—No le escuche —siseó Doe—. ¡Máteme!
—¡David! Está equivocado —insistió Somerset—.
¿Quién ocupará mi lugar si usted no está? ¿Quién?
—Tracy me suplicó que la dejara vivir, detective.
Somerset apretó el arma contra el cuello de Mills.
—Suelte el arma, David.
—Ha sido muy patético, detective. Me suplicó que le perdonara la vida a ella… y al bebé que llevaba en su seno.
Mills frunció el ceño con aire confundido, pero de repente comprendió el horror de aquellas palabras.
—¿Acaso no lo sabía? —preguntó Doe con sobresalto.
A Mills le temblaban los labios y las manos mientras sostenía el arma contra la frente del asesino.
De repente, una oleada de fatiga se adueñó de Somerset.
Tenía los brazos tan cansados que dejó caer el arma a un lado.
—Si lo mata, él habrá ganado.
Doe cerró los ojos y entrelazó las manos para rezar.
El arma se agitaba entre las manos temblorosas de Mills.
—Muy bien… El gana.
Mills disparó, y la parte superior de la cabeza de Doe salió volando cuando el hombre cayó hacia atrás. Pedazos sangrientos salpicaron la carretera polvorienta. El estallido del disparo retumbó en el desierto y fue desvaneciéndose paulatinamente para dar paso al silbido del viento.
Mills dejó caer su arma sobre el pavimento. Se volvió y echó a andar, pero sólo logró dar unos pasos antes de hincarse de rodillas y sepultar el rostro entre las manos.
Somerset contempló el cadáver con la boca reseca. Un charco de sangre se extendía desde lo que quedaba de la cabeza de Doe por el pavimento, como una mala idea. La sangre se filtró por debajo del arma de Mills, un opaco islote plateado en un lago carmesí. Somerset cerró los ojos. No quería ver más.
Dos horas más tarde, Somerset seguía en aquel tramo de carretera, apoyado contra el parachoques del sedán azul metalizado que lo había conducido hasta allí, con un vaso de café frío en la mano. Un círculo de coches patrulla iluminaba con sus faros el escenario del crimen. El cadáver de Doe se hallaba en una bolsa negra a pocos metros del pavimento manchado de sangre. Dos auxiliares de la oficina del forense recogieron la bolsa como si fuera una maleta pesada, la colocaron sobre una camilla y se la llevaron a la furgoneta.
Había policías de paisano y técnicos forenses repartidos por todo el lugar. El helicóptero descansaba en el desierto, a unos cincuenta metros de la carretera, con los rotores inmóviles. Hacía una hora que se habían llevado a Mills.
Somerset contemplaba pensativo la rosa de papel pintado.
El capitán se aproximó a Somerset.
—Ya ha pasado todo, William. Váyase a casa.
—¿Qué será de Mills? —preguntó Somerset.
—Irá a juicio —contestó el capitán encogiéndose de hombros—. El sindicato de la policía le conseguirá un buen abogado. No lo condenarán a la pena máxima por circunstancias atenuantes, pero pasará un tiempo en la cárcel. De eso no cabe ninguna duda.
—¿Y su carrera?
—Por la borda —replicó el capitán meneando la cabeza.
—Así que Doe ha ganado al fin y al cabo. Siete por siete… Siete vidas destruidas; ocho, contando a Mills…
Nueve, en realidad, si contamos al… bebé.
A Somerset le costó pronunciar la última palabra.
—Váyase a casa, William —repitió el capitán—. Ahora está jubilado. Deje atrás todo esto.
Somerset meneó la cabeza y estrujó la rosa de papel.
—He cambiado de idea.
—¿Qué?
—Me quedo. No quiero jubilarme.
—¿Está seguro?
—Sí, lo estoy. —Se apartó del coche y se dirigió a la portezuela del conductor—. Hasta el lunes.
Al abrir la portezuela, arrojó el pedazo arrugado de papel pintado al desierto, donde el viento se lo llevó como si de un arbusto muerto se tratara. Sabía que jamás podría marcharse.
Sin Mills, alguien tenía que quedarse para seguir luchando.
ANTHONY BRUNO, es un autor estadounidense nacido en Orange, estado de New Jersey. Graduado por la Universidad de Boston, consiguió además un Master en Estudios Medievales al finalizar su formación de posgrado. Tras trabajar en varias editoriales neoyorquinas, obtuvo su primer éxito literario en 1988 con la novela negra Bad guys. Esta fue la primera de una serie de obras (Bad blood, Bad luck, Bad business, Bad moon, y Bad apple) cuyos protagonistas son los agentes del FBI, Mike Tozzi y Cuthbert Gibbons.
La trama de estas historias, en las que se describe la vida y las actividades delictivas de mafiosos reales, sirvió parcialmente como base para series de TV posteriores, tal como Los Soprano.
Interesado en la historia del crimen, Bruno ha escrito un ensayo sobre un asesino en serie (The iceman: The true story of a cold-blooded killer), en el que relata la historia de Richard Kuklinski que, supuestamente, habría matado a más de 100 personas.
En 1995 escribió la novelización de la pelicula Seven, basada en el filme protagonizado por Brad Pitt, Morgan Freeman y Gwyneth Paltrow. Tras iniciar una nueva serie con los agentes Loretta Kovacs y Frank Marvelli (Devil's food, Double espresso y Hot fudge), una de sus novelas (Bad apple) ha sido adaptada recientemente a la pequeña pantalla por TNT.
[1]
Nombre con que se designa al americano medio o a una persona no identificada.
(N. de la T)
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