Authors: Álvaro Naira
[19:28] <^Atenea>: ni le dio tiempo a decir hola
[19:28]
[19:28] <^Atenea>: lo mejor el motivo
[19:28] <^Atenea>: cómo era, ossian?
[19:28]
[19:29]
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[19:31] <^Atenea>: jejajajajajaja
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Álex soltó la carcajada leyendo. Minimizó el navegador y se puso a escribir en la caja de conversación del IRC.
[19:31]
[19:31]
Al momento se le abrió una ventana privada de conversación ajena al canal.
[19:32]
Él estiró los brazos antes de responder.
[19:32]
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[19:32]
Álex sonrió. Tecleó:
[19:32]
Movió la silla con indecisión.
[19:33]
[19:33]
Se encendió un cigarro.
[19:34]
[19:34]
[19:34]
[19:34]
Álex lanzó una risa fugaz. Tecleó:
[19:34]
Pasaron unos segundos en que ninguno escribió nada. Finalmente, apareció en pantalla:
[19:35]
[19:35]
Dio una calada y dejó el pitillo en el cenicero. Entrecerró los párpados.
[19:35]
[19:35]
[19:35]
[19:35]
Álex golpeteó con los dedos el teclado, sin decidirse a seguir escribiendo.
[19:35]
[19:35]
Lucien tardaba en contestar.
[19:36]
[19:36]
[19:36]
Álex se mordió el labio. Acercó las manos al teclado y las separó. Se estiró las falanges hacia fuera entrelazando los dedos. Miró la hora de la pantalla y vio el cielo abierto.
[19:36] *** Haller has quit IRC (User Quit: Der Steppenwolf: Más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que gozar de esta confortable temperatura de estufa.)
End of #Politeismos buffer Mon Feb 21 19:36:23 2000
Se incorporó y se acercó a la cama.
—Verónica —la zarandeó suavemente—. Ya han pasado las siete y media.
—¿Qué pasa, Haller? —le saludó el puerta del local—. Llegas tarde, esto ya está lleno.
Álex le hizo un gesto con la cabeza.
—Espero que me hayáis guardado mi banqueta del fondo.
—Lo llevas crudo. Pero si les ladras un poco a los críos seguro que te la dejan por no oírte. ¿Dónde te metiste la semana pasada?
—No puede uno faltar ni un día, ¿eh? —sonrió arrugando la frente—. Estuve por ahí. ¿Hoy quién pincha?
—No sé quién es, está sustituyendo. Lo podías haber hecho tú, la verdad, pero como tu teléfono comunica todo el día y no te pasaste ni el viernes ni el sábado no te pudieron avisar...
—Joder, cuando queráis. Estoy fatal de dinero. Internet siempre está conectado; haberme mandado un mail.
—Sí, y qué más. A ver cuándo te compras móvil, porque para contactar contigo...
—Pues lo veo difícil. No puedo cubrir más gastos. Pero ya sabes que no salgo de aquí, así que... —empujó la puerta—. Nos vemos.
Resopló en cuanto entró. Avanzó apartando góticos, conteniendo los deseos de quemarles la ropa carísima con el cigarro. A mitad de camino se rindió; estaba demasiado lleno. Se acodó en un hueco de la barra, pidió un tercio y se giró para contemplar el paisaje, que consistía, como siempre, en una competición por llevar el atuendo más llamativo, adoptar la pose más interesante y llevarse a la cama al que quedara segundo en el escalafón, perteneciera o no al sexo opuesto. Antes le hacía mucha gracia, pero cada vez le divertía menos ver el desfile de cuero, látex, terciopelo, polipiel, maquillaje, tul y metal cada fin de semana. A una buena parte los conocía —ya llevaba muchos años moviéndose por ese ambiente— y los consideraba un montón de imbéciles. Puesto que sabía perfectamente que la opinión era recíproca y virulenta, no se molestaba en saludar a nadie; en todo caso, intercambiaba subidas de cejas o movimientos de cabeza con unos pocos educados. Aunque comprendía las ventajas de las luces discotequeras —le evitaban ver claramente al personal— prefería con mucho la hora anterior, cuando no las daban, ya que los dientes, los cigarros y las escasas partes blancas de la anatomía de los siniestros refulgían en la oscuridad con una fluorescencia que le dañaba la vista. Se bebió la cerveza como si fuera agua y le lanzó mil maldiciones al pincha, por dos motivos: porque le estaba poniendo mierda, y porque iba a cobrar su dinero. Le estaba cabreando de verdad la música cuando vio algo que destellaba demasiado en la otra punta del local, y que se le acercaba.
—No puede ser —murmuró como si no se creyera lo que estaba viendo.
