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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (41 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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El guardiamarina Cowdroy cortó el humo con su sable.

—¡Un bote! ¡Miren, allí!

Pearse dejó al marinero en el suelo y echó a andar por el agua, su mortífero alfanje por encima de la cabeza.

—¡Se lo quitaremos, compañeros!

Bolitho podía sentir su desesperación como si fuera algo vivo. Todos los marineros eran iguales en una cosa. Si les dabas un bote, no importaba lo pequeño que fuera, se sentían salvados.

Little desenvainó su alfanje y enseñó los dientes.

—¡Hay que acabar con ellos antes de que se nos escapen!

Jury cayó sobre Bolitho, y por un momento éste pensó que había sido alcanzado por una bala de mosquete. Pero estaba señalando sin dar crédito a lo que veía hacia la capa de humo y la borrosa silueta del bote que avanzaba a través de él.

Bolitho asintió, con el corazón desbordante de una sensación que no llegaba a comprender del todo.

Era Rhodes, en pie sobre la proa del bote mayor; vio las camisas a cuadros de los marineros de la
Destiny
que empuñaban los remos tras él.

—¡Ah de la costa! —Rhodes se inclinó para agarrar a Bolitho de la muñeca—. ¿Estás entero? —Entonces vio a Colpoys y gritó—: ¡Échenme una mano aquí!

El bote estaba tan repleto de hombres, algunos heridos, que apenas sobresalía diez centímetros encima del agua; como una extraña criatura marina, ció y volvió a introducirse en la densa capa de humo.

Entre toses y maldiciones, Rhodes le explicó:

—Sabía que intentaría unirse a nosotros. Era su única oportunidad. ¡Dios mío, ha armado un buen lío ahí atrás, bribón!

Una goleta en llamas se deslizaba a la deriva por el través, y Bolitho sintió tanto calor como si se encontrara a las puertas del infierno. Se vieron explosiones a través del humo, y él imaginó que podía tratarse de otro almacén o bien disparos realizados a ciegas hacia la laguna desde la batería de la colina.

—¿Y ahora qué?

Rhodes se puso en pie y gesticuló exageradamente para dirigirse al timonel.

—¡Todo a estribor!

Bolitho vio los mástiles gemelos de una goleta justo encima de él; sus hombres estaban inclinados por encima de la borda para atrapar al vuelo los cabos guía, que se elevaban entre el humo como serpientes.

Gimiendo y gritando de dolor, los heridos eran empujados e izados por el costado del barco, y cuando el propio bote mayor fue puesto al garete con un hombre que había muerto viendo ya la seguridad al alcance de la mano como único pasajero, Bolitho oyó a Palliser dando órdenes.

Bolitho buscó a tientas el camino entre el humo y encontró a Palliser y Slade junto a la barra del timón. Palliser exclamó:

—¡Tiene aspecto de ser un convicto en fuga! —Esbozó una breve sonrisa, pero Bolitho sólo era capaz de ver la fatiga y el alivio.

Rhodes estaba de rodillas junto al teniente de la infantería de marina.

—Vivirá si conseguimos llevarle hasta el viejo Bulkley.

Palliser levantó una mano y el timón giró ligeramente. Había otra goleta justo por el través, las velas bien desplegadas en cuanto pudo apartarse de los barcos en llamas y poner rumbo a la entrada de la laguna. Entonces dijo:

—Para cuando quieran darse cuenta de que nos hemos apoderado de uno de sus barcos ya estaremos lejos.

Se giró bruscamente al ver los altos mástiles del
San Agustín
elevándose por encima del humo. Continuaba anclado, y probablemente estaban a bordo todos los hombres capaces que hubiera en la isla, esperando poder mantenerse apartados de los barcos en llamas a la deriva y evitar los nefastos resultados que supondría el menor contacto con ellos.

Palliser agregó:

—Después de eso, el problema será para otro, gracias a Dios.

Un proyectil se hundió en el agua por el lado de babor, y Bolitho imaginó que los artilleros de Garrick habían acabado por darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

Cuando el humo se fue haciendo menos denso y se tornaron visibles algunas partes de la isla, limpia y pálida bajo la luz del sol, Bolitho vio que ya habían sobrepasado la punta.

Oyó a Pearse susurrar:

—Mire, Bob, ¡ahí está!

Él levantó la cabeza de un marinero herido, de forma que pudiera ver las velas desplegadas de la
Destiny
, a la que Dumaresq había conducido hasta el punto más cercano a los arrecifes al que se aventuraba a llegar.

Pearse, un segundo del contramaestre que había luchado como un demonio, que siguiendo las órdenes de su comandante había puesto en carne viva la espalda de muchos hombres que habían incurrido en faltas con su látigo de nueve puntas, decía ahora suavemente:

—El pobre Bob ha muerto, señor. —Cerró los ojos del joven marinero con sus dedos manchados de brea y añadió—: Un minuto más, y hubiera podido curarse.

