Authors: Álvaro Naira
—Ya, ya lo sé. Llámame paleta, pero tú... joder, iba a decir que eres de Madrid, pero es que ni eso. Tú has vivido un montón de tiempo en Londres, Álex. Las pintas que llevabas... y que llevas —añadió con una mueca—, la cantidad de dinero que manejabas, las cosas que comprabas, que escuchabas y que leías, a lo que te dedicabas...
—¿A qué? ¿A hacer el subnormal?
—A tocar, Álex.
—Es lo mismo —bufó él.
—Eres imbécil. ¿No me entiendes? ¿Has leído
La Regenta
? Oviedo es la cosa más cerril que te puedas imaginar. Todo el mundo sabe lo que haces, quién eres y de qué color llevas la ropa interior.
Ahoga
. Y el pueblo de mis abuelos, aunque a mí me encante... aunque el pueblo no es lo que me encanta, qué demonios. Es peor que Oviedo. Lo que me gusta es dónde está; el monte. La cuestión es que son cuatro casas en medio de la nada. Tú eras
cosmopolita
. Recuerdo que te tuve que comprar ropa normal y corriente para irnos a Asturias porque no tenías ni unos puñeteros vaqueros. Mi abuelo criaba ovejas y tú querías triunfar en la música, joder.
—¿Ves? Te equivocas de palabra.
Cosmopolita
no. Es mucho más correcta
gilipollas
. Y a mí me encantó cuando nos subimos al pueblo, Paula. Todo el puto día en el monte, pateándonos el bosque de Muniellos, comiendo como bestias y follando bajo las estrellas —sonrió recordando—. No me lo he pasado mejor en la vida. Te lo juro. Así que tu abuela murió ya... ¿Y tu abuelo? ¿Cómo están tus padres? ¿Y tus hermanos?
—Vaya. Cortesía. Qué raro —dijo ella—. Están bien.
—No les gusté ni pizca, ¿eh? —comentó mostrando los dientes—. Se quedarían tan contentos cuando lo dejamos.
—Tú eres tonto, Álex. Nunca me creíste, ¿eh? Te dije que les encantaste y es la pura verdad. Tú te lo dices todo solo. La humanidad entera tiene que odiarte y detestarte porque lo dices tú. A ver, si no hiciste otra cosa en todo el mes que estar clavado como un gilipollas oyendo las batallitas de mi abuelo, mirándolo fascinado como si fuera de otro planeta, y venga a decirle a mi madre lo bien que cocinaba, y a pedirles a mi padre y a mis hermanos que te llevaran a subirte el Urriellu, y no te entraba en la cabeza que, además de estar en la otra punta de Asturias,
no se pudiera
.
—El Naranjo de Bulnes, joder. Yo quería subirme eso.
—Álex. Naranjo es el árbol. Se llama Picu Urriellu. No se puede hacer a patita, sin material de escalada, ¿qué te creías? Y está en otro Cangas; en Cangas de Onís, al otro extremo —la chica movió la cabeza—. No les pudiste caer mejor, estúpido. Mi madre consideró una cuestión personal cebarte para que dejaras de parecer un escuerzo. Mi padre y Agustín aún me preguntan por ti. Fran... Fran no les gustó tanto.
—Joder. Debieron de pensar que estaba colgado. A Agustín le tenía hasta las pelotas de subir y bajar montañitas.
—¿Mi hermano hasta las pelotas? Lo que estaba era entusiasmado de no irse solo, imbécil. Que los demás no tenemos tanto aguante como él.
—Nos dimos de frente con un oso pardo.
—Ya me lo contaste. Adrián, Ernesto y yo decidimos al llegar a la laguna que os dieran por saco y nos volvimos ese día. Una pena. Pero los dos sabemos que tú no estabas buscando osos, Álex —Paula sonrió—. Tuviste poca suerte, la verdad. Yo sí he tenido encontronazos. De niña. Y
acojonan
. Después menos. Pero tú... no has visto más lobos que los del zoológico.
—Ya lo sé. Fue tristísimo, Paula. Lo pasé de culo. Ahí, trece lobos enormes encerrados en un puto parque de juegos con su charquito.
