Símbolos de vida (6 page)

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Authors: Frank Thompson

BOOK: Símbolos de vida
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—8—

Jeff talló la pieza toda la noche. La necesidad de dormir lo asaltó cuando la tenue luz del amanecer empezaba a extenderse sutilmente por la playa. Creyó que se había quedado dormido durante un milisegundo, cuando lo zarandearon bruscamente por el hombro.

—Buenos días —saludó Hurley, inclinándose sobre él—. Es hora de ir a por ese jabalí.

Jeff gruñó, todavía recostado contra el árbol. Había estado sentado sobre la arena con las piernas cruzadas y, ahora, las rodillas le crujieron y le dolieron mientras las estiraba con cautela, preparándose para ponerse en pie.

—¡Oh, Dios! —masculló—. Seguro que el jabalí será igual de sabroso si vamos tras él por la tarde.

—Locke dice que es mejor por la mañana —respondió Hurley, encogiéndose de hombros—. Puede que a los jabalíes también les guste dormir.

Le ofreció una mano a Jeff. Éste la tomó y luchó por levantarse.
"Me siento como si tuviera setenta años",
pensó.

—Bueno, ahora sé cómo se siente el jabalí —dijo Jeff—. De hecho, en este momento, sé cómo se sentirá el jabalí cuando Locke le ponga la mano encima.

Hurley asintió con solemnidad.

—Sería genial poder tomarse una taza de café, ¿verdad?

—Sí, sería genial —admitió—. Lo sería.

Un pequeño grupo de cazadores se había reunido cerca del lugar donde cocinaran el pescado la noche anterior. Unas cuantas brasas seguían brillando rojizas y la arena estaba sembrada de los restos de la comida.

Jeff reconoció a la mayoría de los integrantes del grupo. Locke era alto, con ojos de color acero y una cabeza que se preocupaba cié mantener afeitada. El artista supuso que había sido un militar. Le recordaba a los hombres duros, indomables, que protagonizaban las aventuras que leía de pequeño; el tipo de hombre que se hubiera alistado en la Legión Extranjera o vivido en las aguas pantanosas de alguna jungla comiendo ratas. Locke le daba un poco de miedo, aunque las pocas veces que se topaba con él siempre se mostraba muy amable.

Junto a Locke se encontraba Michael. Al igual que le ocurría con Locke, sólo se cruzaba con Michael esporádicamente, pero le gustaba por instinto, sin más razones aparentes que las que le hacían desconfiar de Locke. La mirada de Michael era amable, y Jeff había visto el obvio afecto que sentía hacia su hijo Walt. Ahora que Hurley le había contado que Michael también era un artista, tenía ganas de charlar con él, y ese pensamiento le sorprendía un poco. No había tenido ganas de charlar con nadie sobre nada desde que se estrellaran en aquel purgatorio verde.

Charlie también estaba allí. Su expresión soñolienta cambió a una sonriente cuando vio que Jeff y Hurley se acercaban, y los saludó. Locke y Michael estaban metiendo botellas de agua y piezas de fruta dentro de unas mochilas; y cuando Locke percibió la presencia de los recién llegados, les entregó una a cada uno. Jeff notó que Sawyer no se encontraba presente, ni tampoco el doctor Jack. Se preguntó si los dos antagonistas simplemente se evitaban o si aquel día tenían cosas más importantes que hacer en el campamento.

—Buenos días —saludó Locke, sonriente.

"Es una sonrisa perfectamente amistosa",
pensó Jeff,
"¿por qué me da escalofríos?".

—Días, sí, pero buenos... —dudó Hurley—. Personalmente, puedo pensar en un par de lugares donde preferiría estar antes que aquí.

—¡Completamente de acuerdo! —exclamó Michael, riendo—. Estaba muerto para el mundo cuando vino éste... —y señaló con el pulgar a Locke— e interrumpió mi sueño.

Michael miró al pintor y extendió la mano.

