Sol naciente (18 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Thriller

BOOK: Sol naciente
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—Eso no podremos asegurarlo hasta ver si está cariñosa de verdad. Mira, el tío no pierde el tiempo.

Las manos del hombre levantaban la falda negra y oprimían las nalgas. Cheryl Austin se apretaba contra él. Su abrazo era intenso, apasionado. Juntos giraron lentamente, al tiempo que entraban en la planta. Ahora el hombre estaba de espaldas a nosotros. Ella tenía la falda subida hasta la cintura, bajó la mano para frotar al hombre. Tambaleándose, se acercaron a la mesa más próxima. El hombre la empujó hacia la mesa y, de pronto, ella protestó y lo apartó de un empujón.

—Ah, ah, no tan de prisa —dijo Graham—. Al fin y al cabo, la muchacha tiene sus principios.

Yo no pensaba que fuera eso. Parecía que Cheryl lo había incitado y luego había cambiado de idea. El cambio de actitud había sido casi instantáneo. Eso me hizo pensar si no habría estado fingiendo todo el tiempo, si no sería falsa su pasión. Desde luego, el hombre no pareció muy sorprendido por aquel cambio repentino. Ella, sentada en la mesa, seguía empujándole, casi con rudeza. El hombre retrocedió. Todavía estaba de espaldas a nosotros. No podíamos verle la cara. En cuanto él se apartó, ella volvió a cambiar: ahora sonreía, mimosa. Con movimientos lentos, se bajó de la mesa y se arregló la falda, contoneándose provocativamente y mirando en derredor. Nosotros podíamos ver la oreja y una parte de la mandíbula del hombre, lo justo para deducir que estaba hablando. Él le hablaba. Ella le sonrió, se adelantó y le rodeó el cuello con los brazos. Entonces volvieron a besarse y acariciarse mientras iban hacia la sala de juntas.

—Entonces, ¿fue ella la que eligió la sala de juntas?

—Cualquiera sabe.

—Mierda, sigo sin verle la cara.

Pero ahora estaban cerca del centro de la planta y la cámara quedaba casi perpendicular a ellos. No veíamos más que la cabeza del hombre.

—¿Te parece japonés? —pregunté.

—Vete tú a saber. ¿Cuántas cámaras había en la planta?

—Ésa y otras cuatro.

—Bien. En alguna se le ha de ver la cara. Lo agarraremos.

—Mira, Tom —dije—, ese hombre parece bastante grande. Más alto que ella. Y ella era alta.

—¿Quién puede saberlo, con este ángulo? Yo no puedo decirte sino que lleva traje oscuro. Mira. Ahora van a la sala de juntas.

Cuando llegaban a la sala de juntas, ella empezó a forcejear.

—Ay, ay, ay… —hizo Graham—. Ya vuelve a resistirse. Es muy inconstante, ¿no?

El hombre la sujetaba con fuerza y ella se revolvía, tratando de liberarse. Él la llevaba hacia la sala, medio en volandas y medio a rastras. Ella se agarró al marco de la puerta, sin dejar de luchar.

—¿Ahí perdió el bolso?

—Probablemente. No se ve muy claro.

La sala de juntas estaba situada mismamente enfrente de la cámara, y se veía completa. Pero el interior estaba muy oscuro, de modo que sólo podíamos ver a la pareja silueteada contra las luces de los rascacielos que brillaban a través de los muros exteriores de vidrio. El hombre la tomó en brazos, la depositó en la mesa y le subió la falda. Ahora ella estaba sumisa, dúctil. Parecía disponerse a recibirle y entonces él hizo un movimiento brusco entre sus dos cuerpos y se vio volar algo.

—Las bragas.

Parecía que habían ido a caer al suelo. Pero era difícil estar seguro. Si eran bragas, eran negras u oscuras. El senador Rowe quedaba descartado.

—Cuando nosotros llegamos, las bragas habían desaparecido —dijo Graham mirando fijamente el monitor—. Esto es pura y simple ocultación de pruebas. —Se frotó las manos—. Si tienes acciones de la «Nakamoto», colega, véndelas. Porque mañana por la tarde no valdrán una mierda.

