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Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

Single & Single (29 page)

BOOK: Single & Single
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–…¡Vaya, Ollie, cariño!

–…¿Qué, madre?

–…Pensaba que venías a verme a…
mí.

–…
Y así es. Quería saber dónde está Tiger. Ha estado aquí. Me lo dijo Gupta.

No era justo. Nada lo era. Su madre se disponía a buscar refugio en un estallido de autocompasión.

–…Todo el mundo me pregunta -gimoteó-. Massingham. Mirsky. Gupta. Ese espeluznante Hoban desde Viena. Bernard. Esa fantasmal bruja de Hawsley con sus doguillos. Y ahora tú. A todos os digo lo mismo.…
No lo sé.
…Cabría pensar que con los faxes y los teléfonos móviles y sabe Dios cuántas cosas más es fácil conocer el paradero de la gente en todo momento. Pero no. La información no es conocimiento, como siempre dice tu padre. Tiene toda la razón.

–…¿Quién es Bernard?

–…Bernard, cariño. Ya conoces a Bernard. Ese policía grande y calvo de Liverpool que ayudó a tu padre. Bernard Porlock. Una vez lo llamaste «ricitos» y casi te mata.

–…Ése debió de ser Jeffrey -corrigió Oliver-. Y Mirsky… ¿el abogado?

–…Claro, cariño. El encantador amigo polaco de Alix que vive en Estambul, ese tan jovial. Tiger sólo necesita un poco de privacidad -protestó-. Es comprensible que, estando siempre en el candelero como es su caso, quiera pasar por una persona…
insignificante
…durante una temporada. A todos nos ocurre de vez en cuando. También a ti, sin ir más lejos. Incluso cambiaste de nombre para poder hacerlo. ¿No es así, cariño?

–…Y ya te has enterado de la noticia, supongo. Sí, seguro que sí.

–…¿Qué noticia? -preguntó ella con aspereza-. No debo hablar con la prensa, Ollie. Tampoco tú. Debo colgarles si llaman.

–…La noticia sobre Alfred Winser, nuestro lince en temas jurídicos.

–…¿Ese hombrecillo insufrible? ¿Qué ha hecho esta vez?

–…Lamentablemente ha muerto, madre. Asesinado. En Turquía. Por individuo o individuos desconocidos. Estaba allí por un asunto de Single y alguien le pegó un tiro.

–…¡Qué horror, cariño! ¡Qué aberración! No sabes cuánto lo siento. Y su pobre esposa… Tendrá que buscar trabajo. ¡Qué cruel! ¡Oh, cariño!

Lo sabías, pensó Oliver. Tenías las palabras preparadas antes de que acabase de contártelo. Estaban de pie, cogidos de la mano, en el centro de su salita privada, que ella llamaba «salón de mañana». Era la menor de una serie de salas situadas en el lado sur de la casa.…
Jacko,
…el gato siamés, yacía en una cesta tapizada bajo el televisor.

–…¿A ver si adivinas qué ha cambiado desde la última vez que estuviste aquí? -decía ella-. ¡Venga, un juego para poner a prueba la memoria!

Oliver accedió a jugar, aprovechando la circunstancia para buscar pistas. El vaso de whisky de Tiger con sus iniciales grabadas, la huella de su pulcro trasero en su sillón preferido, un periódico impreso en papel de color rosa, bombones de elaboración artesanal comprados en Richoux, justo al doblar la esquina de South Audley Street, sin los cuales nunca se presentaba en Nightingales.

–…Esa acuarela es nueva -dijo.

–…¡Ollie, cariño, qué listo eres! -exclamó ella, batiendo palmas insonoras-. Tiene una antigüedad de cien años por lo menos, pero…
aquí
…es nueva, así que has acertado. Me la dejó en herencia la tía Bee. La hizo la señora que pintaba aves para la reina Victoria. Yo nunca espero nada cuando muere la gente.

–…Así pues, madre, ¿cuándo lo viste por última vez?