—Sólo se te ocurre a ti saltarte la valla, ¿eh? No he pasado más vergüenza en mi vida cuando vino el cuidador, y tú encima poniéndote chulo con él...
Álex se encogió de hombros.
—Pues me pareció lo más oportuno en ese momento, la verdad.
—Se te quedó mirando el alfa. ¿Te acuerdas? Moviendo la trufa como un loco en tu dirección.
Él suspiró.
—Sin misticismos, princesa. Los lobos
beben los vientos
: olfatean hacia el cielo y no hacia la tierra, como lo hacen los perros. A saber qué estaría oliendo —sacó un cigarro, le ofreció y, ante su negativa, se encendió el suyo—. ¿Ya no fumas?
—Alguna vez. Siempre fumé muy poco, Álex. Tú eras la maldita chimenea.
Él le dio un golpe a la mesa, retomando la conversación anterior.
—Mierda. Nos teníamos que haber ido al Centro de Recuperación del Lobo Ibérico, joder. Tú siempre quisiste currar ahí.
—Sí... en Lisboa. Hasta me puse a estudiar portugués, ¿recuerdas? Lo abandoné hace mucho. Total, para qué... De cuando en cuando lo miro en la página... Se puede ir de voluntario todo el año... Cuando quieras. Quinientas pesetas la noche en una cabaña que llaman la Casa Branca, para dos personas. Me hubiera gustado tanto...
—Paula —dijo él de pronto—. Vámonos. Vámonos a Lisboa. Tú y yo. Ahora mismo. Saco los billetes.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loco?
—Que sí. Cojo el primer viaje que salga y nos subimos al autobús. Nos metemos desde un cíber en la página de la reserva del lobo, pillamos el número y llamamos para que nos acojan. Y si no tienen sitio, pues tiramos de tarjeta hasta que tengan, que a mí me tienen que ingresar dentro de nada las pelas del juego. Vámonos. Ahora mismo. Tal como estamos.
—¿Tal como estamos? Sí, te vas a ir de siniestro a patearte el monte.
—Vale —extendió las piernas bajo la mesa de la cafetería—. ¿Ése es el mayor problema? Joder, tenemos ahí enfrente un Coronel Tapioca. Compramos ropa de montaña y a correr. ¿Qué necesitas? Dos pantalones y dos camisetas y dos pares de botas de trekking. Me pido el gris. ¿Te quedas con el marrón? A la mochila todo, y nos vamos en autobús. Vámonos.
Supo perfectamente que estaba hablando en serio. De hecho, se levantó y se sacó el plano de metro para ver cómo se llegaba a la Estación Sur.
—Álex... yo estoy con Fran.
—JOOODER princesa. Fran —resopló volviendo a sentarse. La verdad es que se le había olvidado completamente la existencia de Fran y, tras un instante en que se examinó y pensó “Está saliendo con tu mejor amigo”, observó a la chica y la voz de su cabeza añadió: “Ella no es feliz con él. Que le follen”—. Paula. Mira. Yo soy un lobo. Y como lobo, me someto a la puta jerarquía. El que tiene a la hembra manda. Punto. Pero me cuesta un cojón, princesa. No sabes cuánto. Que yo a Fran le he curtido. Que le conozco. Que sé que es un mierda, joder. Que no es nadie. Así que hazme el favor de dejarte de hostias y de volver conmigo.
—¿Qué? ¿Pero tú de qué vas? ¿Así, sin más?
—Así, sin más. Y sin remordimientos. Tú no le vas a poner los cuernos a Fran, princesa. Llevas pegándomela a mí con él desde hace siete años, pero no me importa. Sólo te dejé en préstamo a uno de mis mejores amigos por un tiempo. Y ahora voy a recuperarte.
—Joder, Álex. Ya vale. Cállate. Por favor.
—¿Por qué? ¿Es que no te gusta oírlo?
Eres mía
, Paula —su mirada clavó a la chica a la silla—. Lo has sido siempre.
Ella había entreabierto los labios, dejando escapar el aliento.
