Las sirenas volvieron a ponerse en marcha y los coches se pusieron en movimiento. Su frecuencia bajó, y su volumen empezó a disminuir.
Los policías se marchaban a toda velocidad.
—La anarquía anda suelta por el mundo —dijo Jones, adoptando un acento pijo. La miró, como sorprendido de pronto por encontrarla debajo de él—. Esa explosión ha sido el sonido de un hombre muy valiente inmolándose. En algún lugar cerca del centro de conferencias. Parece que ha atraído la atención de los polis. Y esa era la idea, naturalmente. Hemos tenido que improvisar mucho hoy. Hablando de lo cual, tú y yo vamos a ejecutar un largo paseo no improvisado por un corto embarcadero. Si colaboras conmigo y me acompañas amablemente, te permitiré conservar los dientes.
Jeremy Jeong le echó dos vueltas al pestillo, cosa que Sokolov aprobó. Nunca se podía ser demasiado cuidadoso. Entonces se quitó la ropa de gimnasia y entró en el cuarto de baño y abrió la ducha.
Sokolov salió de debajo de la cama, se desnudó y metió lo que quedaba de sus ropas en una bolsa de lavandería del hotel que encontró unida a una percha. Metió también la CamelBak e hizo un paquete. Como ya había marcado la localización de la ropa que quería, pudo encontrar y ponerse ropa interior, calcetines, camisa y un traje de chaqueta en menos tiempo de lo que tardaría Jeremy en lavarse el pelo. Se guardó una corbata en el bolsillo y metió los pies en un par de zapatos (un poco justos, pero tolerables) y luego salió por la puerta, dejando que se cerrara suavemente tras él. Cogió el ascensor hasta el nivel del entresuelo, entró en un servicio de caballeros, entró en un cubículo, se sentó en la taza, y se puso la corbata y se ató los cordones de los zapatos. De la CamelBak sacó la libretita donde había anotado la dirección de la espía. Salió del cubículo y comprobó su aspecto en el espejo. La corbata estaba un poco torcida así que la arregló. Luego cogió el ascensor hasta el vestíbulo y se acercó a la conserje, sonriendo indefenso.
—Lo siento, inglés no bueno.
La conserje, una mujer deslumbrante de unos treinta años, probó unos cuantos idiomas occidentales más con él, y luego decidió ceñirse al inglés.
—Hay una simpática dama china aquí. Extremadamente valiosa para mi compañía. Yo deseo darle las gracias. Cuando regrese a Ucrania, le envío bonito regalo, ¿comprende?
La conserje comprendió.
—Es para sorpresa. Bonita sorpresa.
La conserje asintió.
—Esta es dirección de mujer. Intento escribirla correctamente. No soy bueno escribiendo chino como ve. Creo que es esto.
Los ojos de la mujer escrutaron los caracteres burdamente trazados, interpretando fácilmente algunos, deteniéndose en otros. Una o dos veces permitió que su ceño inmaculado se arrugara un poquito. Pero al final asintió y sonrió.
—Es una dirección de la isla de Gulangyu —dijo.
—Sí. La pequeña isla de allí —Sokolov señaló hacia el muelle—. El problema es, cuando yo vuelva a Ucrania, no puedo escribir dirección de mujer en chino en documento FedEx. Necesito tenerla en inglés. Mi pregunta para usted: ¿puede, por favor, traducir esta dirección en palabras en inglés para FedEx?
—¡Naturalmente! —dijo la conserje, encantada por formar parte del envío de un bonito regalo sorpresa a una dama china tan amable—. Solo será un instante.
Y pasaron un minuto o dos de moderada ansiedad mientras Sokolov la veía escribir las palabras en una libreta del hotel, mientras sufría dos interrupciones. Le parecía muy probable que Jeremy Jeong ni siquiera se diera cuenta durante horas de que faltaba uno de sus trajes (tenía tres), y aunque así fuera le resultaría tan extraño que dudaría en mencionarlo. Pero siempre existía la posibilidad de que fuera hipervigilante y tendente a llamar a la ley al menor pretexto, en cuyo caso Sokolov necesitaba largarse de aquí cuanto antes.
