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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (38 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Pero aun a pesar de todos los preparativos, de la seguridad que había mostrado Colpoys al repartir a los hombres en filas más manejables, Bolitho tenía que afrontar el hecho de que era él quien estaba al mando. Los hombres formaban en abanico a ambos lados de él, y avanzaban entre piedras y arena, satisfechos de haber confiado su seguridad a la penetrante vista de los exploradores de Colpoys.

Bolitho controló la súbita inquietud que se adueñaba de él. Era como la primera vez que había estado a cargo de la guardia. El barco navegando en medio de la noche, y tú eres la única persona que puede cambiar las cosas con una sola palabra, o con un grito de ayuda.

Oyó un paso pesado junto a él y vio a Stockdale andando a grandes zancadas, con su alfanje al hombro.

Bolitho pudo imaginarle sin esfuerzo transportando su cuerpo hasta el bote, reunir a los restantes marineros y pedir ayuda. De no haber sido por aquel extraño hombre de ronca voz, él ahora estaría muerto. Resultaba reconfortante volver a tenerlo a su lado.

Colpoys dijo:

—Ya no estamos lejos. —Escupió un poco de arena y añadió—: ¡Si ese estúpido de Gulliver se ha equivocado, lo partiré en dos como a un cerdo! —Rió ligeramente—. Claro que si él se ha equivocado, yo ya no tendré oportunidad de permitirme ese privilegio, ¿no es así?

En la oscuridad, un hombre resbaló y dio con sus huesos en tierra, dejando caer ruidosamente su alfanje y un rezón.

Por un instante todos se quedaron petrificados; luego un infante de marina anunció:

—Todo tranquilo, señor.

Bolitho oyó un fuerte golpe y supo que el guardiamarina Cowdroy había azotado al marinero que había cometido aquella torpeza con la parte plana de su sable. Si Cowdroy le daba la espalda durante algún combate, no era probable que viviera lo bastante como para llegar a ser teniente.

Bolitho ordenó a Jury que se adelantara para inspeccionar el terreno; cuando éste volvió casi sin aliento dijo con voz sofocada:

—¡Hemos llegado, señor! —Señaló vagamente hacia la cima—. Desde allí se oye el mar.

Colpoys envió a su asistente para avisar a los piquetes para que se detuvieran.

—Hasta aquí todo va bien. Debemos de estar en el centro de la isla. Cuando tengamos suficiente luz fijaré nuestra posición.

Los marineros y los infantes de marina, poco habituados a caminar por lugares tan escabrosos y fatigados por la dura marcha desde la playa, se apiñaron bajo un voladizo rocoso. Hacía frío y olía a humedad, como si hubiera grutas muy cerca.

En cuestión de horas iba a convertirse en un horno.

—Primero hay que apostar a los vigías. Luego comeremos y beberemos, puede que pase bastante tiempo antes de que volvamos a tener oportunidad de hacerlo.

Bolitho se soltó el sable y se sentó con la espalda apoyada en la roca desnuda. Pensó en el momento en que había trepado con el comandante hasta las crucetas mayores, la primera vez que había visto aquella inhóspita y amenazadora isla. Ahora estaba en ella.

Jury se inclinó hacia él para decirle:

—No estoy muy seguro de dónde apostar a los vigías en la parte más baja de la pendiente, señor.

Bolitho prescindió del cansancio y consiguió ponerse en pie, tambaleándose ligeramente.

—Venga conmigo. Se lo mostraré. La próxima vez, sabrá hacerlo solo.

Colpoys se había llevado a los labios un frasco de vino caliente, pero dejó de beber para observar cómo ambos se perdían en la oscuridad.

El tercer teniente había recorrido un largo, muy largo camino desde que zarparon en Plymouth, pensó. Era muy joven, pero actuaba con la autoridad de un veterano.

Bolitho limpió el polvo de su catalejo e intentó, estirado boca abajo como estaba, encontrar una postura más o menos cómoda. Era todavía muy temprano por la mañana, pero la roca y la arena estaban ya calientes, y la piel le escocía de tal forma que sentía deseos de arrancarse a jirones la camisa y rascarse todo el cuerpo con exasperación.

Colpoys avanzó arrastrándose por la tierra hasta reunirse con él. Le tendió un puñado de hierba reseca, casi lo único que crecía en las pequeñas grietas que había en la roca, donde las escasas lluvias le permitían sobrevivir. Dijo:

—Cubra la lente con esto. El menor reflejo de luz en el cristal puede hacer saltar la alarma.

Bolitho asintió sin decir nada, economizaba fuerzas y aliento. Niveló el catalejo con mucho cuidado y empezó a moverlo lentamente de un lado a otro. Había numerosas crestas rocosas, no muy grandes, como la que ellos estaban utilizando para ocultarse tanto del enemigo como del sol, pero todas parecían diminutas comparadas con la colina achatada. Ésta surgía del mar justo delante de donde tenía enfocado el catalejo, pero a su derecha tenía a la vista el extremo de la laguna y unos seis barcos anclados en ella. Por lo que podía ver, se trataba de goletas, sus formas claramente definidas bajo la deslumbrante luz; sólo un pequeño bote rompía la uniformidad en la reverberante agua. Más allá de los barcos, rodeándolos, se extendía hacia la izquierda el curvo brazo de roca y coral, pero el punto donde se abría al mar y el canal navegable quedaban ocultos por la colina.

