Authors: Mike Shepherd
Kris ya había derramado sus lágrimas; regresó hacia la cabaña, no tardó en hallar a sus prisioneros, atendidos por los no tan dulces modos del sargento, y los organizó para su traslado. Cuando Kris se dirigió al porche de la cabaña, la recién reunida familia seguía donde la había dejado. Un gran helicóptero ocupaba el único helipuerto: sus hélices perdían velocidad mientras de él salían una docena de hombres cuyos uniformes y duras miradas los identificaban como policías.
Kris condujo a la familia a uno de los extremos del porche y sacó a los prisioneros del interior de la cabaña sin quitarles el ojo de encima. Los tres, aún unidos en un abrazo, no repararon en los secuestradores. El líder de la brigada policial dirigió una ceñuda mirada a aquellos cinco individuos esposados, uno de los cuales tenía que ser trasladado, como si ya estuviese tomándoles las medidas para los ataúdes.
—Hay un hombre muerto en el porche trasero. Tendremos que rellenar el papeleo —añadió Kris—, ¿o me limito a remitírselo?
—A partir de ahora me ocupo yo, señora. Y si quiere papeleo, ya se lo proporcionaré, aunque tampoco es que le demos mucha importancia por aquí —dijo él, sin quitarles los ojos de encima a los prisioneros mientras eran conducidos con rapidez al helicóptero—. He oído que uno de ellos necesita un médico.
—El que tiembla —aclaró Kris.
—Sobrevivirá —gruñó el policía.
—Bueno, ellos aseguran que es el jefe —dijo Kris mientras se despedía de los prisioneros con un ademán—. Me gustaría oír lo que tiene que decir.
—No tardará en hablar. —El policía sonrió—. Sospecho que todos lo harán. Haremos que deseen soltar prenda.
Aquella frase hizo que Kris se preguntase qué otros apartados de la Declaración de Derechos Humanos de la Sociedad de la Humanidad no se habían ratificado aún en Sequim. Pero Kris tenía otros problemas.
—Sargento, que su escuadrón se ocupe de recoger todo nuestro equipo sin contaminar el escenario del crimen.
—Sí, señora —obedeció, llevándose la mano a la frente a modo de saludo.
Kris se volvió al cabo Li.
—Nuestro escuadrón pondrá los VAL en marcha. Quiero supervisar personalmente el enlace de nuestro vehículo. Que nadie lo toque antes que yo. ¿Ha quedado claro?
—Como el agua, señora. No voy a permitir que ningún recluta tenga que sufrir las consecuencias de un trabajo chapucero que ha estado a punto de freímos a mis hombres y a mí. —Le gustaba que los oficiales mostrasen un interés personal en el trabajo de sus subalternos.
Kris echó un lento vistazo a los alrededores para comprobar que todo movimiento estaba siendo supervisado, entonces siguió al cabo.
Tardó un rato en reunir a los marines que habían proporcionado fuego de cobertura desde el bosque; se habían alejado mucho cuando apareció la nave. Una vez con ellos, se dirigió hacia la Tifón. En la rampa, un policía esperaba para cargar con el secuestrador inconsciente. A la derecha del médico se encontraba el capitán Thorpe, sonriendo satisfecho mientras contemplaba los resultados de su aterrizaje.
—Ha sido un buen trabajo, desde luego.
—Sí, señor —dijo Kris—. Tengo que ir a por los VAL. ¿Puedo solicitar un aerodeslizador?
—¿Es que sus marines son tan vagos que les da pereza volver por ese pantano por el que los condujo, alférez?
—No, señor. Solo pensaba que quizá le gustaría contar con todo el mundo a bordo cuanto antes —replicó. Si hubiese ido directamente a por los vehículos, a pie, se hubiese ganado una reprimenda por perder el tiempo en aquel barrizal. Kris estaba empezando a acostumbrarse a que todas sus opciones fuesen igual de malas.
—Coja el número 2 y dese prisa —ordenó Thorpe antes de añadir, como si acabase de recordarlo—: Buen trabajo, alférez.
Kris saludó y condujo a su escuadrón a bordo de la nave. No le sorprendió que el interior estuviese tan revuelto, después del aterrizaje de la Tifón. En cualquier caso, Nelly mostró rápidamente a Kris dónde se encontraba estacionado el aerodeslizador. Kris utilizó otra rampa para irse; no le apetecía escuchar dos veces aquello a lo que Thorpe llamaba «motivación». Encontró la salida, dio la orden a través de la red de la nave y observó cómo la escotilla se abría lentamente, haciendo que el aerodeslizador descendiese desde la plataforma.
En tres minutos, Kris había realizado todas las comprobaciones y reunido a todo su equipo. El cabo tomó los mandos, con Kris sentada tras él. En los asientos traseros, los marines rompieron en vítores y gritos mientras se alejaban de la Tifón.
Mientras el cabo esquivaba árboles y rebotaba sobre rocas, conforme la celebración ganaba intensidad, se inclinó hacia Kris.
