Emma asintió. Comprendía todo lo que Michael le había dicho, pero aun así le resultaba imposible aceptarlo.
—Es un puto idiota.
—Lo sé.
—No había ninguna voz en la radio...
—Lo sé. No oyó nada. Me habló de ello, pero es imposible.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir?
—Se llevó arriba la radio, pero se dejó la antena. No puede haber oído nada.
Una vez que aceptaron como inevitable que Carl iba a volver a la ciudad, se pusieron rápidamente en marcha. Carl quería irse, y Michael y Emma querían hacer todo lo posible mientras siguiera por allí. Una salida de la casa era esencial para todos ellos, ya se quedasen o se fuesen; tener tres pares de manos en lugar de dos significaba que Michael y Emma podían coger más provisiones y así retrasar unos días más su siguiente viaje. Emma seguía incómoda ante la idea de la marcha de Carl. La seguridad estaba en el número: si uno de ellos resultaba herido, los otros dos podrían ayudarlo. Sola con Michael, sabía que tendrían un problema muy serio si le ocurría algo a alguno de los dos. Y las posibilidades de que Carl sobreviviera solo en caso de accidente eran prácticamente nulas. Al irse los estaba poniendo a todos en peligro.
Era una mañana de domingo, fría, húmeda y miserable. Regresaron a Pennmyre, el primer pueblo que habían visitado después de encontrar Penn Farm la semana anterior. La tensión en la furgoneta fue creciendo a medida que se aproximaban a la calle principal del pueblo. Como el ruido de su llegada rompió el frágil silencio, no fue una sorpresa que despertaran el interés indeseado de una puñado de deplorables criaturas de la cercanía. Tras detener el motor, Michael se inclinó sobre su asiento, empezó a revolver en la parte trasera de la furgoneta y cogió una llave inglesa de una caja de herramientas que había en el vehículo. Tratando de controlar los nervios, abrió el techo deslizante y sacó el brazo al exterior. Con un gruñido de esfuerzo, lanzó la llave inglesa al otro lado de la calle y volvió adentro mientras el escaparate de una tienda se rompía con un ruido de cristales satisfactoriamente alto. Su acto vandálico tuvo el efecto deseado y los torpes y curiosos cuerpos se fueron dirigiendo progresivamente hacia el otro lado de la calle atraídos por el ruido. Emma, Carl y Michael se agacharon y se ocultaron debajo de sábanas y abrigos hasta que todos los cuerpos hubieron desaparecido, siguiendo los unos a los otros como si fueran ovejas.
Michael había aparcado cerca de un pequeño supermercado en el extremo más alejado de la calle principal. Oculto al otro lado de una fila de casas, no lo habían visto la otra vez que habían estado allí. En cuanto se dispersó la muchedumbre, Emma abrió la puerta con mucho cuidado, se deslizó al exterior, se acuclilló sin que la vieran y sin hacer ruido desapareció dentro de la tienda. Mientras Michael y Carl buscaban un transporte alternativo, Emma reunió tantas latas de comida y otros productos no perecederos como pudo encontrar, y los cargó en la parte trasera de la furgoneta. Cada movimiento que hacía era lento y pausado, cada paso calculado con precisión para seguir siendo invisible para el resto del mundo.
Había un garaje muy grande en una calle lateral cerca del supermercado. Michael encontró un Landrover que se ajustaba perfectamente a sus necesidades, se fue a buscar las llaves en la oficina y se aseguró que el depósito estuviera lleno de gasolina. Sacó con un sifón más combustible de otros vehículos aparcados en el patio y llenó varias latas grandes que cargó en la parte trasera de su nuevo vehículo. Algunos cuerpos letárgicos pasaron por la zona mientras trabajaba. Entonces, Michael se quedaba quieto y los vigilaba hasta que se alejaban. Estaba seguro de que muchos de ellos lo habían visto, pero no reaccionaron. Solos no parecían representar una amenaza. Quizá sus cerebros podridos eran incapaces de distinguir entre él y los millones de otros cuerpos putrefactos que se arrastraban por las calles silenciosas.
«No hagas ningún ruido —se dijo—, ni movimientos bruscos...»
Por casualidad, Carl tropezó con el vehículo perfecto para devolverlo a la ciudad. En un patio de cemento pequeño y cuadrado, detrás de una estrecha casa con terraza, encontró una motocicleta. Parecía bien cuidada y potente y, aunque su experiencia en conducir motos era limitada, sabía que le daría mucha más velocidad y maniobrabilidad que cualquier vehículo de cuatro ruedas. Encontró las llaves de la moto en el bolsillo de un cadáver vestido de cuero que yacía atravesado en una puerta medio abierta. Con temor, pero comprendiendo la necesidad de protegerse y no teniendo tiempo o interés en buscar en otro sitio, quitó el traje de cuero al cuerpo en descomposición y luego, el casco. La cabeza del cadáver estaba marchita y era ligera, y la carne inesperadamente seca y descolorida. Sin atreverse a arrancar el motor, soltó los frenos y empujó la moto hasta el supermercado donde Emma esperaba ansiosa. Emma se subió al asiento del conductor de la furgoneta cuando él se acercó, deseando irse.