Bolitho vio cómo la fragata acortaba vela, y a hombres corriendo por la pasarela mientras los dos barcos se iban acercando. El mascarón de proa de la
Destiny
seguía siendo una imagen pura y nívea, con los laureles de la victoria elevados, como desafiando a la isla envuelta en humo.

Bolitho sólo podía pensar en la muerte del marinero llamado Bob, en el solitario cadáver dejado al garete a bordo del bote largo, en la inquietud de Stockdale cuando se le había ordenado que se apartase de su lado porque su presencia era requerida en otra parte. En Colpoys y en el cabo apodado Dipper, en Jury, Cowdroy y en otros que habían quedado atrás.

—¡Aferrar las velas del palo trinquete! —Palliser observó la cautela con que se iba aproximando la
Destiny
con íntima satisfacción—. Ha habido momentos en los que creía que nunca volvería a ver a esta «dama».

Josh Little cruzó hasta situarse junto a Pearse y dijo rudamente:

—Parece que tendremos un brindis en cuanto suba a bordo, ¿eh?

Pearse estaba todavía mirando al marinero muerto.

—Sí, Josh. Y brindaremos también por él.

Rhodes dijo:

—Nuestro dueño y señor tendrá lo que quería ahora. Un combate hasta el final. —Se agachó para evitar un cabo guía que izaban a bordo—. Pero por lo que a mí respecta, desearía que las fuerzas estuvieran más equilibradas. —Miró a través del denso manto de humo que rodeaba la colina como si fuera a hacerla desaparecer—. Es usted un verdadero prodigio, Dick. De veras que sí.

Se miraron mutuamente como si fueran extraños. Entonces Bolitho dijo:

—Temía que ustedes se quedaran atrás y emprendieran la vuelta. Que pensasen que habíamos muerto todos.

Rhodes agitó la mano para saludar a algunos hombres que estaban en la pasarela de la
Destiny
.

—¡Oh!, ¿no se lo he dicho? Sabíamos lo que estaba usted haciendo, dónde se encontraba en cada momento; lo sabíamos todo.

Bolitho se le quedó mirando sin dar crédito a sus palabras.

—¿Cómo?

—¿Recuerda a aquel gaviero suyo, Murray? Era el centinela de ellos. Les vio a usted y al joven Jury cuando salieron de su escondrijo. —Agarró a su amigo del brazo—. ¡Es cierto! Ahora está abajo con una astilla clavada en la pierna. Tiene una apasionante historia que contar. Fue una suerte para usted y Jury, ¿no cree?

Bolitho agitó la cabeza y se inclinó sobre la amurada de la goleta para observar cómo los cascos de los dos barcos se unían sobre el oleaje.

Había tenido la muerte muy cerca, y sin ser consciente de ello en absoluto. Murray debía de haber embarcado en el primer barco que salió de Río y el destino quiso que acabara con los piratas de Garrick. Podría haber dado la voz de alarma, o haberles disparado a ambos y convertirse en un héroe. Pero en lugar de eso, algo que en cierta ocasión habían compartido, otro de esos momentos tan valiosos, les había mantenido unidos.

La voz de Dumaresq atronó a través de la bocina:

—¡Atención ahí abajo! ¡Acabaré por embarrancar si no son capaces de moverse solitos como es debido!

Rhodes dijo entre dientes:

—De vuelta a casa.

El comandante Dumaresq estaba en pie junto a las ventanas de popa de su camarote con las manos a la espalda; escuchaba el relato que le hacía Palliser de la batalla campal y de cómo habían escapado de la laguna.

Le hizo señas a Macmillan para que sirviera más vino a sus sucios y fatigados oficiales y dijo solemnemente:

—Envié un grupo de desembarco a la costa para que le pinchara el globo a Garrick. ¡En ningún momento les pedí que invadieran la isla por su cuenta! —Entonces esbozó una amplia sonrisa, lo que le hizo parecer triste y repentinamente cansado—. Pensaré en ustedes y en sus hombres mañana al amanecer. De no haber sido por su acción, la
Destiny
se hubiera encontrado con tal resistencia que dudo que hubiera podido salir bien librada. Las cosas continúan estando feas, caballeros, pero ahora por lo menos lo sabemos.

Palliser preguntó:

—¿Sigue pensando en enviar la goleta a Antigua, señor?

Dumaresq le miró pensativo.

—¿Se refiere usted a «su». goleta? —Se acercó a las ventanas y se quedó mirando el reflejo del sol poniente en el agua. Parecía oro rojo—. Sí; me temo que es otra presa la que reservo para usted.

Bolitho observaba, curiosamente atento a pesar de la tensión y los amargos recuerdos que guardaría de aquel día. Reconoció el vínculo existente entre el comandante y su primer teniente como si se tratara de algo sólido y visible.

Dumaresq añadió:

—Si el
San Agustín
no ha sufrido demasiados daños tendremos que combatir contra él tan pronto como podamos. Cuando los vigías de Garrick vean que la goleta se aleja sabrá que se le está acabando el tiempo, que la he enviado en busca de ayuda. —Asintió siniestramente—. Saldrá mañana. Así lo creo yo.

