Todo siguió tranquilo.
Algo más relajado, aunque sin bajar la guardia, Flint cogió las riendas de la mula con la misma mano que sostenía la espada corta, y avanzó cauteloso por el claro deteniéndose para examinar las marcas de garras y los latigazos que habían destrozado la vegetación.
—Es evidente que lo hizo una criatura con una cola muy larga —musitó, sin aflojar los dedos en torno al mango del hacha y vigilando de manera constante la maleza—. Con la estructura de un reptil. Pero ¿en los bosques?
Mientras se movía despacio en círculo, sus ojos pasaron desenfocados sobre el astillado roble, el peñasco, otro roble y una docena de álamos.
—Un reptil en tierras boscosas no tiene sentido —razonó, mientras su mirada se posaba en el tronco nudoso de un roble, distante a unos seis metros.
Sus ojos volvieron a enfocarse en tanto seguía reflexionando.
Divisó otra salpicadura de sangre en un trozo de madera que sobresalía a media altura del tronco. Y, un poca: mas arriba... ¡el tronco lo observaba!
Y los ojos eran inteligentes.
Mientras cruzaba a toda velocidad el claro en dirección al refugio de la maleza, Flint sintió el chasquido de unos afilados dientes al cerrarse con violencia las mandíbulas del tylor a escasos centímetros de su cabeza. Se tiró de cabeza sobre la tierra húmeda y oyó, más que ver, a Pies;
Ligeros
que pasaba por encima de él como una exhalación. Se incorporó con premura y oteó desesperado en derredor para localizar al monstruo.
«¡Por las barbas de Reorx! ¿Que era aquel bicho?»,
pensó.
La criatura, detenida momentáneamente entre un roble y una picea, se libró del obstáculo con tal violencia que quebró el árbol perenne, y avanzó por el claro con estruendo.
Se dirigió directamente hacia Flint, que echó a correr con una velocidad que habría dejado perplejos a sus conocidos. Cincuenta pasos más adelante alcanzó a
Pies Ligeros,
que, al ser mas corpulenta, no podía deslizarse entre los árboles con la misma rapidez que Flint. No obstante, la mula era más fuerte que el enano, por lo que la carrera era muy igualada. A sus espaldas, el tylor lanzaba rugidos destrozaba los árboles a su paso, acuciado por el ansia de sangre. El enano y la mula corrieron entre la maleza hasta que Flint perdió la noción de su posición.
—¡Por Reorx! —jadeó, mientras penetraba en otro claro, con la mula pisándole los talones. En el centro se alzaba un enorme roble muerto; era tan inmenso que harían falta seis o siete hombres para rodear el tronco con sus brazos. A un lado del tronco había una sombra... No, era una oquedad.
Tampoco. Era una hendidura. El árbol estaba hueco. Mientras el tylor seguía avanzando a espaldas de Flint, el enano se lanzó a la carrera a través del claro en dirección al roble. La mula fue tras él.
—¡Pies Ligeros!
—protestó Flint, cuando el maloliente animal, empapado de sudor, se apretó contra él en el oscuro interior del tronco. El enano se volvió hacia la abertura, tentado de hacer salir a la mula de un empellón.
Pero la hendidura había desaparecido. Afuera, el tylor rugió iracundo, golpeando una y otra vez el árbol muerto. Luego, empezó a entonar unas palabras mágicas. Flint se encontró en medio de una profunda oscuridad, abrazado al cuello de la temblorosa mula.
—¡Por todos los dioses! ¿Y ahora, qué? —musitó. Tanteó el flanco del animal hasta tocar las alforjas y saco un yesquero. Unos instantes después, mientras el tronco vibraba con el sonido de la salmodia mágica y las violentas arremetidas del tylor, Flint, a tientas, encontró un palo en el suelo alfombrado de agujas de pino y lo prendió.
Pies Ligeros
se arrimó más al enano, que la rechazó con un manotazo irritado.
—¡Apártate, estúpida! —siseó.
Flint levantó el encendido trozo de madera y examinó el suelo del tronco. Escarbó la fina capa de tierra y enseguida tropezó con madera.
Era de esperar en un tronco hueco, pero lo que no era normal es que sus dedos tantearan algo tallado en esa madera.
Apartando de un empujón a la mula, Flint barrió la capa de tierra hasta dejar al descubierto la madera tallada.
—¡Por las barbas de Reorx! —susurró—. ¡Una runa! Se inclinó más, sin prestar atención a la tea, que, de repente, soltó una brasa y prendió la pinocha. Las agujas resecas ardieron con rapidez y se extendieron en círculo sobre la madera del fondo del árbol. La mula temblaba aterrada en medio de la circunferencia de fuego, haciendo inútiles los esfuerzos del enano por apartarla de las llamas.
Flint nunca supo qué ocurrió a continuación. En un momento se encontraba tirando del ronzal de
Pies Lige
ros, y un instante después estaba de pie en una cámara que, al parecer, se abría
debajo
del árbol muerto.