Un chaval bastante más bajo que él, compacto, con una sonrisa profundamente irónica, el pelo castaño claro alborotado y una camiseta de las de turista —de un blanco fosforito por las luces—, con un dibujo y la leyenda impresa de “I love Paris”, le dio una palmada en la espalda.
—Álex, tío.
—Coño... Javi.
—Qué pasa, lobo. Cómo te trata la vida.
—Joder, me alegro de verte —le dijo con un tono sincero que le salió del alma—. ¿Qué tal te va? Tío —se le escapaba la risa mirándole la pinta—. Tienes suerte de que aquí no haya
dress code
.
—¿Qué es eso? A mí háblame en cristiano que no todos somos bilingües —ensanchó la sonrisa cínica—. Ah, ya. ¿Que mi camiseta no te parece gótica? Sois un puñado de incultos. Es la más gótica que tengo. No me dirás que no, Álex. Sale Notre Dame, joder.
Álex estalló en carcajadas.
—Me alegro de verte de verdad. Estabas en el SIMO el año pasado, ¿no? ¿O fue el anterior? Pero ni hablamos casi, creo recordar. Hace un huevo que no dabas señales de vida, Javi.
—¡Coño! ¿Que no doy señales de vida? ¿Yo? ¡Vete a la mierda! Y en el SIMO no pudimos hablar porque nos cruzamos en la puerta del baño, capullo, y saliste escopetado en cuanto te dije que estaban Jaime, Paula y Fran esperándome.
—No sabía que estuvieran juntos —comentó con un tono de voz ligero—. Podías habérmelo dicho.
—Sí, podría haberlo hecho. También te podría haber dicho que acabé el instituto, me metí en la universidad, hice pleno de suspensos, conseguí un curro, lo dejé, cogí otro, lo dejé, cogí otro, así hasta cinco veces, y tuve tres o cuatro relaciones de lo más turbulentas desde que nos vimos por última vez. ¿Pero sabes qué pasó? Que la conversación fue más o menos la siguiente: “¡Álex! ¡Tío! Están todos ahí fuera donde el punto de encuentro, se van a alegrar un huevo de verte... ¿Álex? ¡Álex! ¿Dónde coño te has metido?”.
—Pero qué exagerado eres, Javi. Bueno, cuenta, ¿cómo te va?
—Seguimos intentando coger al correcaminos. ¿Y tú, sigues con tu afición a la tragedia? ¿Sigues creyendo que hasta el agujero en la capa de ozono es culpa tuya? No me pongas esa cara; ya veo que sí —le metió una colleja—. Pero cómo te gusta el melodrama, joder.
—El otro día estuve con tu hermano —le contó ofreciéndole tabaco.
—Te crees que no lo sé —negó con la cabeza y sacó su propia cajetilla—. Me dijo Fran que te había visto hecho una puta mierda, así que decidí darme una vuelta a ver si te animaba un poco. Me he pateado los cinco garitos de niñatos góticos buscándote, y tres son de pago, así que me debes tres copas para amortizar. Además, como vais todos de uniforme no había manera de encontrarte. Creía que estarías en el de siempre, ¡pero el puerta me quería cobrar! ¡A mí! ¿Te lo puedes creer? Yo venga a decir que era colega de la banda de pintas gilipollas que se creen licántropos, pero nada de nada. Que a pagar. Me decía que ahí todos se creen vampiros. Y yo venga a decirle: coño, por eso, éstos se creen licántropos, al menos son originales: un anormal empanado con perilla, una con el pelo hasta el culo y cara de mala hostia y el más flipado de todos, un friqui en gabardina que se sube a los tejados a aullar cuando hay luna llena. Ni caso, oye. Que no me reconocía.
Álex llevaba conteniendo la risa desde hacía un rato, mientras apretaba el cigarro en los labios e intentaba encenderlo con un mechero con la piedra demasiado gastada, del que sólo salían chispas. Acabó por soltar la carcajada y se lo sacó de la boca.
—Javi, tú no entras a un local en el que te cobren por pasar ni aunque te maten, así que no me mientas que es aquí a donde has venido directamente. Y te pago un mini, pero no más, que estoy en las últimas. ¿Qué quieres?
—Guarda eso, capullo, que sé que no tienes ni un duro. Pago yo. ¿Whisky de garrafón o pillo cerveza?
—Coge minis. Mira a ver qué hora es, si aún hay dos por uno.
Javi le dio fuego con un zippo de cromo bastante hortera, con un escudo de Harley-Davidson. Álex sonrió torcidamente y dio una calada tan profunda que le entró tos. Bebió un trago largo del primer mini.
