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Authors: Jan Guillou

Regreso al Norte (6 page)

BOOK: Regreso al Norte
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—¿Está soltera, ha pronunciado los votos de convento?

—Está soltera y es
yconoma
en el convento de Riseberga.

—De modo que no ha hecho los votos, se encarga de los negocios del convento. Bien, ¿dónde está Riseberga?

—A tres días a caballo, pero no debes ir allá —dijo Eskil en tono de broma.

—¿Por qué no? ¿Acaso hay enemigos?

—No, desde luego que no. Pero la reina Blanka ha pasado allí algún tiempo y ahora está de camino a Näs, que es el castillo del rey…

—¡Recuerda que he estado allí!

—Sí, claro, es cierto. Cuando el rey Knut mató a Karl Sverkersson, son cosas que uno preferiría olvidar aunque no debiera. Bueno, lo que pasa es que la reina Blanka está de camino a Näs y estoy seguro de que Cecilia la acompaña. Esas dos son tan inseparables como el barro y la paja. ¡Oye, tranquilízate y no me mires de esa manera!

—¡Estoy tranquilo! Completamente tranquilo.

—Sí, ya lo veo, está claro. Entonces sigue escuchando con calma. Dentro de dos días voy a ir de concilio a Näs para ver al rey, al canciller y a un montón de obispos. Creo que todo el mundo en Näs se llevaría una alegría si tú vinieses conmigo.

Arn había caído de rodillas y había juntado las manos en oración y Eskil no halló motivo alguno para interrumpirlo, aunque le resultaban muy extrañas esas constantes genuflexiones. En lugar de eso se levantó, pensativo, como si estuviese paladeando una idea, hizo un gesto de asentimiento para sí mismo y se dirigió sigilosamente hacia la escalera que llevaba a la sala de armas. Lo que iba a buscar era algo que podía hacerse tanto ahora como más tarde, pues ya se había decidido.

Al regresar arriba, jadeando por la escalera sin que Arn se dejase interrumpir, volvió a sentarse de nuevo para esperar hasta que decidió que el murmullo de la oración ya duraba demasiado y carraspeó.

Pronto Arn se levantó con una luz de felicidad en los ojos que a Eskil le pareció más infantil de lo que podía resultar razonable. Además, le parecía que esa cara de bobo correspondía poco a un hombre que vestía una valiosa cota de malla desde la cabeza hasta el calzado reforzado en acero con espuelas de oro.

—¡Toma! —dijo Eskil tendiéndole una camisola a su hermano—. Si te empeñas en llevar ropas de guerrero, son éstos los colores que deberás honrar a partir de ahora.

Arn desplegó la camisola sin decir una palabra y durante un rato contempló el león rampante de los Folkung sobre tres ríos y asintió con la cabeza como para sí antes de enfundarse la prenda con un movimiento ágil. Eskil se puso de pie con un manto azul en las manos y rodeó la mesa. Miró a Arn a los ojos durante unos instantes con gravedad, y luego colgó el manto de los Folkung sobre sus hombros.

—Bien venido por segunda vez. No sólo a Arnäs, sino también a nuestros colores —dijo.

Cuando Eskil quiso abrazar ahora a modo de ratificación a su hermano, a quien con tanta ligereza había readmitido en la familia y en el derecho a herencia, Arn volvió a agacharse en oración. Eskil suspiró pero pudo ver cómo Arn apartaba con gesto acostumbrado el manto de su lado izquierdo para que la espada no se enredara. Era como si en todo momento estuviese dispuesto a levantarse con la espada alzada.

Sin embargo, esta vez Arn no estuvo tanto rato ensimismado en su oración, y al ponerse en pie fue él quien abrazó a Eskil.

—Recuerdo la ley acerca de peregrinos y penitentes, y comprendo lo que has hecho. Juro por el honor de un templario que siempre honraré estos colores —declaró Arn.

—Por mí podrías jurarlo como un Folkung, es de preferir que sea así —contestó Eskil.

