Studio Sex (37 page)

Read Studio Sex Online

Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
8.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

Estructuración, pensó. Ordena los hechos. Empieza desde el principio. Elimina los deseos, sé lógica. Sopesa los pros y loscontras.¿Qué ha ocurrido en realidad?

Un ministro dimite después de ser declarado sospechoso de un asesinato, y no de una muerte cualquiera: una violación en un cementerio. Imaginemos que el hombre es inocente. Digamos que ha estado en otro lugar la madrugada en que la mujer fue asesinada y violada. Supongamos que tiene una coartada perfecta.

¿Por qué diablos no limpia su nombre? Su vida está arruinada, políticamente está más que muerto, socialmente es un apestado.

Solo hay una explicación, pensó Annika. Mi primera idea es buena: la coartada es aún peor.

Okey,aún peor, pero ¿para quién? ¿Para él mismo? Lo dudo, eso sería imposible.

Solo queda una alternativa: peor para el partido.

Así pues había llegado a una conclusión.

¿El resto? ¿Qué podía ser peor para el partido que tener un ministro sospechoso de asesinato en medio de una campaña electoral?

Se retorció agitada en la cama, se puso de lado y miró fijamente la pared de la habitación. Oyó cómo Patricia abría la puerta de la calle y bajaba por las escaleras, seguramente iría a ducharse.

Una certidumbre llegó a su cerebro ligera como la brisa.

Sólo la pérdida del poder era peor. Christer Lundgren hizo algo aquella noche que provocaría que los socialistas perdieran el poder si salía a la luz. Tenía que ser algo fundamental, algo esencial. ¿Qué podía desequilibrar al partido del Gobierno?

Annika se sentó erguida en la cama. Recordó las palabras, las volvió a oír en su cabeza. Se encaminó al teléfono del salón, se sentó en el sofá con el aparato sobre las rodillas. Cerró los ojos, hizo unas cuantas y profundas inspiraciones.

Si Anne Snapphane aún se hablaba con ella, aunque la hubieran echado del periódico, quizá Berit Hamrin también la considerara todavía como una colega. Si no lo intentaba nunca lo sabría.

Marcó decidida el número de la centralita delKvällspressen.Al preguntar por Berit alteró algo la voz, no quería que la telefonista la reconociera.

—¡Annika, qué alegría saber de ti! —exclamó Berit con sinceridad—. ¿Cómo te va?

Su corazón se tranquilizó.

—Bien, gracias. He estado un par de semanas en Turquía; ha sido muy interesante.

—¿Has hecho el reportaje sobre los kurdos?

Berit pensaba que ella aún era periodista.

—No, sólo he ido de vacaciones. Oye, estoy pensando en una cosa relacionada con IB. ¿Podemos vernos y hablar un rato?

Si Berit se sorprendió no lo demostró.

—Claro, ¿cuándo?

—¿Qué haces esta noche?

Acordaron encontrarse en la pizzería media hora más tarde. Patricia entró por la puerta, en chándal y con una toalla enrollada en la cabeza.

—Voy a salir un rato —anunció Annika y se levantó.

—He olvidado decirte una cosa —dijo Patricia—. Sven dijo que se quedaría un par de días.

Annika se encaminó hacia el perchero.

—¿Trabajas esta noche? —preguntó Annika mientras se ponía el abrigo.

—Sí, ¿por qué?

La lluvia caía a cántaros y hacía que las grasientas ventanas del restaurante brillaran comostrassen la oscuridad. Berit ya había llegado. Su paraguas se había doblado con el viento. Annika se balanceó empapada a través de la puerta.

—Me alegro de verte —dijo Berit y esbozó una sonrisa—. Tienes muy buen aspecto.

Annika se rió y se despojó del abrigo mojado.

—Dejar elKvällspressenha sido milagroso para mi salud. ¿Cómo van las cosas por el periódico?

Berit suspiró.

—Bastante revueltas. Anders Schyman intenta dirigir las cosas, pero el resto de los redactores jefe le pone muchas trabas.

Annika agitó su pelo mojado y se lo atusó hacia atrás.

—¿Sí?

—Schyman quiere establecer nuevas rutinas, reuniones diarias y seminarios sobre la orientación del periódico.

Annika abrió los ojos.

—Ya entiendo. Los otros chillarán al unísono pensando que quiere convertir elKvällspressenen SVT, ¿verdad?

Berit asintió y sonrió.

—Exacto. En pocas semanas te ha dado tiempo a aprender mucho de los entresijos del periódico.

Un camarero se encargó de su exiguo pedido, café y Ramlösa. Se marchó enfadado.

—¿Va muy mal la campaña electoral de los socialistas? —preguntó Annika.

—Horrible —contestó Berit—. Han oscilado del 54 por ciento que tenían en los sondeos de primavera a estar por debajo del 35 por ciento.

—¿Es debido al asunto IB o al asunto del puticlub?

—Seguramente a una combinación —repuso Berit.

El vaso y la taza fueron depositados sobre la mesa con un golpe innecesario.

—¿Recuerdas nuestra conversación sobre el archivo IB? —inquirió Annika cuando el camarero desapareció.

