Sol naciente (14 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Thriller

BOOK: Sol naciente
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Yo, sin darme cuenta, movía afirmativamente la cabeza. Hacía cosa de un mes, había estado buscando casa, para que Michelle pudiera tener jardín. Pero en Los Ángeles los precios de las casas eran prohibitivos. Yo nunca podría comprar una casa, a no ser que volviera a casarme. Y quizá ni así, si piensa uno en…

Sentí que alguien me hundía el dedo en las costillas. Me volví y vi al portero. Con un movimiento de cabeza, señaló hacia la puerta principal.

—Atrás, usted.

Me sublevé. Miré a Connor y vi que retrocedía hacia la puerta dócilmente.

Cuando estuvimos en la puerta, el hombre dijo;

—He preguntado y aquí no hay ningún Mr. Sakamura.

—Mr. Sakamura es el caballero japonés que se encuentra al fondo a la derecha, hablando con la pelirroja.

El portero sacudió la cabeza.

—Lo siento, tíos. Como no traigan una orden de registro, van a tener que marcharse.

—Pero si no puede haber ningún inconveniente —dijo Connor—. Mr. Sakamura es amigo mío. Sé que él querrá hablar conmigo.

—Lo siento. ¿Trae orden de registro?

—No —dijo Connor.

—Entonces esto es allanamiento. Yo les pido que se marchen. Connor se quedó donde estaba.

El portero dio un paso atrás y separó los pies.

—Creo que deben saber que soy cinturón negro —dijo.

—¿De verdad? —preguntó Connor.

—Y Jeff, también —dijo el portero cuando apareció un segundo hombre.

—Jeff —dijo Connor—, ¿es usted el que va a llevar a su amigo al hospital?

Jeff soltó una risita desagradable.

—Vaya, me gusta el humor. Es divertido. De acuerdo, listo, aquí no se le ha perdido nada. Ya se lo han explicado. Fuera.
Ya.
—Golpeó a Connor en el pecho con un dedo rechoncho.

—Esto es asalto —dijo Connor a media voz.

—Eh, a la mierda, ya les he dicho que aquí no tienen nada que…

Connor hizo un movimiento muy rápido y, de pronto, Jeff estaba en el suelo gimiendo de dolor. Rodando, fue a parar junto a unos pantalones negros. Al levantar la mirada, vi que el hombre de los pantalones negros vestía de negro de pies a cabeza: camisa negra, corbata negra y americana de raso negro. Tenía el pelo blanco y una afectación muy de Hollywood.

—Soy Rod Dwyer. Esta casa es mía. ¿Qué ocurre?

Connor hizo las presentaciones cortésmente y mostró la placa.

—Estamos en misión oficial y hemos pedido hablar con uno de sus invitados, Mr. Sakamura, que es el señor que está en ese rincón.

—¿Y esto? —preguntó Dwyer señalando a Jeff que jadeaba y tosía en el suelo.

—Me asaltó —dijo Connor tranquilamente.

—¡Y una mierda le asalté! —dijo Jeff apoyándose en el codo, sin dejar de toser.

—¿Le has
tocado
?

Jeff calló, echando chispas por los ojos.

Dwyer se volvió hacia nosotros.

—Siento lo ocurrido. Estos hombres son nuevos. No sé en qué estarían pensando. ¿Puedo ofrecerles una bebida?

—Gracias, estamos de servicio —dijo Connor.

—Diré a Mr. Sakamura que venga. ¿Me permite su nombre otra vez?

—Connor.

Dwyer se fue. El primer hombre ayudó a Jeff a ponerse en pie. Mientras se alejaba renqueando, Jeff murmuró:

—Cabritos de mierda.

—¿Se acuerda del tiempo en que se respetaba a la Policía? —pregunté.

Pero Connor movía la cabeza mirando al suelo.

—Estoy avergonzado —dijo.

—¿Por qué?

No quiso dar más explicaciones.

—¡Hola, John! ¡John Connor!
Hisashiburi dane!
¡Cuánto tiempo sin vernos! Cómo va la vida, ¿eh? —Dio a Connor un puñetazo en el hombro.