—¡Claro, ahora sí que puedo hacerlo! —dijo Arn, riendo, mientras extendía el manto de los Folkung con los brazos como si imitase una ave rapaz, y ambos rieron juntos.

—¡Y ahora, que se nos lleve el diablo si no ha llegado ya la hora de tomar una primera cerveza en mucho tiempo entre dos hermanos que visten el color azul! —bramó Eskil con fuerza pero arrepintiéndose de inmediato al ver cómo reaccionaba Arn ante el lenguaje blasfemo. Para hacer que pasase rápidamente la embarazosa situación, se levantó y se acercó a una saetera que daba al patio y berreó algo que Arn no pudo oír pero que suponía que se refería a la cerveza.

—Ahora pasemos a mi siguiente pregunta —dijo Arn—, Disculpa mi egoísmo cuando hay otras cosas más importantes tanto para nuestro país como para Arnäs, pero aun así ésta es mi siguiente pregunta. Cuando marché en mi viaje de penitencia, Cecilia Algotsdotter esperaba un hijo mío…

Era como si Arn no se atreviese a completar la frase. Eskil, que sabía que de todos modos tenía buenas noticias que darle, retrasó su respuesta diciendo que tenía la garganta demasiado seca para hablar de eso antes de recibir su cerveza. Se levantó, impaciente, se acercó por segunda vez a la saetera y berreó de nuevo algo que Arn ahora estaba seguro de que se refería a la cerveza. No había sido necesario porque se oían pasos apresurados de pies descalzos por la tortuosa escalera de la torre. Pronto hubo dos jarras de madera frente a los hermanos, y la niña que las había llevado desapareció como un fantasma.

Ambos alzaron las jarras. Eskil bebió durante mucho más rato y de forma más varonil que Arn, algo que no sorprendió a ninguno de los dos.

—Bueno, pues te diré cómo está ese asunto —dijo Eskil arrimándose a la mesa, subiendo una rodilla y apoyando la jarra de cerveza sobre ella—. Por lo que se refiere a tu hijo, pues…

—¡Mi hijo! —interrumpió Arn.

—Sí, tu hijo. Su nombre es Magnus. Ha crecido en casa del hermano de su abuelo, Birger Brosa. No ha tomado tu nombre ni tampoco el nombre Birgersson. Se hace llamar Magnus Månesköld, «Escudo de luna», y en el escudo lleva dibujada una luna junto a nuestro león. Ha sido presentado ante el linaje en el concilio y es, por tanto, un auténtico Folkung. Sabe que es hijo tuyo y ha estado practicando para ser el mejor arquero de todo Götaland Oriental, pues ha oído que en eso tú eres excepcional. ¿Qué más quieres saber acerca de él?

—¿Cómo puede saber algo acerca de mi tiro con arco, acaso sabe también quién es su madre? —preguntó Arn, confuso y excitado a la vez.

—Querido hermano, se cantan canciones acerca de ti y también se explican cuentos. Una parte viene del concilio de todos los godos y de aquella vez que venciste en el desafío contra… ¿cómo se llamaba?

—Emund Ulvbane.

—Justo, así era como se llamaba, sí. Y también los monjes han contado alguna que otra cosa, como cuando dirigiste a veinte mil templarios hacia una brillante victoria en el monte de los Guisos, donde cien mil infieles cayeron bajo vuestras espadas, por no hablar de…

—¡El monte de los Guisos! ¿En Tierra Santa?

De repente Arn se echó a reír con unas carcajadas que no podía evitar. Repetía para sí mismo las palabras monte de los Guisos y se reía todavía más, alzó su jarra de cerveza hacia Eskil e intentó beber como un hombre pero se atragantó de inmediato. Al secarse la boca pensó durante un rato y se le iluminó el rostro.

—Mont Gisar —dijo—. Aquella batalla fue en Mont Gisar y fuimos cuatrocientos templarios frente a quince mil sarracenos.

