Read Petirrojo Online

Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

Petirrojo (47 page)

BOOK: Petirrojo
13.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Hola, Signe —dijo la voz—. Soy yo.

Sintió que le entraban ganas de llorar.

—Déjalo ya, por favor —susurró.

—Fiel en la muerte, Signe. Tú lo dijiste.

—Iré a buscar a mi marido.

La voz reía suavemente.

—Pero no está en casa, ¿verdad?

Ella agarraba el auricular con tal fuerza que le dolía la mano. ¿Cómo sabía que Even no estaba en casa? ¿Y cómo era posible que sólo llamase cuando Even estaba fuera?

La idea que cruzó su mente le atenazó la garganta, no podía respirar, estuvo a punto de desmayarse. ¿Estaría llamando desde un sitio desde el que podía ver su casa y cuándo salía Even? No, no, no. Haciendo un gran esfuerzo, logró controlarse y concentrarse en respirar. No demasiado rápido, sino profunda y lentamente, se dijo a sí misma. Lo mismo que les decía a todos aquellos soldados heridos cuando se los llevaban desde las trincheras llorando, presas del pánico y con la respiración acelerada. Consiguió controlar el miedo. Y, por el ruido de fondo, oyó que llamaba desde un lugar donde había mucha gente. En su vecindario sólo había edificios de viviendas.

—Estabas tan guapa con tu uniforme de enfermera, Signe —dijo la voz—. Tan reluciente y blanco. Blanco como el capote de Olaf Lindvig. ¿Te acuerdas de él? Estabas tan limpia que yo creía que era imposible que nos traicionases, que tu corazón era incapaz de albergar la traición. Creía que eras como Olaf Lindvig. Yo te vi tocarlo, Signe, tocar su cabello. Una noche de luna. Tú y él, parecíais ángeles, como enviados del cielo. Pero me equivoqué. Hay ángeles que no son enviados del cielo, Signe. ¿Lo sabías?

Ella no contestó. La voz había dicho algo que activó un volcán de pensamientos en su cabeza. La voz. Y cayó en la cuenta, estaba distorsionada.

—No —se obligó a contestar.

—¿No? Pues deberías. Yo soy uno de esos ángeles.

—Daniel está muerto —dijo ella.

Se hizo el silencio, sólo interrumpido por la respiración que siseaba contra la membrana. Entonces, la voz habló de nuevo:

—He venido para juzgar. A vivos y muertos.

Y colgó.

Signe cerró los ojos. Se levantó y fue al dormitorio. Se quedó mirándose al espejo tras las cortinas corridas. Temblaba como presa de una altísima fiebre.

Capítulo 77

ANTIGUO DESPACHO DE HARRY

12 de Mayo de 2000

Harry tardó veinte minutos en mudarse a su antiguo despacho. Cuanto necesitaba cabía en una bolsa del Seven-Eleven. Lo primero que hizo fue recortar la foto de Bernt Brandhaug que aparecía en el
Dagbladet
y clavarla en el tablón, junto a las fotos de archivo de Ellen, Sverre Olsen y Hallgrim Dale. Cuatro momentos. Había enviado a Halvorsen al Ministerio de Asuntos Exteriores para que hiciese algunas preguntas e intentase averiguar quién era la mujer del hotel Continental. Cuatro personas. Cuatro vidas. Cuatro historias. Se sentó en la silla rota y estudió sus rostros, pero sus miradas estáticas no dejaban traslucir nada.

Llamó a Søs. Su hermana le dijo que le apetecía mucho quedarse con
Helge,
al menos por un tiempo. Se habían hecho buenos amigos, dijo. Harry le aseguró que le parecía bien, siempre que no olvidase darle de comer.

—Es una hembra —dijo Søs.

—¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes?

—Henrik y yo lo hemos comprobado.

Pensó que le gustaría saber cómo se comprobaba algo así, pero se dio cuenta enseguida de que prefería no saberlo.

—¿Has hablado con papá?

Søs le dijo que sí y le preguntó si iba a ver a la chica.

