Tomó con el Landrover una curva pronunciada y tuvo que virar con fuerza hacia el otro lado para evitar la colisión con una furgoneta de reparto accidentada. Delante de él, la sinuosa carretera se iba ensanchando y enderezando. A lo lejos vio una hilera aislada de casas grises. De uno de los edificios, quizá el del centro, salió un cuerpo, que se tambaleó hasta el centro de la carretera. Se detuvo y se volvió hacia Michael.
—Maldita cosa estúpida —maldijo Michael en voz baja mientras contemplaba el desfigurado cuerpo ante él.
Apretó a fondo el acelerador, y el Landrover fue ganando velocidad. De repente centró toda su rabia y frustración en la lastimosa criatura que tenía delante; decidió que destruirla sería como una especie de compensación por la pérdida de todo lo que le había importado. Al aumentar la velocidad, creció la distancia entre el Landrover y el coche que le seguía. Confusa, preocupada y segura de que algo iba mal, Emma intentaba no quedarse atrás.
El cuerpo en medio de la carretera levantó los brazos por encima de la cabeza y empezó a hacer señales a Michael para que se detuviera.
—Dios santo. ¿Qué demonios...?
Tardó unos pocos segundos en comprender toda la importancia de lo que estaba viendo y para entonces casi estaba encima del cuerpo. Éste se movía con más orientación, propósito e intención de lo que hubiera visto antes en cualquier cadáver. Michael apretó el freno y consiguió que el Landrover se detuviera derrapando a sólo unos metros del individuo harapiento. Supo incluso antes de parar que se trataba de otro superviviente. En la expresión de su rostro, y por la forma en que actuaba y reaccionaba, vio que aún estaba vivo.
—Gracias a Dios —exclamó el hombrecillo mientras se acercaba a Michael. Levantó la mirada cuando Emma detuvo el coche a corta distancia detrás del Landrover—. Gracias a Dios —repitió—, son las primeras personas que he visto en semanas...
—¿Se encuentra bien? —preguntó Emma. Había bajado del coche y corría hacia él.
—Perfectamente —respondió él con rapidez, parloteando como un niño nervioso—, mejor ahora que los he visto. Pensaba que era el único que había quedado. Iba a...
—¿Cómo se llama? —preguntó Michael, cortándole.
—Philip, Philip Evans.
—¿Y dónde vive?
El hombrecito hizo un gesto hacia su casa.
—Aquí —contestó con sencillez.
—Entonces entremos. No es una buena idea quedarse aquí fuera.
Philip se dio obedientemente la vuelta y guió a los otros hacia su casa. Emma lo miró de arriba abajo mientras lo seguía hacia el interior. Era delgado e iba mal vestido. Una espalda muy encorvada lo hacía parecer más bajo de lo que realmente era, y la ropa que llevaba estaba muy desgastada y sucia; sin duda no las había lavado o se la había cambiado durante varios días, quizá mucho más. El rostro cansado era rudo, con marcas de viruela y sin afeitar, y el cabello, grasiento, alborotado y sin peinar. Philip se rascaba continuamente.
Pasaron por la baja puerta delantera, y Michael se quedó parado ante el hedor. Dentro, la casa era tan escuálida y sucia como su propietario. Michael tuvo ganas de darse la vuelta e irse, pero sabía que no podía. No importaba ni la apariencia ni el comportamiento, Philip Evans era un superviviente y, como tal, sentía el deber de ayudarle.
—Siéntense —pidió Philip mientras cerraba la puerta y los conducía hacia la sala de estar—. Por favor, siéntense y pónganse cómodos.
Emma le echó un vistazo al sofá más cercano y decidió quedarse de pie. Estaba cubierto de trozos de envoltorios de alimentos, migas y otra basura no tan fáciles de identificar.
—¿Puedo ofrecerles algo de beber? —preguntó Philip educadamente—. Lo siento, estoy tan sorprendido de verles. Cuando oí el ruido de los motores pensé que alguien del pueblo debía de haber...
Siguió hablando, aunque sus palabras se perdieron cuando desapareció en la cocina en busca de bebidas, a pesar de que ni Michael ni Emma habían aceptado su ofrecimiento. Contento de quedar a solas durante un momento, Michael aprovechó la oportunidad para hablar en privado con Emma.
—¿Qué piensas? —susurró.
—¿Sobre qué?
—Sobre él. ¿Qué crees que debemos hacer?
Emma reflexionó durante unos instantes. Sabía lo que tenía que decir, pero no quería hacerlo.
—Es un superviviente, tendríamos que ofrecerle que nos acompañase —dijo al fin con clara reticencia.
—¿Pero...?
—Pero mira cómo está este lugar —prosiguió Emma, indicando el frío y sucio salón—. Dios santo, esta casa es asquerosa. Me siento enferma sólo de estar aquí, y por su aspecto, seguramente es contagioso, ¿no te parece?
—Sin embargo, eso no lo sabemos seguro, ¿no? Intentaremos hacer algo por él...
