Qualinost (17 page)

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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Qualinost
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—Se acabaron las aventuras —bramó Flint—. Se acabaron los tylors. Antes prefiero enfrentarme a una partida de ogros. Se acabaron los
sla-moris
. Se acabaron los paseos bajo la lluvia al borde de lo que es una versión elfa del Abismo. —Hizo un alto para respirar y soltar otra parrafada—. Todo esto es consecuencia del baño que tomé ayer. Los enanos no están hechos para sumergirse en agua ¡dos días seguidos!

La última frase le sonó a Tanis algo así como: «Los edados do esdanechos para sudergize edagua dos días deguidos».

Costaba trabajo creer que los dos hubieran estado senados tan a gusto frente a la forja sólo un día antes, pensó el semielfo.

Flint se sonó la nariz otra vez. Se había puesto un paño caliente sobre la cabeza y, envuelto en la oscura manta, tenía la pinta de un místico de poca monta en una feria de segunda clase.

—Ha sido la última vez que cometo el error de hacerte caso —rezongó por vigésima vez.

Tanis hizo cuanto pudo para ocultar su sonrisa mientras servía té y ponía la taza en las callosas manos del enano. —Ha dejado de llover. Tengo que irme para dar clase con Tyresian.

—¿Tan tarde? Está bien, vete y déjame morir a solas —repuso Flint—. Pero cuando vuelvas no esperes que te reciba con un: «Hola, Tanis, ¿cómo estás? Entra y haz perder el día a un pobre enano». Al fin y al cabo, estaré muerto. Quedan un par de horas de luz. Lárgate ya. Te veré más tarde —dijo, agitando la mano como si espantara al semielfo—. Aunque, probablemente, no nos volvamos a ver —añadió con aspereza.

Tanis sacudió la cabeza. Cuando Flint estaba así, lo mejor que podía hacerse era dejarlo a solas con su depresivo estado de ánimo. El semielfo se aseguró de que la tetera quedara al alcance del enano y que el agua del balde estuviera aliente. Sirvió una buena ración del guisado en un plato de madera para el enano, y después recogió el arco y las flechas y se dispuso a partir.

Pero, cuando llegaba a la puerta del taller, se dio de cara con dos visitantes: el Orador de los Soles y Tyresian.

—¿Siempre tienes que llegar tarde a las clases? —espetó el noble elfo a Tanis, haciendo caso omiso del enano, y al momento reanudó una acalorada discusión con el Orador.

Más que discusión era un monólogo, pues Solostaran se mostraba imperturbable y se limitaba a mover la cabeza con gesto grave en respuesta a los fogosos comentarios del noble elfo, pero sin hacer declaración alguna que pudiera interpretarse como un aserto.

Si ello era posible, Tyresian había adquirido más seguridad en sí mismo en los veinte años que Flint lo conocía. A pesar de su cabello corto, tan poco habitual entre los elfos, el noble era un hombre atractivo, con unos rasgos firmes y marcados, y unos ojos penetrantes del color de un cielo otoñal. Tyresian gesticulaba con elegancia mientras hablaba al Orador, y, aun estando de pie en el umbral de la rústica casa del enano y ataviado con una sencilla túnica gris claro, lo envolvía un halo de imponente autoridad.

—La gente comenta que la aparición de una criatura tan extraña y peligrosa como ese tylor evidencia que la política que sigues con respecto a los forasteros... —aquí los ojos del noble elfo se posaron en Flint y después, en un gesto absurdo, se clavaron en Tanis—... es una equivocación.

Solostaran se detuvo y se encaró con el noble elfo; por fin, el semblante del Orador denotaba una sombra de emoción. Esa emoción, no obstante, era regocijo.

—Una conclusión interesante, lord Tyresian. Dime cómo llegaste a ella.

—Por favor, Orador, te ruego que comprendas que no es mi punto de vista lo que expongo, sino el que he oído manifestar a otros —respondió con suavidad el noble elfo.

—Por supuesto —replicó cortante Solostaran.

—Simplemente, doy por hecho que, como Orador de los Soles, estarás interesado en conocer la opinión de tus súbditos —añadió Tyresian.

—Por favor, ve al grano. —La voz de Solostaran denotaba irritación por primera vez desde que los dos hombres habían aparecido en el umbral del taller de Flint. Hasta ahora, sin embargo, ninguno de los recién llegados había saludado al enano. Flint observó con atención a Tanis. El semblante de su amigo había asumido aquella expresión obstinada que siempre exhibía cuando estaba con cualquier otra persona que no fueran Flint, Miral o Laurana. Aquella expresión habría hecho sentirse orgullosa a
Pies Lige
ros, pensó el enano.

Flint abrió la boca para intervenir, pero se le adelantó Tyresian. El noble elfo se pasó la mano por el corto cabello rubio y Flint reparó en que sus brazos, visibles merced a las mangas cortas de la camisa de primavera que llevaba bajo la túnica, estaban surcados de cicatrices, resultado, sin duda, de los años de práctica de esgrima con su compañero Ulthen.