—¿Qué chica?

—Con la que dijiste que habías dado un paseo. La que tiene un hijo.

—¡Ah, esa chica! No, no lo creo.

—¡Qué pena!

—¿Pena? Si no la has visto en tu vida, Søs.

—Pienso que es una pena porque estás enamorado de ella.

A veces Søs decía cosas a las que Harry no tenía ni idea de qué contestar. Acordaron que irían al cine un día de éstos. Harry le preguntó si tenían que invitar a Henrik. Y Søs le dijo que sí, que así era cuando se tenía novio.

Después de colgar, Harry se quedó pensativo. Rakel y él no se habían cruzado aún por el pasillo, pero sabía dónde estaba su despacho. Se decidió y se levantó de la silla: tenía que hablar con ella ya, no soportaba aquella espera.

Linda le sonrió cuando lo vio entrar por la puerta del CNI.

—¿Ya de vuelta, guapísimo?

—Sólo voy a saludar a Rakel un momento.

—¿Sólo? Harry, os vi en la fiesta del grupo.

Harry notó con disgusto que su sonrisa burlona lo hizo enrojecer hasta los lóbulos de las orejas y que su intento de risa seca fracasó estrepitosamente.

—Pero te puedes ahorrar el paseo. Rakel no ha venido hoy. Se ha quedado en casa. Enferma. Disculpa un momento, Harry. —Linda contestó al teléfono—. CNI, ¿en qué puedo ayudarle?

Harry salía ya por la puerta cuando Linda le gritó:

—¡Harry, es para ti! ¿Contestas aquí? —dijo al tiempo que le tendía el auricular.

—¿Harry Hole? —preguntó una voz femenina, jadeante o asustada.

—Sí, soy yo.

—Soy Signe Juul. Tienes que ayudarme, Hole. Me matará.

Harry escuchó ladridos de fondo.

—¿Quién quiere matarte, Signe Juul?

—Viene de camino a mi casa. Sé que es él. Él… Él…

—Intenta tranquilizarte, Signe. ¿De qué estas hablando?

—Distorsionaba la voz, pero esta vez la he reconocido. Sabía que le había acariciado el cabello a Olaf Lindvig en el hospital de campaña. Entonces lo comprendí. ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?

—¿Estás sola?

—Sí —dijo ella—. Estoy sola. Estoy completamente sola. ¿Comprendes?

Los ladridos de fondo sonaban más frenéticos aún.

—¿Puedes salir corriendo hasta la casa de los vecinos y esperarnos allí? ¿Quién es…?

—¡Dará conmigo! ¡Siempre da conmigo!

Estaba histérica. Harry puso la mano sobre el auricular y pidió a Linda que llamase a la central de alarmas para decirles que enviasen el coche patrulla más cercano a la casa de Juul en la calle Irisveien, en Berg. Luego volvió a dirigirse a Signe Juul, con la esperanza de que ella no notase su estado de excitación:

—Si no quieres salir, por lo menos cierra la puerta con llave. Pero dime, ¿quién…?

—No lo comprendes —dijo ella—. Él… Él…

Se oyó un pip. La señal de ocupado. La conexión se había interrumpido.

—¡Mierda! Perdona, Linda. Diles que lo del coche es urgente. Y que tengan cuidado, puede haber un intruso con un arma de fuego.

Harry llamó a información para pedir el número de Juul, lo marcó. Continuaba ocupado. Harry le lanzó el auricular a Linda.

—Si Meirik pregunta por mí, dile que he salido y que voy camino de la casa de Even Juul.

Capítulo 78

CALLE IRISVEIEN

12 de Mayo de 2000

Cuando Harry llegó a la calle Irisveien, enseguida vio el coche de policía estacionado enfrente de la casa de Juul. La tranquila calle flanqueada por casas de madera, los charcos de agua, la luz azul que giraba lentamente en el techo del coche, dos niños curiosos en bici: era como una repetición de la escena que había tenido lugar ante la casa de Sverre Olsen. Harry deseó que la similitud no fuese más allá.

