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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (32 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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Dumaresq vio que el desembarcadero estaba sólo a unos cincuenta metros de distancia y dijo:

—Le he traído conmigo para que el gobernador pueda ver su cicatriz. Es una prueba mejor que cualquier otra cosa de que estamos trabajando para nuestros superiores en el almirantazgo. Nadie tiene por qué enterarse de que obtuvo tan honorable herida mientras buscaba agua para nuestra sedienta tripulación.

Un pequeño grupo esperaba el bote en el desembarcadero mientras éste maniobraba; había algunos uniformes rojos entre aquellas personas. Era siempre lo mismo. Noticias de Inglaterra. Información del país que les había destinado a un lugar tan lejano, algo que les ayudara a mantener el contacto, algo de enorme valor para ellos.

—¿Dejarán en libertad a los Egmont, señor? —preguntó Bolitho. Levantó la barbilla, sorprendido de su propia imprudencia, sintiéndose atrapado por la mirada de Dumaresq—. Me gustaría saberlo, señor.

Dumaresq le estudió con aire de gravedad durante unos instantes.

—Es importante para usted, me doy cuenta. —Apartó la espada de entre las piernas disponiéndose a saltar a tierra. Luego dijo sin ambages—: Es una mujer muy deseable, eso no se lo discuto. —Se puso en pie y se ajustó el sombrero con meticulosidad—. No sé de qué se asombra tanto. No estoy completamente ciego ni soy del todo insensible. En cualquier caso puedo sentir envidia más que otra cosa. —Le dio una palmada en el hombro—. Pero ahora vamos a ver al gobernador suplente de este pedacito del imperio, sir Jason Fitzpatrick; después quizá considere su problema.

Agarrando su sombrero con una mano y sosteniendo la espada en la otra, Bolitho siguió al comandante a tierra. Su despreocupado beneplácito respecto a lo que él sentía por la esposa de otro hombre parecía haberle cortado las alas por completo. No era de extrañar que el médico no soportara la perspectiva de estar a las órdenes de alguien más reposado y predecible.

Un joven capitán de la guarnición saludó y exclamó:

—¡Dios mío! ¡Caballeros, es una fea herida!

Dumaresq observó el embarazo de Bolitho y puede que hasta le hiciera un guiño.

—El precio del deber. —Ofrecía un aspecto de gran solemnidad—. Su cumplimiento puede pagarse de muchas maneras.

13
UN LUGAR SEGURO

Sir Jason Fitzpatrick, el gobernador en funciones de San Cristóbal, tenía el aspecto de un hombre que lleva una vida llena de excesos. De unos cuarenta años de edad, era extraordinariamente gordo, y su rostro, que parecía haber estado expuesto al sol durante años enteros, era de color rojo ladrillo.

Mientras caminaba detrás de Dumaresq a través de una entrada bellamente adornada con azulejos hasta una estancia de techo bajo, Bolitho vio más que suficientes testimonios de cuál era la principal ocupación de Fitzpatrick. Había bandejas con botellas por todas partes, así como hileras de copas finamente talladas y pulcramente alineadas al alcance de la mano, presumiblemente preparadas de forma que el gobernador en funciones pudiera aplacar su sed con la menor demora posible.

—Tomen asiento; caballeros —dijo Fitzpatrick—. Probaremos un poco de mi clarete. Debería ser lo más indicado, aunque con este maldito clima nunca se sabe.

Tenía la voz gutural y unos ojillos increíblemente pequeños, casi escondidos por completo entre los diversos pliegues de su cara.

A Bolitho le llamaron la atención esos diminutos ojos más que ninguna otra cosa. Estaban en constante movimiento, como si fueran algo independiente de la sólida estructura que los contenía. Dumaresq le había estado explicando durante el camino desde el muelle que Fitzpatrick era un rico propietario de plantaciones, y que poseía otras haciendas en la vecina isla de Nevis.

—Aquí tiene, señor.

Bolitho se giró y sintió que se le contraía el estómago. Un negro enorme ataviado con una casaca roja y holgados calzones blancos le tendía una bandeja. Bolitho no vio la bandeja ni las copas que había sobre ella. En su imaginación sólo veía aquel otro rostro negro y oía de nuevo su espeluznante grito de guerra cuando le había abatido con el alfanje de un marino.

Cogió una copa dando las gracias con una inclinación de cabeza mientras su respiración iba recuperando la normalidad.

Dumaresq estaba diciendo:

—Con la autoridad que me compete, he recibido órdenes de llevar a término esta investigación sin más demora, sir Jason. Tengo en mi poder los testimonios necesarios y desearía que usted me informara del paradero de Garrick.

—Ah, comandante, va usted muy deprisa. Verá, el gobernador está ausente. Le acometieron unas fiebres hace algunos meses y volvió a Inglaterra en un buque de línea. Debe de estar de camino en estos momentos. El sistema de comunicaciones deja mucho que desear; a duras penas conseguimos que nuestro correo llegue con todos esos miserables piratas fuera de control. Honestos navegantes temiendo constantemente por sus vidas. Es una pena que sus lores del almirantazgo no se ocupen de ese problema.