Pero ella, en lugar de contestar a su pregunta, inició una apasionada descripción de la operación de cadera de la señora Henderson, saliendo en defensa del hospital del pueblo, que había tenido una actuación maravillosa, justo cuando el gobierno planeaba cerrarlo, como solía pasar.

–…Y nuestro querido doctor Bill, que nos atiende a todos desde hace siglos… sencillamente… bueno, el doctor, bueno, sí… -Había perdido el hilo.

Entraron en el cuarto de juego de los niños, y Oliver contempló los juguetes de madera con los que no recordaba haber jugado y el caballito de balancín que no recordaba haber montado, pese a que su madre juró que se había balanceado en él casi hasta desencajar la base, así que Oliver supuso que lo confundía con Jeffrey una vez más.

–…Y estáis bien, ¿verdad, cariño? ¿Los tres? Sé que no debería preguntarlo, pero soy sólo una madre; no soy de piedra. ¿Gozáis de buena salud? ¿Sois felices? ¿Tenéis la libertad que queríais? ¿No más adversidades?

Y mantuvo la sonrisa, parpadeante como en una antigua filmación doméstica, y enarcó sus cejas depiladas cuando Oliver le tendió una fotografía de Carmen, que examinó poniéndose las gafas plegables que llevaba colgadas de un collar de granates, extendiendo el brazo para alejarla de los ojos, la fotografía oscilando al ritmo de su mano, y su cabeza oscilando al ritmo de la fotografía.

–…Ahora es mayor que en la foto y le hemos cortado el pelo -explicó Oliver-. Cada día aprende palabras nuevas.

–…Es adorable, cariño. Mi enhorabuena a los dos -dijo ella, devolviéndole la fotografía-. ¡Qué niñita tan feliz y encantadora! Y Helen está bien, ¿no? ¿Contenta y demás?

–…Heather está estupendamente.

–…Me alegro.

–…Necesito saberlo, madre. Tengo que saber cuándo viste a Tiger por última vez y qué ocurrió. Hay mucha gente siguiéndole el rastro. Es importante que lo encuentre yo primero -insistió Oliver. Nos sentimos más cómodos cuando no nos miramos a la cara, recordó, fijando la vista en el caballito de balancín.

–…No me agobies, Ollie, cariño. Ya sabes cómo soy para las fechas. No resisto los relojes, no resisto la noche, no resisto los agobios. Aborrezco todo aquello que no es placentero y coquetón y alegre.

–…Pero sí quieres a Tiger. No le deseas ningún mal. Y me quieres a mí.

–…Ya conoces a tu padre, cariño -respondió ella, adoptando de nuevo una voz infantil-. Entra, sale, una se contonea bien, y cuando se ha ido, se pregunta si realmente ha estado aquí. Al menos ésa es la sensación de la pobre Nadia.

Oliver estaba ya harto y cansado de ella, que era precisamente la misma razón por la que había intentado escapar a los siete años. Deseaba que fuese a reunirse con Jeffrey.

–…Vino y te dijo que Winser había sido asesinado -continuó Oliver.

Con un aspaviento, alzó una mano y se agarró con ella el molledo del brazo opuesto. Llevaba una blusa de tul de manga larga con volantes en los puños para ocultar las venas.

–…Tu padre se ha portado muy bien con nosotros, Oliver. Déjalo ya. ¿Me oyes?

–…¿Dónde está, madre?

–…Debes respetarlo. El respeto es lo que nos diferencia de los animales. Tu padre nunca te comparaba con Jeffrey. No te volvía la espalda cuando suspendías los exámenes y tenías que abandonar los colegios. Eso habrían hecho otros padres. No le importaba que escribieses poemas o te dedicases a cualquiera de tus otras actividades, aunque no diesen dinero. Contrató profesores particulares y te permitió ocupar el puesto de Jeffrey en el negocio. Eso es muy duro para un hombre que cree en los méritos y ha empezado de la nada. Tú te libraste de la época en Liverpool; yo no. Si hubieses conocido aquellos tiempos, ahora tendrías la personalidad de Jeffrey. No existen dos matrimonios iguales, es imposible. A Tiger siempre le ha gustado Nightingales. Siempre me ha mantenido como era su obligación mantenerme. Fuiste desleal con él, Oliver. No sé qué le hiciste, pero no se lo merecía. Ahora tienes tu propia familia. Ve y cuida de ellos. Y deja de simular que estás en Singapur cuando me consta que vives en Devon.