Emma asintió resignada y cambió la expresión avinagrada de su rostro por una sonrisa forzada cuando Philip volvió a entrar en la habitación sin dejar de hablar.
—... y después de eso, cuando no pudimos encontrarlo, decidimos que algo iba rematadamente mal —parloteó Philip con voz cansada.
El hombrecillo se quedó parado y se calló para toser. Era una tos violenta y seca, como la de un fumador empedernido a primera hora de la mañana. Philip tragó aire tratando de recuperar el aliento.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Michael.
Philip levantó la mirada y asintió, con la cara enrojecida. Escupió un gargajo de flema amarilla sobre la alfombra detrás del televisor.
—Bien —resolló, limpiándose la boca—, sólo he cogido una pequeña infección, supongo.
Llevaba una bandeja circular de metal, que dejó en la mesa después de apartar una capa de basura con el brazo. Le entregó a Emma una taza barata y le pasó otra a Michael. Emma miró lo que había dentro de la taza y lo olió. No estaba segura de lo que era... ¿concentrado de zumo de frutas? ¿Algo alcohólico? Miró a Michael que discretamente negó con la cabeza y le hizo un gesto para que lo dejase.
—¿Saben lo que ha ocurrido? —preguntó Philip.
—No tenemos ni idea —contestó Michael.
—Busqué por todo el pueblo, pero no pude encontrar a nadie más. No puedo conducir, así que no he podido ir a la ciudad. He estado aquí atrapado, esperando a que viniese alguien —dejó de hablar durante un segundo y miró de nuevo a Michael—. ¿Son ustedes de la ciudad? ¿Quedan muchos allí?
Contestó Emma.
—Llegamos de Northwich hace una semana. Y ahora sólo somos dos. Dejamos allí a algunas personas, pero no hemos visto a nadie más hasta que lo encontramos a usted.
Philip se hundió en un sillón con una expresión de terrible desilusión en el rostro.
—Eso no son buenas noticias —murmuró—. He estado aquí atrapado, esperando, y no he sido capaz de hacer nada. El teléfono no funciona, y han cortado la electricidad y el gas y...
—Philip —lo interrumpió Michael—, escúcheme un segundo. Sea lo que sea que haya ocurrido aquí, también ha pasado en todo el país, por lo que sabemos. Casi todo el mundo está muerto...
—He visto a algunas personas —intervino Philip, excitado, sin escuchar—, pero no se encuentran bien. Vienen cuando me oyen, pero están enfermas. Golpean la puerta durante horas intentando entrar, pero yo cierro con llave y me siento en la habitación trasera hasta que se van.
—Debería venir con nosotros. Estamos viviendo en una casa grande a unos kilómetros de aquí y creemos que sería mejor para usted si...
Philip seguía sin escuchar.
—¿Saben qué hace que actúen de esa forma? No me gusta nada. Mi madre no está bien y la alteran...
—¿Su madre también está aquí? —preguntó Emma.
—Por supuesto que sí.
—También puede venir con nosotros —sugirió Michael—. Deberíamos reunir sus cosas y salir de aquí lo antes posible.
—No le gustará irse —suspiró Philip, en voz mucho más baja—, ha vivido aquí desde que papá y ella se casaron. Compraron esta casa cuando eran novios.
—Quizá puedan regresar —sugirió Emma; sabía que Michael quería irse, y hacía todo lo que podía para persuadir con tacto a Philip para que fuera con ellos.
Éste se lo pensó durante un instante y asintió.
—Tienen razón —aceptó al fin—, quizá sea mejor que estemos todos juntos. Iré a hablar con mamá.
Se levantó y anduvo hacia una puerta en el rincón de la habitación. Al otro lado de la puerta se encontraba una escalera empinada y estrecha, que empezó a subir. Instintivamente, Emma fue a seguirlo pero Michael la detuvo.
—¿Qué ocurre?
—Deja que vaya yo primero.
Philip ya estaba en lo alto de la escalera. Cuando se acercó Michael, levantó un dedo hasta sus labios agrietados.
—Espere aquí, por favor —susurró—. A mamá le ha resultado muy difícil todo esto y no quiero asustarla. Es muy vieja, y estos últimos meses no ha estado demasiado bien.
Michael asintió. Notaba un olor rancio en lo alto de las escaleras y podía oír claramente el zumbido de las moscas portadoras de gérmenes. Philip abrió la puerta ligeramente y metió la cabeza en la habitación de su madre. Se detuvo y se volvió para mirar a los otros dos.
—¿Me pueden dar un minuto con ella? —preguntó. Desapareció en la habitación y cerró la puerta tras de sí, pero Michael lo siguió de inmediato. Philip no se dio cuenta—. Mamá —dijo con suavidad mientras se agachaba al lado de la cama—. Mamá, han llegado unas personas que pueden ayudarnos. Tendremos que irnos con ellos durante unos días, hasta que se arreglen las cosas.
Michael se encontraba justo detrás de Philip. Emma se acercó a él. Michael se volvió y rápidamente la apartó.
—Vete abajo.
—¿Por qué? —preguntó Emma en un susurro. Empujó a Michael a un lado para ver a la madre de Philip, y entonces se tapó la boca para sofocar un grito de horror y asco.