Dumaresq permaneció impasible.

—Esperaba que hubiera aquí algún oficial superior.

—Como le decía, comandante, el gobernador está ausente, de lo contrario.

—¡De lo contrario no habría ningún maldito barco español anclado en el puerto, de eso estoy seguro!

Fitzpatrick esbozó una sonrisa forzada.

—No estamos en guerra con España. El
San Agustín
lleva una misión de paz. Está al mando del capitán de navío don Carlos Quintana. Es un oficial del más alto rango y una persona muy grata, y también él está amparado por la autoridad competente de su país. —Se recostó en su asiento, evidentemente complacido por su dominio de la situación—. Después de todo, ¿con qué pruebas cuenta realmente usted? La declaración de un hombre que murió antes de poder ser llevado ante la justicia, la confesión jurada de un renegado tan ansioso por salvar la piel que diría cualquier cosa que se le pidiera.

Dumaresq intentó disimular su amargura y respondió:

—Mi secretario llevaba otros valiosos documentos acusatorios cuando fue asesinado en Madeira.

—Y no le queda duda de que me siento realmente apenado por aquel episodio, comandante. Pero lanzar una calumnia contra el nombre de un caballero de tanta influencia como sir Piers Garrick sin tener pruebas sería un acto criminal en sí mismo. —Sonrió complaciente—. Yo le sugeriría que esperásemos instrucciones de Londres, ¿no le parece? Puede enviar sus despachos en el próximo barco de regreso a casa, que probablemente zarpará de Barbados. Podría permanecer fondeado allí y esperar instrucciones antes de actuar. Para entonces, es posible incluso que el gobernador haya vuelto, y también la escuadra, así que contaría con una autoridad de la Armada de graduación superior para apoyar sus acciones.

Dumaresq le espetó irritado:

—Eso puede llevar meses. Para entonces el pájaro habrá volado.

—Perdone mi falta de entusiasmo, pero, como le dije a don Carlos, todo pasó hace treinta años, así que, ¿a qué es debido este repentino interés?

—Garrick empezó siendo un delincuente y después se convirtió en un traidor. Usted se queja de las bandas de piratas que merodean por tierra firme y por todo el Caribe, que saquean ciudades y se dedican al pillaje con los barcos de ricos comerciantes, pero ¿se ha preguntado alguna vez de dónde sacan sus barcos? Como el
Heloise
, que salió recién construido de un astillero británico y fue enviado aquí con una tripulación de pasaje, ¿pero con qué objeto?

Bolitho escuchaba hechizado. El había esperado ver a Fitzpatrick ponerse en pie de un salto y requerir la presencia del jefe de la guarnición. Planear con Dumaresq cómo buscar y detener al escurridizo Garrick y entonces, sólo entonces, esperar órdenes.

Fitzpatrick extendió los brazos como pidiendo disculpas.

—No está en mi mano llevar a cabo una acción como ésa, comandante. Estoy ocupando este puesto temporalmente, y a buen seguro nadie iba a felicitarme por acercar un fósforo al barrilete de la pólvora. Usted, naturalmente, debe actuar como mejor le parezca. ¿Ha dicho que esperaba encontrar aquí a algún oficial de graduación superior? ¿Quizá para que le descargara a usted de toda la responsabilidad?; no me cabe duda. —Dumaresq permaneció en silencio y él prosiguió con calma—: Así que no se le ocurra despreciarme a mí por no actuar sin ningún tipo de apoyo.

Bolitho estaba pasmado. El almirantazgo en Londres, algunos oficiales de graduación superior, incluso el gobierno del rey Jorge, habían tenido que ver con el hecho de enviar allí a la
Destiny
. Dumaresq había trabajado sin darse respiro desde el mismo instante en que le habían asignado la misión, y debía de haber pasado muchas y largas horas en su camarote valorando en privado si realmente estaba interpretando bien las escasas pistas con que contaba.

Y ahora, por el hecho de que no hubiera allí ninguna autoridad naval para respaldar su decisión más importante, iba a tener que dar un taconazo y esperar órdenes o bien asumir toda la responsabilidad. A sus veintiocho años de edad, Dumaresq era el oficial de más graduación en San Cristóbal, y a Bolitho le parecía poco menos que imposible que pudiera llevar adelante una acción que podía fácilmente destruirle.

Dumaresq dijo con hastío:

—Dígame todo lo que sepa de Garrick.

—Prácticamente nada. Es cierto que tiene intereses en el comercio naval, y que ha recibido cargamentos de pequeños barcos durante meses. Es un hombre muy rico y en mi opinión pretende continuar comerciando con los franceses en la Martinica y proyecta extender el mercado a otros lugares.

Dumaresq se puso en pie.

—Debo volver a mi barco. —No miró a Bolitho—. Le quedaría muy agradecido si pudiera encontrar acomodo para mi tercer teniente, que ha sido gravemente herido… aunque por lo que parece eso no haya servido de nada.