Palliser insistió:

—Estará apoyado por las otras goletas; puede que dos de ellas escaparan del fuego.

—Lo sé. Mejor eso que esperar a que Garrick salga a nuestro encuentro con un gran barco completamente reparado y en perfectas condiciones. Desearía contar con mejores condiciones, pero pocos comandantes tienen la oportunidad de elegir.

Bolitho pensó en los hombres que habían sido enviados a la goleta. Excepto unos pocos, todos estaban heridos, y sin embargo estaban envueltos por una especie de aura, había algo desafiante en ellos, algo que había arrancado vítores de las pasarelas y los aparejos de la
Destiny
.

Por razones que sólo él conocía, Dumaresq había encomendado a Yeames, el segundo del piloto, el mando de la presa. Debía de haber sido un duro golpe para Slade.

Bolitho se había emocionado cuando Yeames se le había acercado antes de que cruzara hasta la goleta el último bote cargado. Siempre le había gustado el segundo del piloto, pero no había pensado demasiado en ello.

Yeames le había estrechado la mano.

—Mañana vencerán, señor, de eso no me cabe duda. Pero es posible que no volvamos a vernos. Si es así, quisiera que me recordase, pues yo me he sentido orgulloso de servir bajo sus órdenes.

Con estas palabras se había marchado, dejando a Bolitho confundido y halagado.

La profunda voz de Dumaresq interrumpió sus pensamientos:

—Mañana al amanecer entraremos en acción. Hablaré con todos antes de que le cerremos el paso al enemigo, pero a usted quiero darle especialmente las gracias.

Macmillan merodeaba tras la puerta, hasta que consiguió atraer la atención del comandante.

—El señor Timbrell le presenta sus respetos, señor, y quiere saber si desea que el barco quede a oscuras.

Dumaresq negó con un lento gesto de su voluminosa cabeza.

—Esta vez no. Quiero que Garrick nos vea. Que sepa que estamos aquí. Su punto débil, aparte de la codicia, es su tendencia a montar en cólera. ¡Pretendo que para cuando amanezca esté lo más irritado posible!

Macmillan abrió la puerta y los tenientes y guardiamarinas se retiraron a descansar agradecidos.

Sólo se quedó Palliser; Bolitho pensó que discutiría sin interrupción con el comandante los detalles más técnicos de la operación.

Una vez cerrada la puerta, Dumaresq se giró hacia su primer teniente y le ofreció asiento con un gesto.

—Hay algo más, ¿no es así?

Palliser se sentó y estiró sus largas piernas. Se frotó los ojos con los nudillos un instante y luego dijo:

—Tenía usted razón acerca de Egmont, señor. Incluso antes de que le embarcara hacia un lugar lejano en Basseterre, intentó alertar a Garrick, o quizá negociar con él. Probablemente nunca lo sabremos con seguridad. De lo que no cabe duda es de que cambió de barco; se trasladó a otro más pequeño y veloz que navegaba por la ruta del norte entre las diferentes islas para llegar aquí antes que nosotros. Fuera como fuera, sus palabras no consiguieron conmover a Garrick.

Rebuscó en el bolsillo y sacó la gargantilla con el pájaro bicéfalo cuyas plumas relucían de rubíes engarzados.

—Garrick hizo una carnicería con ellos. Conseguí esto de uno de nuestros prisioneros. Los marinos de los que le hablé me explicaron el resto.

Dumaresq cogió la pesada joya y la examinó tristemente.

—¿Murray fue testigo?

Palliser asintió.

—Él resultó herido. Le envié a la goleta antes de que pudiera hablar con el señor Bolitho.

Dumaresq volvió a acercarse a las ventanas y observó la popa de la pequeña goleta alejándose, las velas doradas como el oro de la joya que tenía en la mano.

—Ha sido muy considerado. Visto todo lo que ha confesado y hecho, a Murray se le retirarán los cargos cuando llegue a Inglaterra. Dudo que su camino se cruce con el del señor Bolitho nunca más. —Se encogió de hombros—. En caso contrario, el dolor será más soportable para entonces.

—¿No va a decírselo usted, señor? ¿No dejará que se entere de que ella está muerta?

Dumaresq observó las sombras que oscurecían paulatinamente el agua y en las que se perdía de vista el casco de la goleta.

—No lo sabrá por mí. Mañana debemos combatir, y necesito que todos y cada uno de mis oficiales den todo lo que tengan. Richard Bolitho ha demostrado ser un buen teniente. Si sobrevive a la batalla de mañana, será todavía mejor. —Dumaresq abrió una de las ventanas y sin dudarlo un instante lanzó la gargantilla a la estela de espuma que dejaba la
Destiny
a su paso—. Dejaré que conserve su sueño. Es lo menos que puedo hacer por él.

En la cámara de oficiales, Bolitho estaba sentado en una silla, con los brazos colgando a los lados; sentía que su resistencia física se le escapaba como si fuera la fina arena de un reloj. Rhodes estaba sentado frente a él mirando fijamente una copa vacía como si no reconociera de qué objeto se trataba.

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