—Bueno, eso tampoco está nada mal —comentó Eskil con una sonrisa—, Era verdad, y que la verdad adquiera más brillo en canciones y cuentos pues tampoco tiene nada de malo. ¿Pero por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Magnus sabe quién eres por esas leyendas y por eso siempre está practicando con el arco. Eso por una parte. Lo segundo es que conoce a su madre Cecilia, y se llevan muy bien.

—¿Dónde vive?

—Con Birger Brosa, en Bjälbo. Creció con Birger y Brígida. Sí, es verdad, no conoces a Brígida, es hija del rey Harald Gille y todavía habla como un noruego, al igual que tú hablas como un danés. ¡Bueno! Durante muchos años vivió en Bjälbo como si fuera hijo suyo y él mismo creía que así era. Ahora pasa por hermanastro de Birger y de ahí lo de la luna en el escudo en lugar del lirio de Birger. ¿Qué más quieres saber?

—Supongo que piensas que debería haber empezado a preguntar por otro lado, pero espero que me perdones. Primero te vi a ti, luego a nuestro padre Magnus y ya no necesitaba preguntar acerca de lo que era más cercano y más obvio. Pero a lo largo de todas las guerras, antes de cada batalla, recé por Cecilia y por la criatura que no conocía. Durante todo este largo viaje por los mares casi no pensaba en otra cosa. Cuéntame ahora acerca de ti y de los tuyos y acerca de padre y de Erika Joarsdotter.

—¡Bien dicho, querido hermano! —exclamó Eskil, chasqueando la lengua al retirar la boca de la jarra como si se tratase del vino más dulce—. Sabes elegir bien tus palabras y puede que ese don te sea de provecho cuando se trate de engatusar a la panda de obispos que forman parte del consejo del rey. Pero recuerda ahora que soy hermano tuyo y que siempre nos hemos llevado bien y Dios quiera que siga siendo siempre así. A mí no me engatuses, sino háblame como aquel que soy, ¡tu hermano! —Arn levantó su jarra en señal de asentimiento.

Luego Eskil se explicó con brevedad, lo que justificó diciendo que, como había tanto que decir tras tantos años, si lo hiciese bien tardaría toda la noche. Sin embargo, no les faltaría tiempo una vez hubiese pasado el banquete de la noche.

Acerca de sí mismo explicó que tenía sólo un hijo, Torgils, que tenía diecisiete años y que ahora estaba aprendiendo para ingresar en la guardia del rey. También tenía dos hijas, Beata y Sigrid, las dos bien casadas en Svealand con el linaje de la reina Blanka, pero que todavía no habían dado a luz varones. Por su parte no se podía quejar. Dios había sido bueno con él. Formaba parte del consejo del rey y era responsable del comercio exterior. A esas alturas hablaba el idioma de Lübeck y había viajado personalmente dos veces allí para cerrar tratos con Enrique
el León
de Sajonia. Desde las tierras de los svear y los godos se comerciaba con hierro, lana, cuero y mantequilla, pero sobre todo con pescado en salazón que se pescaba y se preparaba en Noruega. De Lübeck, los barcos traían acero, especias y telas, hilo de plata y de oro, y plata contante y sonante como pago por el pescado. No era en absoluto despreciable la riqueza que se había introducido en el país gracias a este comercio y la parte de Eskil no era una nimiedad, pues sólo él comerciaba con las salazones de pescado entre Noruega, las dos tierras Gota, Svealand y Lübeck. Seguro que ahora Arnäs era el doble de rico que cuando Arn partió.

Eskil se animaba cuando hablaba de sus negocios. Estaba acostumbrado a que los oyentes se cansaran en seguida y a que quisieran cambiar de tema de conversación. Pero tras haber fanfarroneado mucho más de lo habitual sin que se le interrumpiese, se alegró y se sorprendió por el hecho de que su hermano pareciera tan interesado, como si comprendiese todo lo referente a los negocios. Casi empezó a sospechar de la atención de Arn, por lo que le hizo muchas preguntas para ver si su hermano realmente lo seguía o si estaba soñando con otras cosas a la vez que hacía ver que estaba atento.