—Gracias por el aterrizaje, señora. Nos daba por muertos. No conozco a muchos oficiales que hubiesen logrado lo que usted. Solo rogaba por que pudiésemos aterrizar; aterrizar y rescatar a esa pobre niña. Si le digo la verdad, señora, puede que usted aún no sea una marine, pero se ha ganado mi lealtad.
—Gracias —fue lo único que llegó a articular Kris.
Te equivocas, padre. La mejor sensación del mundo no se consigue con una victoria electoral.
Kris dudó que pudiese llegar a sentir más orgullo que en aquel instante, al escuchar las loas de su subordinado. Aquellas palabras valían más que cualquier medalla.
Los VAL estaban exactamente donde los habían dejado. Mientras tres marines cargaban el del sargento en el interior del aerodeslizador, Kris y Li examinaron el suyo. El enlace de comunicaciones seguía frito.
—Con cuidado —dijo Kris a los tres marines mientras estos subían el VAL de la alférez al aerodeslizador.
—Sí, sería una pena que se le arreglase el problema con unos golpecitos —observó uno de los reclutas. Kris rió en voz baja; que fuesen marines no significaba que fuesen tontos... solo eran, bueno, marines. El viaje de vuelta fue más lento. Para cuando llegaron a la Tifón, encontraron una escotilla abierta en el casco de la nave, de modo que se dirigieron directamente a la plataforma de carga. Tommy estaba esperando, con el detector en una mano.
—¿Listo para hurgar en este montón de chatarra? —preguntó Kris mientras se bajaba del vehículo.
—Qué va —dijo él, apoyándose contra el umbral que daba acceso a la plataforma—, tenía pensado salir a dar una vuelta, no te digo... ¿Cuál de los dos es el tuyo?
Kris ordenó a los marines que lo descargasen y Tommy se puso manos a la obra. La alférez se dirigió a su taquilla y se quitó el traje de desembarco. Le hubiese encantado darse una ducha, pero no tenía ni idea de dónde encontrarla en aquella nave reconvertida, así que se conformó con ponerse la ropa color caqui del día anterior. Mientras terminaba de cambiarse, Tommy le hizo un gesto para que se le uniese y echase un vistazo a las entrañas de la cabina.
—¿Qué puedes contarme de nuestro fallecido enlace? —preguntó ella.
—Que el corazón me dio un vuelco cuando perdiste el contacto —dijo él.
Kris no estaba segura de si aquella frase era una expresión irlandesa o si Tommy estaba flirteando con ella. Esquivó la pregunta ignorándolo.
Él, sin embargo, continuó.
—Este modelo de comunicador está retirado del mercado. El subcontratista incorporó una remesa de piezas, tanto el fabricante como los componentes pasaron la inspección... o eso dicen los papeles. Deja que le eche un vistazo. —Sin su revestimiento, los entresijos de la cabina se encontraban al descubierto. Kris no necesitó el detector mágico de Tommy para dar con el problema; el panel de circuitos que él sostenía era un amasijo de plástico quemado.
—¿Hay algún modo de saber si hemos tenido mala suerte o si alguien estuvo manipulando el panel? —preguntó Kris, dando rienda suelta a la paranoia que había aprendido de su padre.
Tommy entrecerró un ojo mientras la miraba de soslayo.
—¿Quién iba a manipularlo? Eso es prácticamente imposible.
Kris suspiró, se puso en pie y se apoyó sobre la taquilla. Contempló las piezas que se extendían ante ella, intentando darle sentido a aquel maremágnum. ¿Había sido una mala distribución de los componentes lo que había estado a punto de matar a sus marines y a ella... para después, salvarlos?
—¿En qué estás pensando? —preguntó Tommy, en cuclillas a su lado.
—Tendré que reunirme con mi equipo —dijo, sin dirigirse a nadie en particular—. ¿No abordaba uno de los manuales de la EAO algo sobre rememorar las situaciones peligrosas para prevenir el estrés postraumático? ¿Crees que estar a punto de acabar fritos durante la entrada en la atmósfera cuenta?
—La abuela Chin y sus ancestros dirían que sí —dijo Tommy.
—Pero el caso es que yo misma me siento un poco tensa. Dentro de muy poco, mi padre y yo mantendremos una larga charla sobre los suministros que nos proporciona su Gobierno —dijo ella. Después, recordó algo—. Si esa maldita parte había sido retirada del mercado, ¿por qué no la habían reemplazado?
—No teníamos con qué. El oficial de suministros del escuadrón 6 me prometió un reemplazo en tres días. Despegamos al segundo.
—¿Y crees que ha sido cuestión de suerte? Vale. ¿Sabes una cosa, Tommy? Creo que necesito algo para mejorarla. ¿Alguna sugerencia?
—¿Has pensado en dejar un vaso de leche para los duendes?
—Creo que prefiero una cerveza —murmuró—. Pueden quedarse con lo que se me derrame.
—Por mí bien —dijo Tommy a su lado con una sonrisa.
Antes de que Kris pudiese añadir algo, ambos enlaces de comunicaciones se vieron interrumpidos, acompañando con débiles pitidos el toque de corneta de la llamada a los oficiales. El capitán Thorpe tenía una noción bastante anticuada de lo que suponían el decoro militar y la motivación.
