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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (25 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Hubo gritos de entusiasmo y más disparos; Bolitho se mordió el labio al ver a un marinero despedido hacia atrás desde la amura: una bala de mosquete le había alcanzado en la mandíbula arrancándosela de cuajo.

Palliser gritó:

—¡Listos para repeler el abordaje!

Un instante después la larga goleta se encontraba justo frente a ellos, tan cerca que Bolitho podía ver su propia sombra junto a la de sus compañeros proyectada en el costado del barco.

Nuevos disparos de mosquete silbaron junto a él, y oyó el grito de dolor de un hombre, el sonido de la bala penetrando en su carne, lo que hizo que Ingrave se cubriera la cara, como si eso fuera a salvarle de sufrir el mismo destino.

Las velas se estaban desplomando, surgió una marea de hombres cruzando la cubierta de la goleta, y sobre ellos se elevaron garfios que chocaban y se incrustaban en el casco del
Rosario
como si fueran dientes de hierro.

Pero alguien en la goleta debía haberse anticipado a una última treta de hombres capaces de luchar como habían planeado. Una serie de disparos acribillaron a las atrincheradas dotaciones de los cañones y dos hombres cayeron pataleando y gritando en un charco de sangre que marcó su agonía hasta que quedaron inmóviles.

Bolitho miró rápidamente a Jury. Llevaba el puñal en una mano y la pistola en la otra. Bolitho le dijo entre dientes:

—Quédese conmigo. No pierda pie. Haga lo que me aconsejó a mí que hiciera. —Vio la locura reflejada en los ojos de Jury y añadió—: ¡Aguante!

Sintieron una fuerte sacudida cuando, con un estremecedor golpe, la goleta dio en su costado con la fuerza del viento y continuó alineándose hasta que las cuerdas de los garfios se tensaron y tuvieron bien sujeto el barco.

—¡Ahora! —Palliser dio la señal con su espada—. ¡Fuego!

Un cañón vomitó fuego y humo y toda la carga estalló dando de lleno en el centro mismo de la masa de hombres que intentaban el abordaje. Miembros ensangrentados volaron por los aires en un horrible espectáculo; el momentáneo terror se convirtió en furia salvaje cuando los atacantes se repusieron y se lanzaron por el costado hacia el casco del bergantín.

Los aceros entrechocaban, y mientras unos pocos hombres intentaban disparar y volver a cargar sus mosquetes, otros embestían salvajemente con picas, atravesando a los vociferantes hombres que intentaban el abordaje y dejándolos inmóviles entre los cascos de ambos barcos como sangrantes defensas.

Palliser gritó:

—¡Otra andanada!

Pero Little y sus hombres estaban bloqueados en el castillo de proa; una barrera de amenazadoras y aullantes figuras estaba ya en cubierta y se interponía entre ellos y el cañón que les quedaba por disparar. Su dotación yacía alrededor, hombres muertos o agonizantes a los que Bolitho no reconocía. Pero sin aquella última descarga de esquirlas y munición, podían considerarse vencidos.

Un marinero se arrastraba hacia el cañón con una mecha retardada en la mano, pero cayó de bruces cuando uno de los atacantes saltó por encima de la amura y le cortó de un tajo el cuello con un hacha de abordaje. Sin embargo, la propia fuerza que había imprimido a su golpe le hizo perder el equilibrio y resbaló sin remedio en la sangre de su víctima. Dutchy Vorbink empujó a un lado a Jury con el hombro y se lanzó a la carga; abrió la boca para proferir un juramento inaudible cuando golpeó a la caída figura en la cabeza con su alfanje. La sangre manó de su cráneo, y Bolitho vio una oreja caer sobre la cubierta mientras Vorbink terminaba su trabajo con un segundo y preciso golpe.

Cuando volvió a mirar, Bolitho vio a Stockdale junto al cañón abandonado; un profundo corte le hacía sangrar por un hombro, pero no parecía ser consciente de su herida mientras acercaba la mecha retardada al cañón.

La explosión fue tan violenta que Bolitho creyó por un momento que habría rajado el cuerpo del cañón. Toda una parte de la amura de la goleta había desaparecido, y entre la madera astillada y las jarcias rotas, los hombres que habían estado esperando su oportunidad para saltar al abordaje estaban entrelazados en un horrible amasijo, retorcidos por el dolor.

Palliser gritó:

—¡A por ellos, muchachos!

Golpeó con su espada a un hombre que intentaba huir y disparó la pistola contra el grupo de enemigos al tiempo que una línea de defensores salía a su encuentro.

Bolitho avanzó con los demás, luchando con su sable contra un alfanje; el aire parecía quemarle en los pulmones cuando esquivó el acero enemigo y atravesó el pecho de un hombre de mirada feroz. Una pistola estalló casi junto a su oreja, y oyó a Jury gritarle a alguien que vigilara a su espalda mientras dos fieros y vociferantes enemigos se abrían paso a sablazos entre los exhaustos marineros.