Pero Arn recordaba cómo una vez, cuando iban de camino al concilio de todos los godos, que tan mal acabó para el luchador del bando Sverker pero tan bien para los Folkung, ya habían hablado acerca de que se deberían transportar en grandes cantidades las salazones desde Lofoten, en Noruega. De modo que eso se había hecho realidad.

Arn opinaba que eso era una muy buena noticia, al igual que veía muy inteligente cobrar el pescado en plata y no en cosas que tenían valor sólo para los vanidosos. Sin embargo, preguntó cómo podía resultar el negocio de transportar hierro hasta Lübeck y acero de vuelta, en lugar de fabricar el acero con el hierro que ya se tenía.

Eskil se alegró mucho con la inesperada comprensión de su hermano, que no había llegado a manifestar aquella vez que viajó a Tierra Santa, aunque seguramente ambos habían heredado sus cabezas de su madre Sigrid. Pero la cerveza de Eskil se había acabado, se levantó de nuevo hacia la saetera y berreó una orden mientras Arn a sus espaldas le pasaba la mitad de la cerveza a su sediento hermano.

Esta vez había un siervo doméstico esperando abajo en la puerta de la torre con más cerveza y dos nuevas jarras aparecieron rápidas como un rayo.

Cuando bebieron de nuevo y la jarra medio llena de Eskil fue retirada sin que se percatase de ello, haciendo que Arn se sintiese infantilmente satisfecho por haberse salido con la suya, ya habían perdido el hilo de la conversación. Los dos vieron la situación del otro y ambos intentaron tomar la palabra al unísono.

—Nuestro padre y Erika Joarsdotter… —dijo Eskil.

—¡Comprenderás que pretendo beber la cerveza nupcial con Cecilia! —dijo Arn a la vez.

—¡Eso no lo decides tú! —repuso Eskil con brusquedad, pero se arrepintió de inmediato e hizo un gesto con la mano como queriendo ahuyentar sus palabras.

—¿Por qué no? —preguntó Arn en voz baja.

Eskil suspiró. No existía posibilidad de eludir la pregunta de su hermano, por mucho que habría deseado dejar esa y muchas otras cuestiones para el día siguiente.

—Ahora que has vuelto a casa, y que Dios bendiga tu regreso, que para todos es una alegría enorme, el tablero de juego cambia por completo —contestó Eskil rápidamente y en tono un poco bajo, como si hablase acerca de los negocios del pescado en salazón—. El concilio del linaje es el que decide, pero si no me equivoco, nuestro Birger Brosa dirá que contraigas matrimonio con Ingrid Ylva. Es hija de Sune Sik y, por tanto, tiene a Karl Sverkersson como abuelo, es decir, el rey Karl.

—¿Se supone que tendría que beber la cerveza nupcial con una mujer cuyo tío ayudé a asesinar? —exclamó Arn.

—Precisamente eso es lo bueno de la idea, las heridas y las disputas deben sanarse por el bien de la paz y es mejor que suceda en el lecho nupcial que con la espada. Así es como pensamos. En la paz, el miembro del hombre es más fuerte que la espada del hombre. De ahí Ingrid Ylva.

—¿Y si prefiero la espada del hombre?

—No creo que nadie quiera intercambiar golpes contigo y tú tampoco lo crees. Tu hijo Magnus está en edad de casarse, al igual que ella. Tendrá que ser uno de vosotros, pero eso también depende de cuánta plata sea necesaria. No, no te preocupes por eso, hermano, el regalo matutino lo aportaremos desde Arnäs.

—Yo mismo aportaré el regalo matutino. No había pensado en nada exagerado, sólo Forsvik, tal como una vez se acordó cuando Cecilia y yo celebramos la cerveza de compromiso. Hay que ser fiel a los acuerdos —respondió rápidamente Arn en tono bajo, sin que su rostro manifestara lo que sentía, aunque su hermano bien debía de saberlo.

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