Bolitho movió el catalejo de nuevo y concentró su atención en la costa y en el extremo más alejado de la laguna. No se detectaba el menor movimiento, y sin embargo él sabía que Palliser y sus hombres estaban allí, escondidos en algún lugar, aislados, con el mar a sus espaldas. Imaginó que el
San Agustín
, en caso de continuar a flote, debía de estar al otro lado de la colina, debajo de la batería de la cima que le había obligado a rendirse.

Colpoys enfocaba su catalejo hacia el lado oeste de la isla.

—Allí, Richard. Cobertizos. Toda una fila.

Bolitho orientó hacia aquel punto el catalejo, deteniéndose sólo un instante para secarse el sudor de los ojos. Los cobertizos eran pequeños y toscos, y carecían de cualquier tipo de ventanas. Lo más probable era que se utilizaran para almacenar armas y otros objetos productos del pillaje, pensó. La imagen en el catalejo se hizo borrosa momentáneamente; luego volvió a ver con claridad: una diminuta figura apareció en lo alto de un arrecife poco elevado. Era un hombre que llevaba puesta una camisa blanca, estiraba los brazos y probablemente bostezaba. Se dirigió sin prisas hacia un lado del arrecife, y entonces Bolitho vio que lo que él había tomado en principio por un mosquete colgado al hombro era en realidad un largo catalejo. Lo desplegó con la misma parsimonia con que se había movido y se dispuso a escrutar el mar, de lado a lado y desde la costa hasta la lejana línea azul del horizonte. Insistió varias veces en la observación atenta de un punto concreto que quedaba oculto tras la colina, y Bolitho imaginó que había avistado la
Destiny
, aparentemente navegando sin abandonar su recorrido como había estado haciendo antes. Ese pensamiento hizo que le diera un vuelco el corazón, le hizo sentir una mezcla de pérdida y nostalgia. Colpoys dijo suavemente:

—Ahí es donde está el cañón.
«Nuestro» cañón
—añadió significativamente.

Bolitho lo intentó de nuevo; los arrecifes se fundían entre sí y se volvían a separar entre una calima cada vez más densa, según iba aumentando el calor. Pero el oficial de infantería de marina tenía razón. Justo detrás del solitario vigía había un bulto de lona. Casi con toda seguridad se trataba del cañón aislado que había simulado aquella falsa mala puntería como señuelo para atraer al barco español hasta la trampa.

Colpoys murmuraba:

—Supongo que está ahí para proteger las presas fondeadas en la laguna.

Se miraron mutuamente al darse cuenta de la repentina importancia que adquiría su misión en el ataque. Había que hacerse con el cañón para que Palliser pudiera salir de su escondite. De lo contrario, en cuanto le descubrieran ofrecería un blanco perfecto para aquel cañón estratégicamente situado, que le haría pedazos sin contemplaciones. Como para corroborar esa idea, una columna de hombres apareció por un lado de la colina y se dirigió hacia la fila de cobertizos.

Colpoys dijo:

—¡Dios mío, fíjese! ¡Deben de ser por lo menos doscientos!

Y no cabía duda de que no se trataba de prisioneros. Avanzaban en formación de a dos o de a tres, levantando con sus botas una polvareda similar a la que pudiera producir cualquier ejército. Aparecieron algunos botes en la laguna, y vieron a más hombres apostados al borde del agua llevando largas vergas y adujas de soga. Parecía que fueran a aparejar cabrias, que se dispusieran a estibar algún cargamento a bordo de los botes.

Dumaresq estaba en lo cierto. Una vez más. Los hombres de Garrick estaban haciendo los preparativos para marcharse. Bolitho miró a Colpoys.

—Supongamos que nos equivocamos acerca del
San Agustín
. El hecho de que no lo veamos no significa necesariamente que esté inutilizado.

Colpoys seguía mirando a los hombres de los cobertizos.

—Estoy de acuerdo. Y sólo hay una manera de averiguarlo. —Giró la cabeza cuando apareció Jury subiendo por la pendiente casi sin aliento, y le espetó—: ¡Agáchese!

Jury enrojeció y se lanzó al suelo junto a Bolitho.

—El señor Cowdroy quiere saber si puede repartir un poco más de agua, señor. —Apartó la vista de Bolitho para dirigir su mirada a la actividad que se estaba desarrollando en la playa.

—Todavía no. Dígale que mantenga a sus hombres bien ocultos. Basta con que alguien se deje ver o haga el menor ruido y estaremos perdidos. —Señaló con un movimiento de cabeza hacia la laguna—. Luego vuelva aquí. ¿Le apetece darse un paseo por ahí abajo? —Vio cómo los ojos del joven casi se salían de sus órbitas y cómo recuperaba la calma de inmediato.