En el monitor, ella seguía consintiendo y él se tiraba de la cremallera cuando, de pronto, ella trató de incorporarse y le dio una bofetada.

—Allá vamos —dijo Graham—. Un poquito de
sal
.

Él le agarró las manos y trató de besarla, pero ella se resistía, volviendo la cara. Él la apretó contra la mesa con el peso de su cuerpo. Ella movía las piernas frenéticamente.

Las dos siluetas se unían y separaban. Era difícil adivinar lo que ocurría exactamente. Parecía que Cheryl seguía tratando de incorporarse y él la empujaba. Él la mantenía echada, con una mano en la parte superior del pecho, mientras ella agitaba las piernas y se retorcía en la mesa. Él seguía aprisionándola, pero la escena era más extenuante que excitante. Yo no sabía qué pensar de lo que estaba viendo. ¿Era una violación? ¿O fingía la muchacha? Ella seguía pataleando y forcejeando, pero no conseguía sacárselo de encima. Quizás el hombre fuera más fuerte que ella, pero me daba la impresión de que, de haberlo querido realmente, ella hubiera podido liberarse. Y había momentos en los que parecía que le apretaba el cuello con los brazos en lugar de rechazarlo. Pero era difícil saber con seguridad lo que veíamos…

—Oooh. Problemas.

El hombre había cesado en sus rítmicos movimientos. Debajo de él, Cheryl se había quedado inmóvil. Sus brazos resbalaron de los hombros de él y cayeron en la mesa. Las piernas colgaban inertes a cada lado de él.

—¿Ya? —dijo Graham—. ¿Ha sido ahora?

—No sé.

El hombre le daba palmadas en la mejilla, luego la sacudió con más fuerza. Parecía hablarle. Se quedó quieto un rato, quizás unos treinta segundos, y luego se retiró. Ella siguió en la mesa. Él empezó a andar alrededor. Se movía despacio, como si no pudiera creer lo ocurrido.

Entonces el hombre miró hacia la izquierda, como si hubiera oído algo. Se quedó quieto un momento y pareció decidirse. Se puso en acción y empezó a moverse por la sala, registrándola metódicamente. Recogió algo del suelo.

—Las bragas.

—Se las llevó él —dijo Graham—. Mierda.

Luego, el hombre dio la vuelta a la mesa y se inclinó un momento sobre el cuerpo de la muchacha.

—¿Qué hace?

—No sé. No puedo verlo.

—Mierda.

El hombre se enderezó y salió de la sala de juntas al atrio. Ya no era una simple silueta. Existía la posibilidad de que pudiéramos identificarlo. Pero miraba atrás, hacia la sala de juntas. Hacia la muchacha muerta.

—Eh, amigo —dijo Graham a la imagen del monitor—. Míranos, hombre. Sólo un momento.

El hombre cruzaba el atrio sin dejar de mirar atrás. De pronto, torció hacia la izquierda.

—No vuelve a los ascensores —dije.

—No. Y sigo sin poder verle la
cara
.

—¿A dónde va?

—Hay una escalera al fondo —dijo Graham—. Salida de incendios.

—¿Y por qué se va por ahí en lugar de tomar el ascensor?

—Quién sabe. Yo no pido más que verle la cara. Un momento.

Pero ahora el hombre estaba en el ángulo izquierdo de la cámara y, aunque ya no tenía la cara vuelta en sentido contrario a la cámara, sólo podíamos verle la oreja y el pómulo izquierdos. Andaba de prisa. Pronto se perdería de vista, bajo el dintel del techo del fondo.

—Ah, mierda. El ángulo no es bueno. Miraremos otra cinta.

—Un momento —dije.

Nuestro hombre se dirigía hacia un oscuro pasillo que debía de conducir a la escalera. Pero pasó por delante de un espejo decorativo de marco dorado que estaba colgado de la pared, junto a la embocadura del pasillo. Fue en el instante en que su imagen iba a desaparecer bajo el dintel.

