuesto —replicó y tragó un bocado—. El problema es demostrarlo. Un camarero de Sturecompagniet asegura que Joachim estuvo allí, pero no puede aclarar a qué hora exactamente. Tampoco puede decir cuándo se marchó. El chófer del taxi limusina confirma que llevó a un grupo de jóvenes borrachos de Stureplan a Birkastan. Joachim tiene el recibo. El chófer no puede confirmar ni desmentir que Joachim estuviera en el taxi, no vio a los muchachos que estaban sentados detrás. Y Joachim no estuvo sentado delante ni pagó. La dueña del piso de Rörstrandsgatan dice que Joachim se quedó dormido en el sofá alrededor de las seis. Seguramente dice la verdad.

—Joachim estaba en el club poco antes de las cinco —dijo Annika encolerizada—. Se peleó con Josefin, Patricia los oyó.

Q suspiró.

—Yes,lo sabemos. Es la palabra de Patricia contra la de siete chicos. Si, y digo si, este asesinato llevara alguna vez a una acusación y consiguiéramos romper la historia de los muchachos, entonces todos tendrían que ser acusados de falso testimonio. Eso es casi imposible.

Permanecieron sentados un rato en silencio, Annika bebió del café frío. El policía comió su sándwich de queso.

—Puede que alguno hable —dijo Annika.

—Sí —repuso Q—. El problema es que la mayoría de ellos estaban tan borrachos que no recuerdan nada. Les han servido la historia como si fuera verdad y creen realmente lo que dicen. Calculo que uno o quizá dos de los chicos son conscientes de que mienten. Pero son los mejores amigos de Joachim. Y de pronto ahora ambos se mueven con mucho dinero. Nunca abrirán el pico.

Annika se sentía cansada, rozando el malestar.

—¿Qué pasó realmente? —preguntó agotada.

—Lo que tú piensas —contestó Q—. Joachim la estranguló detrás de la lápida.

—¿Y la violó?

—No, allí no, entonces no. Aunque ella tenía esperma, y la prueba de ADN mostró que era de Joachim, al parecer tuvieron una relación sexual unas horas antes y aún le quedaban restos.

Annika cerró los ojos y rebuscó en su memoria.

—Pero primero anunciasteis que fue una violación —dijo ella—. Dijisteis que había indicios de violencia sexual.

El policía se acarició la frente.

—Casi todas eran antiguas heridas —relató—, sobre todo en el ano. Solía violarla analmente.

Ella sintió de repente ganas de vomitar.

—¡Joder! —exclamó ella.

Permanecieron sentados en silencio un rato.

—La otra mujer asesinada en Kronobergsparken —dijo Annika de pronto—. Se llamaba Eva, ese asesinato también está sin resolver, ¿verdad?

Q suspiró.

—Yes,ahí pasó lo mismo. Nosotros lo considerábamos resuelto. Fue su ex marido. Lo detuvimos un par de años después, pero tuvimos que soltarlo. Nunca conseguimos meterlo en la cárcel. Ahora ya está muerto.

—¿Y Joachim va a escapar? —preguntó Annika.

Q se puso la chaqueta.

—No, si tus datos son correctos —contestó—. No nos dará tiempo a organizar un registro esta noche, pero mañana nos pasaremos por ahí. Mantente apartada.

Se levantó y se detuvo junto a la silla de ella.

—Me pregunto una cosa —dijo.

—¿Qué? —inquirió Annika.

—¿Qué ocasionó las heridas de la mano?

Annika permaneció sentada pesadamente en la silla mientras el hombre abandonaba la cafetería.

La noche en el club se arrastraba lentamente. Patricia miró a Annika interrogante.

—Tienes mala cara. ¿Te sientes mal?

Annika se secó el sudor frío de la frente, se pringó la mano de maquillaje.

—Creo que sí —contestó—. Tengo frío y me siento mal.

Se sentaron en un banco de madera dentro del vestuario, la luz azulada hizo que relucieran las ampollas rojas en los pies de Annika.

—¿Cuánto dinero has ganado hoy? —preguntó Patricia.

Annika deseaba llorar.

—No lo suficiente —repuso, bajó la vista a su biquini azul cielo.

Sintió con mayor claridad la sensación de vómito en la garganta. Hoy era viernes y se paseaban aún más chicas desnudas por el local. Se sentaban en las rodillas de los hombres, oprimiendo sus vulvas contra las rayas de sus pantalones y de sus corbatas. Les atraían a los cuartos privados y los embadurnaban con una loción, Apotekt tamaño familiar, que, además de ser económica, no tenía perfume.

—Es importante que no huela a nada —le había explicado Patricia—. Los puteros luego tienen que volver a casa con su mujer.

Annika estaba nerviosa y preocupada, ¿y si lo había malinterpretado todo? No se atrevía a preguntarle a Patricia más sobre los libros y la doble contabilidad, y Patricia no sacaba el tema a colación. ¿Y si la policía hacía la redada aquella misma noche? ¿Y si Joachim sacaba los libros?

Se apartó el pelo del rostro con manos temblorosas.