Fitzpatrick movió incómodo su corpachón.

—Estaré encantado de hacerlo. —Intentó disimular su alivio. Era evidente que Dumaresq había decidido tomar el camino más fácil.

Dumaresq silenció las protestas de Bolitho antes incluso de que éste pudiera pronunciar una sola palabra.

—Le enviaré algunos sirvientes para que atiendan sus necesidades. —Saludó con una inclinación de cabeza al gobernador suplente—. Volveré cuando haya hablado con el comandante del
San Agustín
.

Una vez fuera del edificio, sus facciones ocultas en la penumbra, Dumaresq dio rienda suelta a sus auténticos sentimientos:

—¡Maldito canalla! ¡Está metido en esto hasta el cuello! Está seguro de que anclaré y me quedaré quieto como un buen chico, ¿no? ¡Maldita sea su estampa! ¡Antes le veré en el infierno!

—¿Tengo que quedarme aquí, señor?

—Por el momento. Elegiré personalmente un destacamento de buenos marineros para que se reúnan con usted. No creo una sola palabra de lo que dice ese Fitzpatrick. Es un propietario local, y probablemente tan turbio como cualquier otro de los ladrones, contrabandistas y negreros del Caribe. Juega a hacerse el inocente conmigo, ¿no? ¡Por Dios, apuesto a que sabe perfectamente cuántos barcos han recalado aquí para esperar órdenes de Garrick!

—¿Sigue siendo un pirata, señor? —preguntó Bolitho.

Dumaresq rió entre dientes en la oscuridad.

—Peor que eso. Creo que tiene que ver directamente con la provisión de armas y barcos bien equipados para luchar contra nosotros en el norte.

—¿América del Norte, señor?

—A la larga sí, y más lejos aún si se les deja el camino libre a esos malditos renegados. ¿Cree usted que los franceses van a quedarse quietos después de reavivar las brasas? Les expulsamos de Canadá y de sus posesiones en el Caribe. ¿Acaso se imagina que nos van a perdonar justo en lo más importante para ellos?

Bolitho había oído hablar a menudo de la agitación que persistía en la colonia de América del Norte después de la guerra de los Siete Años. Había habido numerosos incidentes serios, pero la perspectiva de una rebelión abierta había sido considerada incluso por los periódicos más influyentes como una bravuconada.

—Garrick ha estado trabajando y haciendo planes durante todos estos años, sacando la máxima ventaja posible de su botín robado. Si llega una rebelión, se ve a sí mismo como a un líder, y quienes desde el poder crean que no es así, se engañan. He tenido tiempo más que suficiente para meditar acerca de los asuntos relativos a Garrick y sobre la cruel injusticia que le hizo rico y poderoso y que convirtió a mi padre en un lisiado sumido en la miseria.

Bolitho vio la yola aproximándose en la oscuridad, con los remos contrastando su blancura contra el agua. Así pues, Dumaresq ya había tomado una decisión. Hubiera debido adivinarlo, después de todo lo que había visto y conocido de aquel hombre.

Dumaresq dijo de repente:

—Egmont y su esposa bajarán también a tierra dentro de poco. En apariencia estarán al cuidado de Fitzpatrick, pero usted apostará una guardia de su elección. Quiero que Fitzpatrick sea consciente de que estaría directamente implicado en caso de que hubiera algún intento de traición.

—¿Cree usted que Egmont se encuentra todavía en peligro, señor?

Dumaresq señaló con la mano hacia la pequeña residencia.

—Allí estará seguro. No estoy dispuesto a darle a Egmont la oportunidad de escapar de nuevo siguiendo algún insensato plan que haya trazado él mismo. Hay demasiada gente que quiere verle muerto. Una vez yo haya acabado con Garrick, podrá hacer lo que le venga en gana. Y cuanto antes mejor.

—Comprendo, señor.

Dumaresq hizo señas a su timonel y luego rió entre dientes.

—Dudo que se entere de nada importante. Pero mantenga los ojos bien abiertos, porque si no me equivoco las cosas van a empezar a moverse dentro de muy poco.

Bolitho le vio subir de un salto a bordo de la yola y volvió sobre sus pasos hacia la residencia.

¿Le importaba a Dumaresq lo que pasara con Egmont y su esposa? ¿O bien, como el cazador que era, los consideraba simplemente un cebo para su trampa?

Había dos o tres pequeñas viviendas separadas de la residencia que solía utilizarse para oficiales de paso o para oficiales de la milicia y sus familias.

Bolitho pensó que las visitas debían de darse raras veces, y que cuando llegaban visitantes lo hacían preparados por su cuenta para satisfacer sus necesidades y sentirse cómodos. El edificio que se le adjudicó era poco más grande que una habitación. Los marcos de las contraventanas estaban acribillados de agujeros, provocados por todo un ejército de insectos, pensó él. Las palmeras golpeaban contra el techo y las paredes, e imaginó que en caso de una fuerte tormenta, el lugar entero tendría tantas goteras como un cedazo.

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