La conserje le dirigió otra sonrisa y deslizó el papel por el mostrador hacia él. Sokolov lo recogió expresando profusamente su agradecimiento, salió por la puerta, subió a un taxi y se dirigió a otro hotel de negocios occidental situado a un kilómetro carretera arriba. Allí se agenció un ordenador libre del vestíbulo, donde tecleó en Google Maps la dirección en inglés de la espía.
Encontró una vista en plano cercano de un trazado irregular de calles, lo cual no le dijo nada, así que hizo zoom hacia atrás hasta que pudo ver la isla entera. Comprobó la escala y verificó su impresión general de que Gulangyu no tenía más de un par de kilómetros de ancho. Trató de entender su trazado, sus direcciones cardinales: básicamente, cómo llegar y salir de la terminal de ferris aunque se perdiera. Pasó entonces a la imagen satélite. Desde aquí quedaron claras unas cuantas cosas. Primero, su sistema de transportes era una red mucho más fina de lo que daba a entender el callejero, que solo describía tal vez un diez por ciento de las calles y derechos de paso. O tal vez no eran calles, sino callejones y pasarelas, caminos privados entre los edificios. Segundo, los edificios tenían todos tejados de bonitos tonos terrosos que contrastaban con las tejas chillonas y las placas de metal que solían proteger los edificios de Xiamen de la lluvia. Tercero, había mucha vegetación. Cuarto, los nombres del lugar solían ser de escuelas, academias, facultades y demás; y la presencia de grandes pistas ovaladas sugería que eran colegios bastante agradables.
Parafraseando a Tolstoi, todos los lugares ricos eran iguales, pero cada lugar pobre era pobre a su modo. Las chabolas de Lagos, Belfast, Puerto Príncipe y Los Ángeles presentaban una panoplia completamente diferente y asombrosa de riesgos. Pero con solo mirar este mapa, Sokolov supo que podía ir a Gulangyu y caminar por sus calles y moverse por allí a sus anchas como en cualquier barrio caro de Toronto o Londres.
No quiso llamar ninguna atención indebida imprimiendo el mapa, así que lo esbozó de manera rudimentaria en el dorso de la nota que la conserje le había dado y pasó un rato examinando la vista satélite del edificio en cuestión, hasta obtener una idea general de su trazado y la forma de sus terrenos. Advirtió que había un hotel cerca, en una zona bastante elevada. Su página web informaba que tenía una terraza donde se servían copas por las tardes.
Compró un bolso para hombre en el vestíbulo del hotel y metió su CamelBak y otras posesiones, y luego se dirigió al muelle, donde tomó el siguiente ferry para Gulangyu.
La operación de embestir al taxi no se había desarrollado en modo alguno hasta un estado avanzado durante los quince segundos transcurridos desde su concepción en la mente de Yuxia y su ejecución. Por ejemplo, no había tenido tiempo de comunicarle nada a Csongor. Por tanto, él se había visto obligado a descubrirlo por su cuenta y a prepararse para el impacto apoyando la cabeza contra el asiento que tenía delante. Sin embargo, como muchos buenos planes, este era enormemente simple. Los malos iban a hacer algo relacionado con un barco. Yuxia podía poner la única herramienta a su disposición (la furgoneta) para usarla para causar daños e impedir que ellos lo hicieran.
Siendo oriunda de las montañas, no sabía mucho de barcos. Estaba descubriendo ahora que todas sus intuiciones al respecto estaban considerablemente equivocadas. No había dudado que hacer que un taxi (por no decir nada de un taxi seguido de una minifurgoneta) se estrellara encima de uno lo destruiría por completo. Ahora se quedó obnubilada al ver que el barco no estaba destruido. Seguía flotando: seguía siendo un barco.