—Se dice que los tylors tienden a elegir cubiles cercanos a calzadas concurridas, para así atacar a los viajeros. Comentan que, a pesar de que has prohibido la entrada a Qualinost a la mayoría de los viajeros... —el noble elfo miró de soslayo a Flint—, se ha incrementado el número de comerciantes elfos que salen de la ciudad y del reino con mercancías.

—Lord Tyresian... —La paciencia de Solostaran había llegado a su límite, pero el noble estaba ya demasiado lanzado para que el respeto y el decoro lo refrenaran.

—Dicen, Orador, que fue una equivocación, algo «nada elfo», instalar esos..., esas
bañeras gnomas
en palacio.

Flint resopló con desdén, lo que no le costó mucho trabajo merced al resfriado. Tanis se echó a reír. Tyresian se sonrojó y dirigió una mirada fulminante a los dos amigos.

Solostaran parecía debatirse entre el impulso de prorrumpir en carcajadas o lanzar una diatriba. Sus ojos se encontraron con los de Flint, en los que brillaba el regocijo.

—¿Os apetece un ponche de vino de frutas, Solostaran, Tyresian? —preguntó el enano, con voz acatarrada—. Aquí mi amigo se ha ofrecido a prepararlo para un pobre enano enfermo.

Solostaran volvió la espalda a Tyresian y guiñó el ojo a Flint y a Tanis.

—Agradezco tu amable invitación, amigo Flint, pero la declino. Creo que lord Tyresian buscaba a Tanthalas.

—Orador, debo insistir en que adoptes una determinación sobre el otro asunto. —El noble contenía a duras penas su cólera.

—¿Debes
insistir? —demandó Solostaran.

—Lo que hagas hoy puede afectar a tus hijos en el futuro, Orador —respondió Tyresian con frialdad. Solostaran se irguió; el fuego de la cólera hizo centellear sus ojos verdes. De repente, pareció crecerse y superar en un palmo la aventajada estatura del noble elfo... y su presencia ser demasiado imponente o magnífica para el reducido espacio de la casa de Flint.

—¿Te atreves a presionarme acerca de este o cualquier otro asunto en presencia de terceros?

Tyresian palideció. Se apresuró a disculparse y se marchó llevándose al semielfo a remolque. Aún salían por la puerta cuando Flint oyó que el noble descargaba la ira en Tanis.

—Más te vale que hayas practicado la técnica que te enseñé ayer, semielfo. —La amenaza implícita en sus palabras quedó flotando en el aire mientras las pisadas se alejaban.

—No es de envidiar el rato que le espera hoy a Tanis durante la lección de tiro con arco —comentó con voz queda el enano, mientras se limpiaba la nariz en el pañuelo. Señaló con un ademán la forja, donde estaba la olla con el guisado—. No es un banquete para echar las campanas al vuelo, puesto que Tanis, como cocinero, sólo es pasable, pero está caliente y es un plato sano. Si gustáis compartir la comida de un enano moribundo, estáis invitado —terminó en medio de débiles toses.

Flint ofrecía un aspecto tan patético, envuelto en la manta como un fardo y con la taza medio vacía entre sus manos apretadas, que Solostaran prorrumpió en carcajadas.

—¿Moribundo, Flint? Lo dudo. Eres la persona más sana de todos nosotros, no sólo en el aspecto físico.

A solas con Flint, el Orador dejó de lado su actitud ceremoniosa; llenó otra vez la taza del enano, sin hacer caso de su quejosa petición de «una última jarra de cerveza antes de morir», y decidió que, después de todo, se tomaría una copa del ponche de vino de frutas. Impidió con un ademán que Flint se levantara para prepararlo, y calentó el vino, al que añadió un pellizco de especias aromáticas que encontró en un pequeño tarro de la alacena. Mientras bebía a sorbos el ponche, el Orador se acomodó sobre el arcón tallado donde Flint guardaba su reducido vestuario.
«El Orador y dirigente de los qualinestis en persona me ha servido una taza de té con sus propias manos»,
pensó Flint, maravillado de su buena fortuna.

Tengo un encargo para ti, maestro Fireforge, si deseas aceptarlo y tu salud te lo permite.

—Mi salud me lo permite, y, por otro lado, ¿cuándo he rechazado alguno de vuestros trabajos? —replicó el enano, sabiendo a ciencia cierta que podía permitirse el lujo de prescindir de las formalidades cuando estaba a solas con su amigo. Aun así, la reciente demostración de Solostaran de su autoridad le aconsejó no abusar en demasía de su amistad, y agregó:— Señor.

El Orador dirigió una mirada penetrante a Flint y después sus ojos escrutadores recorrieron el aseado catre, la cuidada forja, la ropa húmeda —incluida la túnica verde esmeralda que, siguiendo sus órdenes, le había hecho su sastre al enano veinte años atrás— extendida entre dos sillas. Las botas de cuero, que empezaban a ponerse tiesas al irse secando, y que estaban bajo la mesa. El cuarto olía a lana mojada.

El Orador bebió un sorbo de ponche y, cuando por fin habló, su voz tenía un deje cansado.