Una pica pasó junto a Bolitho y acabó alcanzando a un hombre que intentaba seguir a sus camaradas a través de la brecha que habían abierto. Estaba todavía gritando y forcejeando con la pica en sus ensangrentadas manos, cuando apareció entre el tropel de hombres Stockdale y le remató con su alfanje.

El guardiamarina Ingrave estaba abajo, con la cabeza escondida entre los brazos mientras siluetas enloquecidas por la lucha se debatían en una inmensa marea de odio. Por encima del estruendo, Bolitho oyó la voz de Palliser:

—¡A mí mis hombres!

Siguió una explosión de gritos feroces y casi jubilosos y, lleno de sorpresa, vio a un numeroso y compacto grupo de hombres surgir a través de la escala y avanzar hasta reunirse con Palliser entre los dos barcos, sus aceros desnudos enfrentándose ya a los anonadados enemigos que saltaban al abordaje.

—¡Hagámosles retroceder!

Palliser luchaba junto a sus hombres, y eso parecía infundirles aún más brío.

Bolitho vio cómo una sombra se cernía sobre él y arremetió contra ella con todas sus fuerzas. El hombre tosió cuando el filo de su sable le atravesó el abdomen, y cayó de rodillas, con los dedos entrelazados sobre la terrible herida mientras los enardecidos marinos pasaban sobre él.

Aquello era imposible, y sin embargo estaba sucediendo. Lo que ya era una derrota había cambiado para convertirse en un renovado ataque, y el enemigo estaba perdiendo terreno y batiéndose en retirada desordenadamente ante el acoso de los hombres recién aparecidos en el combate.

Bolitho comprendió que tenía que tratarse de los prisioneros, la tripulación original del
Heloise
, a los que Palliser había liberado para ponerlos a su servicio. Pero todo estaba confuso en su mente mientras luchaba junto a los demás, con el hombro herido, el filo de su sable como si fuera de plomo sólido. Palliser debía de haberles ofrecido algo a cambio, como había hecho Dumaresq con su capitán. Muchos habían caído ya, pero su súbita aparición había aumentado el coraje de los hombres de la
Destiny
.

También se dio cuenta de que algunos de los piratas, habían escapado por el costado, y cuando bajó la guardia por primera vez vio que los cabos de los garfios habían sido cortados y que la goleta flotaba ya separada de ellos.

Bolitho dejó caer los brazos y observó al otro barco desplegar sus velas y servirse del viento para mantenerse a distancia del desarbolado, teñido de sangre, pero victorioso bergantín.

Los hombres gritaban de júbilo y se daban palmadas en la espalda. Otros corrían a auxiliar a sus compañeros heridos, o gritaban los nombres de hombres que ya nunca podrían responder.

Uno de los piratas, que se había hecho pasar por muerto, corrió hacia la amura cuando finalmente se dio cuenta de que su barco había perdido la batalla. Olsson no dudó un segundo. Extrajo un cuchillo cuidadosamente de su cinturón y lo lanzó. Fue como un rayo de luz, y Bolitho vio al hombre que corría empezar a dar vueltas como una peonza, con los ojos desorbitados por la sorpresa, el mango del cuchillo vibrando entre sus hombros.

Little sacó el cuchillo de un tirón y se lo devolvió al sueco de ojos claros.

—¡Cójalo!

Luego levantó el cadáver y lo tiró por la borda.

Palliser caminaba a lo largo de la cubierta con su espada al hombro, donde dejaba una mancha roja en la casaca.

Bolitho le miró a los ojos y dijo con voz ronca:

—Lo conseguimos, señor. Nunca creí que el plan llegara a funcionar.

Palliser miró a los prisioneros liberados, que en aquel momento estaban dejando sus armas y mirándose sorprendidos de lo que acababan de hacer.

—Tampoco yo, lo confieso.

Bolitho se giró y vio a Jury colocando una venda alrededor de la cabeza de Ingrave. Ambos habían sobrevivido.

—¿Cree que atacarán de nuevo? —preguntó. Palliser sonrió.

—Nosotros no tenemos mástiles, pero ellos sí, y gracias a los vigías, desde los mástiles pueden ver a mucha más distancia que nosotros. No me cabe duda de que debemos nuestra victoria a algo más que a una súbita, momentánea y poco ortodoxa estratagema.

Palliser, como siempre, tenía razón. Antes de que pasara una hora pudieron ver contrastada contra el cielo en el horizonte, bajo la brillante luz del sol, la familiar pirámide que formaba el velamen de la
Destiny
. Ya no estaban solos.

10
UN DESEO NADA INFANTIL

El camarote de popa de la
Destiny
parecía extrañamente amplio y extravagante tras haber estado en el bergantín sitiado. A pesar de los avatares que había tenido que soportar, Bolitho se sentía perfectamente despabilado, y se preguntaba qué podía ser lo que le había proporcionado esa renovada energía.

Durante todo el día, la fragata había estado al pairo junto al desarbolado
Rosario
, que se balanceaba a sotavento. Mientras que lo que quedaba de los hombres de Palliser y los heridos habían sido trasladados a la
Destiny
, por otra parte se habían cargado de hombres y material otros botes para ayudar a la tripulación del bergantín a improvisar un aparejo de respeto y a realizar las reparaciones mínimas necesarias para que pudiera arribar a puerto.