No había que trivializar lo sucedido. Indudablemente, había sido un día muy malo para el barco. Podía estar estropeado sin ninguna posibilidad de reparación. «Pero seguía flotando.» Mientras miraba a través del parabrisas destruido, colgando boca abajo y sujeta por el cinturón de seguridad, Yuxia pudo ver cómo era posible: la cubierta podía ser de madera, pero el casco era de acero. Y como flotaba, cuando las cosas chocaban contra él, el agua actuaba como un absorbedor de impacto de capacidad básicamente infinita. La fragilidad comparada de las planchas de madera de cubierta funcionaban a su favor, ya que al romperse y combarse absorbían gran parte de los daños. Y los montones de palés de carga de madera que había en cubierta se habían venido abajo cuando el taxi los atravesó, amortiguando aún más el impacto.
Otro hecho sorprendente: «¡Qian Yuxia había acabado en el barco!» Esto no estaba planeado. La idea era detenerse en el embarcadero. Pero no había contado con el airbag. Debió de haber unos pocos instantes de distracción, tras el choque, en que su pie continuó pisando el acelerador.
—¿Csongor? —llamó. Pero él ya no estaba en el vehículo.
Un teléfono empezó a sonar. No era el suyo. Estaba allí abajo, cerca de su pie...
«¡Estaba en su bota!» Había salido volando, rebotó por el interior del vehículo, y acabó colándose por la parte superior de su bota azul. Ahora estaba atascado contra su tobillo derecho. Acercó el pie, metió la mano y lo sacó.
—
Wei?
—
Wei?
¿Yuxia?
—¿Quién es?
—Marlon.
—¿Por qué llamas a tu propio teléfono? —había reconocido que era el de él.
—No importa. ¿Estás bien?
—Estoy hablando por teléfono, ¿no?
—¿Sigues en la furgoneta?
—Sí, pero la furgoneta está...
—Lo sé. La estoy viendo. Será mejor que salgas.
—¿Por qué?
—Porque van a pasar cosas feas en el embarcadero... ohdiosmío.
Marlon no tuvo que dar más explicaciones, porque Yuxia pudo oír ahora disparos tras ella. Disparos y sirenas.
Apoyando el codo derecho contra el volante para apoyar el torso, Yuxia extendió el brazo izquierdo y buscó el tirador de la puerta. Algo hizo
snick
en el interior de la puerta, pero no se abrió. Debía de haberse quedado atascada tras alguno de los muchos violentos impactos del día. Empujar con el hombro no sirvió de nada. Se pasó el teléfono a la otra mano para poder extender la derecha y soltar el cinturón de seguridad. Esto causó que cayera contra el volante e hiciera sonar el claxon.
—Ya te llamaré —gritó, y cerró el teléfono y, a falta de otro sitio mejor, se lo volvió a meter en la bota. Entonces, usando varios asideros para manos y pies dentro de la furgoneta, se pasó al asiento trasero y cruzó hasta la puerta lateral abierta.
Más allá de este punto, su camino la llevaría a cruzar un terreno de aspecto enormemente peligroso de taxi destrozado y maderas quebradas. Una mezcla del golpe recibido en la cara con el airbag y el suave balanceo del barco la hizo sentirse tambaleante e insegura de sus movimientos. Se agazapó en el marco de la puerta mientras trataba de recuperar el equilibrio. Vio, y fue vista a su vez, por un hombre mayor que había salido de la cabina del piloto para inspeccionar los daños. Pensó en decir algo, pero le dio la impresión, al ver el aspecto del hombre, que tal vez no hablaba mandarín. Sin dejar de fumar lentamente un cigarrillo, el hombre le dirigió una mirada bastante desagradable. Ella se sintió agraviada por esto, hasta que recordó que había hecho todo lo que estaba en su mano para destruir su barco, que probablemente era su modo de ganarse la vida.