Aparcó, se apeó del Escort y se encaminó despacio hacia la verja. Cuando la estaba cerrando, oyó que alguien salía de la casa.

—¡Weber! —dijo Harry—. Nuestros caminos se cruzan otra vez.

—Eso parece.

—No sabía que también condujeses un coche patrulla.

—Sabes muy bien que no es eso, maldita sea. Pero Brandhaug vive aquí al lado y acabábamos de entrar en el coche cuando oímos el aviso por la radio.

—¿Qué pasa?

—Tú me preguntas a mí y yo te hago la misma pregunta. No hay nadie en la casa. Pero la puerta estaba abierta.

—¿Habéis escudriñado por todos los rincones?

—Desde el sótano hasta la buhardilla.

—Muy extraño. Parece que el perro tampoco está.

—Perro y dueños, todos han desaparecido. Pero hay indicios de que alguien entró en el sótano, porque el cristal de la puerta está roto.

—Está bien —dijo Harry mirando la calle Irisveien.

Entre los árboles divisó una pista de tenis.

—Puede que se haya ido a casa de los vecinos, como le aconsejé —dijo Harry.

Weber acompañó a Harry hasta el pasillo, donde hallaron a un joven oficial que estaba mirándose al espejo que había sobre la mesita del teléfono.

—Y bien, Moen, ¿ves indicios de vida inteligente? —preguntó Weber con sarcasmo.

Moen se volvió y saludó a Harry.

—Bueno —replicó Moen—. No sé si es inteligente o simplemente curioso.

Señaló el espejo. Weber y Harry se acercaron.

—¡Vaya! —exclamó Weber.

En mayúsculas de color rojo que parecían escritas con lápiz de labios, se leía: «
DIOS ES MI JUEZ
».

Harry sentía la boca áspera como una peladura de naranja.

El cristal de la puerta de entrada tintineó cuando alguien la abrió de golpe.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó la silueta que se perfilaba ante ellos, a contraluz—. ¿Y dónde está
Burre
?

Era Even Juul.

Harry se sentó a la mesa de la cocina en compañía de un Even Juul visiblemente preocupado. Moen fue a hacer una ronda por el vecindario en busca de Signe Juul y, de paso, para preguntar si alguien había visto algo sospechoso. Weber debía hacer algo urgente relacionado con el caso Brandhaug y tuvo que llevarse el coche de policía, pero Harry le prometió a Moen que él lo llevaría.

—Acostumbraba a avisar si pensaba salir de casa —aseguró Even Juul—. Quiero decir, «acostumbra».

—¿Es su letra la del espejo de la entrada?

—No —respondió—. O al menos, eso creo.

—¿Es su barra de labios?

Juul miró a Harry sin contestar.

—Tenía miedo cuando hablé con ella por teléfono —explicó Harry—. Insistía en que alguien quería matarla. ¿Tienes alguna idea de quién podía ser?

—¿Matarla?

—Eso es lo que dijo.

—Pero si no puede haber nadie que quisiera matar a Signe.

—¿Crees que no?

—¿Estás loco?

—Bien. En ese caso, estoy convencido de que comprenderás que debo preguntarte si tu mujer podría calificarse de inestable. Histérica.

Harry no estaba del todo seguro de que Juul hubiera oído la pregunta, hasta que lo vio negar moviendo la cabeza muy despacio.

—De acuerdo —dijo Harry poniéndose de pie—. A ver si se te ocurre algo que pueda ser de ayuda. Y debes llamar a todos vuestros amigos y familiares entre los que creas que puede haberse refugiado. De momento, no hay mucho más que podamos hacer.

Cuando Harry cerró la verja tras de sí vio que Moen venía a su encuentro meneando la cabeza.

—¿Nadie ha visto un coche siquiera? —se extrañó Harry.

—A estas horas, los únicos que están en casa son los jubilados y las madres con niños pequeños.

—Los jubilados suelen ser buenos observadores.