Un profundo silencio reinaba en la cámara, salvo por la agitada respiración de una mula histérica, y la de un enano poco más tranquilo que su montura. Flint alzó la tea. En el interior esférico de la oquedad habría cabido con holgura todo un regimiento.
—¡Por los dioses, estamos en el corazón de un roble! —dijo a la mula, que no pareció muy impresionada por ello. El enano se agachó y hurgó el suelo con la punta de su espada—. Este árbol aún está vivo.
Se incorporó y miró a su alrededor.
La temblorosa llama de la tea iluminaba débilmente las paredes cobrizas de la madera viva, dejando en sombras los nudos e irregularidades, pero resaltando las partes redondeadas y pulidas del interior del árbol. Parecía que varios corredores salían desde la cámara, como si fueran inmensas raíces huecas.
A la izquierda del enano, Pies
Ligeros
resopló y pateó el suelo, saliendo, al parecer, del estupor causado por el pánico. La mula miró en derredor con una expresión de curiosidad en los ojos. Entonces descubrió en el centró de la cámara lo que parecía ser un enorme pilón y, haciendo honor a su naturaleza, actuó de inmediato siguiendo sus impulsos. Se asomó al pilón de madera y olisqueó el borde con ollares temblorosos.
Un líquido claro llenaba el recipiente, que tenía metro y medió de diámetro. Sobre la superficie flotaba un nenúfar; un nenúfar dorado. Las hojas eran idénticas a las de estas plantas acuáticas, pero la flor era de oro puro. Flint alargó la manó y tocó el capullo con un gestó reverente. Algo tan bello no podía ser maligno, razonó.
Mientras lo tocaba, el capullo se abrió y la voz cristalina de una mujer elfa repicó en la cámara:
—Bien hallado seas, el umbral está preparado, la estrella es plateada, el sol dorado, arroja una moneda hacia dónde está tu meta y luego toca el oro con tu manó.
Flint reculó y oteó con receló la cámara, como si esperara ver aparecer por una de las raíces huecas a una hermosa mujer elfa con una voz cristalina.
—¿Qué puedo hacer? —susurró, volviéndose hacia Pies
Ligeros
como buscando una respuesta, pero la mula lo miró con expresión estúpida—. Oh, de todas las criaturas con las que podía haberme quedado atrapado en el interior de un árbol mágico, has tenido que ser tú precisamente —rezongó, iracundo, el enano—. Bien, la voz dijo que arrojara una moneda y que el umbral estaba preparado. Umbral ó salida, es lo mismo —explicó a la mula—. Y, por las apariencias, no se ve ninguna puerta real por aquí cerca, así que, tal vez, esta flor nos ayude a salir. Como diría mi madre: «Si los dioses te cierran una puerta, te abrirán una ventana».
Flint rebuscó en un bolsillo y extrajo la suma total de sus ganancias invernales en Solace: una moneda de oro.
—Bueno, si me muero de hambre aquí dentro, tanto da si estoy arruinado como si no —razonó, y arrojó la moneda en el líquido dorado.
El fluido se iluminó como si bajó su superficie ardiera una lámpara, en el mismo corazón del árbol.
—¡Por Reorx! —farfulló el enano mientras se agarraba a la crin de Pies
Ligeros
en busca de apoyo. El sudoroso animal lo rozó con el hocico, como si intentara infundirle ánimos—. Vale, vale —barbotó. Luego añadió con gestó pensativo:
»
Quizá debí echar la moneda dentro de la flor; la voz parecía provenir del nenúfar.
Rozó uno de los pétalos dorados, y... un súbito calor fluyó por el cuerpo del enano. Se volvió hacia la mula —a la que, comprendió de repente Flint, no había valorado como el cariñoso y devoto animal que era—, y vio que un cálido resplandor similar brotaba de los límpidos ojos de Pies
Ligeros.
Más tarde, cuando todo hubo pasado, Flint juró que había escuchado la música de cientos de flautas en ese instante. La habitación desapareció. Flint reparó en que los párpados de la mula se cerraban y sintió que ocurría otro tanto con los suyos.
De repente, el entorno se hizo ruidoso, y Flint sintió bajó sus pies un suelo de piedra, no de madera. Abrió los ojos con rapidez.
Se encontraba abrazado a la maloliente Pies
Ligeros,
rebozado de barro, agujas de pino y sudor de la mula. A su alrededor, y un poco más abajo, se hallaban las figuras boquiabiertas de Tanis, Miral y varios cortesanos elfos. Flint miró a su alrededor.
Estaba sobre la tribuna de la Torre del Sol, juntó a Solostaran, el Orador de los Soles. Y una mula.
Pies
Ligeros
abrió la boca y soltó un agudo rebuznó. Flint interpretó su gestó como una invitación a que hablara él.
—Eh... Bien... He vuelto —dijo.
