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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (15 page)

BOOK: Reamde
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Había habido algún tipo de problema con la transacción. Era una reclamación del cliente.

No. Servicio técnico. Wallace se quejaba de un «puñetero virus o algo por el estilo».

La tensión se rompió de algún modo. El subidón de adrenalina que había impulsado a Wallace desde Vancouver se había agotado. Habían accedido a hablar de ello con calma. Wallace apagó el motor del descapotable y los faros, entró en el aparcamiento. Peter cerró la puerta tras él.

—¿De quién es este coche? —preguntó Wallace. Ahora que el portalón estaba cerrado, el sonido subía por las escaleras y Zula pudo seguir mejor la conversación. Captó el acento escocés.

—De Zula —dijo Peter.

—¿La chica? ¿Está aquí?

—La dejé en su casa —Zula advirtió la mentira con reacio agradecimiento y admiración—. Lo aparca aquí cuando no lo utiliza.

—Tengo que mear urgentemente.

—Hay un urinario ahí mismo.

—Buen chico.

El urinario en mitad del taller era una de las innovaciones de las que Peter se sentía más orgulloso. Zula oyó bajar la cremallera de Wallace, lo oyó orinar, pensó que sería divertido bajar las escaleras y salir por la puerta en ese momento. Pero su coche estaba ahora bloqueado por el de Wallace.

—He llegado a pensar que me ha jodido adrede —observó Wallace, mientras meaba—, pero ahora acepto la posibilidad de que sea otra cosa.

—Bien. Porque he sido completamente honesto.

—Aparte de estar implicado en un plan masivo de robo de identidades, querrá decir.

—Sí.

—Convencerme es fácil. Ya lo ha hecho. Pero la gente para la que trabajo es otra cosa.

Wallace terminó y se volvió a subir la cremallera. Zula pudo oír que el timbre de su voz cambiaba cuando se dio la vuelta.

—Creí que había dicho que trabajaba solo.

—Le dije la verdad la primera vez —repuso Wallace.

—Oh —dijo Peter tras una larga pausa.

—Ya he recibido tres puñeteros e-mails de mi contacto en Toronto queriendo saber dónde demonios están los números de las tarjetas de crédito. De hecho, será mejor que le informe ahora mismo. Si es que mentirle puede considerarse así.

La conversación se interrumpió unos momentos, y Zula supuso que Wallace estaba enviando un mensaje de texto con su teléfono.

—Me parece que no comprendo por qué no les ha enviado los números —dijo Peter—. Así que tal vez deberíamos empezar por el principio, porque todo lo que dijo a gritos cuando apareció hace unos minutos me dejó totalmente confundido.

—Ya casi he terminado —murmuró Wallace.

—La clave de mi wi-fi está aquí —dijo Peter, y Zula lo oyó deslizar un papel sobre la encimera.

—No importa, he usado algo llamado Tigmaster.

—Debería usar el mío: es mucho más seguro que el Tigmaster.

—¿Qué es, por cierto? ¿Entrenador de animales?

—Soldador. Mi inquilino. Debería ponerle clave a su wi-fi, pero no se le puede molestar.

—Ya. No es consciente de la seguridad como nosotros.

Peter no contestó, pues aquello debió de parecerle, como a Zula, una trampa.

Zula había desistido de llamar al 911 cuando comprendió que se trataba de Wallace y no de ningún drogadicto encabronado. Ahora volvió a pensárselo. Pero Wallace estaba mucho más tranquilo. Y Peter era la única persona que había quebrantado la ley. Zula se contentaba con haber roto con él. Enviarlo a prisión habría sido pasarse de la raya.

—¿Empezar por el principio? Muy bien, allá vamos —dijo Wallace, luego hizo una pausa—. ¿Hay alguna cerveza en el frigorífico?

—Creí que no bebía.

Silencio.

—Sírvase.

Efectos de sonido de abrir el frigorífico y la cerveza mientras Wallace continuaba:

—Como vio, pasé el archivo a mi portátil en la taberna. Verifiqué su contenido. Cerré el portátil. Me fui a mi coche. Conduje de regreso a Vancouver, deteniéndome solo una vez para echar gasolina, sin perder nunca el portátil de vista. Aparqué en el garaje de mi edificio de apartamentos, fui a mi piso, llevando el portátil en la mano. Lo dejé sobre mi mesa, lo conecté, lo abrí, verifiqué que todo estaba tal como lo había dejado.

—¿Cuando dice «lo conecté», podría decirme por favor a todo lo que lo conectó? —Peter había asumido ahora un improbable y clínico modo amable, como si fuera el encargado de atención al cliente de una tienda de reparaciones.

—Corriente, cable de red, monitor externo, y FireWire.

—Ha dicho cable de red..., ¿no usa wi-fi en casa?

—¿Se está quedando conmigo?

—Solo preguntaba. ¿Tiene algún tipo de cortafuegos o algo entre la señal de Internet y su portátil?

—Naturalmente, es un cortafuegos legal por el que pago una pasta todos los meses. Tengo a un tipo que me lo mantiene. Totalmente seguro. Nunca ha dado problemas.