—Eres Jeff, ¿no? Me alegra que hayas decidido unirte a nosotros.

Estrechó la mano de Michael y dio un saludo general para todo el grupo. Tenía la tonta sensación de que era el chico nuevo del colegio, el recién llegado que caía casualmente entre los más populares. Charlie también le estrechó la mano y dijo:

—Tú eres el que encontró la casa natural, ¿verdad?

—Eso creo —admitió Jeff—. Un golpe de suerte.

—No existe la suerte —interrumpió Locke con su sonrisa gélida. Y se dirigió hacia un pequeño cobertizo donde había dejado varias lanzas. En realidad sólo eran troncos de bambú con un extremo afilado por Locke hasta dejarlos acabados en punta.

—Algunos de vosotros nunca habéis venido a cazar jabalíes —dijo—. Puede ser peligroso, así que quiero que todo el mundo permanezca junto y no corra riesgos. Es mucho mejor volver a casa sin un jabalí que sin uno de vosotros.

—O sin ti —añadió Michael.

—Ni lo sueñes —replicó Locke sin sonreír—. Todos llevaremos lanzas. Además, yo llevo esto —y mostró un enorme cuchillo de hoja serrada que extrajo del cinturón—. Las lanzas nos servirán para derribar al jabalí; si lo conseguimos, yo lo remataré. Ésa será la parte fácil. La difícil será transportar algunos cientos de kilos de jamón y bacon de vuelta al campamento.

Nadie respondió. Jeff se encontró inesperadamente emocionado ante la idea de la caza. En Inglaterra la hubiera encontrado horrorosa; es más, probablemente se habría unido a una manifestación en contra. Quizás, pensó, se estaba convirtiendo en un hombre más elemental; quizás, a su debido tiempo, todos involuciona— rían hasta convertirse en salvajes. Al fin y al cabo había leído
El Señor de las Moscas,
y sabía lo que podía ocurrir... lo que probablemente ocurriría.

Locke entregó una lanza a cada uno:

—Si podéis llevar dos, mejor que mejor. No podemos saber si las necesitaremos antes de que esto acabe.

—¿Crees que tendremos que ir muy lejos? —preguntó Charlie.

Locke señaló hacia una montaña que podía verse en la distancia. A Jeff le pareció que se encontraba a unos 7 u 8 kilómetros.

—La última vez que cacé un jabalí, también vi algunos jabatos por la zona —explicó el hombre calvo—. Si tenemos suerte, no se alejará mucho de su territorio a causa de las crías. Quizá haya otros adultos por allí, por fuerza ha tenido que aparearse con alguno. Sea como sea, cazaremos todo lo que podamos.

Señaló las mochilas, antes de añadir:

—Llevamos agua para un día. Espero estar de vuelta al anochecer; pero, por si no es así, hay varias fuentes en la selva, no tendremos que preocuparnos por eso. Aunque es fácil que nos quedemos sin fruta; quizá encontremos más por el camino... o quizá no.

—Quizá encontremos algunas de las vacas que decías —le dijo Hurley a Jeff sonriendo.

—¿De qué habla? —preguntó Locke.

—De nada —respondió Jeff—, Hurley y yo estuvimos hablando ayer de lo mucho que nos gustaría poder comernos un buen filete de vaca.

—No sois los únicos.

—Amén a eso —añadió Michael.

Locke dio media vuelta y empezó a caminar seguido por los demás. Cada uno llevaba dos lanzas tal como había sugerido, y Jeff empezó inmediatamente a utilizarlas como bastones, una en cada mano. Pensó, absurdamente, que parecía que estuviera esquiando campo a través. Por su mente pasó la idea de que nunca podría volver a hacerlo; es más, que probablemente nunca volvería a ver nieve. Pero, en cuanto ese pensamiento deprimente y desalentador le vino a la mente, intentó apartarlo. Caminando tras Michael, casi a su lado, Jeff dijo:

—Según Hurley, eres un artista.