Podría haberse convertido en un intercambio de insultos o incluso de golpes si no los hubiera distraído la aparición de dos figuras sobre ellos al borde del embarcadero: el negro alto y Zula. Yuxia controló un súbito y ridículo impulso de saludar con la mano y decirles hola.
—Voy a contar hasta tres y luego voy a saltar —dijo el negro—. Tú puedes saltar o no.
Yuxia comprendió que, puesto que el hombre que hablaba estaba esposado a Zula y era mucho más grande que ella, sus palabras eran a la vez una especie de chiste y una amenaza.
Al final saltaron juntos y aterrizaron torpemente en una zona de la cubierta despejada y entera. Zula gritó de dolor y se llevó por reflejo un puño ensangrentado al estómago. Esto hizo que por fin Yuxia se pusiera en movimiento: terminó de salir de la furgoneta, pensando en ir a ver qué pasaba. El negro la miró con curiosidad, pero entonces volvió su atención al fastidiado piloto y le dio una orden en un idioma que Yuxia no reconoció. El piloto se volvió hacia la cabina.
Fuera cual fuese el dolor que había hecho gritar a Zula ahora remitió. Alzó la cabeza y miró a Yuxia. Una expresión feliz y agradecida asomó a su cara, pero solo durante un brevísimo instante. Entonces pareció angustiada, horrorizada.
—¡Yuxia! ¡Escapa! ¡Salta al agua!
Yuxia vaciló, entonces se dio cuenta de que su amiga querida probablemente le estaba dando un buen consejo. Pero durante ese intervalo, otro hombre había saltado a la cubierta desde el embarcadero. Llevaba una pistola. A una orden del negro alto, apuntó a Yuxia, sujetando el arma con ambas manos. Cuando su ojo conectó con los suyos a través de la mirilla, hizo un pequeño gesto indicando que se acercara. Yuxia todavía estaba pensando en seguir el consejo de Zula, pero entonces el motor del barco rugió y se abalanzó hacia delante, haciendo que la furgoneta se estremeciera. Yuxia no tuvo más remedio que apartarse mientras la furgoneta volcaba de lado contra el taxi aplastado. Esto tan solo la acercó al pistolero, quien mostró una concentración admirable al ignorar la avalancha vehicular a cámara lenta que tenía lugar a solo unos metros de distancia.
En este momento estaba solo a un par de metros de Zula, así que terminó de acercarse. Zula rodeó con su puño ensangrentado el hombro de Yuxia, y esta rodeó con sus brazos la cintura de Zula.
—Gracias —dijo Zula, mientras empezaba a llorar—. Lo siento.
—Lamento que no funcionara —respondió Yuxia.
El negro alto se metió la pistola en la cintura y luego rebuscó en un bolsillo.
—Como os veo tan afectuosas —dijo, sacando una llave plateada—, vamos a hacerlo oficial.
Se soltó la esposa de la muñeca derecha, zafó el brazo izquierdo de Yuxia de la cintura de Zula y se la puso. Las dos mujeres quedaron ahora unidas por las muñecas izquierdas, cosa que, como descubrieron inmediatamente, significaba que no podían mirar en la misma dirección. Si una de ellas caminaba hacia delante, la otra tenía que caminar de espaldas, y hacer algo incómodo con el brazo, y moverse hombro con hombro. Su captor lo comprendía muy bien. Agarró la cadena de las esposas con una mano, tiró de ellas hacia popa, rodeó la cabina, y las llevó a un lugar despejado a la sombra de un toldo. Rebuscó en una caja de herramientas, sacó un martillo y un clavo grande. Clavó el clavo hasta la mitad en una tabla de cubierta, las arrastró hasta allí, las obligó a sentarse, colocó la cadena junto al clavo, y golpeó el clavo hasta que se dobló sobre la cadena y su cabeza se hundió profundamente en la madera.