—Señor —dijo Christine en cuanto tuvo enfrente a Cole—, acabo de interceptar una petición de auxilio procedente de Cyrano.
—¿Qué es Cyrano? ¿Dónde se encuentra? —preguntó Cole—. ¿Y por qué ha hecho venir a Val?
—Cyrano es un planeta que está a noventa años luz de aquí, y la llamada de auxilio mencionaba a la
Pegaso
.
—¡Ese cabrón ha puesto en peligro mi nave! —gritó la enfurecida Val.
—¿De qué habla? —preguntó Cole.
—En Cyrano se encuentra la base de Donovan Muscatel —dijo Val—. Es rival de Tiburón, y Tiburón ha tenido la idea de acercarse en una nave que el otro no conocía y abrir fuego.
—¿Y cree que la refriega habrá terminado ya?
—No me atrevería a afirmar que Donovan haya muerto —respondió Val—. Pero sí que la
Pegaso
debe haber arrasado su base.
—Entonces, ¿cómo es posible que no haya muerto?
—Tiene cuatro naves. Nunca están todas en la base al mismo tiempo, por lo que es posible que no se encontrara en Cyrano durante el ataque. Pero le garantizo que, cuando lleguemos allí, sólo vamos a encontrar un agujero en el suelo.
—Piloto, llévenos hacia allí de todos modos, a la máxima velocidad —ordenó Cole. Christine le dirigió una mirada interrogadora—. Tenemos que empezar por alguna parte —dijo Cole—. Si queda algún superviviente, tal vez sea capaz de explicarnos dónde se encuentran las otras naves de Muscatel. —Se volvió hacia Val—. Tiburón habrá ido en busca de las otras naves tras destruir la base, ¿verdad?
—Una vez que ha empezado, no puede permitirse que quede ningún superviviente, porque, si no, tendrá que estar alerta el resto de su vida. —De pronto, arreó un puñetazo contra la pared—. ¡Maldito sea mil veces!
—¿Qué pasa?
—¡Donovan tiene amigos, y ahora saldrán todos en persecución de mi nave!
—¿No es eso también lo que vamos a hacer nosotros? —preguntó Christine, visiblemente confusa.
—Sí —respondió Cole—. Pero nuestra intención era capturarla y devolvérsela a Val, después de quedarnos con una parte del tesoro por las molestias. En cambio, los amigos de Muscatel la buscarán para destruirla junto con todos los que se encuentren en ella.
—¡Que Dios se apiade de los que destruyan la
Pegaso
! —masculló la encolerizada Val—. ¡Porque pueden estar seguros de que yo no me voy a apiadar!
—Guárdese las amenazas para más tarde —dijo Cole—. Antes tenemos que pensar en otras cosas. Por ejemplo: si nos acercamos a la
Pegaso
, ¿cree que Tiburón querrá hablar, o nos disparará?
—Nos disparará.
—¿Aun cuando no sepa que se encuentra usted a bordo?
—Tiburón no habla —dijo Val—. Nunca. Si nos acercamos a él, pensará que tenemos un motivo para hacerlo, y, sea cual sea ese motivo, seguro que no será nada bueno para la
Pegaso
. Nos disparará.
—La
Pegaso
es su nave —dijo Cole—. Quiero que baje a Seguridad y le cuente a Sharon Blacksmith todo lo que sepa sobre ella… tamaño, armamento, defensas, máxima velocidad, debilidades.
—Ya lo hice.
—Hágalo de nuevo.
—Sería una pérdida de tiempo.
—Puede ser, pero quizás haya algún detalle que se le escapó la primera vez. Sharon nos escucha, así que la estará esperando.
—No —dijo Val—. Ya le conté todo lo que sabía.
—Estoy harto de que se pongan en tela de juicio mis criterios —dijo Cole—. Acabo de darle una orden. Si la desobedece, abandonaremos ahora mismo la persecución de la
Pegaso
y la dejaremos en el primer mundo con atmósfera de oxígeno que encontremos, tanto si está habitado como si no.