—Claro —dijo Berit—. ¿Por qué?

—Tú creías que el archivo internacional original aún existía. ¿Por qué piensas eso? —interrogó Annika y le dio unos traguitos al agua mineral.

Berit recapacitó antes de responder.

—Por muchas razones. Ya había habido registros de opinión con anterioridad, durante la guerra; se prohibieron cuando terminó y, mucho más tarde, el ministro de Defensa Sven Andersson dijo que el archivo de los años de guerra «había desaparecido». En realidad siempre estuvo en los archivos del Alto Estado Mayor bajo las siglas F/S que se hicieron públicos hace unos años.

—Entonces los socialistas han mentido con anterioridad sobre archivos perdidos —constató Annika.

—En efecto. Y algunos años después, Sven Andersson dijo que el archivo IB se había destruido en 1969. La última noticia es que se quemó en 1973 justo antes de que se destapara el escándalo IB. Pero nunca se registró ninguna destrucción de los archivos, ni del nacional ni del internacional.

—¿Quieres decir que se documentaban las destrucciones? —preguntó Annika

Berit bebió del café y esbozó una mueca.

—¡Uh! Esto está recalentado. Bueno, IB formaba parte de la burocracia tradicional sueca. Hay cantidad de papeles suyos en los archivos de los servicios de información del Estado Mayor. Todo se registraba, incluso los informes sobre la destrucción de datos. No hay nada de esto en relación con estos archivos, lo que significa que probablemente aún existan.

—¿Algo más? —inquirió Annika.

Berit reflexionó.

—Siempre han asegurado que los archivos nacional e internacional se destruyeron al mismo tiempo y que no existían copias. Por lo menos sabemos que una cosa es mentira.

Annika miró a Berit detenidamente.

—¿Cómo conseguiste que el presidente del parlamento reconociera en el periódico su relación con IB?

Berit se pasó la mano por la frente y suspiró.

—Buen argumento —contestó.

—¿Me lo puedes contar?

Berit permaneció sentada en silencio un momento, metió dos terrones de azúcar en el café y lo revolvió.

—El presidente siempre ha negado que conociera a Birger Elmér —dijo en voz baja—. Aseguraba que ni siquiera se habían visto. Pero yo sé que no es cierto.

Se calló, Annika esperó.

—En la primavera de 1966 —continuó por fin Berit—, se reunieron Ingvar Carlsson y Birger Elmér en el piso del presidente en Nacka. La mujer del presidente también estuvo presente. Cenaron. Acabaron hablando sobre la esterilidad del matrimonio. Birger Elmér opinó que la pareja debía adoptar un niño, lo cual harían más tarde. Yo le conté esto al presidente y entonces habló...

Annika miró fijamente a Berit.

—¿Cómo coño supiste eso?

Berit la observó cansada.

—Eso no te lo puedo contar, tú misma lo debes comprender —repuso.

Annika se recostó en la silla. El pensamiento la turbó. ¡Dios mío! Berit debía de tener una fuente en la cúpula más alta del partido.

Permanecieron sentadas en silencio un buen rato, la lluvia retumbaba ahí fuera en la calle.

—¿Dónde estaban los archivos antes de desaparecer? —preguntó Annika finalmente.

Berit suspiró.

—El archivo nacional estaba en Grevgatan 24 y el archivo internacional en Valhallavägen 56. ¿Por qué lo preguntas?

Annika había sacado papel y bolígrafo y anotaba las direcciones.

—Quizá no fueran los propios socialistas los que se encargaron de que los archivos desaparecieran.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Berit.

Annika no contestó. Berit se cruzó de brazos.

—Muy poca gente sabía de la existencia de los archivos, y menos aún dónde se guardaban.

Annika se inclinó hacia delante.

—La copia del archivo internacional se encontró en la oficina de correos del Alto Estado Mayor, ¿no es así?

—Efectivamente —contestó Berit—. El paquete llegó a la oficina de correos y distribución del Estado Mayor, se registró, se incluyó en el diario y se catalogó. Los papeles no fueron clasificados como secretos.

—¿Qué día llegaron?

—El 17 de julio.

—¿De dónde procedían? —preguntó Annika.

—El diario no lo indicaba —dijo Berit—. El remitente era lo que se conoce como látigo: punto, barra, punto, que significa anónimo. Puede proceder de cualquier autoridad.

—Pero ¿por qué una autoridad permanecería anónima en este caso? —preguntó Annika sorprendida.

Berit se encogió de hombros.

—Quizá encontraron los papeles dentro de un armario y luego no desearon cargar con la culpa por haber estado sentados encima de ellos durante tantos años.

Annika exhaló un suspiro, undead endmás.

Permanecieron sentadas en silencio y observaron a los otros clientes. Al fondo del local había unos cuantos hombres con monos azules que tomaban su pizza nocturna y dos mujeres vocingleras con una cerveza cada una.

—¿Dónde se encontraba exactamente el documento cuando lo leíste? —preguntó Annika.

—Acababa de llegar al archivo —contestó Berit.

Annika esbozó una sonrisa.

—Tienes amigos en todas partes.