—¡Ahí!

—¿Cómo se para este chisme?

Yo oprimía botones frenéticamente. Por fin, acerté, hice retroceder la cinta y le di otra vez marcha adelante.

Nuevamente, el hombre caminaba con gesto decidido, a pasos largos y rápidos, hacia el oscuro pasillo. Cruzó junto al espejo y, durante un instante, un único fotograma del vídeo, pudimos ver su cara reflejada en el espejo, verla claramente. Yo oprimí el botón para detener la cinta.

—Bingo —dije.

—Un jodido japonés —dijo Graham—. Lo que yo te decía.

Congelada en el espejo estaba la cara del homicida. Y no tuve la menor dificultad en reconocer las tensas facciones de Eddie Sakamura.

—Esto es mío —dijo Graham—. El caso es mío. Yo traeré a ese hijo de puta.

—Está bien —dijo Connor.

—Quiero decir que prefiero ir solo —aclaró Graham.

—Desde luego —dijo Connor—. El caso es tuyo, Tom. Haz lo que creas más conveniente.

Connor escribió en un papel la dirección de Eddie Sakamura y se la dio.

—No es que no aprecie vuestra ayuda en lo que vale. Pero prefiero encargarme del caso yo solo. Ahora bien, a ver si nos aclaramos: ¿vosotros hablasteis esta noche con este individuo y no lo detuvisteis?

—Cierto.

—Bien, no tenéis que preocuparos —dijo Graham—. Procuraré que eso quede enterrado en el informe. No os perjudicará, os lo prometo. —Graham se sentía magnánimo, contento con la idea de arrestar a Sakamura. Miró su reloj—. Joder, menos de seis horas desde que se nos dio el aviso y ya tenemos al asesino. No está mal.

—Todavía no tenemos al asesino —dijo Connor—. Yo, en tu lugar, lo traería cuanto antes.

—Ahora mismo voy para allá —dijo Tom.

—Oh, y una cosa, Tom —dijo Connor cuando Graham ya iba hacia la puerta—, Eddie Sakamura es un tipo extraño, pero no se le considera violento. Dudo mucho que esté armado. Probablemente, ni tenga pistola. Lo dejamos en una fiesta con una pelirroja. Quizás ahora esté en la cama con ella. Creo que sería preferible que lo trajeras vivo.

—¡Eh! —dijo Graham—, ¿qué os pasa a vosotros dos?

—Era sólo una recomendación —dijo Connor.

—¿De verdad piensas que voy a matar a ese gilipollas?

—Tú te harás acompañar por un par de coches-patrulla, ¿no? —dijo Connor—. Para mayor seguridad, claro. Y los chicos podrían ponerse nerviosos. Es sólo una advertencia.

—Mira, gracias por tu magnífica ayuda —dijo Graham al marcharse. Estaba tan gordo que tuvo que ladear el cuerpo para pasar por la puerta.

Yo lo seguí con la mirada.

—¿Por qué deja que lo haga él solo?

—Es su caso. —Connor se encogió de hombros.

—Pero usted se ha pasado la noche trabajando en ese asunto. ¿Por qué lo deja ahora?

—Que se lleve Graham toda la gloria. Al fin y al cabo, ¿qué tiene que ver con nosotros? Yo soy un poli en situación de excedencia. Y usted, un oficial de enlace corrupto. —Señaló la cinta—. ¿Le importaría pasarla para mí antes de acompañarme a casa?

—No faltaba más. —Rebobiné la cinta.

—Estaba pensando que también podríamos tomar una taza de café —dijo Connor—. En los laboratorios de la DIC lo hacen muy bueno. O lo hacían.

—¿Quiere que vaya a buscar el café mientras mira la cinta?

—Sería un detalle,
kohai
.

—Desde luego.