Val le dirigió una mirada larga e inexpresiva.
—Ésta es su nave. Haga lo que le plazca —dijo por fin—. Pero no se atreva a hablarme en ese tono de voz acerca de mi nave.
Se volvió y se marchó hacia el aeroascensor.
—¿Sabe usted? —dijo Briggs, que se encargaba de los sensores—, por un momento he llegado a pensar que esa mujer le pegaría.
—No creo que le costara mucho fregar el suelo conmigo —reconoció Cole—. Pero, por encima de todo lo demás, quiere recuperar su nave, y hará todo lo que sea necesario para recobrarla. Y si Sharon le saca algo que pueda resultarnos útil, quizá logremos inutilizar la
Pegaso
, en vez de destruirla.
Mientras hablaban, Christine había estado observando las diversas pantallas.
—Esa mujer tenía razón, señor —dijo—. La
Pegaso
ha abandonado el sistema Cyrano.
—¿Tienes idea de adónde puede ir?
Christine negó con la cabeza.
—No, señor. En Cyrano no hay tecnología avanzada, señor. No tienen recursos para perseguir a una nave que se desplaza a la velocidad de la luz por un agujero de gusano de grado tres.
—Está bien —dijo Cole—. Creo que vamos a necesitar que alguien entreviste a los supervivientes o testigos oculares que encontremos.
—Querría presentarme voluntario, señor —dijo Briggs.
—Estupendo. Persónese en la
Kermit
cuando alcancemos los confines exteriores del sistema.
—Yo también querría presentarme —se ofreció Jack.
—Se lo agradezco —respondió Cole—, pero nos bastará con tres miembros.
—Por el momento sólo cuenta usted con uno, señor —dijo Jack.
—Val tendrá que ir —respondió Cole—. Ella sabrá las preguntas que tiene que hacer.
—Por ahora sólo son dos, señor.
—El tercero voy a ser yo.
—Tenía entendido que el capitán no podía abandonar la nave mientras ésta se encontrara en territorio hostil, señor —observó Jack.
—No, no puede —dijo Cole—. Y si se le ocurre alguna otra persona a quien Val vaya a obedecer cuando la cosa pinte fea, estaré encantado de quedarme a bordo.
Jack no supo qué responderle y se quedó en silencio.
—Piloto, ¿cuánto nos falta para llegar? —preguntó Cole.
—Si el agujero de gusano Boratina no se ha desplazado, entraremos en el sistema de Cyrano dentro de ochenta y siete minutos estándar —respondió Wkaxgini.
—¿Y si se ha desplazado?
—En ese caso, entraríamos en el sistema de Cyrano dentro de ochenta y siete minutos estándar.
—Le agradezco la precisión de su respuesta —le dijo Cole secamente—. Christine, busque un reemplazo para Briggs. Briggs, baje a la armería y saque una pistola láser, una sónica y un traje protector.
—No soporto la cosa esa —se quejó Briggs.
—Pues yo no soporto que se me mueran los oficiales —respondió Cole—. El traje protector no llega a pesar dos kilos y medio. Quiero que se lo haya puesto antes de subir a la lanzadera.
—Me hace sudar.
—Repítase a sí mismo sin cesar: los cadáveres no sudan.
—Sí, señor —dijo Briggs de mala gana. Y a continuación preguntó—: ¿Valquiria se va a poner traje protector?
—En mi vida he conocido a una persona que supiera cuidar de sí misma mejor que Valquiria —dijo Cole—. Que se ponga lo que quiera. —Briggs abrió la boca para protestar y Cole hizo un gesto con la mano para imponerle silencio—. Y antes de que se queje: el día que logre derrotarla en un enfrentamiento leal, e incluso desleal, usted podrá ponerse lo que quiera. Entre tanto, se pondrá el traje de protección y dejará de quejarse.