—Al parecer, éstos no lo son. Si es que, realmente, ha pasado algo fuera de lo normal.

«Fuera de lo normal.» Sin saber por qué, aquellas palabras siguieron resonando en algún lugar remoto del cerebro de Harry. Los niños con las bicis habían desaparecido. Harry suspiró.

—Vamos.

Capítulo 79

COMISARÍA GENERAL DE LA POLICÍA

12 de Mayo de 2000

Cuando Harry entró en el despacho, Halvorsen estaba hablando por teléfono. Con un gesto, le indicó que hablaba con un informador. Harry pensó que seguiría intentando dar con la mujer del hotel Continental, lo que significaba que no había tenido suerte en el Ministerio de Asuntos Exteriores. A excepción del montón de copias de archivo que atestaban su mesa, el despacho de Halvorsen estaba limpio de papeles, pues lo había retirado todo salvo lo relacionado con el caso del Märklin.

—De acuerdo —dijo Halvorsen—. Si te enteras de algo más, llámame, ¿de acuerdo?

Y colgó el auricular.

—¿Has podido hablar con Aune? —preguntó Harry al tiempo que se sentaba en su antigua silla.

Halvorsen afirmó sin pronunciar palabra y le mostró dos dedos. A las dos. Harry miró el reloj y dedujo que Aune llegaría en veinte minutos.

—Proporcióname una foto de Edvard Mosken —pidió Harry levantando el auricular.

Marcó el número de Sindre Fauke, que accedió a reunirse con él a las tres. Después, informó a Halvorsen de la desaparición de Signe Juul.

—¿Crees que tiene algo que ver con el caso Brandhaug? —preguntó Halvorsen.

—No lo sé, pero ahora es más importante aún hablar con Aune.

—¿Por qué?

—Porque esto se parece cada vez más a la obra de un loco. Y por eso necesitamos un guía.

Aune era un hombre grande por varias razones. Era obeso, medía casi dos metros y estaba considerado como el psicólogo más competente del país, dentro de su campo, que no eran los trastornos de personalidad. Pese a todo, Aune era un hombre sabio y había ayudado a Harry en otros casos.

A juzgar por su semblante, era un hombre abierto y amable, y Harry solía decirse que Aune era, en el fondo, demasiado humano, demasiado vulnerable, demasiado «normal» para resultar ileso después de combatir en el campo de batalla que es el alma humana. En una ocasión en que le preguntó, Aune contestó que por supuesto que no salía ileso. Pero ¿quién lo hacía?

Ahora estaba concentrado y escuchaba atento la exposición de Harry. Sobre la muerte por arma blanca de Hallgrim Dale, sobre el asesinato de Ellen Gjelten y sobre el atentado contra Bernt Brandhaug. Harry le habló además de Even Juul, según el cual debían buscar a un excombatiente del frente, una teoría que probablemente se presentaba como la más sólida pues Brandhaug fue asesinado el día después de que sus declaraciones aparecieran en el diario
Dagbladet.
Y, para concluir, lo puso al corriente de la desaparición de Signe Juul.

Aune quedó pensativo. Gruñía mientras movía la cabeza para afirmar o negar.

—Por desgracia, me temo que no podré ayudaros gran cosa —se lamentó—. Lo único que puede serme útil para averiguar algo es el mensaje del espejo. Me recuerda a una tarjeta de visita, gesto bastante común entre los asesinos en serie, sobre todo después de cometer varios asesinatos, cuando ya empiezan a sentirse seguros. Llegados a ese punto, desean elevar el nivel de tensión desafiando a la policía.

—¿Crees que nos enfrentamos a un hombre enfermo, Aune?

BOOK: Petirrojo
13.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Last Refuge by Craig Robertson
Trouble by Sasha Whte
Taming the Scotsman by Kinley MacGregor
Beyond the Darkness by Jaime Rush
Assignment - Lowlands by Edward S. Aarons
Sacred Trust by Hannah Alexander
Waiting for Dusk by Nancy Pennick