—El director general de Sequim demanda la presencia de todos los oficiales de la nave en su residencia a las 19.30, hora local, para una recepción. La Tifón despegará para dirigirse al puerto espacial más importante de Sequim a las 17.00, hora local. El uniforme para la ocasión ha de ser blanco.
Kris suspiró, concluyó que no le gustaba el plan y se dirigió a su camarote. Con un poco de suerte, su vestido blanco no habría quedado muy arrugado después de que la nave cambiase de forma. Pero Kris sospechaba que, por algún motivo, aquella mañana la fortuna no estaba por la labor de sonreírle.
Kris tenía razón. Aunque su taquilla y su armario habían conseguido desplazarse hasta la estancia que había pasado a compartir con la sobrecargo Bo, Kris no tenía ni idea de dónde se encontraba el contenido de su escritorio y su caja de seguridad. Con suerte, aparecería al día siguiente, cuando la nave regresase a órbita. Y tal y como esperaba, sus uniformes estaban completamente arrugados.
—Las chicas guardan una plancha en la sala —le informó la sobrecargo Bo mientras Kris comprobaba los desperfectos.
Cuando la nave se encontraba en configuración estándar, Kris y Bo ocupaban camarotes distintos en extremos opuestos del «templo», la zona donde la Marina daba cobijo a sus «vírgenes vestales». Aquella era la brillante idea para mantener a los hombres lejos de los dormitorios de las mujeres alistadas. Kris supuso que funcionaba; nunca había tenido que molestarse en echar a un hombre que intentase merodear por aquella zona, en la que las mujeres se distribuían por parejas en cada habitación o, más frecuentemente, de forma individual, gracias a los brevísimos permisos del personal de la Tifón incluso en tiempos de paz. Puesto que se encontraba en horas de trabajo, Kris no sintió la necesidad de advertir su presencia con un carraspeo antes de entrar en la sección femenina. La plancha y su tabla eran fáciles de detectar y, pese a los teatrales niveles de asombro y consternación entre los demás cadetes en la EAO ante el hecho de que una Longknife se planchase el uniforme, Kris le había cogido el truco a aquella tarea doméstica rápidamente.
A las 18.30, Kris se reunió con los otros nueve oficiales de la nave bajo la enorme sombra de la Tifón mientras llegaba una hilera de vehículos para conducirlos a la recepción. El capitán y el oficial ejecutivo compartieron una limusina; Kris y Tommy se sentaron en un todoterreno razonablemente limpio.
En la residencia del director general, los oficiales se situaron por orden de rango antes de entrar en aquella abarrotada sala con paneles de madera en las paredes, iluminada por varios candelabros de cristal, que hubiesen encajado de maravilla con el estilo de Bastión pero que parecían fuera de lugar en un mundo recién colonizado. El capitán Thorpe, vestido de resplandeciente blanco y con hileras de medallas en su pecho, condujo a sus oficiales hacia una fila de recepción formal, compuesta por hombres ataviados con trajes de etiqueta de vivos colores y mujeres con vestidos que se extendían hasta el suelo, diseñados en París pero algo pasados de moda. Al ser los miembros más jóvenes de la tripulación de la Tifón, Kris y Tommy se aseguraron de que nadie se situase tras ellos. Aquello no duró mucho.
—¿Longknife? ¿Kris Longknife? ¡Tú eres la que pilotó el esquife esta mañana!
Kris miró a su alrededor en busca del origen de la voz; no la reconocía. Un joven vestido con un traje marrón y una bebida en cada mano se aproximaba hacia ella. Le resultaba vagamente familiar.
—¿Me reconoces? —preguntó con una amplia sonrisa.
Criada en el terreno de la política, donde todo el mundo es tu mejor amigo, al menos hasta que la puerta se cierra tras ellos, Kris había reunido mucha experiencia de observar a madre y a padre fingir una amistad eterna.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó ella mientras tomaba la bebida que le ofrecía.
—Eh, Anita, Jim, tenéis que conocer a esta chica. Venid, acercaos. Esta es la mujer que salvó a Edith. —Al concluir aquella frase, la fila de recepción se desintegró mientras el capitán Thorpe extendía la mano para saludar al director general. Dejando la mano del capitán abierta en el aire, el hombre y la mujer que se encontraban a la cabeza de la fila se dirigieron hacia Kris, seguidos de cerca por todos los presentes.
—¿Eres la mujer que rescató a mi Edith? —Tras el brillante vestido dorado con lentejuelas y el peinado caro, Kris vio a la mujer que había caminado con torpeza a través del barro para reunirse con su hija aquella mañana.
—Dirigí el equipo de asalto terrestre —contestó Kris, procurando evitar que su pequeña parcela de responsabilidad no eclipsase en modo alguno el mando general del capitán Thorpe.
—Os dije que había una Longknife al mando de ese esquife, ¿verdad que sí? —continuó el desconocido amigo de Kris—. Me ganó en todas las carreras durante dos años en la universidad. Reconocería esas suaves curvas en cualquier lugar. ¿Cómo no, si las estudiaba a fondo casi todas las noches? No sabes lo mucho que me alegro de volver a verte.