Visto de cerca, Eddie Sakamura no era tan guapo. Tenía la piel grisácea y picada de viruelas y olía a whisky rancio. Sus movimientos eran bruscos, hiperactivos y hablaba de prisa. Eddie
el rápido
no estaba tranquilo.

—Bastante bien. Eddie —dijo Connor—, ¿y tú qué me cuentas? ¿Cómo te va?

—No puedo quejarme, capitán. Una o dos cositas, nada más. Una denuncia por conducir en estado de embriaguez, trato de defenderme, pero con mi historial es difícil. ¡En fin! ¡La vida sigue! ¿Y qué hacen aquí? Sitio curioso, ¿eh? Sin muebles, es lo último. Rod impone nuevo estilo ¡Fantástico! ¡Ya nadie puede sentarse! —Se reía—. ¡Nuevo estilo! ¡Fantástico!

Me daba la impresión de que estaba drogado. Demasiado vehemente. Pude observar atentamente la cicatriz de su mano izquierda. Era de color púrpura, de unos cuatro centímetros por tres. Parecía una vieja quemadura.

Connor bajó el tono de voz.

—En realidad, Eddie, hemos venido por el
yakkaigoto
de esta noche en la «Nakamoto».

—Ah, sí —dijo Eddie, también en voz más baja—. No me sorprende que esa muchacha acabara mal. Era
hinekureta onna
.

—¿Una pervertida? ¿Por qué lo dice?

—¿Salimos? —dijo Eddie—. Tengo ganas de fumar un cigarrillo y Rod no deja fumar dentro de la casa.

—Vamos, Eddie.

Salimos y nos quedamos junto al jardín de cactos. Eddie encendió un mentolado «Mild Seven».

—Mire, capitán, no sé lo que habrá descubierto. Pero esa chica… Se acostaba con algunos de los que están ahí dentro. Con Rod. Y con otros. Sí. Aquí fuera podemos hablar con más libertad. ¿Le importa?

—En absoluto.

—Yo conocía bien a esa muchacha. La conocía bien. Usted ya sabe que soy
hipparídako
, ¿eh? No puedo evitarlo. ¡Soy popular! Ella siempre estaba detrás de mí. Siempre.

—Ya lo sé, Eddie. ¿Dices que tenía problemas?

—Ya lo creo,
amigo. Grandes problemas
.
[1]
Esa muchacha era una enferma. A ella le iba el dolor.

—El mundo está lleno de esa clase de personas, Eddie.

El hombre dio una chupada al cigarrillo.

—Eh, que yo me refiero a otra cosa. Quiero decir que le gustaba de verdad. Se corría cuando le hacías daño. Siempre pedía más, más. Aprieta más, decía.

—¿El cuello? —preguntó Connor.

—Sí, el cuello. Eso, eso. Tenías que apretarle el cuello. ¿Se da cuenta? Y, a veces, con una bolsa de plástico. ¿Sabe, las bolsas de la tintorería? Tenías que ponérsela en la cabeza y sujetársela al cuello mientras follabas y ella se ahogaba y el plástico se le metía en la boca y se le ponía la cara morada.

Entonces te arañaba la espalda. Y se ahogaba. ¡Dios…! A mí no me gusta eso. ¡Pero la chica tenía un chocho! Quiero decir que se lanzaba a tumba abierta. Algo memorable. Demasiado para mí. Siempre al borde del abismo, ¿sabe a lo que me refiero? Siempre, un riesgo, siempre, tentando a la suerte. Quizás esta
vez…
Quizá esta vez fue demasiado lejos. ¿Sabe lo que quiero decir? —Lanzó el cigarrillo que chisporroteó entre las púas de un cactos—. A veces es emocionante. Como la ruleta rusa. Hasta que no pude más, capitán. En serio. No pude más. Y usted ya me conoce, yo soy lanzado.

Eddie Sakamura me daba escalofríos. Trataba de tomar nota de lo que decía, pero no podía abarcar aquel torrente de palabras. Encendió otro cigarrillo. Le temblaban las manos. Siguió hablando de prisa y accionando con el cigarrillo.