—Je... —puso un rictus suave en la boca, retirando sus ojos de los de él—. Verás, estoy decidiendo si besarte o pegarte una bofetada.
—Puedes hacer las dos cosas. Me dejo. Pero sin mariconadas, Paula. Nada de un cachete y un piquito. Párteme la boca de un hostión y luego me comes la sangre con la lengua. Intensidad, joder.
—Álex —se le quedó mirando con una sonrisa inmensamente triste que hizo que a él se le cayera la mueca—. Hablas como si lo hubiéramos dejado ayer. Llevo siete años con Fran. Que es tu amigo. Lo era... Mira, es tan simple como esto: la perra tiene amo, Álex.
—
¿Siiií?
—exhaló broncamente con fiereza, con un hálito extasiado, mostrando los colmillos—. ¿Y quién es, princesa? ¿Con quién nos la pegas a los dos? Porque Fran no puede ser; él no te pone el collar ni aunque se lo supliques. No tiene cojones para hacerlo. Los pocos que tenía los perdió cuando yo dejé de meterle caña. Qué lástima... —dio una calada y estrujó el cigarro en el cristal—. Mira. Ahora en serio. Yo te quiero, Paula.
—Qué vas a quererme. Ni siquiera me conoces. Cuando me conociste era una niña.
—Te conozco a la perfección. No te quiero por lo que parezcas, por lo que parecieras antes ni por lo que puedas haber cambiado. Te quiero por lo que eres. Por lo que llevas
dentro
.
—Ya. Y no hablas de mi rico interior en sentimientos, ¿verdad?
—Paula —él tomó aire profundamente—. Quiero que me respondas a una cosa. Y quiero que me respondas tú. No Fran. Así que si me empiezas a hablar de metáforas te parto la cara. No, mejor voy y se la parto a él —esperó unos instantes antes de seguir hablando—. ¿Tú
crees
?
Ella miró para otro lado. Se mordió el labio.
—Sí —murmuró—. Joder. Sí —repitió con la voz ronca—. Sí —volvió a decir como si le produjera una felicidad inmensa admitirlo—. Claro que sí.
Álex soltó el aliento que había contenido. Casi se derrumbó de alivio, resbalándose en la silla. Se puso derecho.
—Pues entonces no hay más que hablar. Yo te quiero, Paula. Todo lo que Fran te pueda ofrecer te lo doy. ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres casa, quieres estabilidad? Te juro que me mato por conseguirla.
—Eso es mentira.
—¿Mentira? No.
—Sí, mentira sí. Tú no me puedes dar lo que quiero.
—Te lo juro y sabes que lo hago. Hasta llamo al gilipollas del Jaime y me pongo a lamerle las botas en la puta empresa de su padre. Pero tú no es eso lo que quieres. Tú quieres que nos vayamos de aquí. Pues vámonos. A Asturias, a Lisboa. A donde quieras.
—Yo quiero tener hijos —precisó ella con una sonrisa afilada—. Y
ya
. ¿Puedes cumplir eso?
Él se lamió los labios.
—Va contra la causa, Paula. Ya lo sabes. No entiendo cómo quieres.
—“La causa”. La maldita causa. Tu maldita causa es una gilipollez que te has montado tú solito y lo sabes. Joder, te portaste como un imbécil, como un subnormal, como un jodido hijo de puta, como un niñato de mierda cuando se rajó el condón y tuve que salir corriendo al centro de planificación familiar. Y tuve que salir corriendo
sola
, Álex. Porque tú te meabas encima. Y yo, en el fondo... en el fondo no quería tomarme la pastilla. Ya sé que era una mocosa y que habría sido un error grandísimo. Pero yo no quería tomármela. Yo... Yo te quería. Te quería, joder. No sabes cuánto te quería... —detuvo la conversación porque le temblaba la voz y le contempló con los ojos serenos e inflexibles—. Quiero porque tu causa no es la mía. Y porque me lo pide el cuerpo, Álex. Es cuestión de
instinto
. Me fío de él más que de mi cabeza. Sigue tus instintos. No los niegues. Es lo único que no es humano que tienes.
—Te lo pide
ese
cuerpo.