—¿Quieres un sándwich o un cafelito? —preguntó Patricia preocupada. Annika se obligó a sonreír.

—No, gracias, pronto estaré mejor.

Joachim estaba sentado en la oficina contigua, afortunadamente ella se ocupaba de unos jugadores cuando llegó.

¿Cómo puede alguien llegar a ser así? —pensó ella—. ¿Qué es lo que no funciona en la cabeza cuando se llega a asesinar al ser amado? ¿Cómo se puede matar a una persona y continuar viviendo como si nada hubiera pasado?

—Tengo que salir de aquí —dijo Patricia—. ¿Vienes?

Annika se agachó y se puso tiritas nuevas en las ampollas.

—Sí —contestó.

El volumen de la música de la sala de actuaciones había subido. Dos chicas se encontraban en el escenario. Una de ellas danzaba alrededor del barrote, contoneándose y lamiéndolo; la otra había sacado a bailar a un hombre del público, que le untaba crema de afeitar en los pechos, mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y simulaba gemir de placer.

Annika siguió a Patricia tras la barra del bar y sacó una Coca-Cola de la máquina de refrescos.

—¿No te resulta pesado ver esto cada noche? —murmuró Annika al oído de Patricia.

—Apúntale un champán al calvo ese —dijo una de las chicas desnudas y Patricia se giró hacia la máquina.

Annika salió, regresó al vestíbulo y sintió un escalofrío. En la entrada hacía frío. Sanna no estaba. Se sentó en el taburete que había colocado detrás de la mesa de la ruleta.

—¿Cómo van los negocios?

Joachim estaba en la puerta de la oficina, sonreía con los brazos cruzados.

Annika saltó inmediatamente al suelo.

—Más o menos, ayer fue mejor.

Él se acercó a la mesa sin apartar la vista ni dejar de sonreír.

—Me parece que aquí tienes un auténtico futuro —dijo él y se situó detrás de la mesa junto a ella.

Annika se lamió los labios, intentó sonreír.

—Gracias —respondió y bajó las pestañas.

—¿Por qué viniste a trabajar aquí? —preguntó, con un tono de voz más frío.

Miente, pensó ella, pero cíñete a la verdad tanto como te sea posible.

—Necesitaba dinero rápido —contestó y levantó la vista—. Me echaron del trabajo, dijeron que era muy peleona. Un... cliente se quejó de mí y al jefe le entró el miedo.

Joachim se rió, acarició su hombro y dejó que su mano se entretuviera en uno de sus pechos.

—¿Dónde trabajabas?

Ella titubeó, luchó contra el impulso de retirarse.

—En un supermercado —repuso—. En la carnicería de Vivo en Fridhemsplan. Cortando salchichas todo el día, ¿crees que es divertido?

Joachim rió con fuerza y retiró su mano.

—Me alegro de que lo dejaras —dijo—. ¿Con quién trabajabas?

El corazón de ella se detuvo. ¿Conocía a alguien ahí?

—¿Y eso? —inquirió ella y esbozó una sonrisa—. ¿Tienes conocidos en el mundillo de las salchichas?

Él emitió una sonora carcajada.

—Creo que deberías pensar en el escenario —apuntó él al calmarse, y se acercó un paso más—. Tú estarías maravillosa bajo la luz de los focos. ¿Nunca has soñado con ser una estrella?

Le metió ambas manos en el cabello y acarició su cuello. Annika se espantó al sentir un intenso estremecimiento en su vulva.

—Estrella, ¿como Josefin?

La pregunta salió por su boca antes de que le hubiera dado tiempo a pensarla. Joachim reaccionó como si hubiera recibido un puñetazo, la soltó y dio un paso atrás.

—¡Joder! ¿Qué sabes?

¡Coño! ¿Cómo podía ser tan estúpida?, pensó, y maldijo su bocaza.

—Trabajaba aquí, ¿no? —respondió, y no pudo evitar el temblor.

—¿La conocías o qué?

Annika sonrió nerviosa.

—No, nunca la había visto. Pero Patricia me contó que había trabajado aquí...

Él se volvió a acercar y colocó su rostro justo delante del suyo.

—Josefin acabó mal de la hostia —dijo él sofocado—. Tenemos clientes muy poderosos, ¿sabes? Pensó que les podría engañar con el dinero. Ten cuidado. No intentes engañar a nadie aquí, ni a los clientes ni a mí.

Joachim se dio la vuelta y subió por la escalera de caracol. Annika se agarró a la ruleta, a punto de desmayarse.

Diecinueve años, siete meses y quince días

Me empuja un deseo de entender. Comprendo que busco explicaciones y coherencia en donde quizá no la haya. ¿Qué sé yo en realidad sobre la condición del amor?

En realidad él no es malo. Sólo vulnerable, pequeño y bruto, marcado por su infancia. No hay nada que indique que su impotencia tenga que expresarse siempre de la misma manera. Cuando madure dejará de pegarme. Mi maldita desconfianza me clava la picota en el estómago: le he juzgado demasiado a la ligera. Mis propios cambios los considero obvios, sin embargo, ignoro los suyos por completo.

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