—Sí, señor —dijo Briggs.
—¿Y ahora qué sucede? —preguntó Cole, al ver que Briggs no se movía de donde estaba.
—Aguardo a mi reemplazo.
—Está bien, puede esperar otros cinco minutos antes de ponerse el traje —dijo Cole—. Pero, en cuanto su reemplazo esté aquí, se marchará a la armería.
—Sí, señor.
Cuando se hallaban a diez minutos del sistema Cyrano, Cole contactó con Val y le dijo que, tan pronto como la
Teddy R
. avanzara a velocidades sublumínicas, acudiese a la lanzadera, donde ya se encontrarían Briggs y el propio capitán. No habría sido posible adivinar si la nave iba más rápida o más lenta que la luz sin consultar un ordenador que registrara la velocidad; pero, en cambio, sí que se enteraba todo el mundo cuando la nave atravesaba la velocidad de la luz en una u otra dirección. Siempre había un instante de desorientación que no se podía ignorar, ni confundir con ninguna otra cosa.
Se marcharon unos minutos más tarde en la
Kermit
, y poco después entraron en la atmósfera de Cyrano. Al cabo de unos segundos, se encontraron cara a cara con media docena de naves de combate biplazas.
—¿Qué tengo que hacer, señor? —preguntó Briggs, que se hallaba a los controles.
—Han venido a comprobar que no estemos aquí con la intención de provocar nuevas destrucciones —dijo Cole—. Lleva la tarjeta de identificación falsa y el falso registro de la
Teddy R
. y de la lanzadera. Responda a todas sus preguntas. Hemos venido para hacer negocios con Muscatel. Si le dicen que su base ha sido destruida, respóndales que se había comprometido a guardarnos mercancía, y que querríamos aterrizar y ver qué ha sido de ella.
—Seguro que saben que Muscatel era pirata —dijo Briggs.
—Ese planeta fue su base durante varios años —dijo Val—. Eso significa que debía de tener a mucha gente en nómina… y esto último significa que ahora buscarán a otro que les pague. Ese otro podríamos ser nosotros.
Entonces, las naves de Cyrano contactaron por radio y Briggs se pasó varios minutos respondiendo precisamente a las preguntas que Cole había predicho que les harían. Por fin, la
Kermit
recibió autorización para aterrizar y se posó en un pequeño espaciopuerto comercial a unos diez kilómetros de los restos del almacén de Muscatel.
—¡Dios mío! —murmuró Briggs cuando salieron de la lanzadera—. El olor del humo llega hasta aquí. ¿Qué diablos ha hecho la
Pegaso
… ha rociado todo este lugar con productos tóxicos?
—Directamente, no —respondió Val—. Pero Donovan guardaba materiales muy variados en ese almacén. Seguro que algunos de ellos desprendieron sustancias tóxicas al recibir los disparos de plasma de mi nave.
Alquilaron un aerocoche en el pequeño espaciopuerto y se desplazaron hasta el agujero que en otro tiempo había sido la base de Donovan Muscatel.
—Ya había dicho yo que no dejarían nada —dijo Val, y contempló los restos calcinados del edificio en el fondo de la hondonada que se acababa de formar.
—¿Puede ser que sus naves se encuentren en el espaciopuerto? —preguntó Cole—. Las que no hubieran salido en misiones de piratería.
Val negó con la cabeza.
—No habría confiado en la seguridad que pudieran ofrecerle las autoridades portuarias. Si no estaban en órbita…
—No estaban.
—… entonces debían de estar estacionadas entre esos edificios.
—Pues qué lástima.
—¿Por qué le importa?
—Porque, si hubiésemos encontrado una nave intacta, probablemente también habríamos descubierto los códigos de comunicación con las otras naves y así habría sido posible descubrir dónde se encuentran, y saber si Muscatel está vivo o muerto.
