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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (35 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Rhodes irrumpió en popa para reunirse con él entre dos de los cañones de doce libras de calibre.

—Está dejando que el español se salga con la suya. —Agregó con una mueca—: Debo confesar que, personalmente, lo apruebo. No me apetece en absoluto tomar parte en un combate desigual a menos que todas las circunstancias estén a mi favor. —Lanzó una rápida mirada al alcázar y bajó el tono de voz—. ¿Qué opina ahora de nuestro amo y señor?

Bolitho se encogió de hombros.

—Tan pronto siento desprecio como admiración. Desprecio la forma en que me ha utilizado. Sin duda sabía que el propio Egmont no traicionaría a Garrick ni revelaría su paradero.

Rhodes frunció los labios.

—Así que fue su esposa. —Vaciló un instante—. ¿Lo ha superado ya, Dick?

Bolitho miró hacia el
San Agustín
, a sus gallardetes y la blanca enseña de España.

Rhodes insistió:

—En medio de todo esto, con la perspectiva de estar criando malvas dentro de muy poco por un estúpido suceso de hace tanto tiempo, ¿cómo puede seguir consumiéndose por el amor de una mujer?

Bolitho le miró de frente.

—Nunca la olvidaré. Si la hubiera visto.

Rhodes sonrió tristemente.

—Dios mío, Dick, estoy perdiendo el tiempo. Cuando volvamos a Inglaterra tendré que ver qué puedo hacer para sacarle de esto.

Ambos se giraron al oír el sonido de un disparo reverberando en el agua. Luego se oyó el chapoteo del proyectil salpicando directamente en línea con el bauprés del barco español.

Dumaresq masculló:

—Por todos los cielos, ¡esos canallas han abierto fuego!

Numerosos catalejos enfocaban hacia la isla, pero nadie fue capaz de descubrir el camuflado cañón. Palliser dijo secamente:

—Ha sido sólo un aviso. Espero que el español tenga bastante sentido común como para hacerle caso. Ante esto se requiere cautela y agilidad, no un enfrentamiento directo.

Dumaresq sonrió.

—¿De veras? Está empezando usted a hablar como los almirantes, señor Palliser. ¡Voy a tener que andarme con cuidado!

Bolitho estudió más de cerca el barco español. Era como si nada hubiera pasado. Continuaba rumbo a la lengua de tierra más cercana, donde se abría la laguna.

Unos cuantos cormoranes se elevaron desde el agua al paso de los dos barcos, como si fueran aves heráldicas coronando vigilantes sus cabezas, pensó Bolitho.

—¡Atención en cubierta! ¡Se ve humo sobre la colina, señor!

Todos los catalejos giraron a un tiempo, como si se tratara de una minúscula fuerza de artillería.

Bolitho oyó el comentario de Clow, uno de los segundos artilleros:

—Debe de proceder de un maldito horno. Esos demonios deben de estar calentando al rojo sus balas para obsequiar con ellas a los españoles.

Bolitho se humedeció los labios. Su padre le había explicado infinidad de veces que era una locura situar un barco frente a la batería costera de una isla sitiada. Si utilizaban munición al rojo, cualquier barco se convertiría en una pira a menos que se apartara del punto de mira de inmediato. Cuadernas resecas por el sol, brea, pintura y velamen arderían con fuerza, y el viento haría el resto.

Algo parecido a un suspiro recorrió la cubierta cuando todas las portas del
San Agustín
se elevaron al unísono, y luego, al toque de una corneta, los cañones se deslizaron fuera. En la distancia, parecían negros dientes dispuestos a lo largo de la inclinación del costado. Negros y mortíferos.

El médico se reunió con Bolitho junto a los cañones de doce libras, los anteojos brillando bajo la luz del sol.

Por respeto a los hombres, que quizá pensaran que muy pronto iban a necesitar sus servicios, había prescindido de ponerse el mandil.

—Se me ponen los nervios más a flor de piel que a un gato cuando pasamos por situaciones tan tensas como ésta.

Bolitho le comprendió perfectamente. En el sollado, por debajo de la superficie del mar, un lugar enrarecido por las volutas que desprendían los fanales y los malos olores acumulados, donde todos los sonidos parecían distorsionados. Le dijo:

—Creo que el español pretende entrar por la fuerza.

Mientras él hablaba, el otro barco desplegó de nuevo los juanetes y cayó muy ligeramente para aprovechar el viento del sudoeste. ¡Qué bellas se veían las doradas y barrocas molduras a la luz del sol, qué majestuosos los gallardetes y las cruces escarlata en las velas! Parecía salido de un grabado antiguo, pensó Bolitho.

Hacía que la estilizada y grácil
Destiny
tuviera, por comparación, un aspecto espartano.

Bolitho se dirigió a popa y se detuvo justo debajo de la batayola del alcázar. Oyó cómo Dumaresq decía:

—Otro medio cable y veremos lo que sucede.

Luego la voz de Palliser, menos segura:

—Puede que entre por la fuerza, señor. Una vez dentro, podría virar en redondo y lanzarse sobre los barcos anclados, incluso podría utilizarlos para protegerse de la costa. Sin barcos, Garrick quedaría prisionero.