Puse la cinta y, cuando iba a salir, Connor me dijo:

—Oh,
kohai
, una cosa más. De paso que baja, podría preguntar al oficial de guardia qué equipo tiene el Departamento para trabajar con las cintas de vídeo. Porque habrá que hacer duplicado de todas. Y quizá necesitemos fotos fijas de algunos fotogramas. Especialmente, si hay jaleo con el arresto de Sakamura y se acusa al Departamento de hostigar a los japoneses. Tal vez necesitemos publicar una fotografía. Para defendernos.

Tenía razón.

—De acuerdo —dije—. Preguntaré.

—Y, el mío, negro con un terrón. —Se volvió hacia el monitor.

La División de Investigación Científica, o DIC, estaba en los sótanos del centro de Parker. Eran más de las dos de la mañana y la mayoría de las secciones estaban cerradas. La DIC solía hacer horario de oficinas. Desde luego, los equipos encargados de recoger las pruebas en los escenarios del crimen trabajaban toda la noche, pero las pruebas se guardaban en armarios, en la central o en cualquiera de las divisiones, hasta la mañana siguiente.

Me acerqué a la máquina de la pequeña cafetería contigua a Huellas. En la sala había varios letreros en los que se leía: ¿TE HAS LAVADO LAS MANOS? A TI TE DIGO y NO PONGAS EN PELIGRO A TUS COMPAÑEROS; LÁVATE LAS MANOS. La razón era que el personal de la DIC utilizaba veneno, especialmente los de Criminal. Había tanto mercurio, arsénico y cromo en la división que se habían dado casos de personas que habían enfermado con sólo beber en un vaso de papel que hubiera tocado alguien con manos sucias.

Pero ahora la gente era más prudente. Saqué dos vasitos de café y fui a hablar con el oficial de guardia. Estaba de guardia Jackie Levine, con los pies encima de la mesa. Era una mujerona con pantalón torero y peluca naranja. A pesar de su estrafalario aspecto, estaba considerada la mejor especialista del departamento en recogida de huellas. Estaba leyendo un ejemplar de
Modern Bride
.

—¿Piensas casarte otra vez, Jackie?

—Canastos, no —dijo—. Mi hija…

—¿Con quién se casa?

—Hablemos de cosas más agradables. ¿Es para mí uno de esos cafés?

—Lo siento. Para ti tengo una pregunta. ¿Quién se encarga de las cintas de vídeo?

—¿Cintas de vídeo?

—Por ejemplo, las cintas de las cámaras de vigilancia. ¿Quién las analiza, hace fotos fijas, etcétera?

—No creas que hay mucha demanda de eso —dijo Jackie—. Aquí solían hacerlo los de Electrónica, pero creo que lo dejaron. Y ahora los vídeos van a las oficinas de Valley o de Mediar Hall. —Bajó los pies de la mesa y hojeó una guía—. Si quieres, puedes preguntar por Bill Harrelson en Mediar. Pero, si se trata de algo especial, creo que lo damos al JPL o al laboratorio de la Imagen de la Universidad. ¿Quieres los números o prefieres hablar con Harrelson?

Algo en su tono me indicó lo que tenía que hacer.

—Quizá los números.

—Sí, eso haría yo.

Anoté los números y subí a la división. Connor había pasado la cinta y ahora buscaba el punto en el que aparecía en el espejo la cara de Sakamura.

—¿Sí?

—Es Eddie, no cabe duda. —Parecía tranquilo, casi indiferente. Tomó el vasito de café y lo probó—. Terrible.

—Sí, ya lo sé.

—Antes era mejor. —Connor dejó el vasito a un lado, desconectó el vídeo y se desperezó—. Bien, yo diría que hemos trabajado bien. ¿Y si nos fuéramos a dormir? Yo tengo un importante partido de golf a las siete en Sunset Huí.

—De acuerdo —dije. Guardé las cintas en la caja, en la que también puse el vídeo con cuidado.

—¿Qué piensa hacer con esas cintas?

—Guardarlas en el armario de las pruebas.

—Son los originales —dijo Connor—. Y no tenemos duplicados.

—Ya lo sé. Pero no se pueden hacer duplicados hasta mañana por la mañana.

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