—He encontrado esto —dijo Carl en voz baja—. Me servirá.
Ella asintió, pero no contestó.
—¿Qué te parece este trasto? —le preguntó Carl a Michael cuando éste volvió a la furgoneta.
Michael no pretendió tener ningún interés ni en la moto ni en Carl, y le respondió sólo con un gruñido.
—¿Preparada para irnos? —preguntó, dirigiendo claramente la cuestión a Emma.
Ella asintió.
—Estoy lista. Salgamos de aquí.
—He encontrado un Landrover —prosiguió—. Tú arranca la furgoneta, y yo voy a probar con el otro. Dame un par de minutos. Si no puedo arrancarlo, volveré aquí para que me lleves, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Emma consiguió esbozar una sonrisa fugaz y asintió de nuevo. Tenía la garganta seca, y el corazón le empezaba a galopar en el pecho. Sabía que en cuanto arrancase el motor se convertiría inmediatamente en el centro de atención. Cuerpos de todos los alrededores empezarían a dirigirse hacia ella.
—Yo iré detrás —dijo Carl.
—Como quieras —musitó Michael.
Comprobó que la carretera estuviera despejada, le hizo un gesto a Emma con el pulgar hacia arriba y corrió de vuelta al Landrover. En cuanto hubo desaparecido de vista, Emma arrancó el motor, contemplando angustiada cómo todos los cadáveres que podía ver se daban lentamente la vuelta y avanzaban hacia ella. Los más cercanos estuvieron sobre ella en unos segundos, golpeando sin descanso sus puños contra las ventanillas. Emma inició el avance cuando se empezaron a agrupar alrededor de la parte delantera de la furgoneta, acelerando lo justo para apartarlos del camino y despejar su ruta de escape. La furgoneta había quedado rodeada con desesperante rapidez. Instintivamente aceleró el motor, pensando que seguramente se libraría de algunos de los muertos, pero sabiendo que todo lo que estaba haciendo era atraer a más cadáveres hacia ella. Entonces, a través de un hueco momentáneo entre los cadáveres letárgicos que no dejaban de cruzarse, vio que algunos estaban empezando a alejarse. Antes de que pudiera deducir qué estaba pasando y porqué, Michael pasó a toda velocidad por delante de la furgoneta en su Landrover y giró hacia la calle principal, haciendo deliberadas eses para derribar el mayor número posible de cadáveres. Emma aceleró, lanzando la furgoneta a través de la diezmada muchedumbre, y siguiendo la sangrienta estela de Michael.
Aún en el patio detrás de la casa, Carl intentaba arrancar la moto. Aunque escondido y alejado de la zona principal del pueblo, seis cadáveres ya habían conseguido encontrarlo. Otros tres intentos más, y el motor de la motocicleta resopló y finalmente, después de casi dos semanas de descanso, cobró vida con un rugido ensordecedor. Intentó avanzar. La moto era potente, más de lo que había esperado. La inesperada potencia lo cogió desprevenido y, durante un segundo, casi perdió el control. Paró, recobró el equilibrio e intentó calmarse. El cadáver más cercano se inclinó hacia él y le agarró de la parte trasera de la chaqueta, más por suerte que por intención. Aterrorizado, Carl levantó los pies del suelo, aceleró por un callejón cubierto y salió a la carretera, dejando el cadáver atrás.
* * *
Carl recorrió algunos kilómetros antes de sentirse lo suficientemente seguro para acelerar la moto al máximo. Siguió el rastro sangriento que los otros habían dejado en la carretera, llegó a la altura de la furgoneta y el Landrover los rebasó y volvió a dejarlo pasar, situándose entre los dos y esquivando los innumerables restos, cuerpos y ruinas que encontraba en su camino. Cuando llegaron al sendero que conducía desde la carretera principal a Penn Farm, se sentía con la suficiente confianza para ir en cabeza. Cruzó el puente de piedra, abrió la puerta y esperó a Emma y Michael. En cuanto los dos hubieron pasado y se encontraban a salvo dentro de la barricada, cerró de golpe las pesadas puertas y cerró los ocho grandes candados que utilizaban para asegurarla. Seguía habiendo cuerpos en las cercanías, los restos de la inmensa multitud de la pasada noche. Mientras cerraba las puertas, Carl vio a muchas figuras grotescas y oscuras que surgían desde el bosque y comenzaban a ir hacia la casa. Una semana antes sólo habían sido capaces de vagar sin meta y sin dirección. Aunque seguían siendo torpes y lentos, se movían con una determinación y un propósito preocupantes.
Carl empujó la moto hasta acercarla a la casa y se arrodilló para empezar a revisarla. No quería entrar. Ahora que había tomado la decisión de irse, se sentía extrañamente desconectado de los otros dos. Por el rabillo del ojo se dio cuenta de que Emma se estaba acercando para hablar con él.