La piel de la señora Evans estaba descolorida y putrefacta; su cabello, lacio y grasiento. Las moscas zumbaban alrededor de su carne en descomposición y se alimentaban constantemente en su cuerpo crispado. Michael se acercó a la cama y retiró las sucias sábanas que cubrían a la anciana. Sin hacer caso de las protestas de Philip, se quedó mirando el cuerpo consumido. Estaba atada con fuertes sogas muy tensas que le cruzaban por encima de su camisón manchado. Las cuerdas se habían hundido profundamente en la carne putrefacta. Llevaba muerta desde la primera mañana.
—Tuve que hacerlo —tartamudeó Philip inquieto, tratando de explicarse—, no se quería quedar en la cama. Cuando la vio el médico por última vez, dijo que debía quedarse en la cama hasta que estuviera mejor.
—Philip, su madre está muerta.
—No sea estúpido —se burló él riendo incrédulo—. ¿Cómo puede estar muerta? No se encuentra bien, eso es todo. Maldita sea, ¿cómo puede estar muerta, idiota de mierda?
—Le ha pasado a millones de personas, Philip —intervino Emma; que se esforzaba por mantener el control de sus nervios y de su estómago—. Sé que suena como una locura, pero la mayor parte de las personas que...
—Los muertos no se pueden mover— gritó Philip, y apoyó las manos sobre hombros pútridos de su madre.
—Y las personas vivas no se pudren —le respondió Michael también a gritos—. Está muerta. Tiene dos sencillas opciones. O se viene con nosotros ahora y la deja aquí, o se queda.
—No puedo irme sin mamá. No la puedo dejar sola, ¿verdad que no?
Michael agarró a Emma del brazo y la empujó hacia la escalera.
—Espérame en la puerta de la calle —le ordenó antes de darse la vuelta para intentar razonar con Philip.
—Acéptelo, ¿quiere? Su madre está muerta. Puede moverse, pero está muerta. Es igual que esas otras personas que ha visto ahí afuera.
Emma escuchaba ansiosamente mientras bajaba y esperaba a Michael en el último escalón.
—¿Qué va a hacer si se queda aquí? —prosiguió Michael—. Probablemente no le quede demasiada comida y bebida, y su salud se está resintiendo. Somos su mejor opción, Philip. Recoja sus cosas y venga con nosotros.
—No sin mamá. No puedo irme sin ella.
Michael movió la cabeza con desprecio.
—No —respondió con sencillez.
Algo se quebró dentro de Philip. En una fracción de segundo, el hombrecillo sumiso se transformó en un animal descontrolado; de repente, todo el miedo y la frustración acumulados durante semanas fueron demasiado para él. Se abalanzó sobre Michael y lo envió volando al otro lado del dormitorio. Sorprendido por la fuerza y el veneno del inesperado ataque, Michael perdió el equilibrio y se fue hacia atrás cruzando la puerta mientras Philip seguía agarrándolo con rabia. Ambos hombres rodaron escaleras abajo y aterrizaron a los pies de Emma.
—¡Vuelve al coche! —chilló Michael mientras trataba de mantener al otro hombre en el suelo—. ¡Arranca el puto motor!
A pesar de tener la velocidad y la determinación de un hombre poseído, Philip estaba débil y mal alimentado, y a Michael no le costó mucho dominarlo. Lo puso bocabajo y le agarró por el escuálido cuello con una fuerte llave, luego lo arrastró hacia la puerta de la casa.
Había tres cuerpos en la carretera entre el coche y el Landrover. Emma pasó corriendo junto a ellos, subió al coche y arrancó el motor. Los cadáveres, a los que ya se habían unido cinco más surgidos de las cercanas sombras, empezaron a apiñarse a su alrededor mientras ella esperaba ansiosamente que saliera Michael.
Más cuerpos estaban reaccionando ante el ruido de la violenta pelea y se dirigían hacia la casa. Emma apretó el acelerador, esperando que el ruido los distrajese lo suficiente para darle a Michael la oportunidad de salir con Philip. Un puñado de cuerpos tambaleantes se volvieron torpemente hacia ella y fueron hacia el coche, pero un número similar siguió avanzando hacia la casa.
Michael arrastró a Philip por la sala de estar, pero éste se agarró al brazo del sofá y se aferró a él con desesperación, deteniéndolos. Había cadáveres en el quicio de la puerta. Philip, sintiendo que Michael se había distraído durante un instante, consiguió liberarse. Se apartó unos pasos de él y se limpió las lágrimas de los ojos, indiferente al peligro de los cadáveres.
—¿Por qué no me la puedo llevar conmigo? —exigió, negándose aún a aceptar la verdad.
Michael no respondió. Se lanzó de nuevo sobre él y lo agarró por el brazo. Philip dio un tirón y consiguió soltarse. Un cadáver alargó las manos desde la puerta abierta y consiguió agarrar a Philip por los hombros. Otro le cogió una pierna. Aterrorizado, Philip empezó a dar patadas y a chillar.