Una súbita frialdad se adueñó de Oliver, la frialdad de un verdugo.

–…Se lo dijiste tú, ¿verdad? -reprochó sin rodeos-. Tiger te lo sonsacó. Vino a verte, te contó lo de Winser, y tú le hablaste de mí. Le dijiste dónde estaba, cuál era mi nuevo nombre, que me escribías al banco, a la atención de Toogood. Debió de agradecértelo con creces. -Oliver tuvo que sostenerla en pie, porque empezó a desfallecer, a morderse el dedo índice y a lloriquear bajo su flequillo a lo princesa Diana-. Lo que desearía saber, Nadia, por favor, es qué te dijo Tiger -prosiguió sin miramientos-. Porque si no me lo cuentas, mucho me temo que acabará como Alfie Winser.

Nadia necesitaba un escenario diferente, así que Oliver la guió por el pasillo hasta el comedor, donde había una chimenea de mármol blanco labrado con estatuas de mujeres desnudas, posiblemente de Canova, erigidas en hornacinas entre columnas ornamentales. Durante su pubertad, aquéllas habían sido las queridas sirenas de su fantasía. Una mirada furtiva a sus sonrisas celestiales y sus traseros perfectos por el hueco de la puerta entreabierta bastaba para excitarlo. Sobre ellas colgaba un cuadro, obra de un pintor olvidado de la época, con nubes doradas elevándose por encima de Nightingales, Tiger montado en un caballo de polo en plena cabriola y Oliver con la chaqueta de Eton alargando el brazo hacia la brida, y Nadia, la joven y bella esposa de Tiger, de estrecha cintura, vestida con una bata larga y suelta, refrenando la mano impaciente del niño. Y detrás de Tiger, con el aspecto de un rubio príncipe italiano, se pavoneaba el fantasma de Jeffrey, devuelto a la vida a partir de fotografías, con el dorado cabello al viento y una radiante sonrisa, saltando a lomos de su caballo gris, llamado…
Admiral,
…a través de un rayo de sol, mientras los criados de la familia saludan agitando sus gorras.

–…Soy tan mala, Oliver -se lamentó Nadia, viendo el cuadro como una especie de reproche-. Tiger no debería haberse casado conmigo, y yo no debería haberos traído al mundo a vosotros.

–…No te preocupes, madre. Alguna otra nos habría traído al mundo si tú no lo hubieses hecho -dijo Oliver con falsa alegría.

Se preguntaba si Jeffrey era hijo de Tiger. En una de sus borracheras, Nadia había mencionado a un abogado de Liverpool, compañero de Tiger en aquellos tiempos, un verdadero diamante en bruto de magnífico cabello claro.

Se hallaban en la sala de billar. Oliver volvía a presionarla:

–…Tengo que saberlo, madre, tengo que enterarme de qué ocurrió entre vosotros dos.

Ella hipaba y sacudía la cabeza y lo negaba todo a la vez que confesaba, pero había dejado de llorar.

–…Soy demasiado joven, demasiado frágil, demasiado sensible, cariño. Tiger me obligó a hablar, y ahora tú estás haciendo lo mismo. Eso me pasa porque no fui a la universidad; mi padre creía que una señorita no necesitaba estudios. Doy gracias a Dios por no haber tenido hijas. -De pronto cambió de pronombres y empezó a hablar de sí misma en tercera persona-. Nadia sólo dijo a Tiger alguna que otra cosa, cariño. No…
todo.
…Eso nunca lo haría. Si de entrada Ollie no hubiese dado cierta información a la pobre Nadia, ella no habría podido dar cierta información a Tiger, ¿no es así?

Tienes toda la razón, pensó Oliver. Fue una estupidez decírtelo. Debería haberte dejado bebiendo y muriéndote de preocupación.