Dumaresq lo pensó un instante.

—Eso es cierto. Sólo he oído hablar de un hombre que andará sobre las aguas en toda la historia; pero hoy necesitamos otro tipo de milagro.

Algunos marinos de las dotaciones de los cañones de nueve libras se retorcieron de risa, haciendo muecas y dándose codazos, debido al sentido del humor del comandante.

Bolitho se maravilló de que todo pareciera tan fácil para Dumaresq. Sabía exactamente lo que necesitaban sus hombres para mantenerles alerta y entusiastas. Y eso era lo que les daba, ni más ni menos.

Gulliver dijo, sin dirigirse a nadie en particular:

—Si el español lo consigue, ya podemos decir adiós a nuestra prima de presa.

Dumaresq le miró, enseñándole los dientes en una mueca feroz:

—Dios, es usted verdaderamente mezquino, señor Gulliver. ¡No llego a comprender cómo consigue orientarse en el océano bajo el peso de tanta desesperación!

El guardiamarina Henderson cantó:

—¡El español ha pasado el promontorio, señor!

—Tiene usted buena vista —gruñó Dumaresq. Y dirigiéndose a Palliser añadió—: Está en la costa de sotavento. Será ahora o nunca.

Bolitho se dio cuenta de que apretaba las manos con tal fuerza que el dolor le ayudaba a calmarse. Vio el reflejo de los fogonazos procedentes de las escondidas portas de los cañones del
San Agustín
, las grandes humaredas; y segundos después, con gran estruendo se oyó el estallido de una andanada.

En la ladera de la colina se elevaron nubes de humo y polvo, y una impresionante avalancha de rocas cayó dando tumbos hasta el agua.

Palliser dijo furioso:

—Tendremos que virar dentro de poco, señor.

Bolitho se lo quedó mirando. Después de la
Destiny
, Palliser anhelaba un mando. No se había molestado en esconderlo. Pero con cientos de oficiales en tierra o con media paga, necesitaba algo más que una misión sin resultados para conseguirlo. El
Heloise
podría haber supuesto un ascenso. Pero los tribunales que decidían los ascensos tenían mala memoria, y el
Heloise
yacía en el fondo del mar en lugar de estar en manos de un tribunal de presas.

Si don Carlos Quintana conseguía derrotar a Garrick se llevaría toda la gloria. El almirantazgo vería demasiadas caras rojas de indignación o de vergüenza como para recordar a Palliser como algo más que un estorbo.

Se oyó un único disparo y vieron elevarse el agua y la espuma hacia el cielo, bastante lejos del casco del barco español.

Palliser dijo:

—Después de todo, la fuerza de Garrick no era más que un farol. ¡Maldita sea, los españoles deben de estar riéndose como locos de nosotros. Hemos encontrado el tesoro para ellos y ahora tenemos que quedarnos mirando cómo lo recogen!

Bolitho observó cómo las vergas españolas giraban lenta y calculadamente; habían cargado la vela mayor al pasar junto a otro escollo de coral. Debió de ser un pavoroso espectáculo para los barcos anclados en la laguna cuando apareció ante ellos.

Oyó que alguien murmuraba:

—Están bajando botes.

Bolitho vio cómo dos botes eran izados en el combés del
San Agustín
y luego bajados al costado. Lo hicieron sin apresurarse, y cuando los hombres saltaron al interior de los botes y se separaron del barco, Bolitho imaginó que su comandante no tenía la menor intención de quedarse en una costa de sotavento, con la amenaza añadida de un cañón cercano.

En lugar de dirigirse hacia el espolón de coral o hacia la costa de la isla, los botes avanzaron lentamente hacia la proa de su gigantesco consorte y pronto quedaron fuera de la vista.

Pero no para el vigía de tope, que enseguida informó de que los botes estaban sondando el canal con el cabo y el escandallo para evitar que su barco embarrancara.

Bolitho pensó que era capaz de ignorar los amargos estallidos de Palliser, de la misma manera que era capaz de sentir admiración por la destreza y el atrevimiento del español. Probablemente, don Carlos habría luchado contra los ingleses en el pasado, y no estaba dispuesto a desperdiciar esta oportunidad de humillarles.

Pero al mirar hacia popa vio a un Dumaresq que parecía completamente despreocupado, observando el otro barco como si fuera un desinteresado espectador.

Estaba esperando. El pensamiento golpeó a Bolitho como un puñetazo. Dumaresq había estado simulando todo el tiempo. Incitando al español aunque pareciera lo contrario.

Bulkley vio la expresión que se había pintado en su rostro y dijo con voz apagada.

—Creo que ya comprendo.

El español disparó de nuevo hacia estribor, el humo esparciéndose llevado por el viento hacia un pedazo de costa. Más piedras y polvo cayeron tras el impacto, pero no salió ninguna figura aterrorizada a campo raso, ni nadie devolvió el fuego disparando contra el brillantemente abanderado barco.

Dumaresq ordenó:

—Abatir dos puntos más hacia estribor.