Reencuentro
En un cuarto de invitados en palacio, el enano flotaba en un inmenso baño con montones de espuma perfumada mientras digería la abundante comida que el Orador había ordenado que le prepararan: pavo silvestre untado con salsa de albaricoques, y regado con una sabrosa cerveza de Solace que Flint transportaba en sus alforjas. Todas las redomas, salvo una, se habían derramado, y la alocada carrera no le había hecho ningún bien al contenido de la última, pero todavía estaba en condiciones de tomarse; al menos, ésa era la opinión de Flint.
El enano sabía que
Pies Ligeros
también estaba siendo bien atendida en los establos de palacio. El animal, que al parecer seguía inmerso en un sentimiento de cálido afecto por el enano que la había tele transportado con él, había rehusado en principio separarse de Flint. Mientras el enano relataba su aventura a Solostaran y al resto de la corte —interrumpido por el comentario de Xenoth acerca de que otros elfos habían avistado un singular tylor con poderes mágicos al oeste de la quebrada durante las pasadas semanas—, la mula siguió los pasos de Flint por toda la Torre del Sol propinándole cariñosos empujones con el hocico, recostando la peluda quijada sobre su hombro, y soltando una peligrosa coz a cualquiera que se acercara demasiado a él.
Por último,
Pies Ligeros
consintió en separarse del enano una vez que él mismo la condujo a los establos, le dio una zanahoria y medio melocotón, y la presentó con toda clase de formalidades al caballerizo que iba a ocuparse de cepillarla y alimentarla.
Flint hizo una pausa en su relato para que el Orador ordenara a una tropa de la guardia de la Torre que saliera a la caza del tylor. La búsqueda era difícil debido a que el enano no sabía con exactitud dónde había sido atacado. Sólo recordaba que se encontraba en el camino, a varios kilómetros de Qualinost, y la huida atropellada a través de la espesura lo había dejado tan desorientado que ni siquiera podía darles la localización del roble encantado.
El Orador, reacio a dejar a Flint sin la atención debida poco tiempo después de haber sufrido un ataque tan peligroso, insistió en que descansara durante unas horas en palacio, bajo los cuidados de Miral, quien, si era necesario, podría auxiliar al enano. Flint protestó argumentando que estaba tan fuerte y sano como un enano con la mitad de años que él, pero Solostaran se mostró insólitamente testarudo.
Ahora, mientras Miral aguardaba sentado en un banco cerca de la bañera, Flint disfrutaba del baño y sumergía su espesa barba en el agua perfumada, observando las pequeñas burbujas que escapaban entre los canosos rizos. Se preguntó si podría equipar a su habitación en el taller con esta invención maravillosa. Por regla general, los enanos detestan el agua; el agua fría de una corriente, se entiende, en la que pululan peces, ranas y cosas peores, y que son lo bastante profundas y peligrosas para llevar junto a la forja de Reorx a un enano incauto. Esto, sin embargo, era algo por completo diferente.
Tropezaste con un
sla-mori
—dijo Miral.
—Oh, no, lo dudo —respondió Flint—. Lord Xenoth dijo que esa lagartija gigante era un tylor. A no ser, claro, que los tylors y los
sla-moris
estén emparentados —agregó, arqueando las espesas cejas en un gesto interrogante.
El mago se enjugó la pátina de sudor del rostro y retiró la capucha que le cubría la cabeza. Su pálido semblante estaba demacrado, y se le marcaban unas oscuras ojeras. No obstante, mantuvo una actitud paciente.
—Sla-mori
, en la antigua lengua, significa «ruta secreta», o «pasaje secreto» —explicó—. Según la leyenda, existen muchos en Qualinesti, pero son casi imposibles de localizar. Al parecer, ese roble hueco es el acceso a uno de ellos.
Flint lo escuchaba ahora con gran atención.
—¿Y adónde conducen esos...
esos sla-moris?
—preguntó.
—A lugares importantes, evidentemente —contestó Miral—. Después de todo, tú apareciste en la tribuna de la Torre del Sol. —Hizo una pausa como si hiciera recopilación de ideas, y su voz, habitualmente ronca, sonó rasposa—. Algunos elfos creen que la Gema Gris está oculta en algún
sla-mori
, en Qualinesti. Pero se dice que el más famoso es el que conduce al interior de Pax Tharkas —explicó, haciendo referencia a la conocida fortaleza situada en las montañas al sur de Qualinesti—. Hay quien afirma que el cuerpo de Kith-Kanan reposa en el
sla-mori
de Pax Tharkas.
—¿Entonces hay varios? —inquirió Flint, mientras volvía a sumergirse en el agua perfumada hasta que su cabello quedó flotando en torno a su cabeza como una corona. Alzó la vista al techo rosado y suspiró con satisfacción. Miral aguardó hasta que el enano emergió.
—Los elfos más viejos contaban que la zona en torno a Qualinost cobija a muchos
sla-moris
, con sus accesos bien protegidos, y sólo a disposición del elfo (y, según se ha demostrado ahora, el enano) dotado del poder apropiado para abrirlos. —El mago interrumpió su explicación y preguntó:— ¿Qué ocurre?