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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Rumbo al Peligro (24 page)

BOOK: Rumbo al Peligro
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—Ya nos encargaremos de eso. Pero por el momento, limítese a seguir mis órdenes. Su destino y el de sus hombres dependerá de cómo actúen hoy.

El otro hombre respondió asombrado:

—No comprendo, señor.

—¿Lleva a un pasajero llamado Jonathan Egmont?

Bolitho estaba apoyado en la amura boqueando para coger aire mientras el agua chorreaba piernas abajo hasta mezclarse con la sangre encharcada junto al cañón más cercano.

—Así es, señor, pero…

—¿Está vivo?

—Lo estaba la última vez que le vi. Llevé a todos los pasajeros abajo cuando empezó el ataque.

Palliser esbozó una siniestra sonrisa:

—Eso es una suerte. Tanto para usted como para mí, creo. —Al ver a Bolitho le ordenó—: Asegúrese de que Egmont está a salvo. No le explique nada. —Se disponía a dirigir su atención a una de las goletas, pero en lugar de eso se quedó observando el final del
Heloise
, que con un último gorgoteo de agua vaporizada saliendo por las escotillas, se hundió definitivamente. Luego dijo—: Me alegro de que siga con nosotros. Había dado ya la orden de abandonar el barco. —Miró fugazmente a Jury y Stockdale—. Sin embargo…

Bolitho se dirigió tambaleándose hacia una escotilla abierta, su aturdida mente intentaba todavía hacerse una idea clara de la estructura del
Rosario
mientras éste cabeceaba contra el oleaje.

El bergantín había sufrido graves daños. Cañones boca arriba, cadáveres y miembros desgajados se mezclaban con el resto de los desechos, ignorados por los que quedaban vivos, que intentaban desesperadamente evitar el abordaje de sus atacantes.

Un marinero que llevaba una mano envuelta en un tosco vendaje y una pistola en la otra le gritó:

—¡Por aquí, señor!

Bolitho bajó gateando por una escalerilla, sintiendo punzadas de dolor contra las que se rebelaba su estómago. Había tres hombres inconscientes o a punto de morir, otro se arrastraba de espaldas hacia su puesto como mejor podía con las ropas hechas harapos y un improvisado cabestrillo.

Egmont estaba en pie junto a una mesa, secándose las manos en un paño mientras un marinero sostenía un fanal para alumbrarle.

Al ver a Bolitho se encogió de hombros con desgana.

—Un encuentro inesperado, teniente.

Bolitho le preguntó:

—¿Ha estado usted atendiendo a los heridos?

—Ya conoce la Armada, teniente. En mi caso, hace ya mucho, mucho tiempo desde que serví a las órdenes del padre de su comandante, pero es algo que no se olvida nunca.

Bolitho oyó el rechinar de las bombas, los sonidos de motones y aparejos arrastrados ruidosamente por la cubierta superior. Los marineros de la
Destiny
habían vuelto al trabajo, y allí arriba era necesaria su presencia para ayudar a Palliser a mantenerlos al pie del cañón, por la fuerza si era necesario.

Acababan de librar un feroz combate y algunos de ellos habían perdido en el la vida, como casi le había sucedido a él. Ahora se les necesitaba de nuevo. Si se les permitía un solo instante de relajo desfallecerían. Si disponían del tiempo suficiente para lamentar la pérdida de un amigo, perderían las fuerzas para continuar luchando.

Pero preguntó:

—Su esposa, ¿está a salvo?

Egmont señaló hacia una puerta de mamparo.

—Está ahí.

Bolitho empujó la puerta con el hombro; el miedo a haber podido quedar atrapado bajo las cubiertas seguía oprimiéndole.

Iluminadas por un fanal en un espacio cerrado y sin aire, vio a tres mujeres: Aurora Egmont, su doncella y una mujer rolliza que él pensó debía de ser la esposa del capitán.

—Gracias a Dios que está usted bien —dijo.

Ella se acercó hasta él; sus pies eran invisibles en la penumbra de aquella cabina, por lo que parecía flotar.

Alargó la mano para tocar su cabello mojado y su rostro, observándole con sus grandes ojos mientras le decía:

—Creía que estaba todavía en Río. —Le tocó el pecho y los brazos, que él había dejado caer a los lados—. Mi pobre teniente, ¿qué le han hecho?

Bolitho sintió que la cabeza le daba vueltas. Incluso allí, entre el hedor del agua y de la muerte, tenía consciencia de su perfume, del suave tacto de sus dedos deslizándose por su rostro. Quiso hablarle, apretarla contra su cuerpo como en el sueño. Hacerla partícipe de la ansiedad que había sentido por ella, revelarle su anhelo.

—¡Se lo ruego! —dijo él intentando apartarse—. Estoy sucio, hecho un desastre. Sólo quería asegurarme de que estaba a salvo. De que no la habían herido.

Ella no hizo caso de su reticencia y le puso las manos sobre los hombros.

—¡Mi valeroso teniente! —Giró la cabeza y le dijo airada a su doncella—: ¡Deja de sollozar, niña estúpida! ¿Es que no tienes orgullo?