—¡A las brazas de sotavento!

Las vergas crujieron bajo el peso de los hombres en las brazas; inclinándose muy ligeramente, la
Destiny
quedó apuntando con el botalón de foque hacia la colina achatada.

Bolitho esperaba a sus hombres mientras éstos volvían a sus puestos. Puede que se hubiera equivocado, después de todo. Probablemente Dumaresq estaba cambiando bordada con intención de prepararse para virar en redondo hasta que quedaran de nuevo en su posición inicial.

En aquel momento oyó una doble explosión, como una gran roca chocando contra el lado de un edificio.

Corrió hacia el costado para mirar hacia el agua y vio cómo algo se elevaba en el aire por encima del barco español y luego caía para desaparecer de la vista casi con la misma rapidez. El vigía gritó:

—¡Uno de los botes, señor! ¡Le han alcanzado justo en medio!

Antes de que los hombres de cubierta pudieran recuperarse de su sorpresa, toda la colina se erizó de brillantes fogonazos. Debía de haber siete u ocho.

Bolitho vio cómo el agua saltaba y bullía alrededor de la bovedilla del barco español, y vio también aparecer un irregular agujero en una gavia.

Sin necesidad del catalejo ya se veía lo peligroso que era aquello, pero oyó a Palliser gritar:

—¡Esa vela está ardiendo! ¡Son disparos de hierro candente!

Los otros proyectiles habían caído en la parte del barco que no estaba a la vista; Bolitho vio el reflejo de la luz del sol en el catalejo de uno de sus oficiales, que corría a observar la batería de la colina.

Entonces, mientras el
San Agustín
volvía a disparar, la batería, estratégicamente apostada, respondió a su fuego. Se podía disparar a voluntad contra el enorme y pesado flanco del buque español, apuntando y colocando con precisión cada proyectil.

Empezó a elevarse humo desde el combés, y Bolitho vio cómo diversos objetos eran lanzados por la borda; otra columna de humo subía desde popa, donde habían prendido las llamas. Dumaresq estaba diciendo:

—Ha esperado hasta que el barco hubiera ya pasado el punto crucial, señor Palliser. ¡Garrick no es tan estúpido como para bloquear su propio canal de navegación con un barco hundido! —Alargó el brazo señalando la columna de humo en el momento en que la verga y el mastelero de juanete de proa del barco caían hundiéndose en el agua—. Fíjese bien en eso. ¡En esa situación estaría ahora la
Destiny
si hubiéramos mordido el anzuelo!

El barco español continuaba haciendo fuego, aunque ahora sin orden ni concierto; sus disparos se estrellaban inofensivos contra la sólida roca o rebotaban por el agua como peces voladores.

Desde las cubiertas de la
Destiny
daba la sensación de que el
San Agustín
estaba empotrado en los arrecifes de coral mientras se adentraba lentamente en la laguna, su casco despidiendo humo, el velamen acribillado y lleno de agujeros.

—¿Por qué no vira e intenta escapar? —preguntó Palliser.

Toda la ira que sentía contra los españoles se había desvanecido. Por el contrario, a duras penas podía disimular su preocupación por el maltrecho barco. ¡Había tenido un aspecto tan arrogante y majestuoso! Y ahora, abrumado por el incesante bombardeo, estaba abocado a rendirse sin condiciones.

Bolitho se giró al oír al médico murmurar:

—Una visión que no olvidaré. Jamás. —Se quitó los anteojos y los limpió con inusitada energía—. Como algo que me hicieron aprender hace mucho tiempo:

A los lejos, donde el cielo se unía al mar

iba creciendo una majestuosa forma;

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ondeaban sus belicosos gallardetes.

Sonrió tristemente antes de concluir:

—Ahora suena como un epitafio.

El eco de una tremenda explosión hizo vibrar el casco de la
Destiny
, y todos vieron el humo negro arrastrado por el viento sobre la laguna haciendo desaparecer de la vista por completo los barcos fondeados en ella.

Dumaresq dijo tranquilamente:

—Arriará banderas.

No hizo caso de las airadas protestas de Palliser:

—¿Es que no ve que su comandante no tiene otra alternativa? —Observó su propio barco y vio que Bolitho le estaba mirando—. ¿Qué haría usted? ¿Arriar bandera o dejar que sus hombres murieran abrasados?

Bolitho oyó más explosiones, procedentes tanto de la batería de tierra como del interior del casco del barco español. Como le sucedía a Bulkley, le resultaba difícil dar crédito a lo que estaba viendo. Un barco imponente, bello en toda su majestuosidad, convertido ahora en eso. Pensó en la posibilidad de que aquello estuviera sucediendo allí, en su propio barco y con sus compañeros. Eran capaces de afrontar el peligro, eso era parte de su trabajo. Pero pasar en un abrir y cerrar de ojos de ser una disciplinada tripulación a convertirse en una especie de chusma turbulenta, a merced de renegados y piratas capaces de matar a un hombre por el precio de un vaso de vino, eso era una auténtica pesadilla.

BOOK: Rumbo al Peligro
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