—Ha mencionado FireWire. ¿Qué es eso?

—Mi copia de seguridad.

—¿Entonces hace copias de seguridad de sus archivos localmente?

—No está comprendiendo nada, ¿no? —preguntó Wallace—. Le dije para quién trabajaba, ¿verdad?

—Sí.

Peter no le había mencionado a Zula que Wallace trabajara para nadie, y por eso no comprendió de qué iba esto, pero la forma en que ambos hombres hablaban del jefe de Wallace le llamó la atención.

—Hay un par de cosas que nunca, nunca me gustaría tener que explicarle —dijo Wallace—. Primero, que he perdido archivos importantes por haber olvidado hacer copias de seguridad. Segundo, que sus archivos han caído en manos de personas no autorizadas porque hice las copias con un servidor remoto que no está bajo mi control físico. ¿Qué opción tenía?

—Mantener el hardware bajo control físico es la única forma de asegurarse —aplacó Peter—. ¿Qué es la unidad de backups exactamente?

—Un RAID 3 bastante cara que guardo dentro de una caja fuerte que está atornillada a la pared de hormigón y el suelo del apartamento. Cuando estoy en casa, abro la caja y saco el cable de FireWare y lo conecto a mi portátil el tiempo suficiente para hacer la copia de seguridad, y luego lo vuelvo a guardar todo.

Peter lo consideró.

—Poco convencional, pero lógico —fue su veredicto—. Para robar físicamente la disquetera, alguien tendría que causar daños enormes a la caja fuerte y posiblemente destruir la RAID.

—Es lo que pensaba.

—Muy bien, entonces su primera acción cuando llegó a casa fue abrir la caja fuerte y hacer una copia de seguridad tal como dijo, para que si su portátil se rompiera en un momento concreto tendría una copia del archivo que le vendí.

—Me convenció usted de que era la única copia existente —dijo Wallace, casi a la defensiva.

—Por tanto, en un mundo gobernado por la ley de Murphy, hacer una copia inmediatamente fue la acción adecuada —reconoció Peter.

—Él esperaba que el archivo apareciera en un servidor concreto de Budapest no más tarde que... traduciendo al horario de la Costa Oeste... las dos de la madrugada, y era solo medianoche.

—Tiempo de sobra.

—Eso pensaba yo —dijo Wallace—. Tras haber puesto la copia en marcha, salí de la habitación, hice un pis, y escuché los mensajes de mi contestador mientras sacaba unas cuantas cosas de la maleta y me servía una copa. Repasé el correo. Puede que tardara unos quince minutos. Volví a mi estudio y me senté delante del portátil y abrí una ventana en el terminal. Cuando hago este tipo de operaciones, prefiero usar protocolo scp de la línea de comandos.

—Muy bien hecho —coincidió Peter.

—Lo primero que hice fue comprobar los contenidos de «Documentos» para recordarme el nombre y el tamaño aproximado del archivo que me vendió. Y cuando lo hice, vi... bueno, compruébelo usted mismo.

Evidentemente el portátil de Wallace estaba ya abierto sobre la mesa de trabajo de Peter. Hubo una breve pausa antes de que Peter dijera: «Hmm.»

—Tiene que comprender que ayer «Documentos» contenía una docena aproximada de subdirectorios y unas dos docenas de archivos —dijo Wallace.

—Incluyendo el archivo en cuestión.

—Sí.

—Y ahora contiene dos archivos solamente —dijo Peter—, uno de los cuales se llama troll.gpg, y el otro...

—REAMDE —dijo Wallace—. Así que leí el puñetero archivo.

Peter bufó.

—Creo que se supone que se llama REAMDE, pero hay una errata. Han trabucado dos letras, ¿ve?

—REAMDE —dijo Wallace.

—¿Lo ha abierto ya?

—Tal vez estúpidamente, sí.

Peter hizo doble clic. Hubo una pausa mientras (imaginó Zula) examinaba los contenidos del archivo REAMDE.

La bolsa de Zula estaba apoyada contra la pared a su lado. Moviéndose con cuidado, metió la mano en el bolsillo acolchado del portátil y sacó su ordenador. Lo colocó en el suelo, se sentó junto a él, y lo abrió. Su primer gesto fue pulsar el botón que silenciaba el sonido. En cuestión de segundos conectó con la red wi-fi de Peter. Pulsó un icono que establecía una conexión VPN con la red de la Corporación 9592.

—Ya hemos establecido que no es usted jugador de T’Rain —dijo Wallace.

—Nunca me ha dado por ahí —admitió Peter.

—Bien, esa imagen que está viendo es un troll. Un tipo concreto de troll de las montañas que vive en una región concreta de T’Rain, me temo que bastante inaccesible. Lo cual podría ayudarle a encontrarle sentido al texto.

—«Ja, ja, novato, estás en poder de un troll. He encriptado todos tus archivos. Deja 1000 PO en las coordenadas de más abajo y te daré la clave.» Ah, de acuerdo, ahora lo pillo.

—Bueno, me alegra un montón de que así sea, amigo mío, porque...