—Te preguntarás por qué permito que me hable así un cortesano.

—A decir verdad, no creí que fuera de mi incumben... —empezó el enano, pero Solostaran lo interrumpió.

—Como ya sabes, Tyresian pertenece a una de las familias más importantes de Qualinost... la Tercera Casa. Su padre me hizo un gran servicio hace años; un servicio de tal magnitud que, de hecho, si no hubiera estado a mi lado entonces, ahora tal vez no sería el Orador.

Flint se preguntó qué clase de favor habría sido aquél para depender de él algo tan importante, pero decidió que, si Solostaran quería que lo supiera, ya se lo diría. Por lo tanto, en lugar de preguntar, el enano saboreó un poco de té, acerco más los pies a la lumbre, y aguardó.

—Tyresian es uno de los mejores arqueros de la corte —musitó Solostaran, como si su mente estuviera muy lejos de allí. Afuera, el sol se metía tras el horizonte y derramaba una luz dorada sobre Qualinost que hacía juego con el resplandor anaranjado que salía de la forja. El enano pensó que más parecía ser otoño que primavera, pero desechó tan vanas ideas y prestó atención a lo que decía el señor de los qualinestis—. Estoy al corriente de que Tyresian ha sido muy duro con Tanis... Sí, sé mucho más de cuanto ocurre en la corte de lo que doy a entender, amigo mío. Pero no olvido que las enseñanzas de Tyresian han hecho de Tanis un arquero casi tan bueno como él mismo. Lo único que lamento es que Tyresian sea tan..., tan... —Al parecer, Solostaran no daba con la palabra adecuada.

—... ¿tan tradicionalista? —sugirió Flint.

—Tan intransigente.

El enano se llevó la taza a los labios sin atreverse a mirar a hurtadillas al Orador hasta que no se terminó el té. Con todo, cuando alzó la vista, se encontró con la mirada intensa de Solostaran, que había inclinado el rostro de manera que sus orejas puntiagudas asomaban entre el cabello dorado.

—Si los elfos te parecemos tradicionalistas, maestro Fireforge —dijo con voz queda pero firme—, intenta recordar que nuestra defensa a ultranza de la tradición nos ha protegido cuando otras razas más dadas a la innovación se hundían en tumultos y revueltas. Por eso procedo con tanta cautela en permitir el incremento del comercio con naciones extranjeras, a pesar de que cualquier relajación en las costumbres es una abominación para algunos cortesanos, y por lo que tomo tan en serio las reticencias de personas como Tyresian y Xenoth.

El enano asintió con la cabeza.

—Pero estoy aquí por una razón —añadió el Orador con voz enérgica—, aparte de investigar los rumores de que mi querido amigo estaba próximo a exhalar su último aliento. Me alegro de ver que tales rumores eran infundados.
«No estéis tan seguro de ello»,
iba a decir el enano, pero en el último momento contuvo la lengua y se limitó a mirar al Orador en espera de sus palabras.

—¿Has oído hablar de la ceremonia llamada
Kentommen? —
preguntó Solostaran, que prosiguió al asentir el enano en silencio—. Hemos pasado gran parte del invierno planeando el
Kentommen
de Porthios, que se celebrará en la Torre del Sol antes de dos meses.

Los dos hombres se miraron en silencio un rato. Luego, el Orador dirigió la vista hacia la forja.

—Me gustaría que realizaras un medallón específico para esta ocasión. Se lo regalaría a Porthios durante el
Kentommen. —
El Orador aspiró profundamente—. Me gustaría que esta ceremonia uniera de nuevo a los nobles elfos, maestro Fireforge. Temo que los recientes... cambios... han propiciado ciertas disensiones, y, con esta ocasión, quiero llamar la atención de los descontentos hacia mi devoción por ciertas... —sonrió— tradiciones elfas inmutables.

»
Huelga decir, amigo mío, que el éxito de la ceremonia repercutiría de manera notable en cimentar la pretensión de Porthios de poseer el título de Orador en el futuro. Y tu medallón, que recibirá de mis manos, será parte de ello.

—¿Tenéis algún diseño en mente? —preguntó Flint.

Solostaran se puso en pie y dejó la copa vacía sobre la mesa.

—Tengo algunas ideas, desde luego, pero preferiría ver antes lo que se te ocurre a ti. De cuantos me rodean, maestro Fireforge, quizá seas quien mejor me conoce. Y ese conocimiento puede serte de gran utilidad ahora.

Guardó silencio, como si pensara en algo que no estaba relacionado con el tema de la conversación.

—Para mí será un honor realizar ese medallón para una ocasión tan especial —dijo Flint con voz queda.

Solostaran volvió la vista hacia él y sonrió; una expresión cálida y afable le iluminó los ojos.

—Gracias, Flint.

El enano reparó de pronto en el aspecto cansado del Orador, como si hubiera pasado varias noches en vela. Solostaran pareció advertir la comprensión reflejada en la somera mirada de Flint.

—El camino de un Orador está lleno de obstáculos y sinsabores, amigo mío. Tienes un claro ejemplo en mi propia familia.

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