—Sí que me he pasado por el de siempre, ¿eh, Álex? —le decía Javi—. Pero mi religión no me permite pagar por entrar en más sitios que los cines, así que cuando vi que habían cambiado al puerta me di media vuelta y me marché.
—Bien hecho. Si de verdad te has pasado para verme y no para pillar, ahí no ibas a encontrarme. Yo no piso ese sitio ni muerto desde hace la tira de tiempo. Me conoce demasiada gente. Estuve pinchando más de un año.
Javi puso los ojos como platos. Se le escapó una risilla baja, reprimida.
—¿Que te hiciste pincha del H***? ¿Tú? ¡No me jodas! —empezó a carcajearse apretándose la boca con la mano—. ¡Pincha del H***! —soltó una risotada hasta dañina—. ¡Alejandro Martínez, la envidia de toda la movida siniestra de Madrid! ¡El terror de las nenas! Joder, lobo, qué bajo has caído, ¿eh? ¡Eres el más gótico, campeón!
Álex se le quedó mirando sarcásticamente mientras Javi se partía. Dio una calada.
—Eso de gótico no me lo repites en la calle, Javi —respondió con una sonrisa mordaz. El otro se sujetaba la tripa: no conseguía parar de reírse. Le hizo un gesto de “espera” con las manos, porque no podía hablar—. Tú descojónate pero pagan. Y por escuchar música, es decir, por hacer lo mismo que hago en mi casa. Me limito a ponerles nanas a los niños góticos para que se vayan a dormir contentos a casa. Para lo que es, se cobra bien.
Javi cogió aliento.
—¡Te lo repito en la calle, aquí y en donde quieras! ¿Qué pasa, que no te mola? ¿Prefieres “siniestro”? ¿Tiene más caché? Lo siento pero me meo. ¡Pincha! ¿Y cuelas tus maqueteos entre la música de los demás? ¡Pincha! ¡Tú!
—Eres un imbécil, Javi —dijo Álex sonriendo.
—Tío, en serio. O sea que eres mundialmente conocido por estos lares, ¿no? Pues yo si fuera tú metía las historias de tus grupitos, que igual sonaba la flauta y hasta colocabas tus cosas en alguna discográfica. A ver, a mí tu música me parecía una mierda, pero como a mí toda esta música me parece una mierda, lo tuyo lo mismo es bueno y todo... —Álex no respondió. Se metió en su pecera y contempló el infinito hasta que a Javi se le pasó la irrisión para empezar a mover la cabeza como un fraguel al ritmo de lo que sonaba—. ¿Ves lo que te digo? Cosa más macarrónica, joder. Esto tiene que levantar dolor de cabeza.
—El pincha es un mierda, pero justo este tema no me molesta, sabes, a no ser por sobado. Si pinchara yo, no te rías, capullo, te juro que te ponía algo que te gustara, sólo para tocar los cojones. Aunque aquí el repertorio no permite mucho juego si no te traes tus propios discos...
Javi estiró la amplia sonrisa hasta asemejarse al gato de Chesire.
—Te encanta tocar los cojones. Son todo ganas de llevar la contraria, pero en el fondo este rollo te va, ¿eh? La estética. La gilipollez. Esos dos que bailan haciendo el capullo contra la pared. Te pone, ¿eh?
Álex giró las pupilas primero y luego el cuello, con expresión escéptica. Contempló a la pareja que le señalaba Javi, hinchó los carrillos y resopló una carcajada que no se molestó en ocultar.
—Sí, sí, mucho te ríes, mamón, pero bien que sigues en la escena, ¿eh? Para mí, lobito, que estoy fuera, eres tan ridículo como lo son ellos para ti. Y tú para ellos, de paso. Que sois peores que víboras: toda vuestra diversión consiste en burlaros de vuestros congéneres y llamaros anormales mutuamente.
—Mira tú qué descubrimiento. Pregunta a cualquier siniestro, que te dirá que todos son poseros menos él; haz la ecuación y ya verás qué te sale —siguió observando la aparatosa danza—. Por dios, qué vergüenza. ¿Quién les habrá engañado para que hagan así el ridículo? Yo sólo bailo cuando limpio la casa, que me pongo música a toda potencia y quito la mierda a patadas.
—Ya. Y como nunca limpias, nunca bailas.
—Exacto —respondió con el cigarro entre los dientes de la sonrisa.
—¿Cuándo te vuelves para Londres? —preguntó Javi de pronto.
—Lo preguntas como el que se va al estanco —replicó después de darle un trago al mini—. Estuve hace nada. Ni que me saliera gratis. Que iré a casa de mi madre, pero el viaje me lo pago yo. ¿Qué pasa, quieres que te traiga algo?