Durante aquellos breves segundos Bolitho sintió la presión de sus pechos contra su camisa mojada, como si nada se interpusiera entre sus cuerpos.

—Debo irme —murmuró.

Ella se lo quedó mirando intensamente, como si quisiera memorizar hasta el último detalle.

—¿Va a combatir de nuevo? ¿Debe hacerlo?

Bolitho sintió que recuperaba las fuerzas. Fue capaz incluso de sonreír mientras decía:

—Tengo alguien por quien luchar, Aurora.

—¡Pensaré en usted! —exclamó ella.

Entonces le hizo inclinar la cabeza y le besó con intensidad en la boca. Igual que él, estaba temblorosa, y la cólera que había mostrado al dirigirse a su doncella no había sido más que un alarde de firmeza, parecido al de él.

—Tenga cuidado, Richard —susurró—. Mi joven, mi jovencísimo teniente.

Oyendo resonar la voz de Palliser en la distancia, Bolitho volvió a la escalerilla y subió a la cubierta superior.

Palliser estaba examinando las dos glandes goletas con ayuda del catalejo; sin apartar la lente del rostro preguntó secamente:

—¿Puedo confiar en que todo va bien abajo?

Bolitho hizo el gesto de tocarse el sombrero para saludar, pero entonces recordó que lo había perdido hacía mucho.

—Sí, señor, a sus órdenes, señor. Egmont está auxiliando a los heridos.

—¿Eso hace? —Palliser plegó el catalejo con un chasquido—. Bueno, ahora escuche. Esos demonios van a intentar dividir nuestras defensas. Uno de ellos se mantendrá apartado mientras el otro intenta el abordaje. —Estaba pensando en voz alta—. Puede que hayamos sobrevivido a un ataque, pero ellos considerarán la pérdida del
Heloise
como una victoria. Esta vez no nos darán cuartel.

Bolitho asintió.

—Debemos confiar en poder mantenerlos a distancia si contamos con algo de artillería con su dotación completa, señor.

Palliser negó con la cabeza.

—No. Nosotros estamos sin gobierno y no podemos evitar que uno de ellos, o ambos, embista nuestra popa. —Miró a algunos marineros del bergantín que pasaban arrastrando rollos de cabo—. Estos tipos están rendidos. No les queda estómago para seguir combatiendo. Tendremos que encargarnos nosotros. —Asintió firmemente; acababa de tomar una decisión—. Dejaremos que uno de esos canallas se aferre para el abordaje. Les dividiremos y veremos qué hacen entonces.

Bolitho observó los mástiles caídos y los cuerpos extendidos, entre los que los marineros de la
Destiny
se movían como saqueadores en un campo de batalla. Entonces se tocó la boca con los dedos, como si esperara notar alguna diferencia donde ella le había besado con tanta pasión.

—Se lo comunicaré a los hombres, señor —dijo.

Palliser le miró hoscamente.

—Sí. Limítese a comunicárselo. Las explicaciones ya vendrán más tarde. Además, si eso sucede significará que habremos vencido; si no, ya no importarán.

Palliser bajó el catalejo y dijo amargamente:

—Tienen más hombres y más medios de lo que yo imaginaba.

Bolitho se puso la mano sobre los ojos para observar las dos goletas, sus grandes velas a proa y a popa, como alas perfiladas contra el brillante cielo mientras ponían rumbo lentamente hacia el lado de barlovento del indefenso bergantín.

El más grande de los dos barcos, con el velamen acribillado por la descarga de munición del enfrentamiento que habían mantenido al amanecer, era una goleta de velacho. Su visión iluminó un recuerdo en la memoria de Bolitho, que dijo:

—Creo que es uno de los barcos que vi salir del puerto cuando estábamos en casa de Egmont. Reconozco su aparejo.

—Es más que probable. No hay muchos barcos como ése por estas aguas.

Palliser estaba estudiando la metódica aproximación de las goletas. Una se dirigía directamente hacia el lado de barlovento, mientras que la otra maniobraba hacia la amura de babor del
Rosario
, donde estaría mejor protegida de las armas que les quedaban. Tenían todavía algunos sólidos cañones de seis libras de calibre que, bajo la experta supervisión de Little, todavía podían ser peligrosos para cualquiera que se acercara demasiado.

Palliser le pasó el catalejo a Bolitho.

—Véalo usted mismo.

Él se alejó para hablar con el capitán del bergantín y con Slade junto a la caja de la aguja.

Bolitho contuvo la respiración y enfocó el catalejo hacia la goleta más cercana. Estaba castigada por el tiempo y mal cuidada; Bolitho pudo ver la gran cantidad de hombres que desde allí observaban el desafiante bergantín desarbolado. Algunos de ellos agitaban sus armas; sus insultantes gritos y amenazas se perdían en la distancia.

Pensó en la muchacha de la cabina, en lo que le harían, y apretó con furia la percha a la que estaba agarrado hasta que le hizo daño la mano. Oyó cómo el capitán del bergantín decía:

—¡Sin duda no puedo discutir con un oficial del rey, pero no respondo por lo que pueda suceder!