—Y ahora —interrumpió Peter—, si comprobamos el contenido del otro archivo, troll.gpg, descubrimos que —una serie de clics—, uno, es enorme, y dos, es un archivo gpg correctamente formateado.

—¿Llama a eso correctamente formateado?

—Sí. Un encabezamiento estándar y luego varios gigas de contenido binario de aspecto aleatorio.

—Varios gigas, dice.

—Sí. Este archivo es lo bastante grande para contener, probablemente, todos los archivos que estaban almacenados originalmente en su carpeta «Documentos». Pero si aceptamos lo que dice el mensaje REAMDE, todo ha sido encriptado. Sus archivos están secuestrados a la espera de rescate.

Zula había conectado con la wiki interna de la Corporación 9592, y ahora se dirigió a una página llamada MALWARE. Aparecían listados varios virus y troyanos. No fue difícil encontrar REAMDE: era la primera palabra de la página, era grande, y estaba en rojo. Cuando cliqueó encima, la página pasó a una entrada más pequeña a unos dos tercios del final. Por curiosidad cliqueó en el enlace del historial de la página y vio que el gran enlace rojo había sido añadido hacía seis horas. Dedujo que, hasta hacía poco, REAMDE había sido uno de muchos malware que infectaban T’Rain, pero que se había vuelto mucho más importante recientemente. Y en efecto, cuando cliqueó la página dedicada a REAMDE y comprobó su historia, descubrió que el noventa por ciento de su contenido había sido escrito durante las últimas setenta y dos horas. Los hackers de seguridad de la Corporación 9592 lo habían estado elaborando todo el fin de semana.

—¿Cómo es posible? —preguntó Wallace.

Arriba, Zula ya estaba leyendo la respuesta.

—No es solo posible, sino bastante fácil, una vez que el sistema ha sido infectado por un troyano —dijo Peter—. Este no es el primero. La gente lleva ya unos cuantos años creando malware que hace esto. Hay una palabra para describirlo: «randomware».

—Nunca la había oído decir.

—Es difícil convertir este tipo de virus aleatorio en una operación que reporte beneficios, porque tiene que haber una transacción financiera: el pago del rescate. Y eso puede rastrearse.

—Comprendo —dijo Wallace—. Así que si te dedicas al negocio del malware, hay modos más fáciles de ganar dinero.

—Creando botnets o lo que sea —reconoció Peter—. El nuevo sesgo aquí, al parecer, es que el rescate hay que pagarlo en piezas de oro virtuales en T’Rain.

—De modo que hasta ahora esto ha sido una posibilidad técnica, pero pocas personas lo han utilizado a gran escala —dijo Wallace, rumiando—. Pero estos cabrones han descubierto un modo de usar T’Rain como sistema para blanquear dinero.

—Sí —respondió Peter—. Y deduzco, ya que ha venido conduciendo hasta aquí y dejó, según compruebo ahora, ocho mensajes de voz en mi teléfono, que su copia de seguridad de la caja fuerte también resultó infectada.

—Sí, jodió todo lo que pudo alcanzar. Debió de pasar a mi sistema por ese puñetero pen drive que me dio usted, y luego...

—No me eche a mí la culpa. Yo uso Linux, ¿recuerda? Distinto sistema operativo, distinto malware.

—¿Entonces cómo llegó ese maldito virus a mi portátil?

—No lo sé —dijo Peter.

Zula sí lo sabía, porque estaba pasando páginas de análisis técnico del virus REAMDE. Una de las formas en que se propagaba era a través de pen drives y otros medios extraíbles. Y Peter había usado uno de los viejos pen drives de Richard para poder pasar algo al ordenador de Wallace. El ordenador de Richard debía de estar infestado de REAMDE: pero él no lo sabría ni le importaría, ya que estaba protegido por la IT corporativa.

—Pero eso no importa —continuó Peter—. Lo único que importa es...

—Importa para establecer la culpabilidad —interrumpió Wallace—. Cosa que a él puede interesarle.

—Lo único que digo es que tenemos que abordar el problema.

—Un análisis brillante, Peter. Son las tres menos cuarto. Ya llevo cuarenta y cinco minutos de retraso. Conseguí algo de tiempo enviando un e-mail diciendo que se me había estropeado el coche en las Okanagan. Pero el reloj sigue corriendo. ¡Tenemos que desencriptar ese archivo!

—No —dijo Peter—, tenemos que pagar el rescate.

—Y una mierda.

—No es posible desencriptar el archivo. Si tuviéramos a la Agencia de Seguridad Nacional trabajando en ello, probablemente podríamos hacerlo. Pero tal como están las cosas, está jodido a menos que pague el rescate.

—Estamos jodidos —le corrigió Wallace—, ya que esto es demasiado complicado para explicárselo a él. No entiende de ordenadores. Nunca ha oído hablar de T’Rain, ni de ningún otro juego multijugadores masivos online, ya puestos. Puede que comprenda por los pelos el concepto de virus informático. Todo lo que entenderá es que no tenemos el material que ha pagado.

—Entonces es como digo: paguemos el rescate.

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