—¿Y qué más da? —dijo Val—. Nosotros buscamos a Tiburón Martillo, y también mi nave.
—Y, con toda probabilidad, ellos también los buscarán —dijo Cole—, y puede que tengan alguna idea de dónde se encuentra.
—Si empleamos dinero suficiente, acabaremos por encontrarlo —le aseguró Val.
—Se olvida de lo más importante —dijo Cole.
—¿Qué es lo más importante? —preguntó ella.
—Bueno, pues que tarde o temprano vamos a encontrar la
Pegaso
. De eso no tengo ninguna duda —dijo Cole. La miró fijamente—. Pero ¿y si las naves de Muscatel la encuentran antes?
—Lo ha entendido al revés —dijo Val—. Ya se lo he dicho: será Tiburón quien los persiga a ellos.
—La
Teddy R
. es una nave de guerra de la República —dijo Cole—. Por Dios que no se cuenta entre las más nuevas, ni entre las mejores, pero la construyeron para luchar en la guerra. Si la
Pegaso
no es una nave de guerra, y usted nunca ha dicho que lo sea, entonces no importa lo que piense sobre Tiburón: no es probable que se ponga a luchar con dos o tres naves a la vez. Aunque sea el cabrón más vengativo de toda la galaxia, lo más probable es que elija a sus víctimas y se las cargue una a una.
—No sabe lo primero que hay que saber sobre él —protestó Val.
—Si acaso, no sé lo segundo que hay que saber sobre él —respondió Cole—. Lo primero es que ha sobrevivido en este oficio durante el tiempo suficiente para labrarse una reputación. Por lo tanto, no es un suicida. Mire, en cualquier caso tendremos más posibilidades de encontrarlo si sabemos dónde están las naves de Muscatel. Tanto si lo persiguen como si es él quien los persigue a ellos, el tenerlos vigilados nos ayudará a encontrar la
Pegaso
.
—Bueno, lo que dice tiene su lógica —reconoció de mala gana la mujer—. En el espaciopuerto conseguiremos sus números de registro. No tiene sentido que les preguntemos por sus horarios de vuelo. No seguirán ningún horario.
—Por mucho que les ruegue, en el espaciopuerto no le van a dar sus nombres —dijo Cole.
—No les voy a rogar nada —dijo ella, y agarró las empuñaduras de sus armas con sus manos enguantadas—. Les voy a exigir.
—Hay maneras más fáciles de hacerlo.
—¿Ah, sí? ¿Cuáles?
—Seguí sus consejos y arranqué las piedras de la diadema. Un par de gemas, en las manos adecuadas, nos servirán igualmente para obtener la información que necesitamos, y así no nos denunciarán a los cazadores de recompensas más cercanos.
Val se encogió de hombros.
—Si sus métodos funcionan, ya me parece bien. Si no, emplearemos los míos. Vamos.
—No se dé tanta prisa —dijo Cole.
—¿Por qué no? —preguntó ella—. Aquí no hay nada por ver.
—Cuando salimos de la nave, ya sabíamos que encontraríamos un agujero en el suelo. He venido en busca de testigos.
—¿Y qué le van a contar?
—Si lo supiera, no tendría ninguna necesidad de encontrarlos, ¿no le parece? —le respondió Cole.
—Estupendo. ¿Dónde vamos a buscarlos?
—Visitaremos a la policía y los hospitales —dijo Cole—. Veníamos por negocios legales, ¿recuerda? Bueno, legales desde el punto de vista de las autoridades de Cyrano, al menos. Habíamos dejado en ese lugar mercancías por valor de varios millones de créditos, mercancías por las que habíamos pagado, y que íbamos a recoger. Nada más natural que queramos saber lo que ocurrió, quién fue el responsable, cuántas de las naves de Muscatel resultaron destruidas y cuántas sobrevivieron. Hace demasiado tiempo que piensa a lo pirata. Nosotros no tenemos nada que ocultar.