—¿Estás bien? —preguntó.
Carl se levantó y se limpió la tierra de la ropa.
—Sí —contestó—. ¿Y tú?
Ella asintió. Su voz era cansada, sin emoción y abrupta. Carl sintió que estaba hablando con él más como un deber que por un deseo real.
—Mira —empezó Emma—, sé que has dicho que estás seguro de que quieres irte, pero te has parado a pensar...
—No quiero oírlo, Emma —la interrumpió, callándola.
—No sabes lo que voy a decir...
—Lo puedo suponer.
Emma suspiró y comenzó a alejarse. Después de pensarlo durante un segundo, volvió, decidida a decir lo que tenía en la cabeza.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
—Tan seguro como lo pueda estar cualquiera sobre cualquier cosa en el momento...
—Pero vas a correr muchos riesgos. No tienes que irte. Nos podríamos quedar un poco más y quizá regresar más tarde a la ciudad juntos. Podríamos traer aquí a los otros. Es posible que incluso haya más para cuando...
—Tengo que ir. Ya no se trata sólo de sobrevivir, eso ya lo he hecho.
—Entonces, ¿por qué irte ahora?
—Mira a tu alrededor —le sugirió, haciendo un gesto hacia la casa y la barrera destartalada que la rodeaba—. ¿Resulta suficiente para ti? ¿Te da toda la protección y la seguridad que necesitas?
—Creo que estamos tan seguros como podamos estarlo...
—Yo no. Dios santo, la pasada noche estuvimos rodeados.
—Sí, pero...
—Sólo respóndeme a esto, Emma. ¿Qué harías si esas cosas atravesaran la barricada y entraran en la casa? Yo diría que no tendrías demasiadas opciones. Podrías encerrarte en una habitación y quedarte quieta y en silencio, o podrías intentar llegar a la furgoneta y huir. O simplemente podrías salir corriendo.
—A pie no hay ninguna posibilidad.
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Esta casa está rodeada por kilómetros y kilómetros de absolutamente nada. No hay ningún sitio hacia donde correr.
—Pero no necesitamos correr.
—Aún no, pero es posible que tengamos que hacerlo. En la ciudad hay cientos de sitios en los que esconderse en cualquier calle. No quiero pasarme el resto de mi vida encerrado en esta maldita casa.
Emma se sentó en los escalones delante de la casa, abatida y frustrada. Se movió a un lado cuando Michael empezó a descargar las provisiones de la furgoneta, haciendo todo lo que podía para no cruzarse con Carl.
—Estoy preocupada por ti, eso es todo —le dijo Emma a Carl en voz baja—. Sólo espero que te des cuenta que si te ocurre algo cuando estés sólo, estarás acabado.
—Lo sé.
—¿Y sigues empeñado en correr ese riesgo?
—Sí.
Carl se inclinó sobre la moto y se quedó mirando fijamente a Emma. Ella le devolvió la mirada, y su enfado se redujo. Sentía una gran pena por Carl. Lo había perdido todo, incluido el sentido común y la razón. Emma sabía que ya no le importaba sobrevivir. Toda su cháchara sobre encontrar un refugio seguro y contactar con los supervivientes era pura mierda. Lo único que quería era volver a casa.
—Entonces, ¿sigues con la idea de irte esta noche? —preguntó Michael, forzándose a hablar.
Una hora después de regresar de Pennmyre, Carl seguía en el exterior, cargando y repostando la moto. Levantó la mirada y asintió.
—Me parece que sí.
—¿Estás seguro de querer correr ese riesgo?
Carl se encogió de hombros.
—Todos corremos riesgos hagamos lo que hagamos —contestó—. No creo que importe a estas alturas.
—Bueno, pues yo creo que te estás buscando problemas. Al menos tendrías que esperar hasta mañana cuando sea...
—No me pasará nada.
—Muy bien.
—Vale.
Michael se sentó en los escalones y miró alrededor del patio, comprobando con rapidez que la barrera siguiera en buen estado; después miró hacia arriba, espiando los árboles de los alrededores, escuchando cómo las gotas de agua de la lluvia de la mañana se deslizaban de hoja en hoja antes de caer al suelo.
—Mira —comenzó; sentía que tenía el deber de intentar de nuevo persuadir a Carl de que no se fuera—, ¿por qué no te das un par de días más y...?
Carl suspiró.
—Dios santo, también tú. Ya he tenido suficiente de esta mierda antes con Emma...
—No es mierda. Sólo estamos preocupados de...
—¿Preocupados de qué?
—Preocupados de que estés cometiendo un error. Hemos escuchado todo lo que has dicho sobre tu deseo de regresar al centro comunitario y comprendemos las razones por las que crees que debes ir, pero...
Carl dejó a un lado lo que estaba haciendo y miró a Michael.
—¿Pero...?
—Creo que estás confuso. Creo que has pasado por demasiado y te cuesta aceptarlo. No creo que seas capaz de tomar las decisiones correctas por el momento y...