Dumaresq estaba sentado a su mesa con un montón de papeles y cartas de navegación, que Palliser había traído del
Rosario
, esparcidos sobre ella. No llevaba puesta la casaca, y allí sentado, en mangas de camisa y con el cuello abierto, parecía cualquier cosa menos un comandante de fragata.

—Ha actuado usted muy bien, señor Palliser —dijo. Levantó la cabeza para mirar con sus grandes y espaciados ojos a Bolitho—. Y usted también.

Bolitho recordó aquella otra ocasión en la que Palliser y él se habían sentido anonadados por la mordacidad con la que les había criticado Dumaresq.

Dumaresq apartó los papeles a un lado y se recostó en su silla.

—Han muerto demasiados hombres. Y también se ha perdido el
Heloise
. —Apartó esos pensamientos de su cabeza—. Pero hizo usted lo que debía, señor Palliser, y de forma muy valerosa. —Sonrió entre dientes—. Pienso enviar a la gente del
Heloise
con el
Rosario
. Por lo que hemos llegado a saber, parece que su participación en todo carecía de importancia. Fueron pagados o sobornados para que se enrolasen en el bergantín, y para cuando se enteraron de que no estaban realizando una simple travesía costera, ya estaban en aguas profundas. El capitán, Triscott, y sus secuaces tuvieron buen cuidado de que la tripulación permaneciera ignorante de todo. Así que los dejaremos al cuidado del
Rosario
. —Señaló con el dedo a su primer teniente—. Después de que usted haya seleccionado y hecho prestar juramento a los buenos marineros que puedan servirle para sustituir a los hombres que ha perdido. Una temporada al servicio del rey significará un buen cambio para ellos.

Palliser se echó hacia adelante para coger una copa de vino mientras el sirviente de Dumaresq permanecía discretamente un paso por detrás de su silla.

—¿Qué haremos con Egmont, señor?

Dumaresq suspiró:

—He dado órdenes de que él y su esposa sean trasladados aquí antes de que caiga la noche. El teniente Colpoys los tendrá a su cargo. Pero quiero que Egmont permanezca allí hasta el último momento para que se dé cuenta de lo que su codicia y su traición nos ha costado, tanto a la tripulación del bergantín como a la nuestra. —Se dirigió a Bolitho—. Nuestro orondo médico me ha hablado ya del barco que ambos vieron abandonar Río con tanto sigilo. Egmont estaba a salvo mientras permaneciera escondido, pero quienquiera que diese la orden de ir al acecho del
Rosario
quería verle muerto. Según indican las cartas de navegación del bergantín, navegaban con destino a San Cristóbal. Egmont estaba dispuesto a pagarle al capitán lo que le pidiera para que le llevara hasta allí; le pidió incluso que eliminara las escalas previstas con tal de llegar a San Cristóbal sin demora. —Esbozó lentamente una sonrisa—. Así que allí es donde encontraremos a sir Piers Garrick. —Asintió con un movimiento de cabeza como para dejar claro que estaba seguro de lo que decía—. La caza ya casi está llegando a su fin. Con la declaración jurada de Egmont, que ahora no tiene otra alternativa que ceder, tendremos a ese maldito pirata en nuestras manos de una vez por todas. —Notó la mal disimulada curiosidad de Bolitho y agregó—: Las Antillas han sido testigos de cómo se amasaban grandes fortunas. Piratas, honestos comerciantes, negreros y militares aventureros, todos están allí. ¿Y qué mejor lugar para que antiguos enemigos arreglen sus diferencias sin ser molestados? Pareció volver a los asuntos prácticos y dijo:

—Acabe con este ir y venir sin demasiada tardanza, señor Palliser. Le he aconsejado al
Rosario
que regrese a Río. Su capitán podrá dar su versión de los acontecimiento al virrey, mientras que yo no podía hablar. En el futuro sabrá que no se puede ser tan parcial cuando se adopta el disfraz de la neutralidad. —Mientras Palliser y Bolitho se ponían en pie añadió—: Me temo que andamos escasos de agua dulce debido a la precipitación de mi partida. El señor Codd pudo conseguir toda la batata y verduras que quiso, pero el agua tendremos que encontrarla en otro sitio.

Una vez fuera del camarote, Palliser dijo:

—Está usted temporalmente relevado de sus obligaciones. Incluso la energía de la juventud tiene un límite. Vaya a sus dependencias y descanse mientras pueda. —Vio la vacilación de Bolitho—. ¿Y bien?

—Yo… me preguntaba, ¿qué va a suceder con Egmont —intentó no alterar el tono de voz—… y con su esposa?

—Egmont fue un estúpido. Ayudó a Garrick manteniendo la boca cerrada. Garrick estaba intentando ayudar a los franceses a luchar contra nosotros en la Martinica, y eso hace que el silencio de Egmont sea un asunto muy serio. Aun así, si conserva algo de juicio le confesará al comandante todo lo que sabe. Pero por lo que a nosotros respecta, está muerto. Él mismo debe de estar pensando en eso ahora.

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