—Exacto. Dice lo mismo de ti.

—¿Dónde estaba Hurley cuando me encontraba en Inglaterra y necesitaba un agente de prensa? —rió Jeff—. Parece muy capaz de conseguir que las noticias corran como la pólvora.

Un poco por delante de ellos, Hurley se detuvo y dio media vuelta.

—Si vais a hablar de mí, no digáis guarradas.

Charlie sonrió perversamente, dirigiéndose a Michael y a Jeff.

—Pues si vais a hablar de mí, soltad las mayores guarradas posibles. ¡Ah, nunca se aprecian los fans cuando los tienes, pero cómo los echas de menos cuando te faltan!

Jeff miró inquisitivamente a Michael.

—Charlie solía tocar en un grupo de rock —explicó el segundo—. Driveshaft. ¿No has oído hablar de él?

—Puede que mis alumnos sí —dijo Jeff, sacudiendo la cabeza—. Me temo que mis gustos musicales son más bien clásicos. Las cuatro "bes", ya sabes: Bach, Beethoven, Brahms... y Beatles.

—Bueno, no éramos tan buenos como ellos —reconoció Charlie—, pero tampoco lo hacíamos mal, nada mal.

Michael miró a Jeff atentamente:

—No quisiera ser entrometido, pero, ¿cómo es posible que no los conozcas? Quiero decir, ese tipo lo cuenta todo sobre Driveshaft a cualquiera que quiera escucharlo.

—¿Tan pesado soy? —preguntó Charlie.

—Sí —sentenció Michael.

—No sé cómo justificarlo, ni siquiera ante mí mismo —avisó Jeff—. Pero desde que estamos aquí, me he sentido... como ajeno. No tengo otra forma de explicarlo. No he querido conocer a nadie ni hablar con nadie. Y cuando encontré mi estudio, pensé que el destino me ofrecía un lugar donde poder estar a solas.

—Bueno, a mí me pareces un tipo bastante amistoso —interrumpió Michael.

—Sí... —apoyó Hurley—, excepto por todo ese rollo
cié
las malas vibraciones y de querer ser un solitario.

—Soy amistoso —rió Jeff—, Al menos siempre lo fui... creo.

Ante su sorpresa, se sentía cómodo en el grupo y ansioso de conocerlos un poco mejor. Cuando Michael le preguntó sobre su vida artística en Gran Bretaña, le contó varias anécdotas y aventuras, y le describió algunas de sus exposiciones. El, a su vez, le preguntó a Michael sobre su trabajo y escuchó con gran interés las descripciones de sus obras y de lo que aspiraba a dibujar. La charla prosiguió, hora tras hora, mientras se internaban en la isla, hasta que Jeff empezó a comprender lo mucho que había echado de menos el contacto humano, el tener amigos.

"Esto es divertido",
se dijo a sí mismo,
"O, corno diría el señor Blond, está bien, bien, bien".

El único miembro del grupo que no intervenía mucho en la conversación era Locke. Se mantenía a distancia de los demás, buscando minuciosamente el rastro de un jabalí o de cualquier otro animal comestible que se encontrase en la zona. Cada hora, más o menos, se detenían para descansar. Se sentaban en el suelo, apoyaban la espalda en algún árbol y, cobijados bajo su sombra, tomaban cortos sorbos de agua.

Todavía faltaba mucho para el mediodía, pero Hurley declaró que era hora de almorzar, y cada uno devoró una pieza de fruta de las que llevaban en las mochilas. Michael había traído dos sobras de pescado de la noche anterior envueltas cuidadosamente en un trozo de ropa. Charlie era vegetariano, así que rechazó la oferta. Hurley frunció la nariz de disgusto ante su mera visión.

Michael se encogió de hombros, sonriendo:

—Oh, bueno, más para nosotros. Jeff... —y le ofreció el pescado, antes de gritar—: ¡Locke, tenemos pescado! ¿Quieres un poco?