—Sí, señor.

En cuanto Jury hubo desaparecido de su vista, Colpoys preguntó:

—¿Por qué él? Es casi un niño.

Bolitho levantó una vez más el catalejo mientras decía:

—Mañana, al alba, la
Destiny
iniciará un falso ataque a la entrada del canal. Ya de por sí será una acción muy peligrosa, pero si además de la batería de la colina responde la artillería del
San Agustín
, la fragata puede resultar gravemente dañada, incluso irse a pique. Así que tenemos que saber a qué nos enfrentamos exactamente. —Volvió a hacer un movimiento de cabeza hacia el otro extremo de la laguna—. El primer teniente tiene órdenes que cumplir. Atacará en el momento en que las fuerzas de defensa de la isla estén ocupadas con la
Destiny
. —Buscó la mirada del oficial de la infantería de marina, con la esperanza de ver en ella más convicción de la que él mismo sentía—. Y nosotros por nuestra parte debemos estar preparados para apoyarle. Pero, puestos a escoger, yo diría que usted y sus hombres son la mejor baza para esa parte de la misión. Yo bajaré a por el cañón y me llevaré a Jury como mensajero. —Apartó la vista—. En caso de que yo caiga hoy.

Colpoys le agarró del brazo:

—¿Caer? ¡Entonces iremos cayendo todos tan rápidamente que san Pedro va a necesitar a todos sus ayudantes!

Calcularon juntos la distancia que había hasta el otro arrecife bajo. Alguien había plegado en parte la lona que lo cubría, de modo que una rueda del cañón militar resultaba claramente visible.

Colpoys dijo amargamente:

—¡Francés, de los mejores!

Jury volvió a donde ellos estaban y esperó a que Bolitho hablara. Bolitho se soltó la hebilla de su cinturón y se lo tendió al oficial de infantería de marina. Dirigiéndose a Jury dijo:

—Déjelo aquí todo excepto su puñal. —Intentó sonreír—. ¡Hoy daremos un paseo como si fuéramos un par de mendigos!

Colpoys meneó la cabeza afligido.

—¡Saltarán a la vista más que si fueran anuncios! —dijo. Sacó su botella de vino y se la tendió—. Empápense con esto y revuélquense en el polvo. Les resultará de ayuda, aunque no de mucha.

Finalmente, sucios y desastrados, estuvieron listos para emprender la marcha. Colpoys aún añadió:

—No lo olviden: lucha sin cuartel. Es mejor morir que caer en manos de esos salvajes.

Bajaron por una escarpada pendiente y atravesaron luego una estrecha torrentera. A Bolitho le parecía que cada piedra que caía hacía tanto ruido como todo un desprendimiento de tierras. Sin embargo, fuera del alcance de la vista desde la laguna y el saliente rocoso en el que había dejado a Colpoys con sus aprensiones, todo parecía extrañamente apacible. Como había comentado Colpoys antes, no se veían excrementos de pájaros, lo que significaba que muy pocas aves marinas se acercaban a aquel inhóspito lugar. No había nada que pudiera delatar más aparatosamente su furtiva presencia que una docena de alarmas surgiendo en forma de graznidos de otros tantos nidos de pájaros.

El sol estaba cada vez más alto, y las rocas crujían bajo el intenso calor, que oprimía sus cuerpos como si estuvieran en un horno. Hicieron jirones sus camisas y se las ataron a la cabeza para protegerse del calor a modo de turbantes; ambos agarraban la empuñadura de sus armas desenvainadas, listos para emplearlas en el momento más inesperado. Su aspecto era lo más parecido a un par de piratas, como el de los hombres a los que se disponían a dar caza.

Jury le agarró con fuerza del brazo.

—¡Allí! ¡Allá arriba! ¡Un centinela!

Bolitho se tiró al suelo y arrastró a Jury junto a él, sintiendo cómo la tensión del guardiamarina se convertía en una mezcla de náusea y horror. El «centinela» era en realidad uno de los oficiales de don Carlos. Su cuerpo estaba ensartado en una estaca, orientada hacia el sol, y el uniforme que había lucido con orgullo estaba cubierto de sangre reseca.

Jury dijo en un ronco susurro:

—¡Sus ojos! ¡Le han sacado los ojos!

Bolitho tragó saliva.

—Vamos —dijo—. Todavía nos queda mucho camino.

Finalmente llegaron a un lugar donde se apilaba un montón de pedazos de roca, algunos de los cuales se veían resquebrajados y ennegrecidos; Bolitho supuso que eran parte de los que habían caído bajo la artillería del
San Agustín
.

Consiguió pasar de lado entre dos de las rocas caídas, sintiendo en la piel el calor que habían acumulado, el doloroso palpito de la herida sobre su ojo cuando empujó para lograr meterse en una hendidura en cuyo interior nadie lograría verle. Notó la presencia de Jury, pegado a él hasta el punto de que el sudor de ambos se mezclaba; asomó con cautela la cabeza para observar lo que ocurría en la laguna.

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