—No voy a tener otra vez esta conversación.
Se quedaron callados. De pronto él la miró extrañado.
—¿Por qué estás con Fran?
—Porque le quiero.
—Venga ya, no me vendas la moto.
—Porque le quiero, Álex. Puede que no lo entiendas, pero eso es porque tú nunca has querido a nadie.
—Joder —echó el aire mirando la mesa—. Eso ha sido un golpe bajo, princesa.
Duele
. Y además es mentira y lo sabes. Yo te he querido más que a mi vida, Paula. Y te sigo queriendo, y te voy a querer siempre. Aunque sigas pegándomela con Fran. Hostia —le dio una patada al suelo—. ¿No había otro?
—No, no había otro, Álex. Él siempre fue mi mejor amigo y el que me servía de paño de lágrimas cuando tú me escupías tus malditas perlas por la boca. Tú y yo estuvimos casi dos años, y no funcionamos. Nos destrozamos mutuamente.
—Mira, Paula. Yo era un crío y un gilipollas y te hice un huevo de daño. Y ahora... bueno, la gente que me conoce dice que soy un gilipollas igual. Pero soy un adulto. Dame una maldita oportunidad.
—Álex —suspiró ella—. De verdad que no te entiendo. ¿Qué te ha dado conmigo? ¿No hay más chicas en el mundo?
Yo estoy con Fran
. ¿Qué parte no comprendes? Si lo que pasa es que te aúlla el lobo por dentro, busca lobos. No me creo que no te hayas encontrado con más.
—Paula.
Yo te quiero a ti
. El resto me la soplan. Tú me desvirgaste, hostia. Eso no se olvida —Álex apartó la vista. Contempló un rato la gente que pasaba por la calle del Carmen a través del ventanal—. Ya me hubiera gustado haber sido yo tu primer polvo, joder. Me dan ganas de subirme a Oviedo a partirles la boca a los dos subnormales que te follaste antes que a mí.
Ella sonrió cínicamente.
—El que importa no es el primero, sino el último, Álex.
—Ya... Eso dicen. Y estoy totalmente de acuerdo, pero si coinciden ya es la polla, ¿no crees? Joder —suspiró—. Cambiaría todos estos años por haber seguido contigo. Por no haber tocado a otra en mi puta vida —de pronto puso una mueca—. Bueno. No. Qué coño. No sé a cuántas me he tirado en estos años, pero ahora follo de puta madre. Que cuando era un crío sacarme del misionero era una aventura, ¿eh? Me he entrenado sólo para ti, princesa. ¿Quieres venirte a ver mis progresos?
—Álex. No me hace gracia.
—Te estás riendo, perra.
Paula dejó de sonreír en el acto.
—
No vuelvas a llamarme así
.
Él acercó la silla.
—De acuerdo —le cogió la muñeca—. No te volveré a llamar perra. Sólo tú puedes llamártelo. Yo te llamaré mi loba. Mi perra, no —se acercó a los labios la mano de la chica—. Mi loba parda, con los ojos amarillos y los dientes como navajas...
Paula se soltó.
—Álex. Para. No quiero oír ni una palabra más. Me estás haciendo daño.
—¿Y tú a mí no? —él le rozó un mechón de cabello, lo deslizó entre los dedos hasta llegar a la punta—. Me encanta tu pelo. Maldita sea. Me partiste el alma cuando te lo cortaste. Un día lo llevas por el culo y al siguiente por las orejas y de cualquier forma, como un espantapájaros. ¿Por qué coño hiciste eso?
—Porque me sentía triste y desgraciada —respondió con llaneza—. Porque me odiaba a mí misma y quería hacerme daño. Porque quería
castigarme
, Álex. Me puse delante del espejo y empecé a cortar. Le tocó al pelo —sonrió de forma extraña, hiriente—. Igual lo podría haber hecho en las venas.
Álex deseó que se lo tragara la tierra. Se echó un poco hacia atrás. Bajó la cabeza con embarazo. La chica le quitó un cigarro de la cajetilla, lo encendió y dio una calada ligera. Seguía sonriendo con la misma expresión de regodeo dañino, enseñando los dientes.