Locke estaba al menos a cien metros de distancia, sobre una pequeña colina, vigilando la zona que los rodeaba. Movió su brazo negativamente y volvió a concentrar su atención en el paisaje. Estaba demasiado lejos para poder
ver su expresión.
"¿Por qué tengo la sensación de que está preocupado por algo?",
se preguntó Jeff.

El pescado estaba tibio y no había sido muy bien cocinado, pero al pintor le supo a festín. Dedujo que, en parte, simplemente porque estaba famélico, pero había otra razón: la comida le resultaba más que deliciosa porque la estaba compartiendo con amigos, algo que no hacía desde hacía mucho tiempo. Era una buena sensación.

Después de comer, Jeff cerró los ojos. La falta de sueño de la noche anterior empezó a pasarle factura y pensó que, si descansaba unos segundos, recuperaría las fuerzas suficientes como para proseguir la caminata.

Fue despertado bruscamente por la voz de Locke:

—¿Cuánto hace que duerme?

—No estoy dormido —protestó Jeff a la defensiva. Entonces, se dio cuenta de que los demás sonreían.

—Si no estabas durmiendo —dijo Charlie—, es que crees que el ronquido es un buen sistema de comunicación. ¡Porque estabas roncando!

—Si hay un jabalí por aquí, seguramente lo habrás ahuyentado —añadió Hurley—. Seguro que se ha creído que eras un león rugiendo.

Incluso Locke parecía divertido. Jeff sonrió tímidamente:

—Es que no dormí mucho anoche...

—No te preocupes —lo tranquilizó Michael—. Sólo has dormido tres cuartos de hora, más o menos. De todas formas, no podíamos ir a ningún lado antes de que Locke volviera.

—Es cierto —apoyó Hurley, antes de dirigirse a Locke—: ¿Dónde has estado?

Locke señaló hacia delante, hacia el lugar donde Jeff lo había visto antes.

—Vi rastros de jabalí que iban hacia aquel pequeño valle tras la colina. Puede que haya cinco o seis, así que debemos mantenernos alerta.

Todos asintieron sobriamente. Sabían lo peligrosos que podían ser aquellos animales.

—Es casi mediodía —anunció Locke—. Si no cazamos nada en las próximas dos horas, tendremos que montar un campamento para pasar la noche. Creo que ya hemos pasado el punto de no retorno. ¿Estamos todos de acuerdo?

—¿Y si no lo estamos? —sonrió Hurley.

—Ya conocéis el camino de vuelta a casa —contestó Locke señalando hacia la selva.

Michael, Hurley y Charlie rieron ampliamente.

—Sí, claro —dijo el primero— Como si pudiéramos encontrar el camino de vuelta sin ti...

Locke mantuvo aquella sonrisa amistosa que Jeff encontraba tan inquietante, mientras respondía:

—Entonces, será mejor que nos demos prisa.

Los demás reanudaron la marcha a su pesar.

No encontraron ningún jabalí durante las siguientes dos horas, ni durante las siguientes cuatro, y el sol ya empezaba a desaparecer tras las copas de los árboles, llenando de sombras el paisaje. Sin linternas ni antorchas no podían continuar avanzando en medio de la oscuridad, así que el grupo de caza buscó un lugar donde montar un campamento.

—Vayamos hasta aquella colina —sugirió Locke. A un kilómetro de distancia se alzaba una colina rocosa de unos treinta metros de altura. En ella no crecía mucha vegetación, así que su relieve se recortaba nítidamente contra el verde del paisaje—. Puede que encontremos algunos salientes adecuados para guarecernos. Si empieza a llover nos irá bien.

En realidad, llovía casi todos los días, era un hecho aceptado por los habitantes de la isla. Pero, aunque estaban acostumbrados, nadie quería dormir bajo la lluvia si contaba con una alternativa.

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