Y Slade añadió apremiante:

—¡Nunca podremos retenerlos, señor, y no me parece que valga la pena intentarlo!

Palliser replicó con voz neutra:

—¿Y qué sugieren? ¿Que esperemos un milagro, quizá? ¿Rogar que la
Destiny
aparezca de pronto saliendo del fondo del mar para salvar nuestras miserables almas? —No escondía su sarcasmo ni su desprecio—. ¡Maldito sea, Slade; esperaba más de usted!

Se giró y vio a Bolitho observando al pequeño grupo que mantenía aquella tensa conversación.

—Dentro de aproximadamente quince minutos ese asesino intentará lanzarse al abordaje. Si lo rechazamos de manera que se mantenga a distancia los dos barcos nos acosarán durante un rato. Luego lo intentarán de nuevo. Así una y otra vez. —Movió lentamente el brazo señalando las astilladas cubiertas y a los abatidos marineros de ojos enrojecidos—. ¿Le parece que estos hombres son capaces de atacar?

Bolitho negó con la cabeza:

—No, señor.

Palliser dio media vuelta.

—Bien.

Pero Bolitho había captado la expresión de su rostro. De alivio, quizá, o puede que de sorpresa al comprobar que alguien estaba de acuerdo con él a pesar de tenerlo todo en contra. Entonces Palliser dijo:

—Voy abajo. Tengo que hablar con los prisioneros que hicimos en el
Heloise
.

Little le dijo en voz baja a su amigo, el segundo del contramaestre:

—Esos desgraciados patanes no van a saber siquiera de qué parte están, ¿eh, Ellis? —Los dos estallaron en una gran carcajada, como si aquél hubiera sido el mejor chiste que habían oído en su vida.

—¿Cuál es nuestro siguiente paso? —preguntó Jury.

Ingrave, tembloroso, sugirió:

—¿Parlamentar, señor?

Bolitho vio la goleta aproximándose, la experta forma en que manejaban la vela mayor para quedar encarados perfectamente cuando se encontraban a medio cable de distancia.

—Iremos a su encuentro cuando intenten el abordaje.

Observó el efecto que tenían sus palabras recorriendo la caótica cubierta, vio cómo los hombres agarraban sus alfanjes y hachas y cómo tensaban los músculos, como si estuvieran ya en combate. Los hombres del bergantín eran sólo marinos mercantes, no disciplinados profesionales como los de la
Destiny
. Pero estos últimos estaban agotados, y eran muy pocos para hacer frente a la amenazante muchedumbre a bordo de la goleta. Ahora llegaba a oírles gritar, insultándoles y mofándose de ellos; el sonido global de sus voces se parecía al rugido de un animal salvaje.

Si sólo hubiera habido un barco, podían haber tenido alguna posibilidad. Quizá hubiera sido mejor morir con el
Heloise
que prolongar la agonía.

Palliser volvió arriba y dijo:

—Little, quédese junto a los cañones de proa. Cuando yo se lo ordene, haga fuego a discreción, pero asegúrese de que sus disparos no producen realmente daños importantes. —No hizo caso de la cara de incredulidad de Little—. Luego, cargue el resto con una cantidad doble de esquirlas y munición. En el momento en que lleguen al costado, quiero que acribille a esos bastardos. —Dejó que sus palabras obtuvieran su efecto—. ¡Incluso si perdemos algún hombre durante la acción, necesito que esos cañones disparen!

Little se golpeó en la frente, haciendo una mueca cuando por fin comprendió. La barandilla del bergantín ofrecía escasa protección, y con el otro barco maniobrando por el costado para intentar que las dos naves se enlazaran para el abordaje, las dotaciones de artillería podían ser barridas de un plumazo.

Palliser se soltó la vaina de la espada y la echó a un lado. Hendió el aire con el arma observando el brillante reflejo del sol a lo largo del filo, que parecía de oro.

—Va a ser un día caluroso y agitado.

Bolitho tragó saliva; tenía la boca completamente seca. También él cogió su sable y apartó a un lado la vaina de cuero, como había visto hacer a Palliser. Perder un combate ya era bastante malo; pero morir por el estorbo de la vaina de tu arma, eso era ya impensable.

Hubo un intercambio de disparos de mosquete a través de la estrecha franja de agua que separaba los cascos de ambos barcos; varios hombres se agazaparon al oír cómo las balas se incrustaban en la madera o silbaban amenazadoras sobre sus cabezas.

Palliser partió en dos a un enemigo imaginario con su espada y gritó:

—¡Fuego!

Los principales cañones retrocedieron hacia el interior del buque deslizándose sobre sus motones junto con una gran humareda que entraba por las portas; mientras, sus dotaciones obedecían las órdenes de Little lo mejor que podían.

Apareció un orificio en la gran vela trinquete de la goleta, pero los demás disparos no alcanzaron ningún blanco, sino que cayeron elevando grandes masas de agua, cerca del otro barco.

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