Berit correspondió a la sonrisa.

—Una debe llevarse bien con las telefonistas, secretarias, funcionarios y personal de archivos.

Annika apuró el vaso.

—¿Y no había nada que delatara la procedencia de los documentos?

—No. Fueron entregados en dos grandes sacas.

Annika arqueó las cejas.

—¿Sacas? ¿Sacas de patatas?

Berit asintió.

—No se me ocurrió pensar dónde habían estado, me concentré en el contenido de los documentos. Fue uno de los mejores soplos de mi vida.

Annika sonrió.

—Comprendo. ¿Cómo eran las sacas?

Berit la observó durante unos segundos.

—Ahora que lo dices, las sacas tenían un texto impreso.

—¿No viste lo que decía? —preguntó Annika.

Berit cerró los ojos y se pellizcó con el dedo gordo y el índice entre los ojos, suspiró, se pasó la mano por la frente y se chupó los labios.

—¿Y...? —demandó Annika.

—Pudo ser una valija —apuntó.

Annika no comprendió.

—¿Qué coño es una valija?

—En la Convención de Viena hay un parágrafo que trata de la inviolabilidad de la comunicación entre un Estado y sus representantes en el extranjero, me parece que es el artículo 27. Eso significa que el correo diplomático se envía en unas valijas especiales que son inmunes a los controles. El correo del gobierno pasa la aduana en las sacas. Pudo ser una de esas sacas.

Annika sintió que el vello se le ponía de punta.

—¿Cómo pudo llegar al Estado Mayor?

Berit titubeó.

—Una valija sueca nunca llegaría hasta allí. En realidad siempre van desde Asuntos Exteriores a las distintas embajadas y al revés.

—Pero ¿ésta era extranjera?

Berit meneó la cabeza.

—No, me debo de confundir. Una valija sueca es azul con un texto amarillo que dice «diplomatic». Esta era gris con el texto rojo. No pensé en lo que ponía, sólo me interesaba tener una idea del tamaño del archivo, si contenía los papeles originales o copias. Por desgracia no eran los originales...

Permanecieron sentadas en silencio un momento, Annika observó a su antigua compañera.

—¿Cómo sabes todo esto? Artículos y convenciones...

Berit sonrió.

—A lo largo de mi vida he escrito sobre casi todo. Algunas cosas se quedan.

Annika dejó que su vista resbalara por la ventana.

—Pero ¿podía haber sido una valija extranjera?

—O un saco de patatas —replicó Berit.

—¿Ves por dónde van los tiros? —preguntó Annika.

—¿Cuáles? —preguntó Berit sorprendida.

—Te lo contaré cuando esté segura —dijo Annika—. ¡Gracias por ayudarme!

Le dio a Berit un rápido abrazo, abrió el paraguas y se introdujo en el aguacero.

Diecinueve años, cuatro meses y treinta días

Él adivina el abismo como una vertiginosa sensación en la oscuridad, hace equilibrios al borde sin ser consciente del precipicio. Esto se manifiesta en exigencias convulsivas y labios apretados. Me chupa y me succiona hasta que mi clítoris es tan grande como una ciruela, asegura que los chillidos son de placer no de dolor. La hinchazón dura unos días, me escuece cuando me muevo.

Ando a tientas. La oscuridad es enorme. La angustia cuelga como una humedad gris en mi interior, imposible respirar. El llanto habita justo bajo la superficie, siempre presente, inseguro, cada vez más difícil de controlar. La realidad se encoge, se reduce por la presión y el frío.

Mi única fuente de calor propaga al mismo tiempo una crudeza heladora.

Y él dice

que nunca me dejará marchar.

Miércoles, 5 de septiembre

—Aquí no se puede vivir, coño. No hay agua caliente, ni siquiera un jodido retrete. ¿Cuándo vas a volver a casa?

Sven estaba sentado en la cocina en calzoncillos y comía leche cuajada.

—Ponte algo —dijo Annika y se anudó la bata—. Patricia está durmiendo ahí dentro.

Se dirigió a la cocina y se sirvió café.

—Justo —refunfuñó Sven—. ¿Qué coño hace aquí?

—Necesitaba un sitio donde vivir. Yo tenía un habitación vacía.

—Y esta cocina —replicó Sven— es peligrosísima. Vas a prenderle fuego a toda la casa.

Annika suspiró en silencio.

—Es una cocina de gas, no es más peligrosa que las eléctricas.

—No digas chorradas —le espetó Sven.

Annika no respondió, bebió su café en silencio.

—Escucha —dijo Sven suplicante después de algunos minutos—, deja todo esto y vente a casa conmigo. Ahora ya lo has probado, has visto que no funciona. Tú no eres una periodista peleona, esta ciudad no es para ti.

Other books

A Heritage of Stars by Clifford D. Simak
Rouge by Leigh Talbert Moore
Conference With the Boss by Sierra Summers
Forget Me Not by Carolee Dean
Queens Full by Ellery Queen
Would-Be Wilderness Wife by Regina Scott
Women and Other Monsters by Schaffer, Bernard
When Good Kids Have Sex by Katherine Gordy Levine