Por quién doblan las campanas (69 page)

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Authors: Ernest Hemingway

Tags: #Narrativa

BOOK: Por quién doblan las campanas
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»No sirves para eso, Jordan —se dijo—. Decididamente, no sirves. Bueno, pero ¿quién sirve para eso? No lo sé, y en estos momentos no puedo averiguarlo. Pero la verdad es que tú no sirves. No sirves para nada. ¡Ay, para nada, para nada! Creo que sería mejor hacerlo ahora. ¿No lo crees? No, no estaría bien. Porque hay todavía algunas cosas que puedes hacer. Mientras sepas lo que tienes que hacer, tienes que hacerlo. Mientras te acuerdes de lo que es, debes aguardar. Así es que, vamos, que vengan. Que vengan.

»Piensa en los que se han ido. Piensa en ellos atravesando el bosque. Piensa en ellos cruzando un arroyo. Piensa en ellos a caballo entre los brezos. Piensa en ellos subiendo la cuesta. Piensa en ellos acogiéndose a seguro esta noche. Piensa en ellos escondiéndose mañana. Piensa en ellos. ¡Maldita sea! Piensa en ellos. Y eso es todo lo que puedo pensar acerca de ellos. Piensa en Montana. No puedo pensar. Piensa en Madrid. No puedo. Piensa en un vaso de agua fresca. Muy bien. Así es como será. Como un vaso de agua fresca. Eres un embustero. No será así en absoluto. No se parecerá a nada. Absolutamente a nada. Entonces, hazlo. Hazlo. Hazlo ahora. Vamos, hazlo ahora. No, tienes que esperar. ¿A qué? Lo sabes muy bien. Así es que espera.

»No puedo esperar mucho. Si espero mucho tiempo, voy a desmayarme. Lo sé porque he sentido tres veces que iba a desmayarme y me he aguantado. Me estoy aguantando muy bien. Pero no sé si podré seguir aguantándome. Lo que creo es que tienes una hemorragia interna en donde el hueso ha sido seccionado. La pescaste al volverte de lado. Eso es lo que provoca la hinchazón y lo que te debilita y te pone a pique de desmayarte. Estaría bien hacerlo ahora. Verdaderamente te digo que estaría muy bien.

»¿Y si esperases y los detuvieras un momento o consiguieras acertar al oficial? Eso sería cosa distinta. Una cosa bien hecha puede...»

Y permaneció tendido, inmóvil, intentando retener algo que sentía deslizarse dentro de él como cuando se siente que la nieve se desliza en la montaña, y se dijo: «Ahora, calma, calma. Déjame aguantar hasta que lleguen.»

Robert Jordan tuvo suerte, porque los vio entonces, cuando la caballería salía del monte bajo y cruzaba la carretera. Los vio subir por la cuesta. Vio al soldado que se paraba junto al caballo gris y llamaba a gritos al oficial, que se acercó al lugar. Juntos, examinaron al animal. Desde luego, lo reconocieron. Tanto él como el jinete faltaban desde el día anterior.

Robert Jordan los divisó en la cuesta, cerca de él, y más abajo del camino vio la carretera y el puente y la larga hilera de vehículos. Estaba enteramente lúcido y se fijó bien en todas las cosas. Luego alzó sus ojos al cielo. Había grandes nubarrones blancos. Tocó con la palma las agujas de los pinos, sobre las cuales estaba tumbado, y la corteza del pino contra el cual se recostaba.

Después se acomodó lo más cómodamente que pudo, con los codos hundidos entre las agujas de pino y el cañón de la ametralladora apoyado en el tronco del árbol.

Cuando el oficial se acercó al trote, siguiendo las huellas dejadas por los caballos de la banda, pasaría a menos de veinte metros del lugar en que Robert se encontraba. A esa distancia no había problema. El oficial era el teniente Berrendo. Había llegado de La Granja, cumpliendo órdenes de acercarse al desfiladero, después de haber recibido el aviso del ataque al puesto de abajo. Habían galopado a marchas forzadas, y luego tuvieron que volver sobre sus pasos al llegar al puente volado, para atravesar el desfiladero por un punto más arriba y descender a través de los bosques. Los caballos estaban sudorosos y reventados, y había que obligarlos a trotar.

El teniente Berrendo subía siguiendo las huellas de los caballos, y en su rostro había una expresión seria y grave. Su ametralladora reposaba sobre la montura, apoyada en el brazo izquierdo. Robert Jordan estaba de bruces detrás de un árbol, esforzándose porque sus manos no le temblaran. Esperó a que el oficial llegara al lugar alumbrado por el sol, en que los primeros pinos del bosque llegaban a la ladera cubierta de hierba. Podía sentir los latidos de su corazón golpeando contra el suelo, cubierto de agujas de pino.

FIN

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