—Y esa muchacha… esa muchacha era un
problema
—prosiguió Eddie—. Bonita, desde luego, muy bonita. Pero a veces no podía salir de casa por el aspecto que tenía. Necesitaba cantidad de maquillaje. Y es que la piel del cuello es muy sensible. Y ella lo tenía marcado. Una especie de collar. Terrible. Quizás usted lo notara. ¿La vio muerta, capitán?

—Sí, la vi.

—Entonces… —vaciló. Pareció recapacitar, retraerse. Sacudió la ceniza del cigarrillo—. Entonces, ¿la estrangularon?

—Sí, Eddie. La estrangularon.

Él inhaló.

—Lo que me figuraba.

—¿Tú la viste, Eddie?

—¿Yo? No. ¿Qué dice? ¿Cómo iba a verla, capitán? —Exhaló el humo a la oscuridad.

—Eddie. Mírame.

Eddie se volvió hacia Connor.

—Mírame a los ojos. Ahora dime, ¿viste el cadáver?

—No, capitán. ¿Cómo iba a verlo? —Eddie soltó una risita nerviosa y desvió la mirada. Tiró el cigarrillo que describió una curva en el aire, soltando chispas—. ¿Qué es esto? ¿Tercer grado? No; no vi el cadáver.

—Eddie.

—Se lo juro, capitán.

—Eddie, ¿estás involucrado en esto?

—¿Yo? Mierda. Yo, no, capitán. Conocía a la muchacha, desde luego. La veía de vez en cuando. Follaba con ella, desde luego. Qué puñetas. Era un poco rara, pero divertida. Una chica divertida. Un chocho formidable. Pero nada más. Eso es todo. —Miró en derredor y encendió otro cigarrillo—. Es bonito este jardín. Ahora se han puesto de moda los cactos.
Xeriscape
lo llaman. Los Ángeles vuelve al desierto. Es
hayatterunosa
, lo último.

—Eddie.

—Venga, capitán. No me apriete. Nos conocemos desde hace mucho tiempo.

—Sí, Eddie, pero yo tengo problemas. ¿Y las cintas de seguridad?

Eddie le miró inexpresivamente, con gesto de inocencia.

—¿Cintas de seguridad?

—Un hombre con una cicatriz en la mano y una corbata con triángulos se llevó las cintas de vídeo del puesto de seguridad de la «Nakamoto».


Joder.
¿Qué puesto de seguridad? ¿Qué trata de hacerme, capitán?

—Eddie.

—¿Quién le ha dicho eso? No es
verdad
. ¿Que me llevé las cintas de seguridad? Yo no he hecho tal cosa. ¿Están locos? —Dio la vuelta a la corbata, para mostrar la etiqueta—. Es la corbata Polo, capitán. De Ralph Lauren. Hay montones de corbatas como ésta.

—Eddie. ¿Y el Imperial Arms?

—¿Qué pasa?

—¿Estuviste esta noche?

—No.

—¿Limpiaste el apartamento de Cheryl?


¿Cómo?
—Eddie parecía consternado—.
¿Cómo?
No. ¿Limpiar el apartamento? ¿Quién le ha contado estos disparates, capitán?

—La vecina de enfrente… Julia Young —dijo Connor—. Dice que esta noche te vio con otro hombre en el apartamento de Cheryl del Imperial Arms.

Eddie levantó los brazos.

—Por Dios, capitán. Mire, esa muchacha no sabría distinguir si me ha visto esta noche o hace un mes. Esa muchacha se droga. Mírele entre los dedos de los pies y verá las marcas. Mírele debajo de la lengua. Mírele los labios de abajo. Siempre alucina. No distingue la realidad del sueño. Y usted. Usted viene a buscarme aquí y me dice estas cosas. No me gusta esto. —Eddie tiró el cigarrillo e inmediatamente encendió otro—. No me gusta nada esto. ¿No se da cuenta de lo que ocurre?

—No —dijo Connor—. Cuenta, Eddie, ¿qué sucede?

—No es esto. No se trata de esto. —Fumaba de prisa—. ¿Sabe de qué se trata? No se trata de una muchacha sino de las reuniones del sábado. Las
nichihei kai
, Connor-san. Las reuniones secretas. De eso.