–…Tu padre estaba tan triste, cariño -explicó Nadia entre sollozos-. Triste por Winser. Más triste aún por ti. Esa Kat había echado más leña al fuego, imagino. Prefiero mil veces antes la compañía de…
Jacko.
…Yo sólo quería que me mirase, que me llamase «cariño», que me abrazase y me dijese que aún conservo algún encanto.

–…¿Dónde está, madre? ¿Con qué nombre viaja? -Oliver la mantenía sujeta, y ella colgaba de sus brazos como un peso muerto-. Debió de decirte adonde iba. Te lo cuenta todo. Tiger no ocultaría una cosa así a su Nadia.

–…No debo confiar en ti. En ninguno de vosotros. Ni en Mirsky ni en Hoban ni en Massingham ni en nadie. Y fue Oliver el único causante de todo. Déjame en paz.

Butacas de piel, libros acerca de los caballos, un escritorio de director de colegio. Habían llegado al despacho. Sobre la chimenea, un cuadro de un purasangre dudosamente atribuido a Stubbs. Oliver se encaramó al asiento empotrado bajo la ventana y deslizó la mano a tientas por encima del bastidor de las cortinas hasta encontrar una polvorienta llave de latón. Descolgó el cuadro y lo colocó en el suelo. Detrás apareció una caja fuerte situada a la altura de Tiger. Oliver la abrió y miró dentro, tal como hacía de niño cuando aún creía que la caja fuerte era un ponedero de gallinas mágico donde se depositaría un gran secreto.

–…Ahí no hay nada, Ollie, cariño. Nunca ha habido nada. Sólo aburridos testamentos y escrituras y alguna pequeña cantidad de dinero extranjero que se le quedaba en los bolsillos.

Nada ahora, nada entonces. La cerró, devolvió la llave a su escondrijo y dirigió la atención a los cajones del escritorio. Un guante de polo. Una caja de cartuchos de calibre doce. Facturas de tiendas con el sello de «pagado». Papel y sobres. Una libreta negra sin rótulo en la tapa. «Quiero libretas -había dicho Brock-. Quiero apuntes sueltos, blocs de notas, agendas, direcciones garabateadas. Quiero nombres escritos en cajas de cerillas, bolas de papel arrugado, cualquier cosa que se propusiese tirar y no llegase a hacerlo.» Oliver abrió la libreta: «La guía del conversador de sobremesa. Chistes, aforismos, proverbios, citas.» Echó la libreta al cajón de nuevo.

–…¿Han traído algún paquete a su nombre, madre? ¿Cajas, sobres grandes, correo certificado, envíos por mensajero? ¿Algo que tengas guardado para dárselo? «Recibirán una prueba documental por separado en su domicilio particular, firmado Y. I. Orlov.»

–…Claro que no, cariño. Aquí no recibe correspondencia de nadie, excepto alguna factura.

Oliver volvió a llevarla a la cocina y preparó un té. Ella lo observaba.

–…Al menos ahora ya no eres feo, cariño -comentó Nadia para consuelo de ambos-. Tu padre lloró. No lo había visto llorar desde la muerte de Jeffrey. Me pidió que le prestase mi Polaroid. No sabías que era fotógrafa, ¿eh?

–…¿Para qué demonios quería una Polaroid? -preguntó Oliver, pensando en pasaportes y solicitudes de visados.

–…Deseaba llevarse fotografías de todo aquello que más ha amado. Yo. El retrato de la familia completa, el jardín tapiado…, todo aquello que le proporcionaba felicidad hasta que tú decidiste amargarle la vida.

Nadia necesitaba otro afectuoso abrazo, así que Oliver se lo concedió.

–…¿Ha venido por aquí recientemente el viejo Yevgueni?

–…El invierno pasado, cariño. En temporada de faisanes.

–…Pero Tiger no ha cazado aún un oso, ¿no? -bromeó Oliver.

–…No, cariño. No creo que los osos sean lo suyo. Se parecen demasiado a los humanos.

–…¿Quién más vino?

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