Sonna bakana
—dijo Connor secamente.

—No es
bakana
, Connor-san. No es una idiotez.

—¿Qué puede saber de las
nichihei kai
una muchacha de Texas?

—Algo sabe,
Honto nanda
. Y le gusta causar problemas. Le gustan los líos.

—Eddie, creo que será preferible que nos acompañes.

—Muy bien. Perfecto. Ustedes les hacen el juego. A los
kuromaku
. —Se volvió bruscamente hacia Connor—. Mierda, capitán. Usted sabe lo que son estas cosas. Matan a esa muchacha en la «Nakamoto». Usted conoce a mi familia, a mi padre. Está en la «Daimashi». Y ahora en Osaka leerán en los periódicos que en la «Nakamoto» se ha matado a una muchacha y que me arrestan en relación con el caso. A su hijo.

—Que te detienen.

—Que me detienen, lo que sea. Usted sabe lo que significa esto.
Taihennakoto ni naru yo.
Mi padre tiene que dimitir y su compañía, presentar excusas a la «Nakamoto». Quizá hacer reparaciones. Hacer concesiones en los negocios. Es mucho
osawagi ni naruzo
. Eso es lo que provocará si me lleva detenido. —Tiró el cigarrillo—. Eh, si cree que yo cometí este asesinato, arrésteme. Muy bien. Pero si sólo lo hace para cubrirse, puede hacerme mucho daño. Capitán, usted lo sabe.

Connor no contestó. Se hizo un largo silencio. Paseaban por el jardín en círculos. Finalmente, Eddie dijo:


Connor-san, Matte kure yo…
—Su tono era suplicante. Parecía pedir una oportunidad.

Connor suspiró.

—¿Tienes ahí tu pasaporte, Eddie?

—Sí; lo llevo siempre encima.

—Dámelo.

—Sí, desde luego, capitán. Tome.

Connor miró el documento, me lo dio y yo me lo guardé en el bolsillo.

—Muy bien. Eddie. Pero más te valdrá que esto no sea
murina hoto
. O serás declarado persona non grata, Eddie. Y yo personalmente te meteré en el primer avión para Osaka.
Wakattaka?

—Capitán, usted protege el honor de mi familia.
On ni kiru yo.
—Y se inclinó ceremoniosamente, con las manos en los costados. Connor se inclinó a su vez.

Yo miraba y no daba crédito a mis ojos. Connor iba a dejarlo libre. Me parecía que estaba loco.

Yo entregué mi tarjeta a Eddie, acompañada de la frase de ritual, de que si se acordaba de algo me llamara. Eddie se encogió de hombros y metió la tarjeta en el bolsillo de la camisa mientras encendía otro cigarrillo. Yo no contaba: él trataba con Connor.

Eddie echó a andar hacia la casa y se detuvo.

—Aquí estoy con esta pelirroja… muy interesante —dijo—. Cuando salga de la fiesta, me iré a casa, en las colinas. Si me necesita, allí estaré. Buenas noches, capitán. Buenas noches, teniente.

—Buenas noches. Eddie.

Bajamos la escalera.

—Espero que sepa lo que hace —dije.

—Lo sé.

—Porque yo creo que es culpable.

—Quizá.

—Si quiere que le diga lo que pienso, sería mejor que nos lo lleváramos. Más seguro.

—Quizá.

—¿Lo detenemos?

—No. —Sacudió la cabeza—. Mi
dai rokkan
dice que no.

Yo conocía la expresión, significaba sexto sentido. Los japoneses dan mucha importancia a la intuición.

—Ojalá no se equivoque.

Seguimos bajando la escalera en la oscuridad.

—De todos modos, se lo debía —dijo Connor.

—¿Por qué?

—Hace un par de años, yo necesitaba información. ¿Se acuerda del envenenamiento por
fugu
? ¿No? Bien, lo cierto es que nadie de su comunidad quería dármela. Se cerraron en banda. Y yo necesitaba esa información. Era… crucial. Y Eddie me la dio. Tenía miedo, no quería que nadie se enterara, pero me la dio. Probablemente, le debo la vida.

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